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noviembre, 2019 No hay comentarios
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La Voz de Victoria del Creyente noviembre, 2019
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Joe Weiss contempló las impresionantes vistas de Vancouver, Columbia Británica. Una ciudad costera, estaba cobijada bajo un cielo azul zafiro que reflejaba el agua de la Bahía inglesa y la entrada de Burrard. Era junio del 2009 y, en los dos años que había vivido en esta ciudad, todo había sucedido tan rápido que algunos días parecía un sueño.

En el 2003, Joe había sido contratado en ingeniería por la Corporación de Hoteles Hyatt en San Diego, a pesar de no tener un título de ingeniero a su nombre. En su casa en Minnesota, su padre era dueño de una empresa constructora y Joe había aprendido a leer planos. En su paso por San Diego, Joe había conocido a Jessica, que también trabajaba para la corporación Hyatt, y se habían casado. Había intentado avanzar en su carrera profesional solicitando un puesto en Denver, Colorado, pero ese plan había fracasado. En el 2007 se abrió un puesto en un Hyatt en Vancouver. Aunque parecía que el trabajo sería más un descenso que un ascenso, Joe decidió aprovechar la oportunidad y fue contratado. Su primer desafío: preparar el hotel para los Juegos Olímpicos de invierno de 2010. 

A dos meses de su llegada, el jefe de Joe renunció y, dos días más tarde, Joe se convertiría en el flamante Director de Ingeniería. “La empresa aún no lo sabe”, le había compartido el entonces gerente general. “Quieren a alguien más experimentado. Quiero que te dediques a esto por un par de meses. Si mantienes el barco a flote, será tuyo.”

A sus 26 años, Joe se había convertido en el Director de Ingeniería más joven en la historia del Hyatt.

De repente, Joe había encontrado un lugar del que disfrutaba. Amaba su trabajo, amaba la ciudad de Vancouver y amaba a su familia, que ahora incluía a Jessica, su hija Joslyn y un nuevo bebé en camino. No podía imaginarse una vida mejor.

Un golpe bajo

El teléfono de Joe sonó.

“Cariño, sucedió lo más extraño”. Era la voz de Jessica. “Creo que tuve un accidente en la cama y me mojé. No creo que sea gran cosa.”

Joe insistió en que Jessica visitara a su médico para asegurarse.

“Tus membranas se han roto”, le informó el médico. “Entrarás en trabajo parto en las próximas 24 horas y el bebé no sobrevivirá. Solo tienes 19 semanas y la viabilidad para un bebé prematuro es de 24 semanas. De no comenzar el trabajo de parto, desarrollarás una infección dentro de las primeras 72 horas.”

A continuación, la doctora dio el golpe bajo menos esperado.

“Tendremos que dar a luz al bebé para salvar tu vida”, dijo el médico. “Tu bebé no sobrevivirá.”

Joe recuerda: “Esos fueron días muy oscuros. Nunca nos habíamos enfrentado a algo semejante.”

“Su doctora la derivó para una consulta en el Hospital de Mujeres de Columbia Británica”, relata Joe. “Su Departamento de Medicina Neonatal maneja todos los embarazos de alto riesgo en el oeste de Canadá. Después de una ecografía adicional, nos reunimos con dos médicos. La primera, que acababa de convertirse en médica y todavía estaba en formación, parecía como si irradiara luz. Cuando escuchó los latidos del corazón del bebé, expresó: ‘¡Qué bebé tan hermoso y saludable!’”

Acto seguido, el otro, un médico más experimentado, les dijo: “La ecografía revela que sólo tienes el 2,5% de tu líquido amniótico. En este centro no recomendamos continuar un embarazo a menos de que exista un 10%. Sufres de una afección denominada placenta previa. Eso significa que tu placenta está unida en el lugar equivocado y que la misma cubre tu cuello uterino. Si comienzas con trabajo de parto, corres el riesgo de desangrarte.”

“El treinta por ciento de la placenta ya está desprendida”, continuó el médico. “Seguirá desprendiéndose y hay un gran coágulo de sangre detrás de la misma. Tu hijo está recibiendo un 30% menos de nutrientes y oxígeno de lo necesario. Si llegaras a completar el término del embarazo, algo que no sucederá, él solamente tendría un 15% de posibilidades de supervivencia y solo un 3% de posibilidades de nacer sano y normal. Podría tener los pies deformes, deformidades faciales, nacer ciego, sordo y estar confinado a una silla de ruedas y depender de un suministro de oxígeno de por vida. Sus pulmones no pueden crecer y podría asfixiarse sin oxígeno.” 

Finalmente llegaron las palabras más desgarradoras:

“Recomendamos una interrupción clínica del embarazo”, dijo el médico. “¿Tienen familiares con los que puedan comunicarse?”

Sorprendido e incrédulo, Joe respondió: “No tenemos familia en Canadá, pero tenemos familia en la iglesia.”

“Tenemos un equipo en espera para dar comienzo al procedimiento”, continuó el médico. “¿Necesitan 15 minutos a solas?”

“No”, respondió Joe. “Tenemos que ir a casa y orar.”

En casa, Joe y Jessica oraron por dirección. Después de hablar con sus dos familias, llamaron y programaron el procedimiento para la siguiente semana.

Vida y Muerte

Ni Joe ni Jessica habían oído hablar de los Ministerios Kenneth Copeland. Pero una compañera de trabajo de Joe, una creyente aguerrida, era colaboradora de KCM. Cuando se enteró de su situación, el Señor le dio pasajes de las Escrituras para compartir con la pareja; una de las referencias era Jeremías 1:5: «Te conocía aun antes de haberte formado en el vientre de tu madre; antes de que nacieras, te aparté y te nombré mi profeta a las naciones.» (Nueva Traducción Viviente).

Cuando la compañera de trabajo los llamó para compartirles las citas bíblicas, Joe cortésmente le dijo a la mujer: “Gracias, pero ya hemos programado un aborto.”

La mujer colgó en medio de un llanto y el Señor le dio dos instrucciones adicionales. Primero, le dijo que los animara a asistir a un próximo seminario de sanación en su iglesia. Luego, le dijo que les diera a Joe y Jessica una serie de cintas de Gloria Copeland titulada: Dios puede cambiarlo – (God Can Turn It Around).

Tres días antes de la cirugía, Jessica estaba en reposo estricto. Mientras trataba de quedarse quieta, el bebé no cooperaba. Seguía moviéndose, poniendo en evidencia su presencia. Joe nunca había experimentado algo tan sombrío. Ese era su hijo. ¿Cómo hubiera sido su aspecto físico?, se preguntó.

El teléfono sonó. Eran algunos miembros del grupo de vida de su iglesia.

“¿Podemos ir a su casa?”, preguntó la persona al otro lado del auricular.

“Claro”, respondió Joe.

“Ábrenos. Estamos abajo.”

Tomando una posición

“Acabamos de finalizar el primer día del servicio de sanación de dos días en la iglesia”, explicó uno de los visitantes. “El tema central giró en torno de abortos involuntarios y embarazos. Cuando terminó, nos sentimos guiados a venir a visitarlos. Creemos que deberían estar presentes mañana por la noche.”

A pesar de estar en reposo, Jessica y Joe decidieron asistir al servicio de sanidad la noche siguiente. En el camino, Jessica le dijo a Joe: “Siento que tenemos un as en nuestra manga.”

“¿A qué te refieres?”

“Independientemente de lo que escuchemos, veamos o sintamos esta noche, debemos confiar en que hemos recibido nuestro milagro y cancelar el aborto.” En ese momento, los dos llegaron a un acuerdo, oraron y le dijeron al Señor que no interrumpirían el embarazo.

Durante el servicio de sanación, una mujer tocó la espalda de Jessica y le dijo: “No te conozco, pero siento que el enemigo te está atacando. ¿Conoces el Salmo 91?”

“No.” 

Eso fue todo lo que dijo la mujer.

El mensaje predicado esa noche confirmó su resolución.

Más tarde llamaron a Jessica al frente, donde los ministros la ungieron con aceite y oraron por ella.

“Sabíamos que habíamos recibido nuestro milagro”, comenta Jessica. “El lunes fuimos al hospital para una ecografía. Esperábamos que el ultrasonido mostrara líquido amniótico en mi útero. Eso documentaría nuestro milagro. En cambio, las cosas habían empeorado. La cantidad de líquido amniótico ni siquiera era medible.”

“No recomendamos continuar con el embarazo”, explicó el médico por segunda vez.

“Hemos decidido continuar con el embarazo”, respondió Joe.

“Necesito saber por qué”, preguntó el médico.

“Ya nos ha dicho que no hay nada que pueda hacer”, respondió Joe. “No hay nada que podamos hacer, por lo que hemos decidido poner nuestra fe en Dios.”

“Independientemente de su fe, no pueden cambiar el hecho de que la bolsa de agua de su esposa se rompió en la semana 19”, replicó el médico. “No íbamos a compartirles este detalle porque habían decidido interrumpir el embarazo. Pero ahora, queremos que sepan que su hijo tiene los indicadores del Síndrome de Down.”

Camino a casa, Jessica se derrumbó en llanto, sollozando sin control. Ella no quería hablar con nadie más que con su pastor.

“Nuestro pastor vino a visitarnos y le contamos todo”, relata Joe.

“Nos dijo: ‘No se equivoquen, están en una batalla espiritual. Estaremos peleando con ustedes. Pero puedo decirles que, cuando estoy con Dios, realmente creo que estoy en ese 3% de posibilidades.” 

Jessica permaneció en reposo estricto en su cama, con órdenes de llamar al 911 a la primera señal de sangrado.

“Empecé a leer y a confesar el Salmo 91 mañana y noche”, recordó. “También comencé a escuchar a Dios puede cambiarlo. A través de esas cintas, aprendí el poder de permanecer en la Palabra de Dios como autoridad final.”

La viabilidad para el bebé ocurriría en la semana 24. Jessica sofocó un suspiro cuando se despertó la mañana de la semana 23, día 6, ¡agradeciendo al Señor por otro día! Esa noche, sin embargo, había pasado un gran coágulo de sangre. El miedo trató de apoderarse de Jessica mientras marcaba el 911. A medida que la subían a la ambulancia, el Salmo 91 comenzó a ministrarle: «A tu izquierda caerán mil, y a tu derecha caerán diez mil, pero a ti no te alcanzará la mortandad.» La paz y la alegría sobrenaturales comenzaron a brotar en su interior.

A la mañana siguiente, Jessica se despertó sabiendo que el bebé ahora era viable. Aun así, oró por más tiempo. Todos los días, los médicos entraban, sorprendidos de que ella todavía estuviera allí, y le recordaban que no llevaría un bebé a casa. Impulsada por una escritura que le dio su pastor, Jessica comenzó a escribir un diario y un nuevo versículo para mantenerse firme cada día. Después de dos semanas y media, se fue a casa, con su embarazo aún intacto.

Un Festival de Alabanza

Todos los días llegaban enfermeras a la casa para controlarla, y todos los lunes le hacían una ecografía.

Aun así, llegó el día en que la realidad de la situación de Jessica la tomó por sorpresa. Agotada y abrumada, entró a la ducha con la idea de celebrar un “festival de lástima y autocompasión”. En cambio, una música de alabanza comenzó a sonar en su mente. Rindiéndose ante esos sonidos, levantó los brazos y comenzó a alabar.

Arrastrándose de regreso a la cama, tomó un libro de su mesa de noche por Stormie Omartian titulado “El poder del padre que ora”. En la página de dedicación, la cual leyó por primera vez, encontró la cita de Lamentaciones 2:19: «¡Vierte tu corazón, como un torrente, en la presencia del Señor! ¡Levanta hacia él las manos y ruega por la vida de tus pequeños.»

Ese no era su plan, pensó Jessica, pero eso era exactamente lo que había hecho tan solo minutos antes.

Cada semana Jessica veía al médico, y cada semana todo seguía igual. Cada semana le decían: “Lo más probable es que no lleves a tu bebé a casa del hospital.”

Si bien sus familias al principio no estaban de acuerdo con su decisión, con el tiempo cambiaron de parecer. La madre de Joe incluso pagó por una niñera de tiempo completo para Joslyn para que Jessica pudiera quedarse en la cama. Joe y Jessica no tenían idea de que su grupo de vida había estado ayunando por ellos. Tampoco sabían que el grupo había solicitado ayuda de la iglesia para proveerles de comidas mientras Jessica descansaba en cama. Un día, cuando Joe bajó las escaleras para recoger una comida que estaba siendo entregada, miró en estado de shock a la mujer que hacía la entrega. ¡Era la misma doctora que habían conocido en el Hospital de Mujeres de Columbia Británica, aquella que irradiaba luz!

“¡Eres esa médica!”, dijo Joe.

“¡Ustedes son esa pareja!”, respondió la mujer. “Siempre me he preguntado qué les pasaría. ¡He tenido mi Grupo de Vida orando por ustedes!”

Ninguno de los dos sabía que eran miembros de la misma iglesia.

Habiéndolo hecho todo… mantente firme

Dos semanas después, Jessica regresó al hospital debido a una hemorragia y estaba preparándose para ser dada de alta e irse a casa. Una amiga había venido a visitarla. Inclinándose para darle un abrazo, exclamó sorprendida:

“¡Estás sangrando!”

Sin pensar, Jessica saltó de la cama. Cuando se puso de pie, sintió algo similar a globos de agua llenos de sangre que caían de su cuerpo. Saltó de nuevo a la cama mientras su amiga pedía ayuda. Jessica fue llevada de urgencia a la sala de operaciones para una cesárea de emergencia. Tres equipos individuales estaban trabajando en ella y en el bebé cuando llegó Joe.

Afuera del quirófano, al darse cuenta de que podría perder a uno o a ambos, Joe se arrodilló y oró pidiendo que la gloria de Dios inundara el quirófano.

Luego, vestido con una bata de hospital, entró a la sala de operaciones.

Caleb Jeremiah Weiss era un 30% más grande que su edad gestacional cuando nació. Pesaba 2 libras y 14 onzas… y nació muerto.

Nadie, excepto Joe y Jessica, esperaba que estuviera vivo. El personal del hospital retiró el cuerpo sin vida de Caleb mientras trabajaban en Jessica.

Entonces, algo sucedió.

¡Dios inició el latido del corazón de Caleb y el bebé dio señales de vida! A pesar de las probabilidades, ¡el hijo de Joe y Jessica estaba vivo!

En ese momento, una enfermera señaló la cámara de seguridad.

“¿Tienes familia aquí?”, preguntó ella.

Al mirar a la cámara, Joe y Jessica vieron que los miembros de su Grupo de Vida se habían reunido en el pasillo.

“Una de mis oraciones había sido que el médico de cabecera de la UCIN (Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales) estuviera allí cuando Caleb naciera”, recuerda Jessica. “Nos había dicho: ‘Sé que estás en una situación negativa pero, si pones a tu bebé en mis manos, seré agresivo’. Él no estaba presente cuando comencé el trabajo de parto, pero mientras estaba en recuperación, apareció y me dijo: ‘Firma esto. Acabo de darle una transfusión de sangre a tu bebé sin tu aprobación’”.

Caleb era el bebé más enfermo de la UCIN. Mientras que la mayoría de las enfermeras cuidaban a cuatro bebés, la condición de Caleb era tan crítica que tenía una enfermera asignada solo para él. Estuvo medicamente paralizado durante dos días, para que no luchara contra las máquinas que lo mantenían con vida.

En contra de todos los pronósticos

“Cuando me dieron de alta, sabíamos que no siempre podíamos controlar lo que se decía sobre él”, recuerda Jessica. “Entonces, publicamos la Palabra de Dios sobre él en su pizarra: «El niño crecía y se fortalecía; progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba.» (Lucas 2:40, Nueva Versión Internacional).”

“Todos los días me reunía con el médico y le preguntaba: ‘¿Cuáles son sus preocupaciones del día?’ Un día me dijo que estaba preocupado por su corazón, otro día por su cerebro, otro día por sus riñones. Todos en nuestro Grupo de Vida oraban por cada preocupación que surgía y, sin falta, al día siguiente había quedado resuelta. El sexto día, el médico nos informó: ‘No tengo más preocupaciones. Hoy le estamos quitando el tubo de respiración. Ahora solo necesita crecer, y luego puede irse a casa.”

Diez días antes de su fecha de parto, Joe y Jessica llevaron al pequeño Caleb a casa: un bebé sano y normal de 7 libras.

“Una vez que lo llevamos a casa, Caleb continuó creciendo y fortaleciéndose”, comenta Jessica. “No solo era físicamente fuerte, sino que las pruebas mostraron que su capacidad cognitiva era superior. Todo lo que dijeron los médicos que le sucedería, nunca sucedió. Todos estaban asombrados. Uno de ellos incluso se ofreció a estar en un documental que hizo nuestra iglesia.”

Desde el nacimiento de Caleb, Jessica y Joe han tenido dos hijos más: Levi, ahora de 7 años; y Zoe, de 4 años. Hoy, a los 10 años, Caleb es un corredor de esquí alpino.

“Le enseñé a esquiar en las pistas de conejito”, explica Joe. “Cuando lo inscribimos en clases de esquí, el entrenador nos dijo: ‘He sido entrenador durante 10 años, y hoy ha sido mi mejor día. Lo que Caleb está haciendo, no debería poder hacerlo a su edad’. Inscribimos a Caleb en un club de esquí cuando tenía 6 años. Entonces Joslyn y Levi se le sumaron. A los 10 y 7 años, Caleb y Levi son corredores de esquí. Aman la velocidad. Caleb ganó el Premio Abby, que se otorga a un candidato entre 180.”

Después de ver a Dios moverse de una manera tan poderosa en sus vidas, Joe y Jessica decidieron aprender más sobre la fe asistiendo a las reuniones de KCM, bajo la enseñanza del hermano Copeland. No mucho después, Joe renunció a su puesto en la Corporación Hyatt para comenzar su propio negocio. Mientras tanto, no podía ignorar el empujón que sentía de involucrarse en el ministerio y ayudar a difundir el evangelio.

En la primavera de este año, el pastor de Joe le contó sobre el puesto de director que se había abierto en la oficina de KCM en Canadá. Después de una serie de entrevistas, Joe fue llevado a Fort Worth para reunirse con Kenneth y Gloria Copeland. Poco después, ese puesto le pertenecía.

“Me gusta ser colaborador de KCM”, dice Joe. “Sé que oran por nosotros a diario y me gusta estar vinculado a su unción. Ahora, como director de KCM Canadá, mi sueño es tener un impacto positivo en la vida de las personas como experimentamos en la nuestra. Quiero que otras personas experimenten sus milagros.”


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