El Dr. Lester Sumrall, uno de mis padres espirituales, solía decir: “Mark, no creas que predicar el evangelio será algo gratuito, ¿verdad? Hay un diablo ahí fuera, y hay gente que le escucha. Será mejor que aprendas a lidiar con ese tema.”
¡Tenía razón!
Cuando empecé en el ministerio, pensaba que todo el pueblo de Dios era puro, generoso y que estaba entusiasmado por recibir la Palabra. Para muchos, ese es el caso, pero la triste realidad es que para otros no lo es. Tratarán de envenenarte con sus insultos. Se meterán con tu cónyuge y perseguirán a tus hijos. El Dr. Sumrall me advirtió: “¡Tratarán de detenerte en tu camino!”
Creyentes, estamos en un campo de batalla. Sin importar a qué tipo de ministerio el Señor nos haya llamado –y todos somos llamados a algún tipo de ministerio, independientemente de nuestra profesión—, necesitaremos prepararnos para la batalla. Necesitamos saber cómo manejarla cuando sufrimos un ataque de calumnias, chismes y mentiras. El Dr. Sumrall añadió: “La batalla será intensa… pero servimos a un Dios asombroso que nos ha equipado para esa batalla.” ¡Ganaremos!
Cristianos carnales vs. espirituales
En 1 Corintios 3, el Apóstol Pablo trató con este mismo asunto:
Hermanos, yo no pude hablarles como a personas espirituales sino como a gente carnal, como a niños en Cristo. Les di a beber leche, pues no eran capaces de asimilar alimento sólido, ni lo son todavía, porque aún son gente carnal. Pues mientras haya entre ustedes celos, contiendas y divisiones, serán gente carnal y vivirán según criterios humanos. (versículos 1-3).
La Nueva Versión Internacional expresa el último versículo de esta manera: «…Mientras haya entre ustedes celos y contiendas, ¿no serán inmaduros? ¿Acaso no se están comportando según criterios meramente humanos?»
Sin importar donde estemos, nos encontraremos con dos tipos de cristianos: espirituales y carnales. Los cristianos espirituales son creyentes que conocen la voz de Dios. Caminan con Él sin apagar o contristar al Espíritu Santo. Los cristianos carnales, o “meramente humanos”, son creyentes que se han pervertido. Son el tipo de cristianos que dicen ser salvos por gracia pero no se detienen a meditar la manera en la que viven. Pueden afirmar que han conocido a Jesús, pero no actúan como tal, ni hablan como tal, ni se visten como tal, ni dan como tal.
No nos corresponde juzgar si son salvos o no, pero no puedes evitar preguntarte cómo pueden afirmar conocer a nuestro Jesús y, al mismo tiempo, pronunciar palabras llenas de veneno. Son peligrosos. Te ayudarán a construir una iglesia, un ministerio, un grupo, un alcance –incluso un negocio— y luego se irán y lo destrozarán todo.
Entonces, ¿cómo respondemos ante la confrontación de cristianos carnales? Es nuestra responsabilidad responder como creyentes espiritualmente maduros.
Deséchalo
Esto no es nada nuevo. Hace treinta años, el Cuerpo de Cristo experimentó los efectos de la calumnia de una manera profunda. El Señor nos dijo que la calumnia sería el arma preferida de Satanás contra los ministerios durante la década de 1990. Luego vino la década del 2000, la era de los mentirosos – gente que salía a la superficie y atacaba a los ministerios sin ninguna pizca de verdad. ¡Simplemente inventaban cosas!
Aquellos de nosotros que vivimos esos tiempos aprendimos la verdad de 2 Corintios 10:4-5:
«Las armas con las que luchamos no son las de este mundo, sino las poderosas armas de Dios, capaces de destruir fortalezas y de desbaratar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y de llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo». Aprendimos cómo llevar a cabo la guerra espiritual y derrotar al enemigo junto con sus armas de chismes, calumnias y mentiras.
Como ex marino, entiendo el combate. Sé cómo usar un arma física. Sin embargo, la guerra espiritual utiliza un tipo diferente de arma. No podemos disparar, apuñalar, asfixiar o lanzarle una granada a un demonio. Y si tratamos de responder de manera poco amable hacia el pueblo de Dios, incluso aquellos que se comportan como infantes, tendremos problemas con Él.
En su lugar, tendremos que confiar en nuestras armas espirituales para derribar las imaginaciones vanas. Tenemos que reconocer la fuente de los chismes, calumnias y mentiras. Las personas que trafican este tipo de basura son inspirados por el poder de espíritus malignos, familiares y seductores empeñados en penetrar nuestro espacio y robar nuestra energía. No quieren otra cosa más que inutilizar nuestra fe y adormecernos. Debemos desechar las imágenes que esas palabras nos meten en la cabeza.
El hermano Kenneth Copeland dijo una vez que Dios le dijo que nunca leyera nada sobre sí mismo: ni bueno ni malo.
He vivido mi vida siguiendo esa misma instrucción. Significa dejar a un lado las redes sociales y apagar los medios de comunicación de mala reputación. Significa derribar fortalezas y llevar cautivo todo pensamiento. También significa perdonar a los que chismorrean, calumnian y mienten sobre nosotros.
Perdonar y soltar
Te seré sincero: es difícil. Los pastores me han contado historias acerca de cómo los miembros de la iglesia se volvieron contra ellos después de que trataron de amarlos y ayudarlos. Esos mismos miembros de la iglesia comenzaron a difundir chismes, calumnias y mentiras. Para muchos, puede ser algo devastador.
Es doloroso que alguien a quien queremos se vuelva contra nosotros, pero no podemos aferrarnos a ese dolor. Por el contrario, tenemos que perdonarlos y liberarlos. Hasta que no lo hagamos, nunca seremos libres. Estarán con nosotros todo el tiempo. Comeremos con ellos, nos acostaremos con ellos y nos despertaremos con ellos. Invadirán nuestros pensamientos y paralizarán nuestro testimonio. Peor aún, nos impedirán cumplir con lo que Dios nos ha llamado a hacer.
¿Perdonar significa que olvidemos lo que otros nos hayan hecho? No. Es casi imposible olvidar los profundos cortes y cicatrices que hemos recibido. ¿Significa el perdón que tenemos que volver a estar cerca de esas personas? No, eso sería una tontería. Por el contrario, el perdón significa que retiramos los cargos contra ellos. Entregamos a los culpables a Dios y confiamos en que Él se encargará de ellos. No hablamos de la experiencia. No se lo contamos a los demás ni reunimos un ejército de seguidores en su contra. No hablamos de ellos desde el púlpito, no escribimos sobre ellos en las redes sociales ni comentamos en sus páginas web.
Si nos entregáramos a ese tipo de actividad, nosotros mismos nos convertiríamos en calumniadores. Nosotros no somos así. Desechamos la ofensa y lavamos nuestras mentes con la Palabra de Dios. Compartiremos el evangelio y haremos lo que Dios nos ha llamado a hacer con confianza.
¡Alégrate! Eres bendecido
Este es un tema personal para mí. Lo he experimentado. Un pastor en una ciudad vecina parecía hacer una carrera de chismes, calumnias y mentiras sobre mí. Sin embargo, aquí está el problema: Cuanto más cotorreaba, chillaba y hacía berrinche, más crecían mi iglesia y mi ministerio.
La gente decía: “No podíamos creer que fueras tan malo. Tuvimos que venir a verlo por nosotros mismos”. Cuando descubrían que yo no era malo y que tenía algo vivificante que decir, decidían quedarse. Entonces, le envié una ofrenda a ese pastor. Ya te puedes imaginar lo sorprendido que se quedó. Me llamó y me preguntó por qué estaba donando a su ministerio. Fui sincero con él: “Hombre, estás haciendo crecer mi ministerio. Lo menos que puedo hacer es sembrar en tu vida.”
Por supuesto, estaba siguiendo el mandato que Jesús dio en Mateo 5:11-12: «Bienaventurados serán ustedes cuando por mi causa los insulten y persigan, y mientan y digan contra ustedes toda clase de mal. Gócense y alégrense, porque en los cielos ya tienen ustedes un gran galardón; pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes». (énfasis añadido).
La gente también chismorreaba, calumniaba y mentía acerca de aquellos en la Biblia. Así que, cuando la gente habla mal de nosotros, debemos sentirnos promovidos. ¡Estamos en la liga con Elías, Eliseo, Pedro, Santiago, Juan y María! ¡Aleluya! Debemos recordar que no es asunto nuestro lo que la gente piense de nosotros. Solo es asunto nuestro lo que nosotros pensamos de ellos. No podemos administrar sus pensamientos. Si tratamos de combatir cada mentira o chisme que alguien diga de nosotros, perderemos mucho tiempo y energía. En lugar de eso, tenemos que desechar esas mentiras y sacarlas de nuestras mentes.
Expulsar el veneno
Santiago 3:8 dice: «… la lengua… es un mal indómito, que rebosa de veneno mortal». He visto chismes, calumnias y mentiras entumecer ministerios y creyentes. Hombres y mujeres poderosos de Dios fueron frenados o puestos a un lado, o cayeron en una nube de depresión por lo que otros dijeron de ellos. Fueron mordidos y el veneno los descarriló de aquello a lo que Dios los llamó a hacer. No dejes que eso te suceda.
Puedes haber experimentado el veneno de la lengua de alguien. Sus chismes, calumnias y mentiras pueden haberte lastimado. Ese veneno puede estar todavía en ti. Sácalo fuera. Desecha las imaginaciones vanas y perdona. Saca a esas personas y sus chismes, calumnias y mentiras de tu mente y de tu conversación. No hables de ellos ni de sus mentiras. Lava tu mente y tu boca con la Palabra de Dios y sigue adelante con lo que Dios te ha llamado a hacer. ¡Él tiene mucho más para ti!
Es verdad: la batalla es intensa, pero por la gracia de Dios y el poder de Su Palabra, ¡puedes lidiar con ella! V