Muchos cristianos se sorprenderán cuando lleguen al cielo y descubran lo que realmente les pertenecía cuando pasaron por la Tierra. Verán las riquezas en gloria que Dios quería derramar sobre ellas mientras estaban aquí abajo y se darán cuenta de que pasaron el tiempo en este planeta viviendo muy por debajo de sus privilegios divinos.
Descubrirán que fueron engañados para no creer en la abundancia sobrenatural que les pertenecía en Cristo Jesús, al dejar que las personas les hagan pensar en la prosperidad como lo hace el mundo en lugar de pensar como lo dice la Palabra de Dios en la Biblia.
Es que, cuando se trata de la abundancia financiera, ¡Dios piensa en GRANDE! Sus pensamientos acerca de nuestra prosperidad y Sus maneras de obtenerla están muy por encima de los pensamientos y las formas del mundo. «Así como los cielos son más altos que la tierra». (Isaías 55:9).
Incluso bajo el Antiguo Pacto, Dios pudo prosperar a los israelitas más allá de lo que podían pedir o pensar. Él pudo librarlos de la pobreza y la esclavitud en Egipto y sacarlos con abundante plata y oro (Salmo 105:37). Él fue capaz de proporcionarles una Tierra Prometida sin escasez, donde no les faltó nada, y bendecirlos allí con el «poder de ganar esas riquezas» (Deuteronomio 8:18).
Si Dios pudo hacer eso bajo el Antiguo Pacto, ¡piensa lo que Él puede hacer por nosotros, como creyentes, bajo el Nuevo Pacto! A diferencia de los israelitas del Antiguo Testamento, a los que se hace referencia en la Biblia como siervos de Dios, nosotros somos hijos e hijas nacidos de nuevo. ¡Somos coherederos con Cristo de todo lo que Él tiene!
En nuestra condición de hijos obedientes de Dios, estamos en la misma situación financiera que el hermano mayor estaba en la parábola que Jesús relató en Lucas 15. Seguramente recuerdas la historia. Se trata de un padre rico, sus dos hijos y su herencia.
Al comienzo de la parábola, el más joven le pide al padre que le dé su parte de la herencia por anticipado y luego se va de casa y la desperdicia en una vida desenfrenada. Después de que se va a la quiebra y termina viviendo literalmente en una pocilga, regresa arrepentido, y su padre lo recibe con los brazos abiertos, mata a un becerro en su honor y organiza una fiesta para festejar su retorno.
Cuando el hijo mayor arribo después de trabajar en el campo de su padre y se entera del festejo, éste se enoja y le dice a su padre: «Y en todo ese tiempo, no me diste ni un cabrito para festejar con mis amigos. Sin embargo, cuando este hijo tuyo regresa después de haber derrochado tu dinero en prostitutas, ¡matas el ternero engordado para celebrar!» (versículos 29-30, Nueva Traducción Viviente).
«Y el padre le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo.» (Lucas 15:31, Biblia Amplificada, Edición Clásica).
Está muy claro que el hijo mayor no comprendía sus derechos y privilegios como hijo de su padre. No entendía que, como hijo, ya tenía el derecho a todo lo que poseía su padre. Todo el ganado le pertenecía, tanto como a su padre.
Lo mismo es cierto para nosotros como hijos obedientes de Dios. Porque estamos “en Cristo”, todo lo que nuestro Padre posee, es nuestro. Y eso es decir mucho, porque Él lo posee todo. ¡A eso le llamo un magnate inmobiliario! Dios posee toda la Tierra y todo lo que hay en ella. ¡Los miles de animales que hay en las colinas! (Salmo 50:10). Él es dueño de la plata y el oro (Ageo 2:8) y el resto de la riqueza que está en la Tierra. Él lo ha dispuesto todo para nosotros, como Sus hijos e hijas. mucho de eso está en las manos incorrectas en este momento, pero Él puede reclamarlo cuando lo desee. Él puede quitárselo a las personas que están sirviendo al diablo y dárselo a Sus hijos e hijas.
Después de todo, nosotros somos aquellos para quienes Él lo creó. No fue puesta aquí para el diablo ni sus aliados. Dios creó la riqueza de este planeta para Su familia y Él quiere que la tengamos en abundancia. Él quiere que tú, como su hijo, tengas «todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos.» (1 Timoteo 6:17).
Dios quiere que tengas tanto dinero que, por ejemplo, puedas hacer cosas como ir a una Convención de Creyentes en el momento que lo desees. Él no quiere que tengas que quedarte en casa porque no puedes pagar la gasolina para llegar. Él quiere que puedas comprar boletos de avión para toda tu familia y alojarte en un buen hotel. Mejor aún, ¡Él quiere que seas tan próspero que puedas pagar para que otra familia, o incluso dos, vayan contigo!
Dios no está en la quiebra
“Bueno”, podrías decir, “eso suena como un estilo de vida bastante caro.”
Eso está bien, Dios puede pagarlo. Él no está ni cerca de la quiebra. Él puede pagar cualquier suma de dinero sin problema alguno. Su único problema ha sido lograr que Su pueblo le crea a Él por eso, que actúe como si Él estuviera diciendo la verdad cuando dijo en su Palabra:
● «La bendición del SEÑOR es la que enriquece y no añade tristeza con ella.» (Proverbios 10:22 RVA-2015).
● «Pues… nuestro Señor Jesucristo que, … siendo rico se hizo pobre, para que con su pobreza ustedes fueran enriquecidos.» (2 Corintios 8:9).
● «Las riquezas del pecador las hereda el hombre justo.» (Proverbios 13:22).
● «Al pecador [Dios] le da el trabajo de recoger y amontonar, para dárselo a quien es del agrado de Dios.» (Eclesiastés 2:26).
● «Y Dios es capaz de hacer que toda la gracia (todo favor y toda bendición terrenal) les llegue en abundancia, para que puedan siempre y en cualquier circunstancia y sea lo que fuere necesario, ser autosuficientes en abundancia para cada buena obra y donación caritativa» (2 Corintios 9:8, AMPC).
Con demasiada frecuencia, en lugar de simplemente creer esos versículos con nuestros corazones, nosotros, como pueblo de Dios, tratamos de entenderlos con nuestras cabezas. Recurrimos al limitado razonamiento humano, observamos nuestras circunstancias naturales, nuestro trabajo, nuestra cuenta bancaria, la economía o lo que sea, y pensamos: ¿Cómo llegaré a ser rico alguna vez? ¿Cómo podría obtener el dinero para pagar mi casa o pagar en efectivo por un auto nuevo? ¿Cómo podría financiar alguna vez el ministerio de otra persona? Ese tipo de pensamientos socavan nuestra fe porque se tratan de yo… yo… y más yo. Asumen que somos nuestra propia fuente y que depende de nosotros aportar el dinero. Pero ese no es el caso.
¡Dios es nuestra fuente!
Todo lo que tenemos que hacer es poner nuestra fe en Él, poner nuestras vidas y recursos en Sus manos, y dejar que Él haga por nosotros lo mismo que hizo en Mateo 14 por el niño que le dio a Jesús su almuerzo. ¿Alguna vez has leído al respecto? Dios multiplicó una cena de dos pedacitos de pescado de manera tan irracional que no solo alimentó a miles de personas, sino que sobraron 12 canastas llenas para que el niño pequeño se las llevara a casa.
¿Realmente Dios haría ese tipo de cosas por nosotros hoy, como creyentes?
¡Ciertamente que lo haría! Él es nuestro Padre celestial. Él quiere prosperarnos más allá de lo que, naturalmente, es incluso posible. Él solo está esperando que liberemos nuestra fe y le demos la oportunidad.
Sin embargo, lamentablemente, muchos creyentes nunca lo hacen.
Es posible que liberen su fe por algo pequeño, algo que razonablemente pueden esperar que suceda. Pueden creerle a Dios para que los ayude a hacer el pago de la cuota de su casa. Pero nunca van más allá de lo que consideran “razonable”. Por ejemplo: no avanzan y creen por el dinero para pagar la totalidad de su hipoteca a 30 años.
Entiendo, por supuesto, que todos tienen que empezar donde se encuentran. Ken y yo tuvimos que hacerlo nosotros mismos. Cuando empezamos a caminar con Dios, le creímos por el dinero para hacer los pagos mensuales, porque en ese momento, dada la montaña de deudas que teníamos, incluso la fe en los pagos era algo demasiado grande para nosotros. Sin embargo, después de que realmente nos metimos en la Palabra, comenzamos a creerle a Dios para salir completamente de deudas. Empezamos a diezmar fielmente y a dar ofrendas. Once meses más tarde, a pesar de que no habíamos averiguado cómo podría ocurrir, estábamos completamente libres de deudas.
Hoy vivimos en una casa que va más allá de lo que podría haber soñado en aquellos días, y nunca hemos tenido deuda a causa de ella. También hemos podido pagar muchas cosas para otras personas. Dios ha multiplicado nuestros recursos a tal punto que ahora podemos sembrar más de lo que alguna vez pudimos haber imaginado. ¡Somos verdadera e irracionalmente bendecidos!
Permite que la Palabra de Dios te lleve a Su nivel
Sin embargo, puedo confirmarte por experiencia que alcanzar este tipo de bendición requerirá que vayas más allá de lo que puedas razonar. No podrás hacerlo basando tu oración y tu fe en lo que puedes ver en este reino natural, o en lo que lógicamente pienses que podría suceder. Tendrás que basar tu fe en la capacidad de Dios. Deberás centrarte en lo que dice Su Palabra y dejar que eso te lleve a Su nivel.
Una cosa que me ayuda a hacerlo es leer y meditar sobre los acontecimientos verdaderos en la Biblia acerca de los tiempos en que Dios prosperó sobrenaturalmente a Su pueblo. Esos momentos en que, ante circunstancias aparentemente imposibles, les proporcionó más de lo que podían pedir o pensar.
Especialmente me gusta leer sobre cómo Dios proveyó milagrosamente a los israelitas. Como ya lo he mencionado, ¡Él hizo todo tipo de cosas increíbles para favorecerlos! Cuando estaban en el desierto, donde no había nada que comer, Él los alimentó sobrenaturalmente derramando todos los días maná del cielo. Cuando se cansaron del maná y clamaron por carne, Él también pudo proveerla y satisfacerlos.
A pesar de que estaban siendo rebeldes en ese momento y se quejaban, Él les habló a través de Moisés y les dijo que les daría carne para comer: «Y no la comerán un día ni dos; ni cinco, diez o veinte días, sino todo un mes» (Números 11:19-20). Moisés, aunque por lo general era un hombre de fe, no podía entender cómo Dios lo haría. ¡Le sonaba imposible!
«Entonces dijo Moisés: Yo estoy en medio de un pueblo de seiscientos mil hombres de infantería, y tú dices: “Les daré carne, y comerán todo un mes”. ¿Se habrían de degollar para ellos las ovejas y las vacas para que les fuera suficiente? ¿Se habrían de juntar para ellos todos los peces del mar para que les fueran suficientes?»
«Entonces el SEÑOR respondió a Moisés:—¿Acaso se ha acortado la mano del SEÑOR? ¡Ahora verás si se cumple para ti mi palabra, o no!» (versículo 23).
La Biblia dice en el versículo 31-32: «Entonces de parte del SEÑOR salió un viento que trajo codornices desde el mar y las dejó caer junto al campamento, hasta la distancia de un día de camino de este lado y un día de camino del otro lado, hasta la altura de noventa centímetros sobre el suelo. Entonces el pueblo permaneció levantado todo aquel día y toda la noche, y todo el día siguiente, recogiendo las codornices. El que menos, recogió diez montones; y las tendieron para sí alrededor del campamento.»
La escritura nos dice también que Dios proporcionó tanta carne para los israelitas, que eventualmente se volvió repugnante para ellos (versículo 20).
Dios cumplió Su Palabra. Demostró que Su brazo no era demasiado corto para proveer milagrosamente. ¡Se los demostró una y otra vez a los israelitas, a veces llevándolos de la pobreza a la prosperidad literalmente de la noche a la mañana!
Por ejemplo, piensa en lo que Él hizo por ellos en 2 Reyes 6-7. Se trataba de una época en que la ciudad israelita de Samaria había estado rodeada por el ejército sirio durante tanto tiempo que su suministro de alimentos se había agotado por completo. ¡Debido a que no buscaban ayuda de parte de Dios, la situación se había puesto tan mal que los israelitas se habían visto reducidos a comer excrementos de palomas y pagar dos onzas de plata por el privilegio! ¿Puedes imaginarlo?
Entonces, un día, en medio de tremenda situación, el profeta Eliseo declaró la Palabra del Señor. Le dijo al rey israelita: «Mañana, a esta hora, en los mercados de Samaria, siete litros de harina selecta costarán apenas una pieza de plata y catorce litros de grano de cebada costarán apenas una pieza de plata.» (capítulo 7:1, NTV).
«El funcionario que atendía al rey le dijo al hombre de Dios: —¡Eso sería imposible, aunque el Señor abriera las ventanas del cielo! Pero Eliseo le respondió: —¡Lo verás con tus propios ojos, pero no podrás comer nada de eso!» (versículo 2).
Efectivamente, durante la noche, el Señor hizo que el ejército de los sirios escuchara el ruido de carros y caballos, y «…se llenaron de pánico y huyeron en la oscuridad de la noche; abandonaron sus carpas, sus caballos, sus burros y todo lo demás, y corrieron para salvar la vida.» (versículo 7, NTV). Poco después, cuatro leprosos israelitas se aventuraron en el campamento para pedir algo de comer y se dieron cuenta de que el ejército sirio había abandonado el lugar.
Los leprosos se sirvieron de algunos de los alimentos, suministros, plata y oro abandonados de Siria. Luego, al darse cuenta de que debían compartir las buenas nuevas, regresaron y contaron a la gente de Samaria lo que había sucedido, y todos se apresuraron y saquearon el campamento sirio.
«…Así se cumplió ese día, tal como el Señor había prometido, que se venderían siete litros de harina selecta por una pieza de plata y catorce litros de grano de cebada por una pieza de plata. El rey asignó al funcionario que lo atendía para que controlara a las multitudes en la puerta, pero cuando salieron corriendo, lo atropellaron y lo pisotearon y así el hombre murió. Así que todo sucedió exactamente como el hombre de Dios lo había predicho cuando el rey fue a verlo a su casa.» (versículos 16-17, NTV).
¡Me gusta muchísimo esa historia! Siempre me recuerda que Dios puede proveer milagrosamente para Su pueblo en cualquier situación.
¡Creámosle para que lo haga! En lugar de ser como el oficial del rey que dudaba de lo que Dios dijo, solo porque no parecía razonable, pongamos nuestra fe en la Palabra de Dios y estemos expectantes. Convirtámonos en personas que tienen mentalidad de milagros, mentalidad de bendición, una mentalidad sobrenatural, y atrevámonos a creer como dice Efesios 3:20: «Y a Aquel [Dios] que es poderoso para hacer que todas las cosas excedan a lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros.»