Dios le está dando a Su pueblo ideas grandiosas en estos últimos tiempos.
Quizás haya puesto en tu corazón un sueño tan grande que parece imposible. Si tienes uno de esos sueños, pero estás luchando por que se haga una realidad, estoy aquí para decirte que tus días de lucha han terminado. Dios te dará lo que ha puesto en tu corazón.
Eres parte del Reino y el reino de Dios está dentro de ti (Lucas 17:21). Pero para que tu sueño inspirado por Dios sea materializado, deberás atravesar un proceso triple que te llevará al éxito.
Primero, deberás entender que tu herencia es proporcional a tu nueva identidad. En otras palabras, tu herencia llegará cuando te veas a ti mismo de la misma manera que Dios te ve a ti.
En Lucas 15, Jesús nos relata la parábola del hijo pródigo. Probablemente conoces la historia. Se trata de dos niños que no se veían a sí mismos como los veía su padre. No se veían a sí mismos como justos.
Un día, el hijo menor fue a ver a su padre para preguntarle sobre su herencia y le dijo: «Dame la parte de los bienes que me corresponde.» (versículo 12). La traducción “El mensaje” ofrece una traducción más literal. Dice: «Padre, ahora quiero lo que me corresponde.» En otras palabras, el hijo le dijo a Su padre: “Dame mi dinero. ¡Me voy de aquí!” Literalmente se iba. La Biblia dice que el padre del joven le dio lo que quería y el hijo se fue, se fue a un país lejano y en poco tiempo “desperdició todo lo que tenía” (versículo 13, El Mensaje). Lo siguiente que encuentras es que cayó tan bajo que contempló comer la comida de los cerdos.
La Biblia dice: «volvió en sí mismo» (versículo 17) y dijo: «¡Cuántos sirvientes contratados de mi padre tienen suficiente pan y de sobra, y yo perezco de hambre!». Pensó: Bueno, espera un minuto. Ser un sirviente en la casa de mi papá es mejor que esto. Me voy de regreso a casa.
Entonces, eso mismo fue lo que hizo.
Cuando su padre lo vio venir corrió hacia él, lo tomó y lo abrazó. Aunque debe haber estado agradecido por tal recepción, el hijo obviamente no la recibió. En cambio, dijo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y no soy digno ya de ser llamado tu hijo.» (versículo 21). El hijo esperaba que su padre lo tratara de manera diferente, pero su papá no lo permitiría.
Por el contrario, el padre instruyó a sus sirvientes a que hicieran planes para una celebración, «porque este hijo mío estaba muerto, y ha revivido; se había perdido, y lo hemos hallado.» (versículo 24).
Su padre lo vio como justo, como un hijo. Sin embargo, el joven no pudo entenderlo.
Por su parte, el hermano mayor tenía el mismo problema. Entró desde el campo y vio lo que estaba sucediendo y no podía creerlo. Se dijo: “¿Qué? ¿Quieres decir que después de que este chico tomó toda su herencia y la malgastó, desperdiciándola en una vida desenfrenada y vuelve a casa, le darás una celebración? ¿Qué hay de mí?”
“¡Espera un minuto, hijo!”, respondió el padre. “Todo lo que tengo es tuyo. Podrías haber tenido una celebración en cualquier momento que quisieras”. Por supuesto, estoy parafraseando la conversación, pero nos ayuda a establecer una idea general de lo que pasó.
¿Qué hizo que el hermano mayor no celebrara? Sólo una cosa: la manera en que se veía a sí mismo.
Ambos jóvenes necesitaban verse de la misma manera que su padre los veía. Necesitaban ver sus verdaderas identidades.
Primera de Juan 3:2 dice: «Amados, ahora somos hijos de Dios.» Esa es tu identidad, y debes aferrarte a ella en Cristo. Cuando logras hacerlo, el éxito está a la espera. Descubrirás que todo lo que Dios va a hacer por ti, en verdad ya lo ha hecho. El enemigo quiere que salgas de lo eterno y caigas en lo natural para poder retrasar tu cosecha. Sin embargo, es la hora de tu abundancia, ¡ahora mismo! No tienes que esperar por nada. ¡Puedes conseguirlo ahora mismo!
Dios es tu fuente
La segunda parte del proceso que te conducirá al éxito es darte cuenta de que Dios debe ser la única fuente de tus expectativas. El Salmo 62:5 dice: «Sólo en Dios halla tranquilidad mi alma; sólo en él he puesto mi esperanza.» Esto me recuerda a 1 Samuel 17, cuando Goliat estaba en primera línea, aterrorizando a Israel, y David dijo: «este siervo tuyo irá a pelear contra él.» El relato continua así: «El Señor me ha librado de las garras de leones y de osos, y también me librará de este filisteo.» Y Saúl le respondió: «Ve, pues, y que el Señor te acompañe.» Entonces Saúl le puso a David su propia ropa, y le puso un casco de bronce sobre la cabeza, y lo cubrió con una coraza. David se colocó la espada al cinto, e hizo el intento de caminar, pues nunca había portado un equipo así. Y como no pudo caminar, le dijo a Saúl: «No puedo moverme con estas cosas, porque nunca las he usado.» Y desechó esos arreos militares.» (versículos 37-39).
Al ofrecerle a David su armadura, Saúl estaba tratando de ayudar, pero David sabía que esa no era la mejor solución. La armadura de Saúl puede haber lucido como una buena idea, pero David sabía que esos recursos se convertirían en piedras de tropiezo. Tendría que mantenerse vigilante y asegurarse de que la armadura no se convirtiera en su fuente. Quería seguir confiando en Dios, así que «los desechó» y ganó la batalla.
Cuando Dios te da una misión, no busques tus propios recursos. Simplemente di: “Sí Señor”. Recibe la asignación que te ha dado, porque te dará poder como nunca antes habrás experimentado. Y lo hará rápidamente porque está haciendo un trabajo rápido en estos últimos tiempos. Jesús viene pronto y está preparando el camino.
La creencia produce rendimiento
La tercera parte del proceso que te conducirá al éxito es que, aquello que crees, producirá la virtud de Dios para el desempeño. Puedes ver este principio trabajando en la vida de María. Un ángel vino y le dijo que iba a tener un hijo, pero no cualquier hijo. Ella iba a dar a luz al Hijo de Dios. ¡Eso es algo grande!
Pero María le dijo al ángel: «¿Y esto cómo va a suceder? ¡Nunca he estado con un hombre!» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Santo Ser que nacerá será llamado Hijo de Dios. ¡Para Dios no hay nada imposible!» María dijo entonces: «Yo soy la sierva del Señor. ¡Cúmplase en mí lo que has dicho!» Y el ángel se fue de su presencia (Lucas 1:34-35, 37-38).
¿Lo captaste? Cuando María se enteró de esta gran obra, simplemente dijo: “¡Cúmplase en mí lo que has dicho!” Se aferró a la palabra del ángel por medio de la fe. Cuando Dios te da una promesa, ¡debes tomarla por fe!
Unos versículos más adelante leemos que ella fue a la casa de su prima Elizabeth. Cuando Elizabeth, que también estaba embarazada, la vio, dijo: «¡Tan pronto como escuché tu saludo, la criatura saltó de alegría en mi vientre! ¡Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá lo que el Señor te ha anunciado!» (versículos 44-45).
Lo que crees provoca la virtud de Dios para el desempeño. La creencia es una comisión incondicional, que dice: “Me comprometo con esto. Esto es lo que voy a creer. Lo creo y lo voy a recibir.”
Ahora mismo crees algo sobre tu sueño. ¿Es lo que Dios te dijo o lo que te dijo el enemigo? No importa lo grande que sea, tienes que apropiarte de la promesa de Dios y seguir declarándola sobre ti.
Eso fue lo que hizo María. En el versículo 49 ella dijo: «Grandes cosas ha hecho en mí el Poderoso.» Ella empezó a declarar la verdad de manera inmediata.
Todos los recursos que necesitas
A veces, cuando los creyentes comienzan a caminar a través de este proceso camino al éxito, no ven cómo obtendrán los recursos para hacer todo lo que Dios les ha llamado a hacer. Si te sientes así, lee lo que dice la Biblia en Marcos 11:1-7:
Cuando ya estaban cerca de Jerusalén, Betfagué y Betania, y frente al monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos y les dijo: «Vayan a la aldea que tienen ante ustedes. Al entrar en ella, van a encontrar atado un burrito, sobre el cual nadie se ha montado. Desátenlo y tráiganlo acá. Si alguien les pregunta: “¿Por qué hacen esto?”, respondan que el Señor lo necesita, y que muy pronto lo devolverá.» Los discípulos fueron, y en la calle, junto a una puerta, encontraron el burrito atado. Lo desataron. Algunos de los que estaban allí les preguntaron: «¿Qué hacen? ¿Por qué están desatando el burrito?» Ellos les respondieron lo que Jesús les había dicho, y los dejaron desatarlo. Ellos llevaron a Jesús el burrito.»
Cualquier cosa que necesites, Dios puede proveerla. Él es dueño de todo. ¿Y adivina qué? ¡Ya te lo ha dado! Está allí disponible para que lo tomes. Todo lo que tienes que hacer es traerlo por medio de la fe. Si legítimamente necesitas algo para terminar tu tarea, entonces ya te pertenece. Jesús necesitaba un burrito, así que lo llamó.
¿Está aquello que necesitas, tu “burrito”, esperándote atado en alguna parte? ¿Cuánto tiempo más vas a dejarlo allí? Recuerda: sirves a un Dios que disfruta mucho de tu prosperidad (Salmo 35:27). ¡Tus días de lucha han terminado!
Cuando David estaba en batalla, le preguntó al Señor qué hacer. El Señor respondió: «Ve tras ellos, porque les darás alcance y podrás liberar a los cautivos.» (1 Samuel 30:8). También es tu momento de perseguir al enemigo.
Aférrate a este proceso tripartito para el éxito, entendiendo que tu herencia es proporcional a tu nueva identidad; Dios debe ser la única fuente de tus expectativas; y lo que crees produce la virtud de Dios para el desempeño.
Entonces, prepárate porque Él te dará sueños inspirados en el Reino. ¡Él te dará no solo un rompimiento, sino también una avalancha completa de ellos porque es hora de que la lucha termine!