El martes, 30 de Agosto del 2011, Steven Aderholt, a sus 54 años de edad, se sentía fuerte y en forma mientras aumentaba el ritmo en la caminadora. Los electrodos conectados a su pecho transmitían los picos puntiagudos de su electrocardiograma al monitor. Se había hecho un examen de estrés en Enero y lo había pasado como un caballo de carreras del Kentucky Derby. Hoy esperaba pasarlo aún mejor.
A medida que la velocidad de la caminadora aumentaba, el sudor caía sobre sus ojos. Focalizado en su respiración, no vio las cejas fruncidas del doctor cuando una pequeña parte de su ECG cambió. En pocos minutos la caminadora disminuyó la velocidad y luego se detuvo mientras revisaban su presión arterial.
“¿Fallé?”, preguntó Steven.
“Sí”, le respondió el cardiólogo. “Esa es la razón por la que has estado teniendo esa presión persistente en tu pecho. El siguiente paso es llevarte al laboratorio de cateterismo cardíaco y ver si tienes arterias bloqueadas en tu corazón. El laboratorio está completamente lleno hasta el viernes, y te he agendado una cita para ese día. Mientras esperamos, si sientes dolor en el pecho, ponte una pastilla de nitroglicerina bajo tu lengua. Espera cinco minutos y si todavía sientes dolor, toma una segunda pastilla. Espera cinco minutos entre cada nitroglicerina, pero si el dolor persiste después de tomar tres, llama al 911”.
La tarde siguiente Steven y su esposa, Judy, entraban al garaje para salir, cuando de repente Steven se detuvo. Volteándose hacia Judy, frunció el ceño y le dijo: “¡Ouch! Volvió”, refregándose el pecho.
“Vamos adentro y te alcanzaré una nitro”.
Steven se reclinó en una banca y se puso la nitroglicerina mientras Judy oraba. Cinco minutos después, el dolor persistía y tomo una segunda dosis. El dolor continúo empalideciéndolo, empapado en sudor. Judy llamó a su hermana, una enfermera, y ella le dijo: “No esperes, llama al 911 ahora mismo”.
Judy llamó al 911 y envió un texto a sus pastores, familiares y amigos pidiéndoles oración. Aun después de la tercera pastilla de nitroglicerina, las náuseas llevaron a Steven al baño. Cuando regresó, estaba mareado, desorientado y pálido. Antes de que Judy pudiera alcanzarlo, cayó de rodillas. Con sus últimas fuerzas, Steven se levantó y alcanzó el sofá, antes de caerse nuevamente.
No se podía mover, ni hablar. Desde la distancia podía escuchar a Judy gritando: “Vivirás, no morirás y declararás las obras del Señor” Momentos después, escuchó a Judy llamando al departamento de oración de los Ministerios Kenneth Copeland. En el altavoz del teléfono, pudo escuchar al consejero de oración declarando en fe la Palabra de Dios sobre su vida.
Mientras los paramédicos cargaban a Steven en la ambulancia, en su mente podía escuchar una voz siniestra que le decía: “podrías tan solo voltear tu cabeza e irte a dormir”. Estas palabras le robaron su paz, e hicieron que recobrase fuerzas para decir: “No, ¡no lo haré! ¡Jesús, ayúdame!
Luego escuchó la suave voz de su Salvador, llena de amor y paz.
Sólo respira.
Golpe letal
“Al arribar al hospital”, Judy recuerda, “la primera cosa que noté fue el ceño fruncido y las miradas sombrías de las enfermeras y doctores mientras se apresuraban para llevar a Steven directamente al laboratorio de cateterismo cardíaco. He sido colaboradora con KCM por muchos años y sabía el poder que tenían nuestras primeras palabras, así que fui muy cuidadosa de que mis palabras se alinearan con la Palabra de Dios. Busqué una sala en la que pudiera estar a solas para orar. Unos instantes más tarde, sentí que el Espíritu Santo me advertía que Steven estaba a punto de morir”. “No”, dije, “¡Steven vivirá y no morirá! ¡Ayúdanos, Señor Jesús!”
En el mismo momento que Judy envió esas palabras en un texto a la cadena de oración, era la hora en la que el ECG de Steven indicaba taquicardia ventricular.
“¡Lo estamos perdiendo! ¡Pulso en 30!”
“No está respondiendo! ¡golpéalo!”
“Despejen el área”.
El choque eléctrico al corazón del Steven sacudió su cuerpo en la mesa, haciendo que su corazón latiera de nuevo. Minutos después, su corazón fibriló, contrayéndose con gran esfuerzo, sin bombear sangre alguna.
“Despejen el área”.
Le aplicaron dos choques eléctricos antes que el doctor estrellara su puño en el esternón de Steven, haciendo que el corazón volviera a su ritmo normal.
“¡Regresó!”
Dos horas y media después de haber llevado a toda prisa a Steven al laboratorio de cateterismo cardíaco, terminaron el procedimiento. “Guau” exclamó una enfermera. “Todo lo que podía haber salido mal, salió mal! ¡Lo perdimos! ¡Se salvó de milagro!”
El reporte médico era un eco de lo que esa enfermera dijo. Además de resucitarlo, encontraron varias arterias bloqueadas. La más preocupante era la arteria descendiente anterior izquierda, que los doctores llaman la “fabricante de viudas”—por razones obvias.
La fe contra ataca
“Nos dijeron que sólo el 4 por ciento de las personas que sufren ataques cardíacos sobreviven”, relata Judy. “También dijeron que había sufrido un daño tan extensivo en su corazón que su calidad de vida nunca podría ser la misma. Era probable que hubiera sufrido daño cerebral, que nunca más podría trabajar o jugar golf. Y que quizás deberá usar oxígeno el resto de su vida”.
“Y como si eso no hubiera sido suficiente, el angiograma reveló que Steven había nacido con un defecto en el corazón. A pesar de que funcionaba, su corazón estaba deforme. Cada palabra se sentía como un golpe, pero decidí anclarme en la Palabra de Dios y me rehusé a ser movida. Hacía poco tiempo habíamos asistido a la Convención de Creyentes del Suroeste y me di cuenta que necesitaríamos toda la fe y la fortaleza que habíamos recibido allí. A pesar de las circunstancias, me mantuve en la fe de que por la llagas de Jesús, Steven estaba sano”.
Esa fe imperturbable e inamovible resultó en un milagro. Steven no sufrió daño cerebral. No necesitó de oxígeno. Y a pesar de que los doctores sabían que tendrían que lidiar con las arterias bloqueadas en el corazón, querían que primero sanara. Su recuperación fue tan milagrosa que sólo cinco días después de morir en ese laboratorio, fue dado de alta.
Dos semanas más tarde, jugó nueve hoyos de golf.
Y tan solo 17 días después de sufrir un ataque cardíaco, Steven y Judy hicieron un viaje de nueve horas para entregarle a su hijo menor el anillo de graduación. Dos semanas más tarde, Steven volvió a trabajar y jugar golf mientras asistía a su programa de rehabilitación cardíaca.
Se sintió de maravillas—por un mes. Su mandíbula comenzó a dolerle tanto que parecía que estaba agonizando en el infierno. A pesar de que el dolor cardíaco puede irradiar a la mandíbula, el suyo no mejoró ni con nitroglicerina. Aun después de hacerle una tomografía computada de mandíbula, los doctores no podían encontrar la fuente del problema, y los medicamentos contra el dolor no lo aliviaban. Judy lo llevó a la sala de emergencias. pero no supieron cómo tratarlo. A las 2:00 am, y después de tratar por horas de aliviar su dolor, lo enviaron de regreso a casa.
Segundo Golpe
La mañana siguiente, el 2 de Octubre, Steven caminó hacia el baño tropezándose y sin poder reconocer a la persona que estaba en el espejo. Su cara se había hinchado completamente y una ampolla grandísima se había formado en su labio superior. El dolor era asombroso. Tratando de caminar nuevamente hacia la cama, se cayó—pálido y lleno de sudor.
Judy llamó al 911 y le administró nitroglicerina y aspirina. Cuando los paramédicos llegaron, su ECG mostraba un latido muy errático. Steven fue admitido en el hospital, y recibió una visita de su amigo y dentista. Al examinar la cara de Steven, sospechó que los choques eléctricos y las resucitaciones habían dañado sus dientes, causando un absceso. La infección resultante había inflamado su corazón.
El doctor a cargo llamó a un cirujano oral que le extrajo los dientes superiores frontales para tratar el absceso. Después de la cirugía, su presión arterial, y los niveles de oxígeno en sangre se desplomaron. Una vez más su pronóstico parecía sombrío. Y nuevamente Judy se mantuvo firme en la Palabra de Dios, llamando al departamento de oración de KCM, a sus pastores, familiares y amigos, pidiéndoles que oraran.
Como resultado, Steven se estabilizó. Ocho días después fue dado de alta.
De regreso en su casa, Steven y Judy se regocijaron en la fidelidad de Dios. Dos veces la muerte había tratado de sacarlo del camino, y dos veces se habían mantenido en la Palabra de Dios, rehusándose a ser movidos. Pero el enemigo no se dio por vencido. Exactamente a un mes del segundo ataque, el enemigo estaba de regreso, intentando acabar con su vida.
Tercer Golpe
En la tarde del sábado 5 de Noviembre, Steven sintió una sensación extraña en el pecho. Sin poder dormir, salió de la cama y se sentó a orar por el resto de la noche. La mañana siguiente, muy temprano, despertó a Judy.
“¡Soñé toda la noche con las arterias bloqueadas de tu corazón!” le dijo Judy, saltando de la cama y llevándolo al hospital, donde fue admitido. Los exámenes revelaron que no podían esperar más tiempo para tratar el problema.
El cirujano advirtió: “Están demasiado graves para un stent, así que vamos a hacer un bypass cuádruple. Pero primero tenemos que quitarte los medicamentos que adelgazan tu sangre. Es muy peligroso enviarte a casa, así que te mantendremos en el hospital hasta que sea seguro operarte”.
Diez días mas tarde, el 16 de Noviembre, preparaban a Steven para la cirugía. “Mientras operamos, también quiero hacer un procedimiento modificado de la técnica maze para detener la fibrilación auricular”, dijo el cirujano. “Este procedimiento normalmente requiere un año para sanar. Combinado con el bypass, estarás teniendo dos procedimientos de alta complejidad simultáneos”. Los pastores, familiares y amigos de Steven lo ungieron con aceite, y oraron. Ellos también oraron y bendijeron las manos del cirujano.
Cinco horas y media más tarde, el cirujano, agotado, dijo: “tuvimos que poner dos unidades de sangre, pero el paciente salió bien de la cirugía”.
Judy se desplomó en una silla, y suspiró profundamente. ¡Se terminó!, ¡Finalmente! Después de meses de pelear por su vida, el daño había sido reparado.
Más tarde, a su lado en la unidad de cuidados intensivos, le pidieron a la familia que saliera mientras removían el respirador. Judy, que no había comido nada en todo el día, fue a la cafetería por un té.
Sin esperanza
Steven se sentó en la cama, despierto y alerta, mientras le removían de sus vías respiratorias la intubación. El movimiento le hizo cosquillas en su garganta, y tosió.
Esa tos produjo un agujero en la pared del corazón.
“¡Presión arterial 30/15 y cayendo!”
La sangre salía por el agujero tan rápido que las compresiones en el pecho no ayudaban.
Mientras Judy pagaba por su té helado, sintió que algo estaba mal. Totalmente mal.
Llorando y temblando, corrió de regreso a la unidad de cuidados intensivos. De camino, escuchó un anuncio en el sistema del hospital.
“¡Código 99! SICU! ¡Código 99! ¡SICU!”
“¡No!” se lamentó Judy.
Las lágrimas recorrían las mejillas de la enfermera mientras corría hacia Judy, “le suministramos resucitación y se desangró”. En menos de siete minutos, Steven virtualmente se había desangrado por completo.
“Hicimos todo lo que podíamos” le explicó otra enfermera. “Lo van a llevar nuevamente al quirófano, pero nadie pierde tanta sangre, y sobrevive”.
Judy se cayó al piso, sin poder moverse. La ayudaron a llegar a una silla; se sentía como si la hubiera golpeado el campeón mundial de peso pesado. Con ojos vidriosos, se sintió como si estuviera paralizada, azotada, golpeada y destruida.
La disonancia del ruido se desvaneció. Perdida en su propio mundo, recordó cómo había conocido a Steven. Los dos habían sido miembros de Trinity Fellowship en Amarillo, Texas —Judy era una madre soltera de 4 y Steven un viudo con dos hijos— cuando sus caminos se cruzaron debido a las actividades de sus hijos. En mayo de 1998, se casaron, formando una familia con seis niños.
Caídos, pero no destruidos
Esos 13 años habían sido como vivir un pedacito de cielo en la Tierra. Las lágrimas corrieron por la cara de Judy. No podía imaginarse viviendo sin Steven. Sin pensarlo, buscó un número telefónico en su aparato telefónico. Deteniéndose, lo miró fijamente. Todos los días, por más de un año, ella había marcado a KCM y había escuchado el mensaje pregrabado acerca de cómo combatir el miedo. Por más de un año, se había sentido obligada a llamar. ¿Sería que Dios —quien conoce el final desde el comienzo— había estado fortaleciendo su fe para este día?
Como si estuviera despertando de un sueño, gritó: “¡No! ¡Steven vivirá y no morirá! ¡Nada es imposible para Dios! Ella rompió la misión de la muerte, aplicando la Sangre de Jesús sobre su esposo. Y declaró: ¡Confiaremos en Dios durante las malas noticias!”. Jairo había hecho caso omiso cuando su hija murió, porque ¡Jesús le había ordenado no temer! Las Palabras de Kenneth Copeland retumbaban en su mente: “¡Rehúsate a contaminar tu fe con miedo!”
Rodeada por pastores, familiares y amigos, Judy retomó su posición de fe y sintió como una paz sobrenatural permeaba cada átomo de su ser. Después de otras cinco horas y media de cirugía, el cirujano dijo: “Está vivo…”
Y continuó enumerando una larga lista de las posibles complicaciones; sin embargo, Judy se aferró al hecho de que Steven estaba vivo todavía. Y se rehusó a dejar que su corazón se preocupara.
“No puedo creer que esté vivo”, dijo el anestesiólogo. “No teníamos ni una pizca de esperanza, pero de todas formas, trabajamos con mucho esfuerzo. La Gloria sea para Dios, porque este caso requería mucho más que esfuerzo humano”.
Steven no sólo se recuperó, sino que nunca sufrió ni un solo momento de dolor postoperatorio.
“Cuando conocí a Judy, nunca había oído acerca de Kenneth Copeland” Steven recuerda, “pero Judy había sido colaboradora durante muchos años. Y gracias a su posición de fe, hoy estoy vivo. Creo que el Señor nos inspiró a ir ese verano a la Conferencia de Creyentes del Suroeste y Él dirigió a Judy a escuchar el mensaje pregrabado por más de un año”.
“Estoy vivo porque he aprendido que LA BENDICIÓN es mucho más que la eternidad en el cielo. La fe en nuestros corazones y las palabras de nuestra boca han permitido que el Sanador caminara en esa sala de operaciones y hiciera un milagro creativo. ¡A Dios sea la gloria!
Han pasado ya cuatro años desde que Steven y Judy Aderholt atravesaran el valle de la sombra de muerte. Ellos no solo empezaron a pelear la buena batalla de la fe — ellos pelearon hasta el final, y ganaron.