El sudor se deslizaba por el rostro de Sergio Alvarado mientas dejaba caer al suelo seco y árido dos bloques más de cemento. Trabajar bajo los rayos del sol ardiente y abrasador de la mañana era algo a lo que ya se había acostumbrado mientras crecía en Juárez, México. Pero esta vez era diferente. Esta vez, no trabajaba para sobrevivir, sino que era parte de un llamado que había recibido de Dios para ayudar a que otros sobrevivieran.
“He encontrado mi propósito”, relataba Sergio, sonriendo alegremente mientras limpiaba sin vergüenza el sudor que enmascaraba ocasionalmente una lágrima. “Dios me ha llamado a llevar el mensaje de esperanza a un mundo herido y moribundo, un salvavidas a los niños de Juárez, para revertir la maldición en sus vidas, tal como lo hizo conmigo.”
“Me transformé en el producto de mi entorno y allá no había nadie para ayudarme a salir. Descubrir a Dios, que Él me ama y se preocupa por mí, fue lo que me salvó la vida”, dice Sergio, ahora ministro y parte del equipo ministerial de los Ministerios Kenneth Copeland. “Su Palabra me dio nueva vida. Me dio esperanza y victoria. Eso es lo que estos niños necesitan. Debemos mostrarles la salida, la forma de escapar. ¡Para eso estamos aquí!”
“La ciudad de Juárez es considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo. Muchos de sus niños todavía están atrapados en un círculo vicioso inundado de drogas y sin salida a la vista. Dios me ha llamado a ayudar, y una de las formas en que me está ayudando a hacerlo es construyendo una iglesia aquí en Juárez; un lugar donde los niños pequeños pueden encontrar esperanza a través de la Palabra de Dios.”
La primera vez que compartimos acerca de Sergio y su difícil situación fue en un artículo publicado en esta misma revista en marzo de 2014. De niño, y creciendo en el corazón infestado de drogas de la ciudad de Juárez, Sergio fue testigo impotente de cómo su padre alcohólico abandonaba a la familia cuando solo tenía 2 años, y de como su madre, adicta al alcohol, recurría a la prostitución; eventualmente, estos estilos de vida condujeron a ambos a la muerte prematura. Como casi todas las personas que nacen en esa cultura, Sergio nunca se vio a sí mismo viviendo de otra manera que no sea sumido en la pobreza, rodeado de drogas y muerte prematura.
“Vivíamos en un área apodada el ‘Callejón de la Heroína’ (Heroin Alley)”, recuerda Sergio de su difícil situación en el libro recientemente publicado: El Profeta de mi propia vida. “Cientos de personas cruzaban la frontera mexicana casi a diario desde los Estados Unidos para comprar heroína en las calles. Toda el área estaba, y sigue estándolo hasta el día de hoy, infestada de drogas, llena de bares y burdeles, y repleta de prostitutas. Cualquier día podías ver a las personas sentadas en público, fumando droga, inyectándose con agujas y jeringas, o preparando dosis de cocaína mezclada con crack en cucharas sobre las llamas.”
“Esto es lo que veía todos los días de niño en Juárez. Cuando tenía 6 años, entendí lo que era la pobreza. También me di cuenta de que estábamos inmersos en ella. Nos mudábamos mucho porque mi madre tenía problemas para pagar el alquiler. Una de las casas en las que vivíamos no tenía techo, ni pisos de cemento, ni ventanas. Cuando llovía, simplemente nos empapábamos. Nos calentábamos al calor de las linternas de querosene y de la estufa de cocinar. Tampoco teníamos un refrigerador.”
“La mayor parte de lo que sé sobre mi madre es por experiencia propia. Lo viví.”, relata Sergio en su libro. “Pero hay tanto que no sé, y mucho más que a veces desearía no saber.” Sobre su padre, escribe: “Decir que mi padre era un padre ausente sería demasiado generoso. Mi papá nos dejó cuando tenía 2 años y se mudó a El Paso. Lo vi menos de una docena de veces después de ese entonces. Una de esas veces fue la noche en que murió.”
Una vida de esperanza
Después de pasar más de 20 años luchando contra sus propias adicciones a las drogas y al alcohol, testigo impotente de cómo su vida se hundía en un oscuro abismo generado por el entorno en el que había crecido, Sergio conoció a la mujer con la que luego se casaría, quien le presentó una vida de esperanza, libertad y liberación, a través de una relación con Jesucristo. Esa relación, dice, no solo cambió su vida para el bien, sino que también puso una carga en su corazón para ayudar a la gente de Juárez, y especialmente a los niños, para que conocieran esa misma esperanza, libertad y liberación.
Años más tarde, en marzo de 2014, Sergio regresó a Juárez totalmente renovado, no solo como ex ciudadano, sino como ministro del evangelio. Por orden del Señor, había alquilado el estadio donde solía trabajar y estaba allí para organizar una cruzada cristiana que incluía pastores de Lima, Perú; Venezuela y los EE. UU. Fue durante ese tiempo que el Señor comenzó a hablarle sobre la construcción de una iglesia en Juárez.
Sin cuestionar a Dios, Sergio comenzó a elaborar un plan. Después de hacer varios viajes a Juárez para reunirse con funcionarios de la ciudad, comprar terrenos, obtener permisos de construcción y organizar un equipo para supervisar el proceso, Sergio regresó a la ciudad en octubre de 2019 para dar comienzo a un edificio de un piso, sede de una iglesia. Irónicamente, el edificio, que tendrá aproximadamente 40 metros de largo y 13 metros de ancho, se erigirá en un lote de menos de 1.000 m2 de superficie y situado a kilómetro y medio al sur del asentamiento donde Sergio pasó su niñez.
Una vez finalizada, la iglesia tendrá capacidad para unas 400 personas. Estará equipada con una cocina, donde unos 250 niños podrán recibir comidas gratis todos los días, reveló Sergio. Cuando los fondos estén disponibles, se agregará un segundo piso que hará las veces de orfanato.
Pasos de fe
Es cierto que un proyecto como este es costoso. Pero Sergio dice que no le preocupa el financiamiento.
“Todo esto es un gran paso de fe”, relata. “Es como cuando los cielos se abren y uno sabe cuál es su propósito en la vida. Ahora sé para qué me hizo Dios, y eso será un conducto para ayudar a estas personas. Algunas personas han escuchado lo que estamos haciendo y han sembrado semillas en el proyecto, y les estoy muy agradecido. Estamos tomando esa semilla y comenzando el proceso.”
Todos los ingresos de la venta de su libro también se destinarán al proyecto, agrega Sergio.
“En última instancia, Dios está a cargo y se encargará de ver su finalización”, comparte Sergio. “No sé cómo vendrá el dinero, y no estoy tratando de resolverlo. Solo sé que esto es algo que Dios ha puesto en mi corazón y que sucederá.”
Ya están viendo resultados positivos, reporta Sergio.
“Recientemente hablé con una joven que tenía unos 19 años y que tenía un hijo pequeño. Vivían en una habitación de unos 3 m2, amoblada con una cama pequeña a un lado de la habitación, un baño al otro, una cocina improvisada y un pequeño calentador de querosene. Mientras hablaba con ella, pude ver la desesperación en su rostro. ¡A los 19 años, ya se había dado por vencida! ¡Estaba tan contenta de vernos allí!”
“Hablé con otra joven que acababa de llorar”, compartió Sergio.
“Finalmente”, me dijo, “podemos ver una luz al final del túnel. No tenemos esperanza. Todo lo que vemos aquí es desesperación, hambre y necesidad.”
“Todo lo que pude decirle fue que Dios está a punto de ponerle fin a la situación.”
Los niños también ya están comenzando a beneficiarse de la presencia de Sergio y su equipo.
“Ya tenemos servicios religiosos el domingo, en los terrenos donde se está construyendo la iglesia”, dijo. “En mi última visita allí en octubre, compramos zapatos deportivos y los distribuimos entre 73 niños.”
De pie a un costado, observando cómo los trabajadores cavaban zanjas y comenzaban a apilar bloques de cemento para formar las paredes de la iglesia, Sergio parecía asombrado.
“Tengo que pellizcarme cuando veo que esto realmente está sucediendo”, expresaba.
“Esto es grandioso en el corazón de Dios”, dijo Sergio. “¡Por el bien de estas personas, tiene que suceder!”
Confiado en que sucederá, Sergio sigue avanzando.
“Juárez todavía se considera una de las ciudades más peligrosas del planeta”, dice Sergio. “Creo que por eso Dios me ha llamado a regresar: para ayudar y producir un cambio.”