El diablo ha estado mintiéndonos y ha llegado el momento de poner las cosas en orden. Él ha estado diciéndonos que no tenemos fe para mover las montañas que están en nuestra vida. Sin embargo, quiero que sepas, que no es así. :: De hecho, la sola idea de que tú y yo, como hijos del Dios todopoderoso y nacidos de nuevo, no tengamos fe, es absolutamente absurda.
Puedo escuchar tu mente procesando la idea. “Oh, hermano Copeland, no me conoces. Parece que no puedo creerle a Dios por nada. Solía intentarlo, sin embargo, nunca logré que funcionara; ahora ya no practico mucho ese ‘asunto de la fe’”.
Si eso es lo que piensas, entonces prepárate, porque lo que estoy a punto de mostrarte en La PALABRA de Dios te hará tambalear. Verás, la PALABRA dice que no solamente tienes fe, sino que ¡la fe es tu sello distintivo! La fe es lo que te hace famoso.
La razón por la que puedo decírtelo con tanta confianza es porque perteneces a la familia de Jesucristo—y Él es Famoso por eso. Hebreos 3:6 dice: «Cristo, en cambio, como hijo es fiel sobre su casa, que somos nosotros, si mantenemos la confianza firme hasta el fin y nos gloriamos en la esperanza».
Efesios 2:19 lo respalda. Dice: «Por lo tanto, ustedes ya no son extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios». Tú eres parte de la familia de Dios. De acuerdo con Gálatas 6:10, esa familia es reconocida como la familia de la fe: «Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe».
Tú eres miembro de “¡la familia de la fe!”
Como creyente del siglo 20, probablemente no entiendas lo que eso significa. Pero, si hubieras vivido siglos atrás, lo hubieras entendido. En ese entonces, las familias poderosas eran conocidas como “la familia” y cuando eran presentadas a alguien como “la familia tal o cual”, la gente entendía el poder, la riqueza y la integridad que esa familia representaba sólo por su nombre.
¡La fe como nuestro sello distintivo!
Por ejemplo, por siglos, la familia Rothschild fue famosa por sus riquezas. Todo el mundo conocía que cada sueño financiero que pudieran imaginar estaba envuelto en esa familia. Cuando mencionabas la Familia Rothschild, financieramente significaba más de lo que pudieras calcular.
Con eso en mente, piensa en lo que significa pertenecer a la ¡Familia de la Fe! Medítalo. Significa que somos conocidos por nuestra fe. Es nuestro sello distintivo. La fe es lo que somos. La fe es quiénes somos.
Cuando alguien en tu cuadra se enferma, ellos se atreven a ir a tu casa. Se atreven a decir: “Iré a esa familia de la fe y me sanaré.”
El problema con la mayoría de nosotros es que a pesar de que hemos nacido en esa familia, a pesar de que tenemos en nosotros la misma medida poderosa de fe que Dios tenía cuando resucitó a Jesús de entre los muertos (Efesios 1:19-20), no sabemos cómo usarla. De hecho, somos bastante tímidos al respecto.
En vez de poner con valentía la fe a trabajar y traer la sanidad, el poder y la prosperidad que La PALABRA promete, muchos cristianos se comportan con demasiada “humildad”. Dicen: “No necesito tanto dinero. Solamente un poco para que mi familia y yo podamos subsistir”, o “Soportaré esta enfermedad… la estoy soportando por Jesús”, o “A lo mejor esta es la cruz que debo cargar”.
¡Eso es ridículo! Dios nos ha honrado al incorporarnos a la familia más poderosa que alguna vez haya sido creada. Él nos hizo Sus hijos e hijas. Nos hizo coherederos con Jesús. Él nos dio un siervo llamado “fe”, y espera que hagamos que ese siervo trabaje para nosotros.
¡Así es! Tú y yo no somos siervos de la familia de la fe. ¡La fe es el siervo! Jesús se los dijo a los discípulos en Lucas 17. Ellos le preguntaron acerca de la fe y Él les respondió: «Si alguno de ustedes tiene un siervo que ara o apacienta el ganado, ¿acaso cuando él vuelve del campo le dice: “Pasa y siéntate a la mesa”? ¡No! Más bien, le dice: “Prepárame la cena, y arréglate la ropa para servirme mientras yo como y bebo. Después podrás comer y beber tú.” ¿Y acaso se le agradece al siervo el hacer lo que se le ordena?» (versículos 7-9).
¿Entiendes lo que Jesús estaba diciendo? La fe, la misma fuerza poderosa contenida en la PALABRA de Dios en los comienzos, aquella que hizo que el universo fuera creado, te ha sido dada, y ¡tiene la misma vida en ella, el mismo poder que siempre ha tenido, y está a tu disposición!
¿Cómo pones la fe a trabajar? Jesús respondió esa pregunta en el mismo capítulo. Él dijo: «Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, podrían decirle a este sicómoro: “Desarráigate, y plántate en el mar”, y el sicómoro los obedecería» (versículo 6).
Para entender la plenitud de lo que Él estaba diciendo, tienes que darte cuenta de que Él ya les había enseñado a los discípulos el principio fundamental por el que opera la totalidad del reino de Dios, el principio de la siembra y la cosecha. En Marcos 4:31-32, Él dijo: «[El reino de Dios] puede compararse con el grano de mostaza, que al sembrarlo en la tierra es la más pequeña de todas las semillas, pero que después de sembrada crece hasta convertirse en la más grande de todas las plantas, y echa ramas tan grandes que aun las aves pueden poner su nido bajo su sombra».
¡Tu semilla tiene que crecer!
Jesús les estaba diciendo a Sus discípulos: ¡Siembra tu fe… y crecerá! Si necesitas mover una montaña, siembra tu fe y esta crecerá lo suficiente como para echar esa montaña al mar (Marcos 11:23).
Lo mismo es cierto para ti. Si tomas la semilla de la fe que tienes en tu interior y la siembras con las palabras de tu boca, si lo declaras y le dices a la montaña: «¡Quítate de ahí y échate en el mar!», si te rehúsas a permitir que la duda desentierre la semilla, ésta crecerá. Crecerá. Tiene que hacerlo. No tiene otra alternativa.
La ley de Dios establece que debe crecer y esa ley no puede ser revertida. Es una verdad eterna: si tienes una semilla saludable y la siembras en buena tierra, le das aire, luz y agua, crecerá.
¿Puede una semilla discutir al respecto? Si siembras una semilla de algodón, no es posible que esa semilla diga: :¡Espera! Mi papá era un tallo de algodón. Mi abuelo era un tallo de algodón y mi bisabuelo era un tallo de algodón. Estoy cansada de los tallos de algodón. Me rehuso a convertirme en algodón. En su lugar, seré maíz. ¡Si no puedo ser maíz, no seré nada!”
Una semilla no puede decir eso, ¿o sí? ¡Por supuesto que no! Es una sierva. Tiene que hacer lo que fue creada para hacer. Con la fe sucede lo mismo. No puede rehusarse a lo que le dices. Es una sierva y siempre trabajará en la manera que Dios ha establecido.
Podrías decir: “¡Eso no funciona para mí!” Sí lo hace. Si deja de funcionar para ti, eres tú quien lo detuvo. Es un siervo. Si lo detienes, se detendrá. Puedes sembrar media hectárea con semillas de algodón, y por la mañana ir y excavarlas para ver si están creciendo. ¿Sabes lo que sucederá? Tu cosecha fallará. Sin embargo, no será culpa de las semillas. ¡Será tu culpa! La habrás dañado. La semilla ni siquiera tuvo una oportunidad.
Si hubieras dejado esa semilla en su lugar, hubiera crecido. No hubiera podido dejar de crecer. La semilla es esclava de la tierra, el agua, el aire y la luz. Cuando tienes esos ingredientes, tendrá que crecer.
De la misma manera, la fe es esclava de las palabras y las acciones, basados en la PALABRA del Dios viviente en el corazón humano. No podrá decir: “No, no recibirás tu sanidad esta vez”. Si tienes la fe de Dios en tu interior, si has hecho a Jesús el SEÑOR de tu vida, y pones la PALABRA de Dios concerniente a la sanidad en el interior de tu espíritu y te mantienes firme en ella, la alimentas y la riegas con la PALABRA y la oración, recibirás tu sanidad.
La fe no puede rehusarse. No puede rehusarse a obedecerte. Tan solo mantente firme en ella y provocará tu sanidad.
“Oh, hermano Copeland, no sé si funcionará de esa manera para mí”.
Ya lo ha hecho. El día que fuiste salvo, el siervo de la familia, la fe, llegó a ti y dijo: “¿Cómo puedo servirte?” Tú dijiste: “¡Quiero nacer de nuevo!” Luego, creíste en tu corazón y confesaste con tu boca que Jesús es el Hijo de Dios que resucitó y el SEÑOR de tu vida. La fe obró, hizo su trabajo, y te hizo una nueva criatura.
Todos los demonios del infierno no pudieron impedirlo. Todo lo que pudieron hacer fue quedarse parados, observar, y luego mentirte y decirte que no fuiste salvo. Eso es todo lo que pudieron hacer.
Si dejaras de escuchar las tradiciones de los hombres, si dejaras de permitirle a la gente desenterrar tu semilla, la fe trabajaría para ti hoy de la misma manera que lo hizo el día que naciste de nuevo. No discutirá contigo. Tan solo te servirá—y traerá consigo todo lo que La PALABRA de Dios ha prometido.
Un siervo llamado fe
Medita al respecto. ¡Tienes un siervo listo para cuidarte! El siervo personal de Jesús que se llama fe. Si quieres vislumbrar cómo poner ese siervo a trabajar, solamente observa el ministerio de Jesús. Él hacía que trabajase todo el tiempo.
Puedes ver un ejemplo en Lucas 17. Allí vemos 10 leprosos rogándole a Jesús que los sane. Ellos no se acercaron a él. La Biblia dice que ellos: «se quedaron a cierta distancia de él, y levantando la voz le dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» (versículos 12-13).
Jesús les dijo: «Vayan y preséntense ante los sacerdotes». Él no se les acercó. Él simplemente los envió en otra dirección para que les mostraran a los sacerdotes que habían sido sanados.
Ahora, ellos podrían haber dicho: “¡No podemos ir donde los sacerdotes! Tenemos lepra. ¡Por eso te estábamos pidiendo a ti, Jesús!” Sin embargo, no lo hicieron. Simplemente obedecieron. Ellos solamente obedecieron. Tomaron esas palabras de fe que Él declaró y se encaminaron hacia los sacerdotes. La Biblia dice que mientras iban de camino, fueron limpios.
Uno de esos leprosos regresó donde Jesús, se postró a sus pies y empezó a alabar a Dios. Ahora, presta atención a lo que Jesús le dijo: «¿No eran diez los que fueron limpiados? ¿Dónde están los otros nueve?» (versículo 17).
Jesús no había visto los otros nueve leprosos. Él no los había examinado. Él no podía ver si habían sido limpios o no. Aun así, Él sabía muy bien que ellos habían sido sanados.
¿Cómo? ¿Por qué tenía vista de rayos X? No. Lo sabía porque pertenecía a la familia de la fe. No tenía que verlo. Él liberó una orden de fe, y sabía que la obra sería hecha.
Puedes verlo comportarse de la misma manera en Marcos 11 cuando maldijo la higuera. Él tan solo le habló al árbol y dijo: «¡Que nadie vuelva a comer fruto de ti!» (versículo 14). Después se dio la vuelta y se fue, sin inspeccionar los resultados. Más tarde, cuando volvió a pasar por el lugar, no salió corriendo para ver si Su fe había funcionado. Tan solo pasó por allí.
Si Pedro no hubiera dicho nada al respecto, Jesús jamás lo hubiera mencionado nuevamente. Él simplemente dio por sentado que Su fe había terminado la obra.
“Oh, bueno, ese era Jesús. Yo no puedo operar como Él lo hizo”.
¡Sí, sí puedes! Eres su coheredero en la familia de la fe. Él te ha dado el mismo siervo llamado fe que sanó a los leprosos y secó la higuera. Te servirá a ti hoy de la misma manera que trabajó para Él. Él es nuestro ejemplo de fe. Tampoco tienes que ser alguna clase de gigante espiritual. ¡Tan solo tienes que estar dispuesto a plantar la semilla!
Hace años, escuché acerca de un hombre que arrojó un billete de $5 dólares en la canasta de la ofrenda en una de las reuniones de Oral Roberts. Él se había jubilado de su trabajo y estaba luchando para sobrevivir con una pensión, la cual no alcanzaba ni para suplir sus necesidades básicas. Además, tenía varias úlceras estomacales.
Esa noche, después de escuchar al hermano Roberts predicar, tomó la canasta de la ofrenda y dijo: “Jesús, estos $5 son todo que tengo hasta fin de mes. Ahora estoy en tus manos, úlceras y todo”. Después, arrojó el dinero en la canasta y se la pasó a la próxima persona.
Su actitud puede parecer muy poco piadosa; sin embargo, salió de esa reunión totalmente sano.
Unos días después, estaba en su casa aspirando cuando algo en su interior le dijo: Sube al ático. Él lo ignoró por unos instantes, pero no pudo eliminar la urgencia de hacerlo. Así que apagó la aspiradora y subió a ático.
Después de explorar por unos instantes, encontró unos planos viejos que había dibujado, para un embrague de un auto 4×4. Él los había presentado a algunas de las compañías fabricantes de autos y se habían reído en su cara; así que había guardado los planos en el ático y se había olvidado de ellos.
El Espíritu Santo le indicó dónde llevar los planos. Obviamente los vendió. Esa sola transacción lo hizo muy rico. Una idea de parte de Dios resolvió sus problemas financieros. Por muchos años, él fue el contribuidor más grande de la Universidad Oral Roberts.
Piensa en esto: esos planos habían estado en el ático durante muchos años. ¿Por qué no lo habían beneficiado en el pasado? Él no había puesto los $5 dólares en la canasta de la ofrenda todavía. Él no había animado la fuerza de la fe en su interior. No había puesto a su siervo a trabajar.
¡Tú tienes el mismo siervo! Él está ahí cuando te acuestas por la noche. Está ahí cuando te levantas por la mañana. Tú caminas por ahí, retorciendo las manos y preguntándote qué hacer, mientras que tu siervo está todo el tiempo en tu interior. Está diciendo: “¿Tienes una montaña para derribar? Si te detienes por un minuto y me das la oportunidad, lo haré”.
Pero la mayoría del tiempo, no dejas que lo haga. La enfermedad viene golpeando a tu puerta, y en vez de enviar tu siervo a abrirla para que la saque corriendo, la dejas entrar. Dices: “Ven enfermedad, te pondré una pijama de seda, te acostaré en la cama y gastaré todo lo que tengo en ti. ¿Cuánto tiempo te quedarás esta vez?”
Haces eso mientras tu siervo, la fe, se rasca la cabeza: “Esto es el colmo. Acá viene de nuevo la enfermedad a arruinar todo en mi casa. ¿Estoy en el lugar correcto? Sí, es la familia de la fe; Jesús me envió a servir a esta persona, sin embargo, no actúa como si supiera que estoy a su servicio”.
“¡Vamos hombre, soy tu siervo!” Toma tu Biblia. Libérame para que me encargue de esa enfermedad. ¡No me mantengas aquí, parado en la esquina sin hacer nada!”
Si has estado tratando la fe de esa manera, ¡deja de hacerlo! Ponla a trabajar y mira cuán poderosa es. Jesús le habló a esa higuera, la fe fue a la tierra y se apoderó de esas raíces, diciendo: «¡Que nadie vuelva a comer fruto de ti!».
Hará lo mismo con el cáncer. Si liberas a tu siervo la fe sobre la enfermedad, éste comenzará a devorarla. Finalmente, el cáncer dirá: “Salgamos de aquí. No quiero enfrentarme a ese siervo a cargo de la familia de la fe. ¡Me comerá vivo!”
Ahora mismo, tu siervo la fe está tratando de alcanzarte. Está esperando ansioso para derribar las montañas de tu vida. Deja de hacerlo a un lado y ponlo a trabajar. ¡Después de todo, eres parte de la familia de la fe! ¡Llegó el momento de que empieces a actuar como si lo fueras!