A todos nos gusta leer sobre los grandes héroes de la fe en la Biblia. Estudiamos cómo le creyeron a Dios, cómo le obedecieron y caminaron sobre la tierra en SU BENDICIÓN, lo cual nos inspira a seguir su ejemplo. Activa nuestra fe y nos hace decir: “¡Quiero tener esa misma vida!”
Así como es de inspirador leer acerca de esas personas, también podemos aprender mucho de sus opuestos: aquellos que no hicieron lo que Dios dijo y que, como resultado, se perdieron LA BENDICIÓN que Él tenía reservada para ellos. Aquellos cuyas historias nos recuerdan lo que no debemos hacer y que nos hacen decir: “¡No quiero ser así!”
Por ejemplo, enfoquémonos en Esaú.
Probablemente recuerdes la historia. Era nieto de Abraham y podría haber sido uno de los grandes ejemplos a seguir de la fe del Antiguo Testamento. Nacido del linaje del hombre al que Romanos 4:16 se refiere como el padre de nuestra fe, no solo era un heredero del pacto abrahámico y miembro de la familia más rica y poderosa de la tierra, sino que estaba en posición de ser su principal heredero. En su condición de hijo mayor de Isaac, le pertenecía el derecho de la primogenitura.
Sin embargo, tristemente, Esaú renunció un día a ese derecho al tomar una decisión muy tonta. Llegó a casa después de trabajar en el campo y, hambriento, al encontrar que su hermano Jacob había preparado un guiso, exclamó: “¡Estoy hambriento! ¡Dame un poco de ese guisado!”
Lee la progresión de su conversación en Génesis 25:31-33, Nueva Traducción Viviente:
«—Muy bien—respondió Jacob—, pero dame a cambio tus derechos del hijo mayor.» (versículo 31).
«—Mira, ¡me estoy muriendo de hambre!—dijo Esaú—. ¿De qué me sirven ahora los derechos del hijo mayor?» (versículo 32).
«Pero Jacob dijo: —Primero tienes que jurar que los derechos del hijo mayor me pertenecen a mí. Así que Esaú hizo un juramento, mediante el cual vendía todos sus derechos del hijo mayor a su hermano Jacob.»
¡Allí mismo tienes el ejemplo de un muy mal negocio!
Esaú no estaba muriéndose de hambre. Solo tenía hambre. Su cuerpo quería comida, y la quería en este preciso instante. Pero en lugar de decirle que no a su carne, se dio por vencido. En lugar de confiar en que Dios le proveería de otra manera, cambió su BENDICIÓN de primogénito (sin mencionar su lugar en el salón de la fama de la fe), por una… sola… comida.
“Bueno, esa es una historia muy triste”, podrías decir, “pero está en el Antiguo Testamento. ¿Qué tiene que ver con nosotros, como creyentes del Nuevo Testamento?”
Mucho porque, si no estamos atentos, podemos reproducirlo en nuestra propia vida.
Podemos dejar que las exigencias de nuestra carne nos engañen para que tomemos decisiones incorrectas que nos impidan caminar en LA BENDICIÓN que nos pertenece como coherederos con Cristo. Podemos quitar nuestros ojos de quiénes somos en Él, dejar que lo bajo de nuestra carne nos engañe, y terminar cambiando la gran vida de Dios por una vida inferior sujeta a la gratificación temporal del cuerpo físico.
No nos gusta pensar que podríamos llegar a hacerlo, pero el libro de Hebreos nos advierte que es un peligro que nos acecha. El mismo enumera en el capítulo 11 a los héroes del Antiguo Testamento que por fe vencieron ese peligro, y nos dice en el capítulo 12:
«Por lo tanto, también nosotros, que tenemos tan grande nube de testigos a nuestro alrededor, liberémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe… Procuren vivir… en santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Tengan cuidado. No vayan a perderse la gracia de Dios; … Que no haya entre ustedes ningún libertino ni profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Ya ustedes saben que después, aunque deseaba heredar la bendición, fue rechazado y no tuvo ya la oportunidad de arrepentirse, aun cuando con lágrimas buscó la bendición.» (versículos 1-2, 14-17, Reina Valera Contemporánea).
¿Quién es el jefe?
¡Esas son palabras serias! Pueda que no sean tan divertidas para meditarlas como algunos otros pasajes de las Escrituras, pero sería prudente tenerlas en cuenta.
No queremos ser personas que, al igual que Esaú, venden LA BENDICIÓN que les pertenece como hijos e hijas de Dios, solo para satisfacer algún deseo carnal. No queremos dejar que el diablo, las tentaciones carnales y las distracciones de este mundo nos engañen para que renunciemos a nuestra herencia.
¡Queremos todo lo contrario!
Queremos vivir como Dios dijo en Deuteronomio 11:21, en «los días de los cielos sobre la tierra.» Queremos prosperar y estar sanos incluso mientras nuestra alma prospera (3 Juan 2). Queremos estar justo en medio de lo que Dios está haciendo en estos días y ser parte de la Iglesia descrita en Efesios 5:27: «como una iglesia gloriosa, santa e intachable, sin mancha ni arruga ni nada semejante.»
¿Cómo nos aseguramos de caminar en todas esas bendiciones?
Primeramente, dejamos de permitir que nuestra carne nos domine. En lugar de someternos a sus deseos, cuando nuestro cuerpo nos imponga demandas pecaminosas, nos sometemos a nuestro espíritu renacido y mortificamos los actos de nuestro cuerpo (Romanos 8:13). Decimos: “¡No, carne! Ya no tienes dominio sobre mí. No tengo que hacer lo que dices. ¡Le pertenezco a Jesús y hago lo que Él dice!”
En otras palabras, seguimos las instrucciones dadas por el apóstol Pablo en Romanos 12, cuando dijo: «Así que, hermanos, yo les ruego, por las misericordias de Dios, que se presenten ustedes mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. ¡Así es como se debe adorar a Dios! Y no adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto.» (versículos 1-2).
Observa que esos versículos dicen que debemos presentar nuestro cuerpo como santo. La palabra santo significa “devoto a Dios”. Se refiere a algo que está apartado para Él, para ser usado solo por Él y para Sus propósitos.
El diezmo, por ejemplo, se llama santo en la Escritura, porque le pertenece a Dios y solo a Dios. Las personas que toman el diezmo y lo gastan en sí mismos están tomando dinero que no les pertenece. Literalmente le están robando a Dios (lee Malaquías 3:9).
El Nuevo Testamento aplica el mismo principio a los cuerpos físicos de los creyentes. Nos dice que nuestros cuerpos no nos pertenecen. Son templos del Espíritu Santo y le pertenecen al Señor. Él nos dice en Su Palabra lo que podemos y no podemos hacer con nuestros cuerpos, y tiene todo el derecho de hacerlo, porque son Suyos. «Pues han sido comprados por precio» dice 1 Corintios 6:20, RVA-2015, «Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo.»
“Pero Gloria, eso me suena a una esclavitud religiosa.”
No, no es esclavitud. Obedecer la Palabra de Dios es libertad. Como dijo Jesús: «la Palabra es verdad… y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.» (Juan 17:17; 8:32).
Lo que Dios nos dice que hagamos en Su Palabra es siempre para nuestro beneficio. Él quiere que las cosas nos salgan bien. Quiere hacernos el bien. Esa es la razón por la que nos da instrucciones sobre cómo vivir la vida. Las cosas no nos salen bien cuando no estamos caminando en Sus caminos. Él no puede hacernos el bien cuando estamos dedicando nuestro cuerpo a alguien que no es Él y viviendo en pecado como lo hace el mundo.
El pecado cierra la puerta a LA BENDICIÓN de Dios. Nos roba la alegría, la paz y los muchos otros beneficios que nos ha brindado. Nos reduce al nivel del mundo, y el mundo no tiene nada bueno que ofrecer. Puede ofrecernos un placer temporal pero, a diferencia de los placeres de Dios que duran para siempre, los efectos placenteros del mundo se desvanecen rápidamente.
Adicionalmente, también tienen algunos efectos secundarios negativos. «Porque la intención de la carne (o, en otras palabras, poner tu mente en las cosas de la carne) es muerte, pero la intención del Espíritu es vida y paz.» (Romanos 8:6).
No es de extrañar que Dios diga: «no adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente.» ¡No es de extrañar que quiera que dejemos de pensar como el mundo y que aprendamos a pensar cada vez más como Él!
Cuanto más pensemos como Él, más hablaremos como Él y actuaremos como Él, y así es como operamos en Su vida de abundancia. Es así como tomamos posesión de nuestros privilegios y promesas del reino de Dios y manifestamos su maravillosa voluntad en la tierra como en el cielo.
Dios no cambia con el paso del tiempo
Nunca permitas que nadie te haga dejar de pensar como Dios lo hace. Lo que dice que está bien está bien y lo que dice que está mal está mal. Sus formas no cambian con los tiempos. Él es el mismo ayer, hoy y siempre, y lo que dijo en 1 Corintios 6 sigue siendo cierto hoy: «¿No se dan cuenta de que los que hacen lo malo no heredarán el reino de Dios? No se engañen a sí mismos. Los que se entregan al pecado sexual o rinden culto a ídolos o cometen adulterio o son prostitutos o practican la homosexualidad o son ladrones o avaros o borrachos o insultan o estafan a la gente: ninguno de esos heredará el reino de Dios. Algunos de ustedes antes eran así; pero fueron limpiados; fueron hechos santos; fueron hechos justos ante Dios al invocar el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios.» (versículos 9-11, NTV).
En esta cultura mundial actual, esos versículos no se consideran políticamente correctos. Especialmente cuando se trata del comportamiento sexual, la sociedad en estos días piensa que todo vale. Nos afirman que cosas como la fornicación, el adulterio y la homosexualidad están bien. La gente en la televisión incluso se ríe y hace bromas sobre estos temas.
¡Pero la inmoralidad no es broma! Es una forma mortal de oscuridad que destroza la vida de las personas. Es por eso que el diablo siempre está tratando de promoverla. Es por eso que convence a la gente de que no es gran cosa y que no pueden evitar ciertas cosas en su sexualidad porque es parte de su identidad.
¡Esos no son más que engaños! Si te has visto atrapado en un estilo de vida sexualmente pecaminoso y te han dicho que es porque naciste de esa manera, ¡te han mentido! No naciste así. Es el resultado del demonio que te atrapa en esa área de tu vida.
Él se aprovecha de todos nosotros en alguna área. Él sabe en qué categoría pecaminosa encajamos cada uno antes de ser salvos y, a través de la tentación, trata de convencernos de que todavía somos así. ¡Pero eso no es cierto! Hemos sido redimidos por la sangre de Jesús. Hemos sido liberados de toda esa oscuridad y hemos nacido en el reino de Dios.
No importa cuál sea nuestro pasado. Cuando recibimos a Jesús como nuestro Señor y Salvador, fuimos lavados. Fuimos santificados y justificados por dentro por el Espíritu de nuestro Dios. Tenemos una nueva identidad, porque quien está unido al Señor es un espíritu con Él.
Por lo tanto, como dice 1 Corintios 6:18: «Huyan de la inmoralidad sexual.» No participes de ninguna manera. No la veas en televisión o en internet y bromees al respecto. No le des lugar a eso en tu mente, al pensar: Bueno, me lo imagino, pero nunca lo haré.
No, pues como «es su pensamiento en su mente, tal es él» (Proverbios 23:7, RVA-2015). Así que ni siquiera tengas pensamientos inmorales en tu mente.
En cambio, llena y renueva tu mente con los pensamientos de Dios. Pon Su Palabra en primer lugar en tu vida y mantenla a la vista, en tus oídos y en medio de tu corazón. Fija los ojos de tu corazón en Jesús y, mientras tienes comunión con Él, contemplando en la Palabra como en un espejo la gloria del Señor, serás transformado en esa misma imagen, de gloria en gloria, por el Espíritu de Dios (2 Corintios 3:18).
Ken descubrió esto en sus primeros días como creyente cuando todavía estaba luchando con el hábito de fumar. Odiaba hacerlo y, después de nacer de nuevo, había tratado de abandonarlo; a pesar de sus mejores esfuerzos, su carne se había aferrado a ese vicio. Estaba tan harto de fumar que a veces tiraba un paquete completo de cigarrillos por la ventana del automóvil mientras conducía por la carretera. Minutos más adelante daría la vuelta y volvería a recogerlos.
Entonces, un día recibió una llamada de Hilton Sutton invitándolo a Houston a una serie de reuniones de predicación de tres semanas que estaba celebrando en su iglesia. Ken fue y quedó tan atrapado escuchando la Palabra, mañana y noche, que durante las tres semanas se olvidó de fumar. Después de que terminaron las reuniones, cuando Ken se subió al auto para regresar a casa, vio su paquete de cigarrillos en el visor donde los había dejado. Ya no los necesito, pensó… y simplemente los arrojó a la basura.
Si le prestas atención a la Palabra de Dios, ésta te cambiará. Es más que solo un libro. «La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que las espadas de dos filos, pues penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.» (Hebreos 4:12).
Incluso te separará de las tendencias carnales más obstinadas y fortalecerá tu espíritu para que puedas mostrarle a tu cuerpo quién manda. Te revelará tu verdadera identidad y la riqueza de tu herencia como hijo del Dios Todopoderoso. Además, fortalecerá tu fe, y cuando el diablo trate de sacarte de esa herencia, podrás enviarlo a freír espárragos.
Podrás decir: “Sal de aquí, demonio. Te reprendo en el Nombre de Jesús. Aprendí la lección que me dejó Esaú, y no intercambiaré los beneficios de mi primogenitura por alguna gratificación carnal temporal. ¡Le ofrecí mi cuerpo como sacrificio vivo a Jesús y he fijado mi corazón en vivir la vida de Dios!