En EL MES DE noviembre de 1984, la muerte parecía flotar sobre Uganda, filtrándose entre los poros como una enfermedad. Bethuel Dongo estaba sentado en la oscuridad dentro de una casa de dos habitaciones en un suburbio de Kampala, CON la esperanza de que su esposa Florence pudiera dormir. Él no podía.
La maldad asechaba en las calles; eso estaba garantizado. Cada día, los ciudadanos de Uganda veían cómo los oficiales del gobierno asesinaban gente inocente para robarles sus escasas pertenencias. Mientras los días estaban llenos de violencia, durante la noche, escalaba hasta alcanzar un tono febril.
Dongo no se atrevía ni a encender la pequeña luz de una vela. Ésta los atraería. A la distancia un animal aullaba. Parecía como si la Tierra gimiera por la sangre de tantos inocentes que empapaba el suelo. Desde que él tenía memoria, la muerte había estado asechado a Uganda.
Dongo había nacido en 1959 en la zona este de Uganda, en un pedazo de tierra polvorosa con siete chozas―una para cada una de las esposas de su padre. Cada esposa había tenido siete hijos. Su padre no podía abastecer para siete esposas y 49 hijos, así que cada esposa y sus hijos debían trabajar arduamente para rasguñar suficiente comida de esa tierra reseca.
Cuando Dongo tenía 12 años, Idi Amin había derrocado el gobierno electo y se había autodeclarado presidente de Uganda. Él había cerrado todas las iglesias y deportado a los misioneros. Su reinado de terror por ocho años arrojó un saldo de más de 300.000 muertos, apilados por montones bajo el ardiente sol de África. Sin embargo, Dongo y su familia sobrevivieron, solo para ser asechados por un nuevo gobierno, intentos de asesinato y violencia.
“¡Dános el dinero!” exclamó alguien, mientras hombres uniformados irrumpían en la casa de Dongo.
“No tenemos dinero”, les respondió Dongo, mirando los rostros de los intrusos. Dongo sabía que era hombre muerto.
Así es esto, pensó. Hoy moriré. Sólo tengo 25 años y acabo de casarme.
Si bien Dongo no le temía a la muerte, todavía quedaban muchas cosas que hubiera deseado hacer. Se acababa de casar, y hubiera sido muy reconfortante criar una familia.
Dongo observó cómo los hombres saqueaban su casa. Empacaron los platos y su ropa. Se llevaron todo lo que tenían. Mientras se iban, Dongo percibió el asesinato en los ojos de estos hombres.
A continuación, un estallido ensordecedor irrumpía la noche a medida que balas atravesaban la puerta cerrada. El hombre que disparaba escuchó los gritos de Dongo y observó un río de sangre fluyendo bajo la puerta. Dándose la vuelta, partió con una sonrisa de satisfacción.
Sin casa
“Las balas impactaron mi mano” nos relata Dongo. “La sangre emanaba por esa herida, pero en la casa no había quedado nada con qué tratarla. En esos tiempos, salir de caminata por ahí después del atardecer casi equivalía a nunca regresar. Pero estaba perdiendo tanta sangre que necesitaba
asistencia médica”.
“Un amigo se acercó a ayudarnos. Caminamos en la oscuridad por dos kilómetros y medio mientras la sangre brotaba de mi herida. El dolor era muy intenso, no sólo en la mano, sino en todo mi cuerpo. Perdí dos dedos y la herida me la cocieron sin anestesia ni medicamentos para el dolor. Jamás regresamos a la casa porque allí no había quedado nada para nosotros. Nos alojamos en la casa de la hermana de mi esposa por casi seis meses”.
Durante 1979, cuando Amin fue obligado a escapar de Uganda, la iglesia dejó de esconderse. En ese mismo año, Dongo le dio su corazón y su vida Jesús. Dejando su familia y las siete chozas, se mudó a Kampala y pronto se convirtió en un misionero. Desde allí, Dongo viajó por todo el país haciendo cruzadas, testificando y sembrando iglesias.
Durante su tiempo de estadía con su cuñada, Dongo todavía viajaba los fines de semana para hacer cruzadas. En 1985, Dongo ayudó a sembrar una iglesia en Kabalagala, un suburbio de Kampala. Como nadie quería pastorear a la gente, él se convirtió en su pastor. Mientras la guerra causaba estragos, Florencia dio a luz a su hija quien era su deleite. Después de casi dos décadas de guerra y asesinatos incomprensibles, la muerte asechaba ahora a la gente en forma de pobreza, privaciones y enfermedades.
Dos años después, en 1987, su hija murió de sarampión. No habían vacunas disponibles en la Uganda desgarrada por la guerra.
Niños descartados
“Yo no sabía que podía existir tanto dolor” nos admite Dongo. “Mi único consuelo era saber que volvería a verla en el cielo. En poco tiempo, teníamos cuatro hijos, tres niños y una niña. Debido a la guerra y la afección del SIDA, existían 2,5 millones de huérfanos en Uganda. Nuestros corazones estaban desgarrados porque nadie podía cuidarlos. Mucha gente los recibía sólo para usarlos como sirvientes.
“Una mujer que estaba muriendo tenía dos niñas, de nombres Paz y Paciencia. Ella les entregó su propiedad a unas personas a cambio de que le prometieran cuidarlas. Después de su muerte, estas personas tomaron posesión de la propiedad y echaron las niñas a la calle. Nosotros las recogimos y así nuestra familia comenzó a crecer”.
“Durante esos años uno de mis amigos empezó a recibir revistas de los Ministerios Kenneth Copeland. Las leí a todas y empecé a aprender acerca de la fe. La vida en Uganda era difícil y necesitábamos escuchar mensajes que nos animaran”.
En 1999, Dongo fundó un ministerio llamado Buyamba, que significa “Ayuda”. Con una visión de alcanzar huérfanos, su meta era ayudarles a cambiar sus vidas―amarlos, cuidarlos y educarlos. No sólo quería ayudarlos a sobrevivir; quería ayudarlos a crecer para que fueran profesores e ingenieros.
En el 2002, inauguró un colegio para huérfanos y lo llamó “Dios cuida de ti”, basado en 1 Pedro 5:7: «Descarguen en él todas sus angustias, porque él tiene cuidado de ustedes». A pesar de que estaban limitados por el espacio y los recursos, muy pronto cientos de huérfanos tenían lugar para vivir y estudiar. “Le decíamos a los niños que no importaba lo que sucediera; Dios cuidaba de ellos y tenía un gran plan para su vida”, nos explica Dongo.
Una reacción diferente
Cuando un grupo de estudiantes secundarios del colegio Cristiano Libertad (Liberty Christian School) llegó en el año 2011, Dongo se enteró que una de las jóvenes era Courtney Copeland, la hija de John y Marty, y nieta de Kenneth y Gloria Copeland. Mientras visitaba Nueva York, Dongo había visto a Kenneth Copeland por primera vez en el programa La Voz de Victoria del Creyente. No sólo sentía emoción por el ministerio, sino que disfrutó conociendo a Courtney.
En su viaje a Kampala ese año, Courtney observaba la multitud de huérfanos y se le ocurrió una idea. ¿Qué pasaría si capacitamos a estos niños usando los deportes, el discipulado, el baile y la música para impartirles el amor de Dios? ¿Podrían alcanzarlos con la meta de demostrarles ese amor, de una manera que cambiara sus vidas para siempre? ¿Crearía el amor poderoso de Dios un efecto dominó―una reacción en cadena del amor expresado en cada persona que está alrededor de la vida de cada uno de ellos? Después de preguntarle al Señor y pedirle consejo a su familia, Courtney lanzó el proyecto Reaction Tour.
“Escuché a Courtney describir las diferentes actividades que tenía en mente para divertir a los jóvenes y los adolescentes mientras les ministraban el evangelio”, recuerda Dongo. “Ella empezó venir con su equipo todos los años. Venían con balones y arcos de fútbol, transporte, comida y bebidas. Pero no se trataba sólo de jugar. También discipulaban a los niños, les enseñaban a ser líderes de alabanza y a predicar el evangelio”.
“El primer año empezaron con 400 niños. El segundo año tuvieron 500. Hacer que los niños se interesaran no era problema alguno; todos querían ir, pero los números eran tan grandes que teníamos que decirles a algunos que no podían. En Enero del 2016, ella regresará por cuarta vez”.
“Estoy tan orgulloso del equipo. Ellos están transformando la siguiente generación al darles esperanza y visión para sus vidas. Los niños creen que Dios puede usarlos porque Él está usando a Courtney”.
Una familia que crece
A través de los años, la familia de Dongo continuó recogiendo niños, hasta que adoptaron un total de 15, que sumados a sus 4 hacen un total de 19 niños. “Esto no es ningún problema”, nos cuenta Dongo con una chispa en sus ojos. “¡Tenemos una casa muy grande! ¡Cuatro habitaciones!”
En el 2011, cuando estaba ejercitando en el monte, Dongo se detuvo bajo la sombra de un árbol y se limpió el sudor de su rostro. Un calor sofocante emanaba del suelo en oleadas de vapor pegajoso en el monte Africano. Lejos del bullicio de la ciudad, se escuchaba el sonido de los pájaros, los monos y los insectos. De alguna manera, parecían más bulliciosos que en la ciudad y llenos de más vida. Una mujer apareció a la vista, impactando a Dongo en su silencio. Parecía salvaje y desalineada. “Está enferma de la cabeza”, le explicó uno de los lugareños. “Y no deja que nadie se le acerque para ayudarla”.
Un llanto débil salió del bulto que llevaba en sus brazos, e hizo que Dongo prestara más atención. El sonido se repitió, similar al gemido de un animal herido. Respirando con dificultad miró al otro hombre. “¡Es un bebé!”
“Un bebé recién nacido, de menos de una semana. Pobrecito. No creemos que lo haya alimentado o bañado desde que nació. Probablemente no vivirá para el momento en que ella vuelva a salir del monte”.
“Entonces es mejor que recojamos a ese bebé ahora mismo”, le respondió Dongo, acercándose hacia la mujer.
Familia de Fe
“No teníamos planes de adoptar más niños, pero el bebé se estaba muriendo. Nos las arreglamos para rescatarlo y lo adoptamos. Su nombre es Michael. Ahora tiene 4 años y es el gozo de mi vida. Michael es nuestro hijo número 20. Probamente será el último. No lo sé. Hay tantos bebés, estamos planeando construir una casa para ellos”.
“Siete de nuestros hijos se han casado, y dos más crecieron y se mudaron. Todavía tenemos nueve viviendo en nuestra casa, y tenemos 11 nietos”.
“Hoy en día, el colegio tiene 900 estudiantes en primaria que son huérfanos o niños necesitados de la comunidad. De ese número, 350 viven todos los días en el colegio. Nuestra secundaria tiene más de 450 estudiantes viviendo en el colegio. En el 2013, KCM nos ayudó con las finanzas para construir un tercer piso en el colegio. Estoy tan agradecido. Dios los bendiga”.
“Mis padres murieron hace mucho tiempo, pero cuando conocí al hermano Copeland, él oró por mí y me habló como tal. Él es como un padre, dispuesto a aceptarme como soy y a ayudar a esos huérfanos. Kenneth y Gloria me han enseñado acerca de la fe. Nos han mostrado como Dios todavía es el mismo que era desde el comienzo. Él todavía obra de la misma manera que solía hacerlo. KCM nos ha enviado ayuda a través de Reaction Tour y a través de finanzas. Ellos le están dando esperanza al que no tiene esperanza”.
Como colaborador de KCM, tú le estas dando esperanza a todo aquél que no la tiene.