Jennifer Reynolds empacó una caja con suministros de campamento y la agregó a la pila. Esa misma noche, ella y su esposo Jim irían con amigos en un último viaje de campamento hacia Colorado antes de mudarse a la localidad de Island Park, en el estado de Idaho. Jim había trabajado durante años como contratista de pisos, complementando sus ingresos con trabajos de remodelación. Sin embargo, en un viaje reciente a Island Park, en las cercanías del parque nacional Yellowstone, le habían ofrecido el trabajo de sus sueños: ser guía de pesca con caña.
Jennifer sabía que hacer lo que él amaba no representaría un “trabajo” para Jim. Estaba tan contenta por él que podría haber bailado de felicidad.
Dos días antes, Jim había comprado una moto usada que había encontrado en el sitio Craigslist. Sería perfecta para la topografía de Idaho. Jennifer salió al aire frío de la noche de Colorado mientras Jim arrancaba la motocicleta.
“Voy a dar una vuelta a la manzana”, le dijo Jim con una sonrisa que puso en evidencia las líneas del rostro alrededor de sus ojos. “¿Quieres venir?”
“Tengo frío”, le respondió Jennifer, abrazándose a sí misma. “Voy a cambiarme por una sudadera y terminaré de empacar.”
Una vez adentro, Jennifer se enfundó en una sudadera más abrigada mientras reflexionaba sobre la nueva vida que les esperaba en Idaho. Había estado al teléfono con su abuela por unos minutos cuando observó el reloj. Jim se había ido a las 9 p.m. ¿Dónde estaría? Una sensación de alarma se apoderó de ella.
Jennifer salió a la calle, tratando de escuchar el sonido de la motocicleta.
Nada.
Notó que su vecina había hecho marcha atrás con su vehículo en la entrada y que se había bajado del auto. Ella estaba observando algo iluminado bajo las luces delanteras. Jennifer se acercó para investigar. Lo que vio hizo que su corazón se paralizara.
Era Jim, inmóvil sobre el cemento. Sus brazos estaban extendidos a cada lado como si hubiera sido crucificado, y su mejilla derecha reposaba sobre el suelo. Algo que lucía como pudín de chocolate emanaba de su nariz. Solo que no era pudín; era sangre.
Jennifer se arrodilló y apoyó con suavidad su mano en la espalda de Jim. No parpadeó. No se movió. Momentos más tarde, un policía la removía de la escena.
“¡Oficial!” exclamó Jennifer, “este es mi esposo. Entiendo que esta es una situación de riesgo, pero somos personas de fe. Déjeme tocar su espalda y orar. Tan pronto lleguen los paramédicos, los dejaré trabajar tranquilos.”
Él asintió con la cabeza. Pronto, los médicos llevaron a Jim a la ambulancia y lo trasladaron al Centro Médico Swedish.
Jim falleció en el camino.
Lidiando con la muerte
“El corazón de su esposo se detuvo mientras lo transportaban”, le explicó a Jennifer un médico de la sala de emergencias. “Lo resucitaron y ahora está asistido con respiración artificial. Sin embargo, no lo logrará.”
Continuando con su sombrío informe, el médico dijo que Jim había sufrido un trauma cerebral. Tenía un hematoma subdural y un desplazamiento de la materia gris. Su rostro estaba aplastado, su ojo derecho había sido expulsado de su cavidad ocular y colgaba del nervio óptico.”
Jennifer estaba de pie junto a la camilla de su marido en la unidad de cuidados intensivos. Lucía irreconocible. No parecía que fuera a sobrevivir. Pero en esos momentos, antes de que llegaran los médicos, Jennifer había orado: “Padre, solo tú sabes lo que está mal. Tengo fe en que lo sanarás.”
En su interior, ella había escuchado un susurro.
Él estará bien.
En el momento en que escuchó esas palabras, Jennifer se sintió inundada por una catarata de paz.
“Mi madre y mi padre biológico se conocieron cuando eran jóvenes”, comenta Jennifer. “Mi padre se mudó a Alaska antes de que mamá supiera que estaba embarazada. Unos años más tarde, mi madre se casó con un hombre piadoso que me adoptó. Él era un pastor, y me criaron en un buen hogar. Mis padres eran colaboradores de los ministerios Kenneth Copeland, y asistíamos a sus reuniones cuando se llevaban a cabo en Denver. En casa escuchábamos series de enseñanza de Kenneth y Gloria Copeland todo el tiempo. Cuando crecí, papá me hizo escribir informes sobre lo que había aprendido. Me volví muy buena escribiendo informes, pero no me gustaba hacerlo.”
“Cuando me convertí en adolescente, el enemigo me convenció de que no me amaban. Creía que mi padre biológico me había rechazado y que no me amaba, y que mi padre adoptivo no me amaba. Me rebelé, me alejé del Señor y comencé a fumar marihuana.”
Tratando con el diablo
“En diciembre de 1990, Jim y yo nos conocimos en una cita a ciegas. Él no había sido criado en un hogar cristiano. Su padre había sido un alcohólico violento y no sabía nada acerca de Dios. Jim me introdujo a la cocaína y luego ambos comenzamos con el LSD.”
“El 29 de enero de 1993 alucinamos con ácido lisérgico. Mucho después de que se hubiera desvanecido el efecto de las drogas en nuestros cuerpos, nos sentamos a ver una comedia. Una presencia verde emergió de la televisión e inundó la habitación. Esto no fue una alucinación; ambos experimentamos exactamente lo mismo. Una presencia maligna envolvió la habitación. Se hizo cada vez más y más fuerte hasta que escuchamos gritos y olimos algo apestoso. Ambos creíamos que estábamos en el precipicio del infierno y que estábamos a punto de morir.”
“Alrededor de las 4 a.m., llamé a mamá y le conté lo que estaba pasando. Ella nos dijo que nos arrodilláramos y que nos arrepintiéramos delante de Dios, que le pidiéramos que nos perdonara y que le pidiéramos a Jesús que entrara a nuestros corazones para salvarnos. Cuando nos arrodillamos y comenzamos a orar, las persianas de las ventanas volaron hacia el techo. La presencia verde salió volando por la ventana, las persianas volvieron a bajarse y una luz brillante y blanca llenó nuestra casa. El olor pútrido fue reemplazado por una maravillosa fragancia. Escuchamos música gloriosa del cielo. Ambos nos sentimos limpios e inundados con las bendiciones de Dios.”
Ahora, sentada mientras escuchaba el gemido del respirador que forzaba el aire en los pulmones de Jim, Jennifer se dio cuenta de que cuando Jim murió, la fe se levantó en ella por todas las series de enseñanza que había escuchado.
Contra toda imposibilidad, la fe en Dios mantenía vivo a Jim.
De alguna manera, Jim sobrevivió esa larga noche.
Al día siguiente, sus médicos le explicaron a Jennifer que, de sobrevivir, tendría que ser alimentado con una cuchara, como un bebé, por el resto de su vida. Había sufrido una hemorragia cerebral severa en el lóbulo frontal izquierdo. Un cirujano maxilofacial descubrió que tenía más de 100 fracturas en la cara. Si vivía lo suficiente para someterse a una cirugía de reconstrucción facial, necesitaría una traqueotomía. La cirugía no podría realizarse mientras estuviera entubado.
El rostro removido
Días más tarde, Jim estaba programado para esa misma cirugía. Jennifer oró: “Señor, te pido que guíes las manos del cirujano como si Tú mismo estuvieras haciendo la cirugía. Te pido que su rostro sea restaurado a la perfección.”
El cirujano esperaba que la cirugía durara cinco horas. Nueve horas después, salía de la sala de cirugía.
“No estaba planeando hacerlo”, comenzó, “pero algo me dijo que sería mejor que removiera su rostro. Hice una incisión de oreja a oreja y desde la parte inferior de la oreja derecha hacia la línea de la mandíbula. Luego, removí su rostro. Durante el procedimiento, encontré fragmentos óseos en su cerebro que lo habrían matado en una o dos semanas. Puse al menos 30 placas de titanio en su cara. Esta es la cirugía más increíble que haya hecho.”
A pesar de que la reconstrucción facial fue todo un éxito, el resto de los médicos todavía tenía pocas esperanzas sobre sus posibilidades de supervivencia. Su cabeza tenía líneas de puntos como las vías de un ferrocarril. Su rostro hinchado era de color negro azulado.
Jennifer colocaba música cristiana sin parar, y les pedía a las enfermeras que continuaran tocándola cuando iba a bañarse en su casa. Mientras la música sonaba, los signos vitales de Jim se mantenían estables. Cuando las enfermeras apagaban la música, las cosas empeoraban.
En los meses previos al accidente, Jennifer había buscado a Dios con diligencia. Ella había estudiado detenidamente los números anteriores de la revista “La Voz de la Victoria del Creyente”. Había visto programas de televisión cristianos, incluyendo la transmisión del programa “La Voz de la Victoria del Creyente” de KCM. Durante la semana del Día de la Madre, estaba viendo la transmisión cuando Kellie Copeland dijo algo que no solo cambió la vida de Jennifer, sino que la preparó para la prueba tan dura que ahora enfrentaba.
“Escucha”, dijo Kellie, “debes ir ante el Señor con fe. No llorando, ni con miedo. Ve con fe, esperando una respuesta por completo. Di: ‘Señor, ¿qué vas a hacer al respecto?’ Obtendrás una respuesta.”
Evaluando el daño
Las palabras de Kellie aún estaban vivas en Jennifer. No solo no se rindió a las lágrimas, sino que se negó a permitir que las personas negativas y lloronas entraran en la habitación. Un día, sin embargo, todo el aluvión de advertencias llenas de muerte se volvió una carga demasiado pesada. Sintiéndose sola, Jennifer se escondió en su auto y lloró. Después llamó a su mamá.
“Jennifer, necesitas escuchar la voz de la Verdad”, le dijo su madre. “Las evidencias médicas son solo hechos. La palabra de Dios es la Verdad. ¿Serás como los 10 espías, o serás como Caleb y Joshua?”
Jennifer salió del auto, lista para poseer la tierra prometida.
Desde la noche en que Jim había llegado al hospital, Jennifer se había negado a creer que moriría. Ahora que estaba claro que viviría, los médicos creían que tenía muerte cerebral. Las cosas llegaron a un punto culminante cuando un neurólogo dedicó un tiempo significativo para determinar la condición neurológica de Jim.
“Jim, ¿puedes apretar mi mano?
Nada.
“Oye amigo, ¿puedes mover este dedo?”
Nada.
“¿Puedes mover un dedo del pie?”
Nada.
Por fin, el médico se volvió para escribir en el expediente médico de Jim.
“Lo siento, pero él no está allí”, le dijo a Jennifer.
Exasperada, Jennifer caminó hacia la cama.
“Jim, no me creen que estás ahí. ¿Por favor, muéstrales?”
Sin vacilaciones, Jim se sentó en la cama y sacó la lengua.
El a doctor, asombrado, lo miró boquiabierto.
“Bueno… definitivamente está ahí.”
Como un niño
“Cuando Jim comenzó a salir del coma, comenzó a ser evidente que no sabía quién era”, nos explica Jennifer. “Puse fotos de él pescando y haciendo cosas que amaba en las paredes. Tenía toda una página de escrituras que oraba por él. Mi favorita era el Salmo 118:17. Yo dije: ‘Jim, vivirás y no morirás, y declararás las obras del Señor.’”
“Recobró recuerdos de cuando era un bebé y luego de cuando era un niño pequeño, progresando en edad a medida que mejoraba. La etapa del niño pequeño fue la más difícil. Sacaría su tubo de alimentación y trataría de beber de él. Cuando le quitaron las grapas de la cabeza, intentó comérselas.”
Un día, Jim siguió pidiendo sus zapatos de jugar futbol americano.
“Jim”, le preguntó Jennifer, “¿cuántos años tienes?”
“Tengo 11 años.”
“Jim, ¿me reconoces?”
Tímidamente lo negó con la cabeza.
“Pero sé que te amo”, le admitió.
“Mi nombre es Jennifer, y soy tu esposa. Tuviste un accidente y te golpeaste la cabeza. Tienes un gran hematoma en el cerebro.”
Jim había estado en el hospital durante un mes cuando la policía dio a conocer los resultados de su investigación sobre el accidente. La motocicleta había funcionado mal. Había acelerado por sí misma, ganando velocidad sin que Jim pudiera controlarla; no disminuía la velocidad ni se detenía. Descubrieron que Jim incluso había apagado el motor. En lugar de detenerse, la motocicleta había acelerado hasta alcanzar los 160 Km/h y golpear el cordón, enviando a Jim de cara contra el cemento.
El 22 de julio, Jennifer y Jim miraban a Perry Stone cuando una enfermera entró en la habitación. Perry miró hacia la cámara y dijo: “Hay una mujer que ha anhelado tener un hijo durante muchos años. Tú concebirás a ese niño.”
“Un viento frío acaba de soplar sobre mí”, dijo la enfermera. “Esa palabra era para ti. Lo concebirás en septiembre.”
Milagro tras milagro
La verdad era que Jennifer había anhelado tener un hijo… había ansiado tener un hijo… durante muchos años. Ella y Jim habían estado juntos durante 17 años, pero él no había aceptado tener hijos. Ella se río de la idea. Por ahora, Jim era el único niño que podía manejar.
“Fui a casa a ducharme un día y llamé a KCM para orar”, recuerda Jennifer. “Navegando el menú telefónico llegué a una grabación de Kenneth Copeland. Él dijo: ‘Voy a orar por ti ahora mismo. Libera tu fe conmigo y así se hará.’ Mientras oraba, liberé mi fe para que Jim recuperara la plena conciencia. La unción fue tan fuerte que sentí que el Espíritu Santo me llenaba.”
“Para el 3 de agosto, Jim estaba completamente alerta. Sabía quién era y dónde estaba. Cuando le dije que era agosto, se sorprendió. ‘¿Me perdí el 4 de julio?’, preguntó.”
Jim estaba a punto de ser dado de alta del hospital y ser transferido a un hospital de rehabilitación especializado en lesiones cerebrales traumáticas. Durante días, le rogó a Jennifer que lo llevara a casa.
“Jen”, le dijo, “tengo muchos obstáculos que superar, pero ambos sabemos que me gustan los obstáculos y que puedo hacerlo.”
El 6 de agosto salieron del hospital desobedeciendo las recomendaciones médicas.
“Una vez que llegamos a casa, todo se desplomó”, admite Jennifer. “Fue durante la crisis económica de 2007 y nadie estaba comprando casas. Nuestra casa no se había vendido y la gente ni siquiera las visitaba. Teníamos montones de facturas por pagar y no teníamos ingresos. No podía trabajar porque Jim requería atención constante.”
“Eso me causó acidez estomacal severa. Cuando se lo conté a mi madre, ella me dijo: ‘Jen, ¿podrías estar embarazada?’ En el momento en que me lo dijo, recordé la palabra de Perry Stone y esa enfermera. ¡Era septiembre!”
Recompensa doble por los problemas
Doce años antes, Jim había tenido un vívido sueño en el que veía a un niño pequeño.
“¿Quién eres?” le preguntó Jim.
“¡Papá, soy yo! Jesse James. ¡Soy tu hijo!”
Jennifer apoyó la palma de la mano en su vientre plano y susurró: “Hola, Jesse.”
“Estaba embarazada de un niño”, comenta Jennifer. “La fecha en la que nacería, según los doctores, era el 22 de junio de 2008, un año después del accidente de Jim. Ese día comencé el trabajo de parto, pero Jesse no apareció hasta dos días después. Sentía que me jalaban en dos direcciones tratando de cuidar a Jim y a un recién nacido. Finalmente, la madre de Jim sugirió que nos mudáramos con ella. Fue una ayuda tremenda.”
Si bien la supervivencia y la función cerebral de Jim fueron milagrosas, algunos de los efectos de sus lesiones fueron más lentos de resolver. Por ejemplo, si bien podía manejar un ambiente pacífico con su pequeña familia, sus sentidos se sobrecargaban si estaba en una habitación con más de dos personas. Los médicos diagnosticaron sus síntomas como síndrome de estrés postraumático.
“Lo más difícil para mí fue perder mi identidad”, explica Jim. “Mi realidad cambió en un instante. No solo perdí mi identidad, tuve que volver a aprender tantas cosas. El personal médico y otros hablaron de mí en lugar de hablar conmigo. Jen tuvo que corregirme todo el tiempo y enseñarme a hacer las cosas de nuevo. Como hombre, era difícil lidiar con eso.”
“Padecí los efectos secundarios de 18 medicamentos diferentes que me recetaron mis médicos, y durante varios años sufrí vómitos cíclicos. Me volví demacrado y débil, pero durante ese tiempo también estaba aprendiendo a confiar en Dios. Cuando nos unimos a la iglesia que pastoreaban los padres de Jen, las cosas cambiaron. Mi suegro oró por mí en 2016 y, por primera vez desde el accidente, me desperté sin dolor. Tres semanas después de que el dolor se fue, corrí una carrera de 5 km con Jesse. Desde entonces hemos corrido otras carreras de 5 y 10 km. Entreno a su equipo de fútbol y estoy trabajando en la construcción. Todavía amo pescar, pero mi deseo ahora es ser pescador de hombres.”
“En el 2017, asistimos a la Convención de creyentes del Suroeste en Fort Worth, donde recibimos un nuevo nivel de fe. Me lastimé el dedo y Kenneth Copeland dio una palabra de conocimiento de que el dedo de alguien estaba siendo sanado ¡Ese era mi dedo! Jesse quedó maravillado de la Academia Superkid, y fue una experiencia muy linda para todos nosotros.”
Hace unos años, el Señor le ordenó a Jennifer que buscara a su padre biológico. Ella lo encontró y se dio cuenta de nuevo que el diablo es un mentiroso. Su padre biológico la ama, y tienen una relación maravillosa. Hoy, Jennifer disfruta de su relación con su padre, su padre biológico y su Padre celestial.
“Sólo hemos sido colaboradores con KCM durante unos años”, explica Jennifer, “pero he vivido en el desbordamiento de las bendiciones de Dios la mayor parte de mi vida debido a la colaboración de mis padres.” Fue a través de KCM que la fe fue plantada en mi corazón a una temprana edad. Sin su enseñanza, hoy sería viuda.
“Cada vez que miro a mi esposo, me abruma la bondad de Dios. Hemos sido los mejores amigos durante 28 años, y estoy muy agradecida de haber envejecido con él. Es un maravilloso esposo y padre. Él es un líder espiritual en nuestro hogar, y lo admiro mucho.”
“Lo único que esperamos que la gente recuerde de nuestra historia es que nunca puedes estar demasiado lejos para que Dios te alcance. Nunca te rindas.”