Ninguna persona en su sano juicio soltaría una serpiente cascabel en su casa. Sin embargo, eso es lo que las personas están haciendo ahora mismo, en todas partes. Ellos, le abren de par en par la puerta de su vida a una serpiente espiritual tan mortal, que la Biblia dice que trae: “toda clase de mal”. Ellos se hacen vulnerables a un enemigo demoniaco, cuyo objetivo es matar y destruir, y cuya estrategia es dividir y conquistar.
Puedes darte cuenta de cómo esa estrategia está funcionando con sólo mirar a tu alrededor. Los resultados están a la vista para todo el mundo: las personas se quejan y pelean entre sí, las relaciones se rompen, grupos completos de personas discuten, se acusan y se odian por cualquier cosa, desde una política gubernamental hasta la religión.
Y, como si eso no fuera suficiente, la mayoría de las personas que están involucradas no tienen idea de lo que está sucediendo. Sienten que son amenazados y heridos, pero no ven la serpiente en el pasto. Determinados a defenderse, pelean entre sí porque no saben con quién más pelear.
Cada hijo de Dios nacido de nuevo se ha dejado atrapar por la confusión. Sin embargo, estoy escribiendo este libro, porque llegó el momento de que eso cambie. Llegó el momento de que los creyentes en Jesús, identifiquen y persigan a quien realmente está detrás de toda contienda y división. Nosotros somos las únicas personas que pueden hacerlo. Mientras el resto de las personas se debaten sin saber qué hacer frente al enemigo, nosotros hemos sido equipados con el poder espiritual para vencerlo. Se nos ha dado autoridad divina y habilidad, no sólo para defendernos en contra de esta serpiente, sino también, para levantarnos y defender a los demás.
Esta fue una de las primeras cosas que Gloria y yo aprendimos hace muchos años cuando empezamos en el ministerio. En esa época no teníamos mucho conocimiento espiritual. Ciertamente no teníamos la revelación que tenemos actualmente. Sin embargo, entendíamos los siguiente: «donde hay envidias y rivalidades, allí hay confusión y toda clase de mal» (Santiago 3:16).
A pesar de ser nuevos en las cosas del espíritu, éramos lo suficientemente inteligentes para saber que no teníamos ningún interés en darle al diablo esa clase de libertad en nuestras vidas. Por lo tanto, nos sentamos y tomamos una decisión definitiva. Nos pusimos de acuerdo en que la contienda y la división ya no serían una opción para nosotros y decidimos, delante del SEÑOR, mantenerlas por fuera de nuestro hogar y ministerio sin importar el costo.
Han pasado casi 50 años desde que tomamos esa decisión, y nunca lamentamos haberla hecho. Al contrario, cada vez estamos más agradecidos de que el SEÑOR nos haya guiado a hacerlo, porque desde el Génesis hasta el Apocalipsis vemos que la contienda detiene la BENDICIÓN de Dios y activa la maldición—no solamente en nuestra vida individual, sino en iglesias completas, ciudades y países.
A lo largo de la historia, cada vez que ha comenzado una gran manifestación de Dios en este planeta, el diablo ha empujado a la gente para que se divida y comience a pelearse mutuamente. Él promueve la contienda a nivel mundial para tratar de detener la expansión del evangelio y obstruir el crecimiento del reino de Dios en la Tierra. El derramamiento de la Gloria de Dios ha estado siempre acompañado de guerras de toda clase—y en estos días está sucediendo nuevamente.
Además de conflictos culturales, las amenazas de guerra, los actos de terrorismo y la violencia ya se han vuelto escenas de todos los días. Estas dominan los titulares de los medios las 24 horas del día los 7 días de la semana. Y mientras más reportan estos problemas, más se acrecientan.
Hoy día, como en los días pasados, el diablo está haciendo lo mismo. (Él no tiene nada nuevo). Sólo que esta vez, como nunca antes, se encuentra en una posición más desesperada. Su tiempo en esta Tierra se está acabando (Apocalipsis 12:12). Jesús regresará pronto y la iglesia ha empezado a ingresar en el derramamiento definitivo de la Gloria de Dios del final de los tiempos.
No sé cuánta evidencia has experimentado donde te encuentras, pero yo viajo por todo el mundo y puedo verificar que viene en camino una cosecha masiva de almas del final de los tiempos (Mateo 13:47-50). En este momento, se predica el evangelio en lugares y a personas que el diablo pensó que había atrapado permanentemente en la oscuridad espiritual. Dios está haciendo cosas maravillosas y sobrenaturales por todo el planeta. ¡Su Reino está avanzando y, obviamente, el diablo quiere detenerlo frenéticamente!
En realidad, no es de extrañar que el mundo esté tan conmocionado en este momento. Ésta es una época bíblica. Hemos alcanzados los momentos finales de los últimos tiempos, y los eventos acerca de los que Jesús profetizó en las escrituras están ocurriendo. Hemos visto acontecer en frente de nuestros ojos lo que Él les advirtió a Sus discípulos en Mateo 24, cuando le preguntaron acerca de las señales del final de los tiempos.
«Cuídense de que nadie los engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre, y dirán: “Yo soy el Cristo”, y engañarán a muchos. Ustedes oirán hablar de guerras y de rumores de guerras; pero no se angustien, porque es necesario que todo esto suceda; pero aún no será el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino, y habrá hambre y terremotos en distintos lugares» (versículos 4-7).
Nota que Jesús dijo que en el final se «levantará nación contra nación». La palabra griega traducida como nación es ethnos. Esta se refiere a etnias o razas, grupos de personas que tienen el mismo color de piel, nacionalidad o manera de pensar.
Permíteme preguntarte algo: ¿Cómo llamamos actualmente cuando una raza o etnia se levanta en contra de otra raza? Racismo, ¿no es así? Sin embargo, la Palabra racismo no está en la Biblia. Las escrituras no usan ese término porque, desde la perspectiva de Dios, el racismo no es una cosa, es un espíritu. Es el espíritu de división; la palabra griega dichostasia indica que su trabajo es la “discordia, división y sedición o rebelión”.1 Es una obra del diablo mismo y los emisarios demoniacos que él envía a realizar su obra divisoria. Por el contrario, la obra de Dios es paz, unidad, armonía y gozo (Juan 14:27, Romanos 14:17).
El espíritu de división es el enemigo que enfrentamos estos días y, aquellos que somos miembros de la familia de Dios, necesitamos estar verdaderamente concientes de su accionar. Necesitamos estar constantemente en contra de él, porque está haciendo todo lo posible para incendiarlo todo a nuestro alrededor. Trabaja sin cesar, no sólo instigando guerras entre razas y bloques de países, sino también, guerras entre partidos políticos, comunidades, matrimonios y hogares.
Lo peor de todo es que, el espíritu de división, tiene en la mira a los creyentes. Está tratando de dividir iglesias y separar los miembros del Cuerpo de Cristo; a pesar de que nos es familiar, algunas veces olvidamos el dicho: Unidos venceremos, divididos perderemos. Éste no es tan solo un dicho viejo—sino que es una ley espiritual. Como Jesús lo dijo: «Todo reino dividido internamente acaba en la ruina. No hay casa o ciudad que permanezca si internamente está dividida» (Mateo 12:25). Por lo tanto, cualquier cosa que el diablo puede dividir, la puede destruir.
Especialmente, aquellos de nosotros que vivimos en los Estados Unidos de América, necesitamos darnos cuenta del peligro, porque la unidad espiritual es una de las verdades en la que esta nación fue fundada. Aún, nuestro juramento a la bandera declara que: “somos una nación bajo Dios, indivisible”. Nuestra fortaleza como nación, y por lo tanto nuestra libertad, siempre ha dependido de nuestra indivisibilidad. A pesar de eso, en este momento los estadounidenses están eligiendo facciones y peleándose entre sí como fieras.
Los demócratas y los republicanos han ido mucho más allá de sus desacuerdos y votos antagonistas. Muchas personas en ambos partidos políticos han llegado al punto en el que odian al líder opositor. Una cosa es que los estadounidenses estén en desacuerdo con las decisiones de los líderes y se rehúsen a votar por él o ella. Pero otra muy distinta es cuando su descuerdo se convierte en odio. Eso es algo completamente en contra de la naturaleza. Y aún así, está sucediendo.
Lo observé durante la administración presidencial anterior, y lo estoy observando en esta administración. Algunas personas están tan furiosas con el presidente, que prácticamente se enloquecen con sólo escuchar su nombre. Piensan que su furia es política, pero no lo es. Es espiritual. La puerta del gobierno de los Estados Unidos ha sido abierta de par en par al espíritu de división, y la nación entera está sufriendo por eso.
Este sufrimiento jamás ha sido parte del plan de Dios para este país. Él nunca quiso que los estadounidenses se dividieran cada vez que pudieran y se pelearan entre sí. Su sueño siempre ha sido que esta tierra sea un lugar donde todas las personas con diversos transfondos culturales pudieran alabarlo libremente, en unidad. Él quería un lugar en donde la gente no estuviera dividida por esta clase de diferencias, las llamadas “razas”.
De todos modos, en cuanto a Dios se refiere, sólo existen dos razas en la Tierra—aquellos que deciden ser parte de Su familia y aquellos que no. Desde Su perspectiva, la división entre esos dos grupos es la única que existe. Él nunca ha dividido a la humanidad basado en dinero, ropa, cultura, geografía o el color de la piel. La gente empezó a escuchar al diablo y se les ocurrieron esas divisiones. El enemigo se introdujo y comenzó a crear estragos.
Eso fue lo que sucedió en los Estados Unidos. El sueño de Dios es que personas de todos los colores—negros, rojos, blancos, trigueños y amarillos—vivan y lo glorifiquen juntos. Si dudas al respecto, tan solo mira el cielo. Apocalipsis 7:9-10 dice cómo lucirá: «Después de esto vi aparecer una gran multitud compuesta de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas. Era imposible saber su número. Estaban de pie ante el trono, en presencia del Cordero, y vestían ropas blancas; en sus manos llevaban ramas de palma, y a grandes voces gritaban: «La salvación proviene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero».
Dios nunca pretendió que existiera enemistad entre la gente y las razas. ¡Él Nunca quiso que el hombre negro llegara a los Estados Unidos en un barco de esclavos! Esa no es la manera en la que Dios hace las cosas. Él nunca quiso que el hombre rojo creyera en la brujería y se peleara con otras tribus. Ni tampoco, que el hombre blanco dominara y asesinara a los que habitaban estas tierras antes de llegar.
Su plan siempre ha sido la BENDICIÓN—las personas uniéndose a través de la fe en Él y prosperando juntas. Esta nación fue construida bajo el fundamento de la fe en el Dios viviente. Él quería derramar Su presencia en Su gente, aquella que le había dedicado esta tierra.2 Y Él hizo Su parte para que sucediera. Protegió a los primeros colonos de maneras asombrosas, y ha seguido protegiendo este país desde entonces. Somos nosotros los que hemos arruinado las cosas. Pero, sin importar lo que haya sucedido, esta nación fue dedicada a Él y tal como Él lo ha hecho con Israel, Su pueblo, nunca se ha dado por vencido. Él es así. Él permanece con ellos, y permanece con ellos, hasta que Su sueño se hace realidad.
Antes de que Jesús regrese y se lleve la iglesia, creo que nosotros estaremos en unidad y haremos lo que sea necesario que hagamos. Oraremos y votaremos por personas justas en autoridad, que lidiarán con el espíritu de división. Nos levantaremos en unidad y elegiremos líderes que defenderán lo correcto, pero lo harán con bondad y amor, en vez de hacerlo de maneras que provocan mayor división.
Como resultado, este país será otra vez una verdadera nación bajo Dios.