Creo que uno de los pasatiempos favoritos del diablo es decirles a los creyentes cuán grande son sus problemas. Lo hace todo el tiempo. Sin embargo, la próxima vez que trate de hacerlo contigo, te presento una razón que te animará: ¡El diablo es el que verdaderamente tiene un problema!
Él tiene un problema que no es solamente masivo, sino que, por el contrario de las dificultades temporarias que estés enfrentando, las suyas son permanentes y cada día se ponen peor.
Tan solo piensa acerca del problema en el que está metido ahora mismo. Gracias a lo que Jesús logró hace 2000 años a través de Su vida, muerte y resurrección, el reino de las tinieblas ha sido completamente derrotado. Jesús ha despojado a satanás de la autoridad que le robó a Adán en el Jardín del Edén y recuperó todo lo que la humanidad había perdido a través del pecado.
Como 1 Juan 3:8 dice: «El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir las obras del diablo» (NVI).
La palabra destruir significa “arruinar; desmoronar, despojar completamente como la destrucción de un gobierno”. En otras palabras, Jesús redujo a satanás a cero. Él le quitó todo lo que había
ganado a través de la caída del hombre y lo dejó sin derechos legales y sin poder.
Cero.
Y como si eso no fuera suficiente humillación, Jesús hizo que las cosas fueran aún peores para el diablo al instituir el nuevo nacimiento. Él hizo posible que personas como tú y yo, que una vez estuvimos cautivos y contaminados por el pecado, nos transformáramos en nuevas criaturas en Cristo. Jesús nos hizo coherederos y nos dio Su poder y autoridad. Él puso a satanás y a todas sus huestes demoníacas bajo nuestros pies, y dijo: «Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo, y él huirá de ustedes» (Santiago 4:7, NVI).
Estoy segura que el diablo desea que ese versículo no estuviera en la Biblia. A él le gustaría que pensaras que solamente tiene que huir de Jesús. Pero, eso no es verdad. La Biblia lo dice con claridad: el diablo debe huir de ti. ¿Por qué? Porque tú tienes a Jesús viviendo en tu interior y, como 1 de Juan 4:4 dice: «…el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo».
¡A eso le llamo problemas grandes! Y el solamente puede hacerlo haciéndote creer lo que él dice en vez de lo que la Palabra de Dios dice.
Si te rehúsas a creerle sus mentiras, si descubres lo que la Palabra dice, crees y actuar conforme a eso, satanás no podrá pararse en frente tuyo ni un poco más cerca de lo que se paró frente a Jesús. Cuando lo resistes en el Nombre de Jesús, él tiene que huir de ti, y como una traducción lo dice: ¡aterrorizado! Porque tú tienes el derecho y la posición de usar el Nombre, satanás tiene que hacer lo que tú dices. Se nos ha dicho que saquemos fuera demonios en el Nombre de Jesús (Marcos 16:17).
No se trata de un perro indigno. Se trata de un hijo de Dios.
“Sí, ya sé lo que la Biblia dice”, podrías decir, “sin embargo me cuesta entenderlo. No puedo entender cómo alguien como yo podría ser un problema para el diablo”.
¡Entonces necesitas empezar a verte de una manera diferente!
En vez de verte a ti mismo desde la perspectiva natural, necesitas verte como te describe el Nuevo Testamento:
Recreado a la misma imagen, tal como Jesús (Colosenses 3:10).
Como un participante de Su naturaleza divina (2 Pedro 1:4).
Un hijo e hija de Dios que es tan parecido a Jesús como la Biblia lo dice: «Como Él es, así somos [nosotros] en este mundo». (1 Juan 3:2, 4:17).
A pesar de que es triste decirlo, esta no es la manera en la que muchos cristianos han sido enseñados. Se les ha enseñado que son pecadores indignos. Se les ha entrenado como don nadies y que no son en nada parecidos a Dios. Sin embargo, nada está más lejos de ser cierto.
¡Nosotros somos los hijos de Dios―y los hijos son como sus padres!
Siempre recuerdo cuando tuve mi primer bebé. Después del parto, la enfermera me entregó a la pequeña Kellie y ella era una cosita preciosa. Tenía cabello oscuro y piel color oliva oscuro; era la bebé más preciosa que alguna vez había visto. Estaba totalmente maravillada con ella.
Creo que si se hubiera parecido a un monito, me habría decepcionado. Me hubiera sentido mal, no me hubiera gustado que fuera como otra especie. Yo quería que fuera un ser humano, ¡quería que se pareciera a Ken y a mí!
Esto también es cierto en cuanto respecta a Dios. Él es tu Padre celestial. No te creó para que seas diferente a Él. No te creó para que seas una clase inferior a la de Él. Te hizo tan parecido a Él como le fue posible.
La razón por la que muchas veces no actúas como Él es porque que todavía tienes que crecer espiritualmente. Y yo también lo tengo que hacer. Y también los otros creyentes. Todos nosotros somos nacidos de nuevo como bebés espirituales: como los bebés naturales, empezamos inmaduros. Sin embargo, si continuamos alimentándonos de la Palabra de Dios y desarrollamos nuestros músculos espirituales haciendo lo que Dios dice, seguiremos creciendo como Jesús y eventualmente llegaremos «…a estar unidos por la fe y el conocimiento del Hijo de Dios; hasta que lleguemos a ser un hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efesios 4:13).
Observa que de acuerdo con ese versículo, ¡cada hijo de Dios maduro luce como Jesús! Como creyentes, ese es nuestro último destino; y aunque todavía no estamos allí, podemos acercarnos cada día un poco más. Todo lo que tenemos que hacer es continuar mirándonos en el espejo de la Palabra, viéndonos a nosotros mismos como Dios nos ve, y seremos «transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor» (2 Corintios 3:18).
Laminados
¡Para nosotros, este es un proceso emocionante! Por otro lado, para el diablo, debe ser muy depresivo—especialmente debido a que él tiene otro problema cuando se trata de enfrentarse a nosotros: Dios nos ha dado Su Espíritu Santo para que viva y obre a través de nosotros, al igual que cuando Él vivió y obró a través de Jesús cuando ministró en la Tierra.
¡Así es! Al igual que cuando: «…Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, y que él anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Hechos 10:38), nosotros hemos sido hechos participantes de la misma unción; por lo tanto podemos hacer lo mismo. Hemos sido equipados para operar como Jesús lo hizo. ¡Hemos sido autorizados y se nos ha dado el poder para ministrar en Su lugar, en Su Nombre, como Sus representantes, con el poder con el que Él estaba investido, manifestado en nosotros! La Biblia dice que los creyentes impondrán manos sobre los enfermos y ellos (los enfermos) se sanarán (Marcos 16:18).
¿Cómo es eso posible?
Gracias a nuestra unión con Él.
De acuerdo a la Biblia: «Pero el que se une al Señor, es un espíritu con él» (1 Corintios 6:17). Nosotros estamos unidos a Jesús tanto como un esposo y esposa están unidos en el matrimonio. Como el apóstol Pablo lo explicó: «porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán un solo ser. Grande es este misterio; pero yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia» (Efesios 5:30-32).
Este misterio de nuestra unión con Jesús es otra verdad espiritual que el diablo desearía poder mantener oculta. Y ha peleado por siglos para lograrlo. Sin embargo, está peleando una batalla perdida. En estos días, el Espíritu Santo está revelándolo más y más a nuestros corazones. Él está mostrándonos que realmente somos uno con el Señor.
Recuerdo un destello de intuición que recibí hace unos años que realmente me ayudó muchísimo. Sucedió un día mientras estaba revisando algunos de los trabajos de construcción que se estaban realizando en el ministerio. Mientras revisaba los alrededores, noté que habían varias vigas largas en el suelo y no habían sido instaladas todavía. Me llamaron la atención porque no eran tan solo listones de madera. Cada viga estaba compuesta de 4 o 5 láminas que habían sido laminadas para formar una sola.
A medida que las miraba, repentinamente recordé Juan 17:21, donde Jesús oró por los creyentes: «para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste».
Piensé: ¡esas láminas de madera son una buena ilustración de lo que Jesús estaba hablando! A pesar de que todavía pueden ser individualmente identificadas, ahora son una sola pieza porque han sido unidas. No puedes elegir una sin elegir la otra. No puedes mover una sin mover la otra.
¡Eso es lo que significa ser un espíritu con Jesús!
Significa que cuando tú te mueves, Él se mueve. Cuando Él se mueve, tú te mueves. Cuando ministras a alguien, Jesús los ministra por Su Espíritu. Cuando impones manos sobre los enfermos, Él impone manos sobre los enfermos. Cuando le ordenas a una enfermedad dejar el cuerpo de una persona, ésta te obedece de la misma manera que obedecería si Jesús estuviera aquí—porque Él está aquí.
¡Él vive en ti!
Millones de nosotros… y seguimos multiplicándonos
Esto fue lo que Jesús les explicó a sus discípulos justo antes de ir a la Cruz. Les dijo que a través de nuestra unión con Él, todos nosotros, los creyentes, podríamos llevar a cabo Su ministerio después de que Él ascendiera al Padre. Él dijo: «De cierto, de cierto les digo: El que cree en mí, hará también las obras que yo hago; y aún mayores obras hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidan al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo piden en mi nombre, yo lo haré» (Juan 14:12-14).
Los discípulos de la primera iglesia creyeron esas palabras y actuaron de acuerdo a ellas. Ellos no enredaron las cosas con un montón de tontas ideas religiosas. A diferencia de muchos cristianos hoy en día, durante los tres años que estuvieron con Jesús, fueron bien enseñados. Nunca les dijeron cosas como: “algunas veces la sanidad no es la voluntad de Dios, así que nunca sabes realmente lo que Él hará”.
¡Al contrario! Los primeros discípulos sabían que Dios siempre quiere sanar, que Él quiere que Su voluntad sea hecha en la Tierra como en el cielo, ¡y ciertamente en el cielo no hay enfermedades! Ellos sabían que Dios haría sanidades donde se necesitaran, porque habían visto a Jesús sanar cada persona enferma que vino a pedirle ayuda «y él los sanó a todos» (Mateo 12:15), aun cuando eran multitudes.
Es más, Jesús les ordenó a Sus discípulos hacer lo mismo cuando envió los 12 y los 70 a predicar. No les dijo, “Cuando vayan y sanen los enfermos, asegúrense de no sanar a nadie que no sea digno, asegúrense de no sanar ningún pecador, tan solo sanen la gente que ha estado en la sinagoga y han hecho todas las cosas que deberían”. No; Él dijo: «Vayan y prediquen: “El reino de los cielos se ha acercado”. Sanen enfermos, limpien leprosos, resuciten muertos y expulsen demonios. DEN GRATUITAMENTE LO QUE GRATUITAMENTE RECIBIERON» (Mateo 10:7-8).
Por esta razón la primera iglesia en Jerusalén tuvo tanto éxito. Sus discípulos sabían su trabajo y lo hicieron—y Jesús los respaldó con Su poder en cada paso del camino.
Ahora es nuestro turno. Hoy, tú y yo somos los que representan a Jesús en la Tierra. Nosotros somos Su cuerpo. Somos un Espíritu con Él. Somos nacidos de nuevo a Su imagen. Espiritualmente lucimos como Él y cuando actuamos como Él, obtenemos exactamente los mismos resultados que Él obtuvo porque tenemos el Espíritu Santo en nosotros para darnos el poder para hacer Sus obras.
¡Nosotros somos la peor pesadilla del diablo!
Tan solo observa contra lo que el diablo tiene que luchar en estos días. Casi en cada lugar al que vas te encuentras con gente nacida de nuevo. Estamos en todas partes. En vez de ser solo un Jesús en la Tierra, hay millones de nosotros caminando, haciendo Su obra y cumpliendo el plan de Dios.
Si el diablo no fuera tan malo, casi que sentiría lastima por él. El pobre no sabe qué hacer con todos nosotros. Él pensó que las cosas lucían mal hace 2000 años en el día de pentecostés, cuando tan solo unas miles de personas nacieron de nuevo y fueron llenas del Espíritu Santo. Pero todavía no había visto nada.
En estos días, nos multiplicamos constantemente. Nos multiplicamos a través de la televisión, porque el evangelio está siendo predicado 24 horas al día, 7 días a la semana en la TV. Nos multiplicamos a través de las reuniones, las convenciones y los mensajes de audio y video. Nos multiplicamos a través de los programas de radio y el internet.
Piensa en esto la próxima vez que el diablo trate de hablarte acerca de los problemas que estás enfrentando. Recuérdale quién es el que tiene problemas. Dile: “Diablo, en Jesús soy un vencedor y soy parte del ejército más grande de creyentes que alguna vez haya caminado sobre la faz de la Tierra. Tú eres el que tiene problemas ― ¡y somos nosotros!
Si empiezas a hablarle así, él no permanecerá mucho más tiempo a tu alrededor. ¡Se cubrirá sus oídos, te mirará con temor… y volará!