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Kenneth Copeland

Alaba a Dios y prospera

noviembre, 2019 No hay comentarios
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Alaba a Dios y prospera
La Voz de Victoria del Creyente noviembre, 2019
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La próxima vez que te enfrentes a un problema tan grande que no exista manera terrenal de resolverlo, y que estés preguntándote qué hacer, te recomiendo que leas en 2 Crónicas 20 sobre la situación de imposibilidad que enfrentaban el Rey Josafat y el pueblo de Judá. Estudia cómo la superaron, y luego sigue su ejemplo.

Lo que ellos hicieron fue un modelo que, en cualquier situación, garantizará un 100% de éxito. Este modelo les permitió triunfar sobre una amenaza que era mucho más grave y abrumadora que cualquier cosa que la mayoría de nosotros alguna vez encontraremos. No sólo los conservó, sino que los prosperó en un momento en que toda su nación estaba a punto de ser eliminada.

Es posible que recuerdes la historia. Un gran ejército enemigo se había reunido en la frontera de Judá, a punto de atacarles. Sus filas de soldados se contaban entre las multitudes y el ejército mucho más pequeño de Judá no tenía ninguna esperanza en lo natural de luchar contra ellos.

Josafat, un rey piadoso y experimentado en batalla, sabía que militarmente era una situación mortal. Para que su nación sobreviviera tendrían que ganar un enfrentamiento naturalmente imposible y derrotar a un enemigo aparentemente invencible. Entonces, ¿qué hizo Josafat?

«Lleno de miedo, Josafat se dispuso a consultar al Señor» (versículo 3).

¿Lo entendiste? Ahí está tu primera clave para la victoria. Cuando te encuentres con un problema tan grande que te asuste, no toleres el miedo. Prepárate para buscar a Dios. Apaga la televisión y abre tu Biblia. Ora y ten comunión con el Señor hasta que escuches de Su parte.

“Pero hermano Copeland”, podrías decir, “a veces no sé cómo orar cuando me siento abrumado por una situación. No estoy seguro de qué decir o por dónde empezar.”

Entonces estudia a Josafat y comienza de la misma manera que él lo hizo cuando oró por su dilema. Él comenzó alabando a Dios. Al mando del pueblo de Judá, que se había reunido para orar con él, en lugar de enfocarse primero en el problema y magnificarlo, él magnificó al Señor:

Lo alabó por su gran poder y habló sobre cómo gobierna desde el cielo sobre todos los reinos de la tierra y nadie puede resistirlo (versículo 6).

Lo alabó por Su fidelidad con Su pueblo en el pasado y por cómo les había dado la tierra y expulsado a sus enemigos delante de ellos (versículo 7). 

Lo alabó por prometerle darles la tierra para siempre y por prometer que, si alguna vez el mal los atacara, ya sea por espada, juicio, pestilencia o hambre, podrían venir a Su presencia, invocarlo, y Él los escucharía y ayudaría (versículos 8-9).

¡Así es cómo debes orar cuando estés en problemas! Así es como oras cuando tienes dificultades financieras y estás tan endeudado que no sabes cómo salir. O cuando el demonio te está atacando y sólo Dios mismo puede evitar que te hundas.

También es la manera en que oras cuando todo está bien.

Comienzas diciéndole a Dios lo grande y maravilloso que es. Lo adoras y declaras: “SEÑOR, eres tan poderoso que contigo a mi lado no tengo nada que temer. Eres tan bueno y misericordioso, que puedo confiar en ti para que reviertas esta situación que el diablo diseñó para hacerme daño y cambiarla para mi bien. Eres tan fiel y me has hecho tantas promesas maravillosas que sé que, si me mantengo firme en Tu PALABRA, ¡no puedo fallar!”

Una vez que le hayas dado al SEÑOR ese tipo de alabanza, estarás listo para pedir con fe lo que necesites. Podrás depositar el problema directamente en Sus manos y esperar que te brinde la solución, tal como lo hizo Josafat.

Él finalizó su oración ese día pidiéndole a Dios que tratara con la gente de Amón, Moab y del monte Seir, que estaban a punto de lanzar un ataque sin provocación en contra de Judá. Al recordarle a Dios que Judá nunca había dañado a esas naciones, sino que las había dejado en paz, Josafat hizo esta solicitud: 

«¡y ahora ellos nos pagan tratando de arrojarnos de la tierra que tú nos diste en propiedad! ¡Dios nuestro! ¿acaso no los vas a juzgar? Nosotros no tenemos la fuerza suficiente para enfrentar a ese gran ejército que viene a atacarnos. ¡No sabemos qué hacer, y por eso volvemos a ti nuestra mirada!» Todo Judá estaba de pie delante del Señor, con sus mujeres y sus hijos.» (versículos 11-13).

Alabando sin medida

¿Qué pasó a continuación?

¡Dios apareció en escena! (Él siempre aparece cuando Su pueblo lo alaba y se vanagloria de Él). Se movió en medio de la congregación y se manifestó a través de uno de los profetas allí presentes, entregando un mensaje para la gente:

«¡Escúchenme ustedes, habitantes de Judá y de Jerusalén! ¡Y escúchame tú, rey Josafat! El Señor les dice: “No tengan miedo ni se amedrenten al ver esta gran multitud, porque esta batalla no la libran ustedes, sino Dios. Mañana, cuando ellos suban por la cuesta de Sis, ustedes caerán sobre ellos… En este caso, ustedes no tienen por qué pelear. Simplemente quédense quietos, y contemplen cómo el Señor los va a salvar. Judá y Jerusalén, no tengan miedo ni se desanimen. ¡Salgan mañana y atáquenlos, que el Señor estará con ustedes!”».  Entonces Josafat se inclinó de cara al suelo, lo mismo que todos los de Judá y los habitantes de Jerusalén; se postraron delante del Señor, y lo adoraron.  Luego se levantaron los levitas coatitas y coreítas, y a gran voz alabaron al Señor y Dios de Israel. (versículos 15-19).

Observa, una vez más, lo que hicieron después de que Dios habló. Alabaron a viva voz. Creyeron lo que les dijo y lo alabaron como si la batalla ya estuviera ganada, incluso antes de que comenzara.

Tampoco se detuvieron allí.

Al día siguiente, antes de partir para encontrarse con el enemigo, Josafat volvió a hablarles y les dijo: «¡Escúchenme, habitantes de Judá y de Jerusalén! ¡Crean en el Señor su Dios, y serán invencibles; crean en sus profetas, y obtendrán la victoria!»  Después de reunirse con el pueblo para ponerse de acuerdo con ellos, Josafat nombró a algunos para que, ataviados con sus vestimentas sagradas, cantaran alabanzas al Señor, mientras el ejército salía con sus armas. Y decían: «¡Demos gloria al Señor, porque su misericordia es eterna!» (versículos 20-21).

Leí esos versículos durante años y concluí que fue el Señor quien le dijo a Josafat que nombrara a esos cantantes. Sin embargo, no fue así. Fue la gente. Josafat los consultó y a ellos se les ocurrió la idea.

Una vez que el equipo de adoración estuvo ensamblado, lideraron el camino cantando y alabando a Dios con el ejército detrás de ellos. Y mientras alababan, Dios entró en acción. Despachó a las huestes angelicales y salieron adelante y emboscaron a las fuerzas enemigas. Pusieron a los amonitas, a los moabitas y a la gente del monte Seir unos contra otros y lucharon entre ellos hasta que fueron completamente destruidos. Ninguno quedó en pie.

Cuando llegó el ejército de Judá, ya no quedaba nadie para luchar. Encontraron el lugar lleno de cadáveres, y lo que es aún más sorprendente: «…Josafat y su ejército se dieron a la tarea de despojarlos, y entre los cadáveres hallaron muchas riquezas, y vestidos y alhajas preciosas, y todo eso lo tomaron para sí. Era tanto el botín de guerra que no se lo podían llevar, así que durante tres días estuvieron recogiéndolo.» (versículo 25).

¡Eso es algo extraño! ¿Por qué estos soldados enemigos habrían llevado tanto dinero con ellos a la batalla? ¿Qué podría haberlos motivado a pensar: Tengo una idea, llevemos todas nuestras joyas a la batalla?

Es difícil de imaginar. Pero supongo que los ángeles de Dios también estuvieron involucrados en eso. Estaban preparando las cosas para que, además de alabar su camino hacia una victoria milagrosa, el pueblo de Dios prosperara tanto en el proceso, que personas como nosotros los estudien y sigan su ejemplo. De hacerlo, usaríamos el arma de alabanza contra las fuerzas del diablo y libraríamos a los ángeles para que hicieran lo mismo por nosotros.

No descuides a tus ángeles

“Pero hermano Copeland, esa es una historia del Antiguo Testamento. ¿Podemos realmente seguir ese modelo y esperar que Dios aparezca en escena y que los ángeles luchen por nosotros como creyentes del Nuevo Testamento en nuestra época?

Seguro que podemos. ¿Recuerdas lo que pasó con Pablo y Silas en Hechos 16, y cómo oraron y cantaron alabanzas a Dios cuando fueron encerrados en un calabozo por predicar el evangelio? ¡El poder de Dios golpeó ese lugar con tanta fuerza que la tierra tembló, las cadenas que los retenían se cayeron y todas las puertas de la prisión se abrieron de golpe!

Recuerda lo que dice Mateo 18:10 acerca de los ángeles asignados a cada niño pequeño, y lo que Hebreos 1:14 dice acerca de que todos los ángeles son: «…espíritus ministradores, enviados para servir a quienes serán los herederos de la salvación». 

Hoy tenemos todo esto a nuestra disposición de la misma manera que Josafat y Judá lo hicieron, ¡y más! Nacimos de nuevo y estamos llenos del Espíritu Santo de Dios. Tenemos a Dios no solo trabajando por nosotros, sino también trabajando en nosotros y a través de nosotros, y tenemos las huestes angelicales del cielo listas para servirnos, a cualquier hora del día o de la noche.

¡Simplemente no le hemos estado dando a nuestros ángeles suficiente trabajo! No hemos pasado suficiente tiempo estudiando lo que la Biblia dice acerca de ellos para utilizar plenamente su ministerio. No hemos sido diligentes para desarrollar la fe para darles las órdenes necesarias.

¿Por qué necesitamos ordenarles? Porque no tienen la autoridad para hacer las cosas por sí solos. Nosotros somos los que tenemos esa autoridad. Tenemos el Nombre de Jesús y el derecho de hablar la PALABRA de Dios por fe, y cuando hablamos a nuestros ángeles de acuerdo con esa PALABRA, ésta los libera y hacen lo que decimos.

¡Es una bendición tremenda! Los ángeles son seres poderosos. Como dice el Salmo 103:20 (PDT), son «soldados poderosos» y pueden hacer cosas asombrosas.

Tomemos por ejemplo lo que hicieron por mi buen amigo Ed Dufresne. Él ya se ha ido al cielo, pero hace años él y la iglesia que estaba pastoreando enfrentaron una situación aparentemente imposible. El banco les había dicho que tenían que hacer un pago de $300.000 dólares en el edificio de su iglesia dentro de unas pocas semanas o de lo contrario serían embargados.

Ya habían pagado una buena parte del edificio, por lo que ciertamente no querían perderlo. Pero, debido a que el valor de la propiedad había aumentado significativamente con los años, el banco se negaba a negociar. Se mantuvo firme en la fecha límite establecida y le exigió a la iglesia que pagara $300.000 de los $500.000 que aún debían en el edificio, o de lo contrario el banco ejecutaría la hipoteca.

Un día, cuando Ed estaba fuera de la ciudad, estaba orando por la situación en su habitación de hotel. De repente, escuchó lo que creía era alguien cerrando la puerta de la habitación del hotel. Pensando que alguien ajeno había recibido una llave de su habitación por error, se volvió hacia la puerta y, con los ojos bien abiertos, vio algo sorprendente.

De pie y con espadas desenvainadas, se encontraban dos de los hombres más grandes que hubiera visto en su vida. Se elevaban sobre él y eran tan altos que sus cabezas estaban a la altura del techo, que había desaparecido. 

“¿Quiénes son ustedes?”, preguntó. “¿Qué hacen aquí?”

“Somos tus ángeles de la prosperidad”, le respondieron. “Hemos venido para ayudarte con tu situación.”

“Entonces, ¿qué están esperando?”, preguntó Ed.

“Que nos des una orden”, le replicaron.

“¡Pues vayan!”, contestó Ed, y los ángeles desaparecieron.

Pasaron semanas después del incidente… y el dinero aún no llegaba. El día anterior a la fecha límite, Ed y su abogado estaban en la oficina tratando de averiguar qué hacer, cuando la secretaria de la iglesia golpeó a la puerta. Ella les dijo que había aparecido un hombre con traje de jogging pidiendo ver a Ed.

Aunque Ed no quería realmente reunirse con nadie, aceptó de mala gana y el hombre entró en su oficina.

“Te escuché predicar una vez”, le dijo a Ed, “y no me gustó. Me asustas. Pero salí a correr esta mañana y de repente supe que tenía que entregarte esto lo más rápido que pudiera”. ¡Acto seguido le entregó un cheque por $300.000!

¿Puedes imaginarte a esta persona corriendo esa mañana y a esos dos grandes ángeles corriendo junto a él? Encendieron tanto fuego en él que ni siquiera se tomó el tiempo para cambiarse de ropa antes de llevarle a Ed ese cheque.

Más adelante, ese mismo hombre vino a uno de los servicios religiosos de Ed. Cuando llegó el momento de la ofrenda, la persona que estaba recibiéndola anunció: “Hay alguien aquí que todavía necesita obedecer a Dios”, y luego señaló al hombre y le dijo: “Creo que eres tú”. Ed pensó para sus adentros: ¡No! No es él. ¡Ya le obedeció a Dios! Pero el hombre lo sorprendió nuevamente, al decir: “Sí, eso es correcto. Me equivoque en el monto de mi cheque anterior. La cifra original que recibí fue de $ 500.000”. Luego escribió un cheque por los $ 200.000 restantes, que pagaron la totalidad del edificio.

La alabanza que estalló en ese servicio cuando lo vieron hacerlo debe haber rivalizado con las alabanzas del pueblo de Judá. Deben haber cantado y alabado a Dios a viva voz. Pero puedo decirte, porque conocía a Ed, que habían estado alabando a Dios en medio de toda la situación. Ellos siguieron el modelo de 2 Crónicas 20 y obtuvieron 100% de resultados, y tú también puedes hacerlo.

Entonces, ¡sigue adelante y comienza a alabar! No esperes hasta que te enfrentes a una situación imposible. Haz que buscar a Dios, alabarlo y mandar a tus ángeles sea un estilo de vida continuo.

Posiciónate para la victoria. ¡Alaba a Dios y prospera todos los días! 


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