Aunque la palabra Pacto no aparezca en la Biblia hasta el sexto capítulo del Génesis, LA BENDICIÓN del Pacto del Edén serían, en realidad, las primeras palabras que escucharía el oído humano. Como ya hemos visto en Génesis 1:28, inmediatamente después de que Dios infundiera con un soplo Su vida en Adán, «los BENDIJO Dios con estas palabras: «¡Reprodúzcanse, multiplíquense, y llenen la tierra! ¡Domínenla! ¡Sean los señores de los peces del mar, de las aves de los cielos, y de todos los seres que reptan sobre la tierra!»».
LA BENDICIÓN coronó la familia de Dios con Su gloria y honor. Les dio poder sobre el planeta y todo lo que hay en él, sobre él y a su alrededor para ejercer dominio como Sus subgobernantes en la tierra.
Al iniciar el Pacto del Edén, Dios también estableció Su propósito para la humanidad: Deberían seguir expandiendo el Jardín del Edén hasta llenar toda la tierra con LA BENDICIÓN y la gloria de Dios.
Adán fue diseñado de manera divina para cumplir esta gloriosa misión. Era un ser espiritual, un hombre eterno. Su cuerpo físico, revestido con la gloria radiante de Dios, fue infundido con el ADN de Dios. Este mismo ADN lo hacía singularmente diferente de cualquiera de los animales.
Adán también caminaba en un reino de autoridad que ningún ángel ni ningún otro ser creado hubiera recibido jamás. No fue creado para meramente administrar la creación de Dios, sino para gobernarla. Al igual que Dios, la naturaleza de Adán era la de gobernar. Fue creado para dominar como un rey y sacerdote de Dios (Apocalipsis 1:6).
Adán era un ser trino, con un espíritu, un alma (compuesta de su mente, voluntad y emociones) y un cuerpo, investido de completo dominio en la tierra sobre los tres mundos: el espiritual, el intelectual y el físico. Su espíritu estaba habitado por el Espíritu de Dios. Estaba dotado de la mente de Dios (1 Corintios 2:16), por lo que tenía superioridad mental sobre todo lo que caminara, volara, reptara y nadara.
Lleno de Dios Mismo, Adán estaba equipado con todo lo necesario para llevar la gloria de Dios y expandir Su familia física por la totalidad del enorme universo. Lo tenía todo, claro es, excepto una acompañante. En ese momento, Adán no tenía compañera, aparte de Dios, porque en el principio el primer hombre y la primera mujer no eran todavía dos personas separadas. Eran literal y físicamente un solo ser. Por eso, Génesis 5:2 dice que el día que Dios los creó, los hizo “varón y hembra…, y llamó el nombre de ellos Adam (Adán).” (RVA).
La celebración del Pacto del Edén
Adán se traduce de la palabra Ish, que es la palabra hebrea humano. Por lo tanto, Adán era originalmente tan femenino como masculino. Al igual que Dios, tenía dentro de sí los rasgos de ambos. Sin embargo, después de su creación, Dios dijo: «No está bien que el hombre esté solo», y le hizo una compañera.
Haciendo caer un profundo sueño sobre Adán, Dios «… le sacó una de sus costillas, y luego cerró esa parte de su cuerpo. Con la costilla que sacó del hombre, Dios el Señor hizo una mujer, y se la llevó al hombre» (Génesis 2:21-22).
Podríamos decir que fue la primera intervención quirúrgica de la historia, ¿no lo crees? Esta cirugía fue llevada a cabo por las firmes y capaces manos del Gran Médico, en un entorno perfectamente seguro, sano y libre de toda enfermedad. También podríamos decir que, al abrir el costado de Adán, probablemente se derramara algo de sangre, presagiando dos acontecimientos futuros:
• La perforación con una lanza del costado de Jesús, a manos de un soldado romano, mientras colgaba en la cruz.
• El derramamiento de la sangre pura y sin pecado de Jesús por la nueva vida de Su futura esposa, la Iglesia (2 Corintios 5:21; 1 Pedro 1:17-19).
La incisión que Dios hizo en el costado de Adán también resultó en el primer pacto humano, porque, a través de esa operación, Él hizo mucho más que remover una costilla del cuerpo de Adán. Al hacerlo, extrajo las características femeninas del primer Adán (humano) y las trasplantó en otro Adán (humano) separado. Así, cuando el primer Adán despertó y vio al segundo ser humano, dijo: «…Esto es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne: ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada.» (Génesis 2:23, RVA).
Más tarde, Adán llamó Eva a su nueva compañera, “la Adán N.º 2”. Pero Dios siempre vio a los dos Adanes como uno solo. Por eso, después de dividirlos en Ish e Isha, hombre y mujer, volvió a unirlos. ¿Cómo? ¡Mediante el Pacto matrimonial!
Por eso «el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán un solo ser» (versículo 24, Reina Valera Contemporánea). El matrimonio es, literalmente, un ejemplo del pacto humano en la carne.
Las condiciones del Pacto del Edén
Una vez unidos, Ish (hombre) e Isha (mujer) —juntos—, volvieron a ser como Dios. Su intención para ellos, como para todas las parejas casadas, era que cooperaran juntos como uno solo. Con Dios en medio de ambos, debían actuar en común acuerdo como una amorosa trinidad de poder.
Dios les había proporcionado todo lo necesario en el Jardín del Edén. «De la tierra, Dios el Señor hizo crecer todo árbol deleitable a la vista y bueno para comer; también estaban en medio del huerto el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal» (versículo 9). Dios también les proporcionó abundantes recursos naturales, incluyendo piedras preciosas y oro. El Jardín era un campo de prueba para Su familia. Un laboratorio desde el que podrían expandirse, descubrir y desarrollarse.
También conllevaba grandes responsabilidades. Dios había puesto allí a Adán «para que lo cultivara y lo cuidara» (versículo 15, RVC). La traducción del Chumash o Torá de ese versículo dice: «Dios tomó al hombre y lo puso en el Jardín del Edén, para que lo trabajara y lo guardara». El trabajo de Adán, en otras palabras, era usar su autoridad para mantener y guardar el Jardín que Dios había plantado y dispuesto para él. A partir de ese momento, el plan consistía en que esta primera pareja extendiera la influencia y la gloria del Amor. Debían llevar LA BENDICIÓN más allá del Jardín del Edén por los confines del planeta, terminando aquello que Dios había comenzado.
En primer lugar, obviamente, Adán y Eva estaban allí para tener comunión con Dios. Para que caminaran y hablaran con el Amor y disfrutaran de la presencia de Su Padre cada día (Génesis 3:8). Llenos de Su gloria, en su condición de hijos, tenían confianza tanto en el reino espiritual como en el natural. También tenían acceso directo al trono de la gracia del cielo (Lucas 3:38; Hebreos 9:23, 4:16).
Tanto ellos como Su Padre, disfrutaban una vida de ensueño.
Todo lo que Adán y Eva debían hacer para seguir viviendo esa vida soñada era cumplir las condiciones del Pacto del Edén que ya habían aceptado. Esas condiciones incluían sólo una restricción: «Y Dios el Señor dio al hombre la siguiente orden: «Puedes comer de todo árbol del huerto, pero no debes comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, porque el día que comas de él ciertamente morirás.» (Génesis 2:16-17).
Parecería una petición sencilla, y lo habría sido, de no ser por un pequeño detalle: En el Jardín acechaba un forajido espiritual (satanás). Originalmente llamado Lucifer, nombre que en hebreo significa Estrella de la Mañana o Portador de Luz, y del que Dios dijera: «…te ungí como poderoso ángel guardián.» (Ezequiel 28:14, NTV). Al hallarse iniquidad en él, fue expulsado del cielo (Ezequiel 28:15, Lucas 10:18) y, cuando se apareció en el Jardín del Edén, ya se había convertido en el enemigo N.º 1 de Dios.
Su nuevo nombre, satanás, el cual significa “oponente o adversario”, describía adecuadamente su malvada naturaleza. Como ángel caído, había sido testigo de la creación de los primeros miembros de la familia de Dios y codiciaba su dominio terrenal. Así que se dispuso a usurparlo, hablándole a Eva por boca de una serpiente. Haciéndole una pregunta sutil, diseñada para plantar una semilla de duda en su mente sobre la PALABRA de Dios, le dijo: «¿Así que Dios les ha dicho a ustedes que no coman de ningún árbol del huerto?»
La mujer le respondió a la serpiente: «Podemos comer del fruto de los árboles del huerto, pero Dios nos dijo: “No coman del fruto del árbol que está en medio del huerto, ni lo toquen. De lo contrario, morirán.”» (Génesis 3:1-3).
Eso no era lo que había dicho Dios. Eva citó la instrucción incorrectamente al añadir algo extra a Sus palabras. Nunca debemos hacerlo. Él no había dicho nada sobre no tocar el fruto. A Eva se le ocurrió tal cosa porque estaba engañada. Ella no tenía una revelación de su acuerdo de pacto con Dios.
Debido a que la verdad de lo que Dios había dicho estaba debilitada por la falta de conocimiento y el mal manejo de Su PALABRA, Eva creyó lo que satanás le dijo a continuación: «No morirán. Dios bien sabe que el día que ustedes coman de él, se les abrirán los ojos, y serán como Dios, conocedores del bien y del mal.» (versículos 4-5).
No era más que una mentira, pero Eva cayó en la trampa. Sin darse cuenta, dejó que satanás la tentara con el deseo de algo que Dios ya le había otorgado. La engañó haciéndole creer que Dios estaba reteniéndoles algo cuando, en realidad, ¡Él ya les había dado todo! Al hacerlo, dejó que satanás le robara La PALABRA de Dios. Permitió que satanás le hiciera lo que siempre viene a hacer: robar, matar y destruir (Juan 10:10).
Dios nunca ha cambiado (Malaquías 3:6), y el diablo tampoco. Él cayó de la autoridad celestial, y no puede cambiarlo. Está condenado para siempre. En ese momento, sin embargo, pensó que había encontrado una salida, porque no sólo Eva sucumbió a su tentación y comió del fruto, sino que también se volvió y lo compartió con Adán.
Adán había estado presenciando la acción todo el tiempo. Podría haber utilizado su autoridad para callar la serpiente y expulsar al diablo del Jardín. A diferencia de Eva, «Adán no fue engañado» (1 Timoteo 2:14, RVA-2015). Por esa razón, fue un pecado tan horrible por parte de Adán cuando –sabiendo perfectamente lo que estaba haciendo— él también comió del árbol y quebrantó el mandato del Pacto de Dios.
Adán tenía la autoridad, pero no el derecho moral de cometer tal acto de alta traición contra su Creador. Así que, como Dios dijo a través de Su profeta Oseas, Dios acusó a Adán y no a Eva, por violar el pacto (Oseas 4:7).
La contradicción del Pacto del Edén
En el instante en que Adán dobló su rodilla ante el diablo, el Padre y Su familia fueron separados. La luz resplandeciente de la gloria de Dios que fluía de los espíritus de Adán y Eva, la cual recubría y coronaba sus cuerpos, se apagó. En su lugar, los invadió una fuerza desconocida y opresiva.
Sin sus magníficas cubiertas protectoras de luz, las formas ahora desnudas de Adán y Eva quedaron expuestas en toda su terrenalidad como nunca. Inundados de culpa y vergüenza, corrieron a esconderse entre los árboles. Habiéndole dado la espalda a Dios y a Su Amor, la fuerza oscura del miedo –la naturaleza maligna del diablo a la que se habían unido— los atrapó. Por primera vez, la muerte empezó a ensombrecer todos los aspectos de sus vidas.
Desesperados y expuestos, se les ocurrió coser hojas de higuera para cubrir su recién descubierta desnudez (Génesis 3:7), convirtiéndose en el primer intento del hombre de auto-proveerse. Habían caído al nivel de confiar en las obras de su carne en lugar de confiar en el poder de Dios para satisfacer sus necesidades.
Con el acto de traición de Adán llegó también la contradicción al Pacto del Edén, una contradicción que puede resumirse en una pequeña y sencilla palabra: pecado. El pecado se convirtió en el máximo obstáculo, el cual amenazaba con echar por tierra todas las esperanzas de que el sueño de Dios de tener una familia se hiciera realidad.
A causa de un simple mordisco, todo parecía perdido.
El pecado hizo su entrada en el mundo, y con él llegó la muerte, y se perdió la vida (Romanos 5:12).
Entró la vergüenza y se perdió la inocencia (Génesis 3:7).
Entró el miedo y se perdió el amor (versículo 10).
Satanás entró, y la autoridad se perdió (Lucas 4:5-7).
Satanás ya había perdido toda su autoridad en el cielo y, hasta ese momento, no había tenido ninguna en el planeta Tierra. Toda la autoridad terrenal había sido investida por Dios Padre en Adán y Eva. Pero, cuando ellos pusieron su autoridad en manos de satanás, le abrieron la puerta para que gobernara sobre la tierra, ahora expuestos ante la falta de un acuerdo de pacto con Dios.
Tal situación representaba un serio obstáculo para el cumplimiento del plan de Dios, tanto para la humanidad como para la Tierra misma. Adán y Eva pronto aprenderían que la Tierra ahora se les opondría. Adán tendría que esforzarse y sudar –algo que nunca había hecho antes— para conseguir que la misma produjera algo.
«¡Del SEÑOR son la tierra y su plenitud!» (Salmo 24:1). Diseñada para responder a su verdadero dueño, la creación sólo funciona adecuadamente cuando el hombre actúa con la autoridad que Dios le ha dado (enmarcado en sus derechos de pacto). Por eso, cuando Adán y Eva cayeron, la creación también lo hizo. A causa de su rebelión contra Dios, la tierra se rebeló contra la humanidad.
Sin embargo, el sello del Pacto del Edén –el árbol de la vida— contrastaba con la contradicción del Pacto del Edén. Plantado por Dios en el centro del Jardín, ese árbol era la garantía del pacto que Dios hizo con el hombre en el Edén. Mientras estuvieron en el Jardín, Adán y Eva habían gozado de acceso al mismo. Pero, como veremos en el próximo capítulo, una vez pecaron, Dios selló el Pacto del Edén bloqueando no sólo el acceso de Adán y Eva al árbol de la vida, sino también el de toda la humanidad.
¿Por qué su pecado nos afectó a todos? Porque al crear la Tierra, Dios ordenó que todo ser vivo se reprodujera «según su especie» (Génesis 1:11, RVA-2015). A esto lo llamamos la Ley del Génesis: el maíz reproduce al maíz, las vacas reproducen a las vacas, y así sucesivamente.
Cuando Adán pecó, se convirtió en el primer hombre en nacer de nuevo, no de la muerte a la vida, como estamos familiarizados hoy en día, sino de la vida a la muerte. Así que, después de la Caída, él y Eva sólo podían reproducir en la humanidad la semilla del pecado y la muerte, ahora plantada en sus espíritus. Sólo podían reproducirse según su señor espiritual: satanás.
Podría parecerte injusto que un solo hombre pudiera arruinarlo todo para la humanidad en su conjunto, por toda la eternidad, y a causa de un solo árbol. Podrías preguntarte por qué Dios estableció un sistema que nos dejaría, miles de años después, sufriendo las consecuencias reales de la decisión de Adán, una decisión que nosotros no tomamos.
Sin embargo, una vez comprendas lo que Él había planeado, descubrirás que la estrategia de Dios, al permitir que se desarrollara de esa manera, fue algo brillante. Él sabía exactamente lo que estaba haciendo al entregarles el mandato del Edén a Adán y Eva antes de que se rebelaran en el Jardín del Edén. Tenía una razón para hacer un pacto con ellos cuando eran inocentes, santos y sin pecado, depositando en sus manos el destino de toda la humanidad.
Sí, significaba que el pecado de un hombre podía condenarnos a todos. Pero también significaba que se requeriría tan solo de un hombre justo para redimirnos. Establecía de esta manera el derecho legal y la autoridad de un futuro “hombre sin pecado” (Jesús) para así restaurar todo lo que Adán y Eva perderían, incluyendo el árbol de la vida.
Al bloquear el acceso de la humanidad a ese árbol, Dios lo preservó para nuestro futuro (Apocalipsis 2:7; 22:14). Selló por nosotros el Pacto del Edén y señaló el momento en el que, en otro árbol, Dios salvaría a Su pueblo. El momento en que Jesús, la Simiente prometida, el Segundo y último Adán, sería crucificado en un madero, tomando sobre Sí la maldición por nuestros pecados (Gálatas 3:13).
¡Dios estableció desde el principio de la Creación que nuestra Redención vendría a través de un árbol! Desde el principio, nos ha dado una gran esperanza para nuestro futuro (Jeremías 29:11).
Incluso incorporó esa esperanza en el nombre de Adán. Dado por Dios a los primeros miembros de Su familia terrenal, Adán es una palabra neutra que se aplicaba tanto al primer hombre como a la primera mujer. Como ya hemos visto, significa “humano” o, literalmente, “tierra roja”.
Sin embargo, en el hebreo antiguo, el cual consiste en símbolos que se parecen más a pictogramas que letras, ese nombre transmite un significado más profundo. Su grafía incluye una serie de símbolos que representan un buey (que significa líder fuerte), una puerta (que significa camino) y agua (que significa vida o muerte). Al combinar estos significados, Adán se traduce como “el líder fuerte que abre la puerta que conduce a la vida o a la muerte”.
Si añadimos que el símbolo del agua también representa la sangre de Adán, la traducción del nombre de Adán resulta aún más asombrosa. Se convierte en: ¡El líder fuerte que abre con su sangre la puerta que conduce a la vida o a la muerte!
Sorprendentemente, esos símbolos que componen el nombre de Adán pintan un cuadro del plan de Redención. Revelan el propósito de Dios desde el principio. Nos remiten a Jesús, nuestro Redentor, a quien las Escrituras se refieren como el Segundo Adán (1 Corintios 15:45-50).
Desde el principio de los tiempos, el Primer Adán señalaba hacia el Segundo Adán: Jesús, nuestro “Líder Fuerte que abre con Su sangre la puerta que conduce a la vida o a la muerte”.
Las palabras del Pacto del Edén han perdurado a lo largo de la historia de la humanidad. A pesar de la aparentemente insuperable contradicción a la misma, sus palabras, como todas las palabras de Dios permanecerán para siempre, hasta que el Jardín del Edén se haya extendido por toda la tierra. V