Con las elecciones presidenciales en los EE.UU. a tan solo un año, muchos americanos observan los problemas mundiales que están estallando y se preguntan: ¿Qué clase de líder necesitamos en este momento histórico?
Esa es una muy buena pregunta. Como creyentes, cada uno de nosotros necesita escuchar de Dios referente al asunto. Si no lo hemos hecho todavía, en los próximos meses necesitaremos saber quién es la persona que Él quiere en ese cargo y cómo quiere que votemos. Sin embargo, también existe otra pregunta para la cual necesitamos una respuesta de Dios ahora mismo. Una que es igual de importante.
Como podemos apreciar, los creyentes, tanto aquí como alrededor del mundo, están enfrentándose a la presión de retroceder en su fe―de quedarse callados al respecto y mantenerla escondida, fuera del alcance, donde no moleste a nadie. Ante esta situación, necesitamos preguntarnos: ¿Qué clase de cristianos debemos ser en este momento particular de la historia?
Obviamente, la Biblia tiene mucho que decir al respecto. Sin embargo, no fue hasta hace poco que recordé un pasaje específico en el Antiguo Testamento, el cual habla directamente de los problemas que estamos enfrentando hoy por hoy. Cuenta acerca de un hombre de Dios que vivía su fe con valentía en medio de una cultura pagana, aun cuando esa valentía amenazaba con costarle su propia vida.
Estoy seguro que recuerdas la historia. Es la que habla acerca de Daniel, cuando fue lanzado al foso de los leones. Se encuentra registrada en Daniel 6 y comienza así: «Darío tomó la decisión de constituir sobre su reino ciento veinte sátrapas… Sobre ellos puso a tres gobernadores, a quienes los sátrapas debían rendir cuentas, para que los intereses del rey no se vieran afectados. Uno de los tres gobernadores era Daniel, aunque Daniel estaba por encima de los sátrapas y los gobernadores porque en él radicaba un espíritu superior. Incluso, el rey pensaba ponerlo a cargo de todo el reino» (versículos 1-3).
Allí, apenas comienza el relato, encontramos la respuesta a la pregunta, ¿Qué clase de cristianos debemos ser en este momento particular de la historia?
¡Necesitamos ser personas reconocidas por nuestro espíritu superior (o excelente)!
Esa era la marca de distinción por la que Daniel era reconocido, y por eso fue una luz en una nación oscura. Esto hizo que él pudiera ser alguien de confianza y fuese promovido a una posición de gran influencia y autoridad. Esto llamó la atención de la gente, e hizo de él una fuerza imparable para el reino de Dios.
Como creyentes, tú y yo tenemos esa misma clase de espíritu. Como coherederos con Jesús, se nos ha dado Su «más excelente nombre» (Hebreos 1:4, RVR60). Nosotros somos colaboradores en un «ministerio mucho mejor» (Hebreos 8:6) y participantes de Su «magnífica gloria» (2 Pedro 1:17).
¿Cómo se supone que expresemos exactamente esa excelencia?
Lee lo que dicen los siguientes versículos acerca de Daniel, y podrás verlo. Estos nos cuentan cómo, después de haber sido promovido, los otros miembros de la administración del rey se pusieron celosos y trataron de atraparlo cometiendo alguna falta, para así poder reportársela al rey. Sin embargo, se encontraron con un gran problema: «no podían hallarla, ni tampoco acusarlo de ninguna falta, porque él era confiable y no tenía ningún vicio y tampoco cometía ninguna falta. Finalmente, dijeron: «Nunca vamos a hallar la ocasión de acusar a este Daniel, a menos que la busquemos en algo que tenga que ver con la ley de su Dios» (Daniel 6:4-5).
Medita en eso. ¡Los enemigos de Daniel no pudieron hacerlo tropezar porque su fidelidad era extrema! Debido a su excelente espíritu, no importaba lo que el resto de las personas hicieran; él creía y obedecía fielmente a Dios en cada situación.
Y eso es lo que nosotros debemos hacer si vamos a vivir en excelencia hoy en día. Debemos estar llenos de fe y ser fieles. Sin importar las condiciones culturales, las amenazas o las presiones que puedan presentarse, nunca debemos otorgar concesiones cuando se trata de creer y actuar en la PALABRA de Dios.
Nunca.
Sin importar lo que cueste
“Pero hermano Copeland, usted no entiende mi situación. Debo negociar un poquito aquí y otro poquito allá. Yo soy el líder en mi línea de trabajo. Tengo un cargo muy alto en mi compañía. Si soy valiente en mi fe y no sigo a la multitud, me puede costar muy caro”.
No importa cuánto cueste. Nada en tu vida ni en mi vida es tan valioso como para que hagamos concesiones referentes a nuestro SEÑOR y salvador.
Nuestra fidelidad hacia Él es nuestro máximo llamado y nuestra honra más alta, y siempre será un error negociarlos. Eso fue algo que aprendí hace muchos años trabajando al lado de mi padre espiritual, el hermano Oral Roberts. Lo escuché hablar muchas veces acerca de la excelencia espiritual y la fidelidad. Una cosa que él decía con frecuencia acerca de este tema todavía me marca a fuego.
“Las concesiones que hagas para retener algo harán que lo pierdas con el paso del tiempo”.
Esa es una ley espiritual. Es un factor absoluto. Y también es una verdad recíproca: si te mantienes conectado a Dios por fe en Su PALABRA, rehusándote a negociarla, Él se encargará de que salgas, en toda situación, como un ganador―y Él lo hará aún en las situaciones más imposibles.
Observa lo que pasó a continuación en la historia de Daniel, y verás a lo que me refiero. Sus enemigos realmente conspiraron para usar en contra de él su fe, la cual era innegociable. Fueron delante del rey y le dijeron: «¡Que viva para siempre Su Majestad, el rey Darío! Todos los gobernadores, magistrados, sátrapas, príncipes y capitanes del reino han acordado por unanimidad pedir a Su Majestad que promulgue un edicto real, y que lo confirme, ordenando que cualquiera que en los treinta días siguientes demande el favor de cualquier dios o persona que no sea Su Majestad, sea arrojado al foso de los leones. Tenga a bien Su Majestad confirmar este edicto, y firmarlo, para que conforme a la ley de Media y de Persia, no pueda ser revocado» (versículos 6-8).
El rey Darío les concedió su petición al firmar el decreto, el cual puso en efecto una ley que, por 30 días, hizo que la vida de oración de Daniel fuera una sentencia de muerte.
¿Cómo respondió Daniel?
Cuando supo que la ley había sido firmada: «entró en su casa, abrió las ventanas de su alcoba que daban hacia Jerusalén, y tres veces al día se arrodillaba y oraba a su Dios, dándole gracias como acostumbraba hacerlo» (versículo 10).
¡Daniel no se intimidó en lo absoluto por las amenazas! Él se mantuvo orando como siempre―y no trató de mantener sus oraciones en secreto. Daniel no cerró sus cortinas y persianas. Al contrario, las mantuvo abiertas para que cualquiera que quisiera pudiera escucharlo.
Es muy fácil imaginarse la reacción de las personas a su alrededor. Probablemente lo llamaron aparte y le dijeron: “Hombre, se un poco más cauto; no quieres terminar en el foso con los leones. Tienes la autoridad para impactar esta nación. Estás mejorando las cosas y el rey te escucha. Si sigues orando de esa manera, perderás tu ministerio por completo. ¡Al menos cierra las ventanas! Al fin y al cabo eso no afectará nada.Dios no necesita una ventana abierta para escucharte”.
“Bueno”, podrías decir, “esa última parte es correcta, ¿no es cierto? Dios no necesita una ventana abierta para escuchar las oraciones de alguien”.
En este caso sí las necesitaba. Si Daniel hubiera cerrado las ventanas, lo hubiera hecho porque tenía miedo y eso hubiera cambiado todo. El miedo cancela la fe, y la fe es lo que nos mantiene conectados a Dios.
Ten cuidado con esta frase
En este momento, esa misma clase de presión que enfrentó Daniel está ganando fuerza. Aquí en EE.UU., los cristianos están siendo forzados a ocultar su fe a puertas cerradas. Esencialmente, se nos ha dicho que cerremos las cortinas y las persianas en lo que se respecta a lo que creemos, mientras que al mismo tiempo los políticos y los oficiales gubernamentales nos aseguran que nuestra “libertad de adorar” todavía está intacta.
La libertad de adorar.
Esa frase suena muy parecida a la frase “libertad de religión” que describe lo que está garantizado en la constitución americana. Pero no es la misma cosa. Existe una gran diferencia entre ambas.
La libertad de adorar se usa actualmente como una forma de decir: “puedes adorar a quien quieras en tu casa, auto o iglesia. Pero no lleves la Biblia al trabajo contigo. No andes hablando de Jesús durante el descanso. Si empiezas a practicar tu fe en público, donde otras personas puedan escucharte y ofenderse, te costará my caro, porque ellos no necesitan escuchar lo que tú crees”.
Obviamente, en este momento, nadie en EE.UU. está amenazando con arrojar a los cristianos al foso de los leones. Ellos tan solo están tratando de sacarnos de las plazas públicas y de su camino. Sin embargo, yo ya he tomado mi decisión: ¡No me quitaré del camino! ¡No negociaré mi caminar con Dios”.
“Hermano Copeland, ¿hay de veras personas que te han presionado para que lo hagas?”
Oh, sí. En más de una ocasión. Hace algunos años fui presionado por un miembro del Senado de los Estados Unidos, quien vino en mi contra esperando recibir acceso a la información privada de los colaboradores del ministerio, la cual es confidencial por ley. Yo no accedería a sus demandas porque le había hecho la promesa al SEÑOR y a mis colaboradores hace muchos años, de que nunca compartiría ninguno de sus nombres, ni revelaría detalle alguno de sus ofrendas.
Él trató de forzarme a hacerlo, sugiriendo que teníamos algo que esconder y haciéndonos lucir mal. Después, empezó un proceso judicial en nuestra contra. Nos obligó a gastar más de un millón de dólares tan solo para defendernos. La publicidad negativa se suponía que ejercería presión sobre nosotros, haciendo que los ingresos del ministerio se vinieran a pique. Pero no funcionó. Los ingresos no disminuyeron.
“Bueno, ellos tienen el derecho a citarte a la corte,” me advirtió alguien.
“¿Y? le dije. “Déjalos que lo hagan”.
“¿Y qué pasará si te mandan a la cárcel?”
Respondí a esa pregunta públicamente, desde el púlpito. “Le di mi palabra a mis colaboradores y al SEÑOR al respecto”. Y proseguí: “No negociaré eso. Si el gobierno quiere mandarme a la cárcel, pueden hacerlo. Predicaré desde la prisión, así que ya sé muy bien lo que haré allí”.
Algunas personas con buenas intenciones se me acercaron y me animaron a entregar la información. “No le hará ningún daño a nadie” me sugirieron. “El gobierno no hará mal uso de esa información”. Sin embargo, continué respondiendo de la misma manera. “No me importa lo que estén planeando hacer con ella, no se las daré. Di mi palabra, y no lo haré”.
No estás solo
Por supuesto, al final, el SEÑOR me protegió durante esa situación. Él protegió el ministerio y todo resultó bien. Es más: en lugar de sentirme amenazado e intimidado por la experiencia, la presión ejercida sobre mí términó haciéndome más fuerte.
Así es como sucede siempre. Si permaneces en fe y te mantienes firme en la PALABRA, llegarás a un punto donde disfrutarás la falta de concesiones. ¡El gozo del SEÑOR viene a tu interior, y es tu fortaleza!
La mejor manera en la que puedo describirlo es comparándolo con algo que experimenté una vez cuando era un niño pequeño. Estaba viajando con mi papá en uno de sus viajes de negocios y paramos de noche en un hotel. Mientras él nos registraba en la recepción del lugar, yo investigaba por ahí y entré a una sala donde unos hombres jugaban tejo (shuffleboard) y cometí el error de tocar el tablero.
¡Eso sí que fue una experiencia intimidante!
Cuando puse mi dedo en el tablero, uno de los hombres comenzó a maltratarme verbalmente. Me llamó de formas inimaginables y por poco me come. Sin embargo, mientras me estaba gritando, mi papá entró al lugar. Puso su mano grandota sobre mi hombro, me deslizó detrás de él, y con gran vozarrón dijo: “¡Si quieres hablarle a este niño, tendrás que hablarme a mí! ¿Entiendes?”
El hombre miró a mi padre como un venado paralizado frente a las luces de un automóvil. Y susurró: “No quise decir nada”.
“¡Entonces, no deberías haber dicho nada!” replicó mi papá.
Con eso, el salón enmudeció y todo el mundo se quedó paralizado esperando ver lo que haría mi papá a continuación. Ellos tenían motivo para estar preocupados, ya que mi papá no era un hombre pequeño. Parado detrás suyo, me sentía muy grande. Quería decir algo como: “¡Dale papi, podemos manejarlo! ¡Sí, podemos manejarlo!
Por supuesto, nada pasó. Mi papá sólo dijo: “Vamos, hijo”. Después nos dimos la vuelta, salimos del salón y nos fuimos a nuestra habitación. Cuando cerró la puerta, me dijo: “¡Kenneth: desde ahora, mantendrás tus manos quietas! ¿Entiendes?”
Eso me aterrizó rápidamente, ya que por un tiempo muy breve había estado volando muy alto. Me sentía invencible parado detrás de mi papá.
Como creyentes, nosotros estamos en la misma posición cuando nos mantenemos firmes con fe en la PALABRA de Dios y nos rehusamos a cualquier tipo de negociación. Somos más que vencedores porque no estamos solos. Estamos parados detrás de Jesús. Decimos: “¡SEÑOR, podemos con esto! ¡Podemos ganar esta pelea sin ningún tipo de esfuerzo!
Esa era la actitud que Daniel tenía. Para el momento en el que entraba al pozo de los leones, ese no era un gran problema. No tenía miedo y estaba tan lleno de fe, que en lugar de comérselo, los leones tuvieron que esperar hasta más tarde, cuando por fin podrían comerse a los enemigos. «Y cuando lo sacaron, salió ileso porque había confiado en su Dios» (Versículo 23).