Hace algunos años estaba reflexionando sobre la historia de la Navidad, buscando más allá de las imágenes impuestas por la tradición, las cuáles reducen todo el evento a una simple tarjeta navideña. Este tipo de imágenes pueden enraizarse a tal punto en tus pensamientos que necesitarás un pensamiento del Espíritu Santo para olvidarlas.
Es como recurrir a cantar una canción para deshacerte de otra que está metida en tu cabeza (¡“Es un mundo pequeño” de Disney siempre funciona para mí!) Estaba buscando un pensamiento navideño que estuviera fuera de la perspectiva mundana habitual, o incluso la Cristiana. En resumen, quería un pensamiento celestial. Pedirle al Señor que te lo revele, acto seguido de orar en lenguas, es una manera segura de abrir las puertas a Sus misterios. ¡Oh, cómo ama el Señor compartir su corazón con aquellos que tienen hambre de verlo!
Realmente no sabía qué esperar, así que me sorprendí gratamente con la dulce revelación que me entregó. La primera parte de mi respuesta vino en forma de dos preguntas; la primera fue: ¿Quiénes fueron los primeros en escuchar las buenas noticias?
La segunda fue: ¿Quiénes fueron invitados a presenciar el momento culminante del cielo?
Los pastores, pensé.
La siguiente pregunta que pareció hacer el Espíritu Santo fue: ¿Por qué?
Aunque estoy segura de que hay varias explicaciones teológicas más profundas que la mía, la respuesta que recibí me tocó con ternura desde el corazón de Dios. Todo lo que puedo decir es que parecía haber una luz de amor encendida sobre esos pastores y vi lo que éstos representaban. En esa luz hubo un derramamiento de amor hacia ellos, pero no por misericordia o piedad. Por el contrario, fue por gratitud. El amor fluía a través de esa luz hacia ellos porque Dios estaba muy agradecido por ellos.
El Señor siempre se ha referido a Su pueblo como “Sus ovejas” y a Sí mismo como Su “Gran Pastor”. El Salmo 23 revela el gozo de la vida que viene a aquellos que Él pastorea y la satisfacción que Él tiene al darlo. Jeremías y Ezequiel profetizan con ira piadosa contra los pastores que dañan o abandonan a las ovejas en lugar de llevarlas al Gran Pastor. Su corazón a menudo estaba afligido cuando Israel vagaba como ovejas sin pastor, a pesar de que siempre estaba allí con vara y bastón para consolarlos.
Entonces, en la noche en que nació Jesús, tenía perfecto sentido que la noticia de que el Buen Pastor había nacido fuera revelada primero a aquellos que más lo entenderían.
«…He aquí, les traigo buenas noticias de una gran alegría que llegará a toda la gente. ¡Ha nacido este día y para ustedes en la ciudad de David un Salvador, Quien es Cristo (el Mesías) el Señor!” (Lucas 2:10-11, Biblia Amplificada, Edición Clásica).
Piensa en esas palabras y cómo impactaron a esos pastores, especialmente cuando en realidad estaban rodeados de ovejas. “En la ciudad de David” era el lugar del nacimiento del pastor más notable que podías encontrar en las Escrituras y, sin duda, el modelo a seguir.
Esos pastores conocían el significado de un Salvador; sin duda habían rescatado incontables veces a ovejas errantes y las habían llevado a la seguridad del redil. Ellos entendían a Cristo, el Ungido y Su Unción, porque vertían cuidadosamente aceite calmante sobre la cabeza de cada oveja, ungiéndolas con protección contra las picaduras de las moscas y la inclemencia del sol y el viento.
Pero cuando el ángel les declaró: “Quién es Cristo el Señor”, fueron sacudidos hasta lo más profundo de su ser. Muy a menudo habían visto los resultados desastrosos de un rebaño que quedaba en manos de un asalariado, sin verdadero corazón por las ovejas. Los lobos podían mezclarse al pasar desapercibidos y los ladrones robarse a los pequeños. Pero, cuando llega el dueño de la casa, actúa con tenacidad contra cualquier enemigo y nadie se atreve a tratar de quitarle ni un solo cordero de la mano, porque las ovejas le pertenecen.
Mientras sentía la profundidad de la ternura de Dios hacia los pastores creciendo en mi propio corazón, me di cuenta de que estos pastores de las colinas de Belén representaban a todos aquellos que realmente se preocupan por las ovejas. Primero, a aquellos que han dedicado toda su vida a alimentar a las ovejas de Su rebaño. Hebreos 13:17 dice que aquellos que enseñan la Palabra son responsables de velar por las almas puestas bajo su cuidado y que tendrán como resultado un mayor juicio (Santiago 3:1). Dios es muy serio acerca de cómo se maneja Su rebaño. Por otro lado, 1 Timoteo 5:17 dice que aquellos que trabajan en la Palabra y la doctrina son dignos de doble honra. Nuestro Padre celestial mostró Su estima por los pastores al honrarlos como los primeros en escuchar las buenas nuevas, los primeros en ver al Hijo de Dios y los primeros en saber que Dios ahora moraba entre Su pueblo.
¿No deberíamos seguir su ejemplo y dar honra a quien se merece honra? Debemos agradecer y bendecir a todos los pastores fieles, así como a los ministros de alcance, por el alimento espiritual y la guía que imparten en nuestras vidas. En segundo lugar, creo que debemos agradecer y apreciar abiertamente a toda persona que atiende las ovejas, ya sea jóvenes o viejas, y por todo lo que hacen. ¿Dónde estaríamos sin los maestros de la escuela dominical, los ujieres o los equipos de personas que guían el tráfico? ¿Dónde estaríamos el uno sin el otro?
Te animo a hacer algo durante todo el año para honrar, bendecir y amar aquellos dones ministeriales que Dios ha puesto en tu vida, pero especialmente durante la temporada navideña. Después de todo, ¡es el ejemplo que Dios nos dio!