Adrian Musteata frotó sus manos para calentarlas, lo suficiente como para ayudarle a tomar apuntes en clase. Todos los días en el colegio comenzaban igual: recitando poemas y alabando al hombre que hacía llamarse “Amado Dictador”. Era cierto que Nicolae Ceauşescu era el dictador al poder en Rumania, y que también gobernaba con puño de acero, atemorizando al pueblo de ese país. // Él los hacía morir de hambre. Los asesinaba. // ¿Amado? Jamás.
Adrian disfrutaba cuando aprendía; sin embargo, el frío penetrante y el hambre atroz hacían que fuera difícil concentrarse. Regresar a la casa tampoco serviría de nada. El gobierno también controlaba la calefacción en su hogar. Aun si tuvieran dinero, no había comida suficiente en las góndolas del supermercado para comprar; Nicolae Ceauşescu exportaba comida a Rusia mientras su pueblo se moría de hambre.
Adrian tenía solo 8 años cuando, como otros niños, fue admitido en el partido comunista. Aun a esa tierna edad, odiaba el comunismo; no porque él u otra persona se hubieran atrevido a estar en desacuerdo. El desacuerdo era considerado un acto de agresión; podían fusilarte o enviarte a un campo de reformación en Siberia.
Adrian había estado triste desde que tenía memoria, pero no por su estilo de vida. Su familia era un salvavidas, una provisión de amor y luz mientras vivían bajo el ataque de una nube oscura de peligro constante. Por ejemplo: su familia tenía seis miembros, una cantidad ilegal. Si las parejas tenían muchos hijos, el gobierno podía enviar a los padres a los campos de reformación y a los niños a colegios comunistas.
El comunismo decretaba que Dios no existía. Ambos, su padre y su abuelo, eran ministros. Tan solo eso traía más persecución, aun cuando el gobierno controlara las iglesias. Tener una Biblia era algo ilegal, así que su familia mantenía una en secreto que habían escondido.
Su sociedad se basaba en el temor. Adrian no se atrevía a hacer las preguntas que lo plagaban todo el tiempo, tales como: ¿Había evolucionado de un pez, o había sido un mono? Y, si Dios existía, ¿por qué permitía que sucedieran cosas malas?
Dios al rescate
“Nací y crecí en Brașov, Rumania”, explica Adrian. “Durante muchos años nuestra familia vivió en un apartamento de dos alcobas, en el décimo piso de un edificio cuyo ascensor no funcionaba. Nos mudamos a un lugar más grande cuando tenía más o menos 10 años.”
“Ofrecían clases de inglés en el colegio, y me inscribí. El instructor dijo que todo el curso aprobaría. Cualquiera podía irse y todavía obtener el crédito. Todos se iban, excepto yo. A pesar de que no sabía cómo lo usaría, disfruté mientras aprendía el idioma. Nos habían enseñado que Estados Unidos era el enemigo de la libertad y la prosperidad. Todos los americanos eran espías. Nos podían arrestar solo por hablar con alguno.”
“Cuando tenía 12 años, los militares se levantaron contra Nicolae Ceauşescu y su esposa. Los arrestaron y los asesinaron en un pelotón de fusilamiento el 25 de diciembre de 1989. El gobierno colapsó, el sistema de gobierno también y muchos colegios cerraron. Nadie sabía qué sucedería a continuación.”
“Dos años más tarde, cuando tenía 14, vi a un grupo de extraños caminando en la calle, tratando de hablarle a la gente. Ellos hablaban inglés. Les pregunté de dónde eran y la mayoría me dijeron que eran de América. Otros en el mismo contingente eran de Inglaterra y Australia. Estaba nervioso al hablarles, pero quería saber por qué habían venido.”
“¿Qué están haciendo aquí?”, les pregunté. “Me dijeron que eran misioneros; yo no sabía a qué se referían, excepto que tenía que ver con la religión, así que les pregunté por qué habían venido. Jamás olvidaré su respuesta.”
“Hemos venido a Rumania a decirte que Dios te ama”, me contestaron.
¿Dios me ama? Tenía mucha curiosidad.
“Resultó que ese grupo se llamaba Juventud con una Misión (YWAM, por sus siglas en inglés), y estaban visitando desde un lugar llamado Texas. Me pidieron que los ayudara a interpretarlos, y les dije que sí. Uno de ellos me dio una revista llamada La Voz de Victoria del Creyente, y me dijo: ‘Adrian, quiero que leas esta revista. También puedes suscribirte. Es gratuita’”.
Un simple paso
“Cuando leí la revista, todo parecía demasiado bueno para ser verdadero”, recuerda Adrian. “Me suscribí y me llegaba todos los meses. Las devoraba. Estaba tan emocionado acerca de lo que aprendía, que hice copias para mis amigos. Leí cosas acerca de Kenneth y Gloria Copeland. Era tan valioso como el oro puro para mí.”
“Otro de los misioneros también me dio libros y casetes de Kenneth Copeland. Mientras escuchaba la forma en la que Dios cambió su vida, pensé: A lo mejor Dios me ama tanto a mí también. Cuando los misioneros se fueron, me quedé solo con mis revistas, mis libros y mis casetes. Los escuché y las leí un sin número de veces. Creía que Kenneth Copeland era una persona maravillosa. Él no era un espía. Él no era un terrorista. Sin embargo, todavía estaba lleno de dudas acerca de Dios.”
Durante los años siguientes, Adrian continuó aprendiendo todo lo que pudo de los materiales que recibió de KCM. Cuando los grupos de misioneros regresaban, les traducía, absorbiendo cada palabra que decían.
Todavía luchando con sus dudas, un día Adrian estaba a solas cuando un pensamiento cruzó por su mente: ¿Qué pasaría si tan solo le pido a Jesús que venga a mi corazón? ¿Qué si solo doy ese paso y observo lo que sucede?
En ese momento, invitó a Jesús a su corazón. Casi de la noche a la mañana fue testigo de dos cosas. Primero, la tristeza que había sentido toda su vida salió corriendo y recibió un nuevo gozo en su lugar. Después, sintió un hambre increíble por aprender más acerca de Dios y la Biblia. Adrian comenzó a caminar más temprano todos los días para poder orar antes del colegio. Las revistas no llegaban lo suficientemente rápido.
Dios llama
Un día mientras traducía para un pastor americano, Adrian dijo: “Tengo tanto que aprender. Hay tanto acerca de la Biblia que quisiera saber.”
“Tenemos un Instituto Bíblico en América”, le dijo el hombre, como si no fuera algo muy importante. “Podrías ir.”
Asistir a un colegio Bíblico era algo a lo que Adrian le daría la bienvenida sin reservas. A él le parecía como dar un paso al cielo. Pero la realidad era que no tenía dinero y era prácticamente imposible conseguir una visa para los EE. UU. Aun así, compartió su sueño con un amigo americano. “Adrian” le dijo el joven, “yo creo en tu visión. Aquí tienes $25 para ayudarte a pagar por la visa. Llámame cuando llegues a los EE. UU.”
En 1996, el joven que por primera vez le había dado a Adrian los casetes y los otros materiales de KCM, regresó a Rumania.
Su amigo le dijo: “Adrian, has traducido durante muchos años para mí; desde el momento en que te conocí, sentí que tenías un llamado de Dios en tu vida. En ese momento empecé a ahorrar dinero por ti. Aquí tienes $1.000 dólares para tu tiquete de avión hacia América.”
Adrian miró el dinero con asombro.
“Pero, no tengo una visa. Son prácticamente imposibles de conseguir.”
“La conseguirás”, le respondió el misionero. “Dios ya me lo dijo.”
Adrián viajó a Bucarest, llegando a la embajada americana a la una de la madrugada. Había unas 500 personas delante de él. Parado en la fila toda la noche, Adrian habló con otras personas.
“¡No tienes nada!”, le dijo un hombre. “¡Para conseguir una visa para América debes tener bienes o familia!”
“Voy a confiar en Dios”, le contestó Adrian.
Cuando finalmente llegó a la ventanilla de la embajada, el americano le dijo: “Hola, ¿qué quieres hacer en América?”
“Me gustaría asistir al Colegio Bíblico.”
“Bueno, dame tu pasaporte y $20 dólares.”
Cinco minutos más tarde, el hombre le entregó una visa múltiple por 10 años.
Vuelo hacia América
“Estaba tan sorprendido que seguía agradeciéndole”, recuerda Adrian. “Tenía el dinero para mi tiquete de avión, pero había llovido tanto que el país estaba en estado de inundación. Se cancelaban vuelos todos los días.”
“Fui a un agente de viajes que me dijo que cada vuelo ya estaba reservado por el siguiente mes. Ella me dijo que de vez en cuando tenían una cancelación y se ofreció a avisarme en caso de que ocurriera la remota posibilidad. Dos días más tarde me llamó. Acababan de cancelar un pasaje. Corrí a su oficina y pagué el boleto. En menos de dos semanas, dejé a mi familia y a Rumania, y me dirigí a Nueva York.”
Adrian tenía 19 años cuando llegó a Nueva York. Había sido aceptado en la Universidad Bíblica “Jóvenes con una Misión” en la ciudad de Elm Springs, Arkansas. Al llegar a la universidad, se quedó solo mientras distintos padres, abuelos, tías y tíos llegaban para dejar a los estudiantes. Una mujer de San Francisco se le presentó y le explicó que había venido a apoyar a su sobrina. Charlaron durante unos minutos antes de que se reuniera con su familia.
Adrian se reunió con muchos de los misioneros que había conocido en Rumania, disfrutando de la alegría de su amistad. Todavía le quedaban $ 150 del dinero que le habían dado y lo usó como depósito para su matrícula. La escuela le había permitido comenzar las clases de manera condicional. La matrícula de ese semestre era de $ 3.000. Tendría que confiar en Dios por el resto.”
Un día, Adrian fue convocado a la oficina financiera de la escuela. Con sus rodillas temblando, suplicó: Señor, por favor, no dejes que me echen.
No lo echaron. La señora de San Francisco había pagado su cuenta.
Preparación para el propósito
“Yo había escuchado a Kenneth Copeland durante tanto tiempo, que la gente me molestaba porque hablaba inglés con acento texano”, relata Adrian. “Una de las primeras cosas que hice fue convertirme en colaborador de KCM y asistir a sus reuniones.”
“La universidad requería que hiciéramos viajes misioneros, algo que amaba hacer. Me convertí en el coordinador para nuestro ministerio a Rumania. Visitamos hospitales y ancianatos, ministramos en la calle a niños y le dimos una Biblia personalmente a cada persona que pudimos en Rumania. Los Ministerios Kenneth Copeland me dieron cajas de material y los compartí con las personas que hablaban inglés alrededor del mundo.”
En Sur América regalamos Biblias en español, mientras que en China entregamos Biblias traducidas a ese idioma. Además de los viajes ministeriales a Rumania, viajé a 14 países distintos. Estudié durante 10 años, recibiendo un grado y un doctorado.”
La vida de Adrian había pasado por tal transformación que parecía que iba de victoria en victoria. Todo cambió cuando la iglesia a la que asistía se dividió. La experiencia fue tan dolorosa que no supo cómo procesarla. Su fe tambaleó al ver a los miembros de la iglesia destrozarse unos a otros.
Si así era como actuaban los cristianos, Adrian no estaba seguro de continuar. Desilusionado, luchó con una depresión profunda y dejó de asistir a la iglesia. Fue entonces cuando el Señor comenzó a hablarle a través de sueños.
En un sueño, Adrian escuchó a Kenneth Copeland decir: “¡Tienes que levantarte con fe!” En otro, el hermano Copeland gritó: “¡Expulsa al diablo de tu vida! ¡Confiesa! ¡Dilo!”
A la mañana siguiente, Adrian despertó confesando que él era más que un vencedor a través de Cristo. Aunque no se sentía como un vencedor, continuó declarando la Palabra de Dios. Los sentimientos de desilusión y derrota fueron reemplazados por pensamientos de victoria. Siguiendo la guía del Señor, Adrian visitó la iglesia de Keith Moore en Branson, Missouri.
“En ese servicio me quitaron un velo de los ojos, e hice un cambio dramático”, recuerda Adrian. “Dejé de enfocarme en las personas y centré mi atención en Jesús.”
Expandiendo la visión
En el 2002, Adrián fue ordenado e inició los Ministerios Adrián Musteata, predicando el evangelio en todo el mundo. Aprender idiomas siempre fue fácil para él. Además de su lengua materna, conversa en inglés, francés, alemán, español y portugués. Ha traducido textos bíblicos en griego, hebreo y arameo, y también ha estudiado chino y japonés, pero no los ha traducido.
“A través de los años, el Señor expandió mi visión del ministerio”, explica Adrian. “Él me dijo que la educación expandiría mis herramientas del ministerio. Guiado por Él, volví a la universidad y conseguí un grado y un doctorado en Administración de Negocios. Mientras los hacía, enseñé en la Universidad Bíblica y viajé ministrando. Hoy enseño economía, contaduría y negocios y otras clases”.
En el 2013, Adrian se casó con Lucy, una joven colombiana.
“Dos años después, el Señor nos mandó a Utah donde comenzamos la Iglesia Casa de Fe.”, comenta Adrian. “Fundamos la entidad Educación Global, e incorporamos un currículo basado en la Biblia. Lo empaquetamos y lo comunicamos de una manera que las personas podían recibir. Fuimos al ministerio de educación al más alto nivel del gobierno colombiano, ofreciéndoles el plan de estudios para las edades de 6 a 12. Nos dieron permiso para poner nuestro plan de estudios en todas las escuelas públicas en la ciudad de Valledupar. Hasta la fecha, lo tenemos en unos 50 colegios.”
“Le enseñamos a los maestros la Biblia y cómo usar el currículo. El currículo es gratuito y les provee a los niños de Biblias. Está transformando a Colombia desde el interior. Está funcionando tan bien en ese lugar, que ahora estamos expandiéndonos a Venezuela.”
“Dios usó mi fe en Él y a los Ministerios Kenneth Copeland para transformar mi vida. No soy la misma persona que era cuando alguien me entregó una copia de La Voz de Victoria del Creyente”. Donde quiera que voy, entrego nuestros materiales y digo: ‘Este es un regalo de Kenneth Copeland.’ Confío que lo que Dios hizo por un joven rumano hace 27 años, Él lo hará por ellos.”