Si has estado esperando… y esperando… y esperando a que Dios haga algo que dijo en Su PALABRA, existe una posibilidad que te sugiero consideres. A lo mejor, realmente no estás esperando en Dios. Él es siempre fiel a Su PALABRA y la cumple. Así que, en cualquier momento que no sucede algo como Él dijo que sucederá, Él no lo está retrasando.
Ghora, Dios, no está sentado en el cielo tratando de decidir lo que va a hacer por ti. Él ya ha decidido—¡y ha escogido BENDECIRTE! El eligió enviar a Jesús a la cruz por ti, y hacer que resucitara de entre los muertos, por ti. Él lo envió para que fuera tu redentor, para que así todas las promesas en la Biblia puedan ser tuyas en él: “«sí», y en él «Amén», por medio de nosotros, para la gloria de Dios». (2 Corintios 1:20 RVR1995).
Esto significa, que cuando se trata de recibir esas promesas, tú no estás esperando en Dios. Él está esperando por ti. Luego de haberte dado Su PALABRA, ahora Él está esperando que tú la creas y la declares. Está esperando que digas lo que Él dijo para que Jesús, el Sumo Sacerdote de tu confesión, pueda hacer que suceda.
Por supuesto, al mismo tiempo el diablo y sus fuerzas también están esperando. Ellos también quieren escuchar qué vas a decir. Sin embargo, al contrario de Dios, ellos no quieren que declares LA BENDICIÓN. Ellos están esperando que declares la maldición.
De acuerdo con Deuteronomio 19:15, de la boca de dos testigos cada problema será establecido. En este momento estás en medio de dos testigos opuestos. De un lado tienes a Dios y las fuerzas del cielo. Al otro lado tienes a Satanás y las fueras del infierno.
¿Quién decidirá cómo serán las cosas?
Tú lo harás.
Tú eres el testigo decisivo. Tú eres la voz que rompe el empate y libera el poder de Dios para que obre en tu vida.
Eso es lo que sucedió cuando naciste de nuevo. Rompiste las ataduras que el diablo tenía en ti al tomar el lado de Dios. Fuiste testigo de lo que Él hizo por ti hace 2.000 años en el calvario, y decidiste “confesar con tu boca al Señor Jesús y creer en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos (Romanos 10:9). Al poner tu fe en la redención que Dios ya había provisto, recibiste de acuerdo al modelo revelado en 2 Corintios 4:13: «Pero en ese mismo espíritu de fe, y de acuerdo con lo que está escrito: «Creí, y por lo tanto hablé», nosotros también creemos, y por lo tanto también hablamos».
¡Así es como se libera la fe! Es la manera en la que recibes, no solamente el nuevo nacimiento, sino cada una de las otras BENDICIONES que Dios ha provisto. Encuentras lo que la PALABRA dice—la fe viene por el oír de la PALABRA de Dios—después, pones tu fe a trabajar con tus palabras. Haces lo que Jesús nos ordenó en Marcos 11:22-23: «Jesús les dijo: «Tengan fe en Dios. Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá».
La frase «Tengan fe en Dios» puede también ser traducida: tengan la clase de fe de Dios. ¿Qué significa exactamente tener la clase de fe de Dios? Es la clase de fe que recibiste cuando naciste de nuevo (Efesios 2:8). Es la fe de Dios y Él te la dio como regalo, y cuando la pones a trabajar en tu vida, obra de la misma manera que obró para Él en Génesis 1.
Recuerda lo que la Biblia dice en los versículos 1-3: «Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra. La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. Y dijo Dios: «¡Que haya luz!» Y hubo luz».
Estos versículos muestran muy claramente que el poder de Dios estaba presente en la creación aún antes de que algo sucediera. Él estaba moviéndose sobre el agua, aún mientras la Tierra estaba desordenada y vacía. Y sin embargo, nada sucedió hasta que Él liberó Su fe con Sus palabras. Fue solamente cuando habló y dijo: «¡Que haya luz!» Y hubo luz».
El mismo principio aplica para nosotros como creyentes. El poder de Dios ya está presente en nosotros y con nosotros. Él ya nos ha hablado a través de Su PALABRA escrita. Aún así, para que esa PALABRA se cumpla en nuestra vida, tenemos que empezar a declararla. Debemos liberar nuestra fe con palabras.
Ejemplos poderosos que puedes seguir
Podrías decir: “pero, hermano Copeland, no estoy seguro de cómo hacerlo”.
Entonces busca en la Biblia y mira cómo otras personas lo han hecho. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento están llenos de ejemplos que puedes seguir—personas que, en vez de sentarse a esperar a Dios, se levantaron en fe, e hicieron lo que Dios esperaba que hicieran.
Por ejemplo, Jairo. Uno de los jefes de la sinagoga durante el ministerio terrenal de Jesús. Marcos 5 nos narra un momento que él vivió durante una situación muy urgente. Su pequeña hija estaba gravemente enferma y a punto de morir. «¡Ven que mi hija está agonizando! Pon tus manos sobre ella, para que sane y siga con vida» (Marcos 5:23).
Con esas palabras, Jairo liberó su fe, y después de eso no dijo nada más. A pesar de que cuando iban camino a su casa, alguien vino a decirle que su hija había muerto, Jairo mantuvo su boca cerrada. Se rehusó a temer y se mantuvo en fe. Él mantuvo su confesión, Jesús hizo que sucediera y su hija fue resucitada de entre los muertos.
Si quieres ver otro ejemplo de alguien que liberó su fe y recibió un milagro, considera a la mujer con el flujo de sangre. Su historia se entreteje con la de Jairo. A pesar de que su situación no era tan urgente como la de él, ella estaba desesperada por la ayuda de Dios porque había sufrido de un flujo de sangre por 12 años. Había gastado todo su dinero en doctores y en vez de mejorarse, solo había emporado.
Cuando escuchó acerca de Jesús y Su unción de sanidad, decidió creer y liberó su fe de la misma manera que lo hizo Jairo. «Y es que decía: «Si alcanzo a tocar aunque sea su manto, me sanaré» (versículo 28). Después, actuó. (Santiago 2:26 dice que la fe sin la acción correspondiente está muerta). Fue al encuentro con Jesús, y mientras Él caminaba hacia la casa de Jairo, se metió entre la multitud y tocó el borde de Su manto. Inmediatamente sucedió lo que ella declaró. «Su hemorragia se detuvo, por lo que sintió en su cuerpo que había quedado sana de esa enfermedad» (Marcos 5:29).
Otro ejemplo de una mujer que recibió un milagro asombroso por declarar palabras de fe es el de la mujer sunamita en 2 Reyes 4. Ella y su esposo tenían un hijo que había nacido como resultado de una palabra que Dios les había dado a través del profeta Eliseo. Una mañana cuando el niño fue a ayudar a su padre en el campo, se enfermó y para el medio día había muerto en los brazos de su madre.
La madre, en vez de colapsar en desesperación, puso el cuerpo del niño en la cama de la habitación donde el profeta Eliseo se quedaba cuando iba de visita. Después se fue a buscar a Eliseo. Ella puso su fe en la palabra que había recibido acerca del niño y llamando a su esposo le dijo: «—Te ruego que envíes conmigo a alguno de los criados y una de las asnas, para que yo vaya corriendo a ver al varón de Dios y regrese enseguida. —¿Para qué vas a verlo hoy? No es luna nueva ni día de reposo —dijo él. —Quédate tranquilo —respondió ella.» (versículos 22-23 RVR-1995).
Quédate tranquilo. ¡El hijo de la mujer había muerto y eso fue todo lo que dijo! Ella no dio una gran explicación. No le dijo a su esposo ni una sola vez: “Nuestro hijo está muerto”. Ella llamó las cosas que no eran como si fueran. Ella usó sus palabras para liberar su fe y se rehusó a decir algo más, hasta que encontró al profeta en el monte el Carmelo.
«Cuando el varón de Dios la vio de lejos, dijo a su criado Giezi: —Ahí viene la sunamita. Te ruego que vayas ahora corriendo a recibirla y le digas: “¿Te va bien a ti? ¿Les va bien a tu marido y a tu hijo?” —Bien —dijo ella» (versículos 25-26).
¡Piénsalo! Aún cuando ella estaba hablando con Eliseo, la mujer sunamita no mencionó la muerte en absoluto. Ella mantuvo su confesión de fe y el profeta se puso de acuerdo con ella. Como resultado, antes de que el día se termina su hijo resucitó de entre los muertos, y verdaderamente, todo estuvo bien.
Córtale la cabeza al gigante
Como puedes ver en estos tres ejemplos poderosos, cuando se trata de recibir de Dios, no solo es importante que creas lo que Él dice y te muevas con la acción correspondiente, sino que también debes estar seguro de que tus palabras se alineen con Su PALABRA. ¡Para bien o para mal, tus palabras importan! Éstas son el medio por el que tu fe se libera.
Por esa razón, como Jairo y la mujer Sunamita, debes dejar de hablar acerca de las situaciones malas que puedas estar enfrentado. Mientras más hables de la enfermedad, o la calamidad, o los problemas de otras personas, o aún los tuyos, más grandes se hacen. Con cada repetición estas hiriendo tu alma, debilitando tu voluntad y quebrantando tu fe.
Los cristianos hoy día son muy rápidos para tomar su celular cuando algo malo sucede y empezar a llamar a la gente para contarle. Eso daña tu fe. ¡No lo hagas!
No hables de las malas noticias. No hables de la actividad del diablo. Habla la PALABRA. Di acerca de la situación, lo que las escrituras dicen. Llama a tu mejor amigo de fe y en vez de describirle con lujo de detalles la crisis demoniaca que se ha colado en tu casa, tan solo dile: “El diablo me ha atacado, quiero que te pongas de acuerdo conmigo que todo en mi vida está bien”.
Si estás enfrentando en tu vida un gigante que necesitará un milagro de parte de Dios para vencerlo, habla como David cuando se enfrentó a Goliat. Él no se quejó acerca de lo dura que sería la batalla. No corrió a donde sus amigos y lloró porque el gigante lo había maldecido y amenazado con alimentar con su carne a los pájaros y las bestias. ¡No! Cuando Goliat amenazó a David, él le respondió con palabras de fe llenas de valentía y determinación. Él se acercó al filisteo y dijo:
«Tú vienes contra mí armado de espada, lanza y jabalina; pero yo vengo contra ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Hoy mismo el Señor te entregará en mis manos. Te voy a vencer, y te voy a cortar la cabeza, y los cadáveres de tus compatriotas se los voy a dar a las aves de rapiña y a los animales salvajes. Así en todos los pueblos se sabrá que hay Dios en Israel» (1 Samuel 17:45-46).
¡A eso es lo que yo llamo una confesión de fe! David sí que sabía cómo hacer una, ¿no te parece? El también sabía cómo actuar con la acción correspondiente: ¡corrió hacia Goliat! Lanzando una piedra con su honda, tumbó a Goliat como un árbol y terminó el trabajo cortándole la cabeza con su espada.
Pero, hermano Copeland, cuando hablas de David, estás hablando de un rey y un profeta.
Lo sé. Pero Jesús dijo que el más pequeño de nosotros que hubiera nacido de nuevo en el reino de Dios, es más grande que el profeta más poderoso, que hubiera vivido alguna vez (Mateo 11:11).
Eso significa que no importa qué tan pequeño te sientas en lo natural, no existe diablo en el infierno, que pueda enfrentarte. Eres un coheredero con el Rey de reyes. Eres hermano de sangre de pacto de Aquel que derrotó a Satanás, le quitó las llaves y le dijo: “Todo poder y autoridad me ha sido dado, tanto en el cielo como en la Tierra”.
Tú no solamente tienes más autoridad que Jairo y la mujer con el flujo de sangre cuando recibieron sus milagros, tienes más autoridad aún que la que tenían David y Eliseo. Entonces, ¿qué estás esperando? ¡Levántate y usa la autoridad que te ha sido dada!
Declárale la palabra de fe al diablo, al cáncer, a la escasez financiera o cualquier otro enemigo demoniaco que esté tratando de robarte las promesas de Dios. Diles con la valentía de David: “¡Tú vienes a mí con síntomas o con un reporte malo, o circunstancias negativas, pero yo vengo en tu contra en la autoridad del Nombre de Jesús!” Toma la espada de la PALABRA de Dios y córtale la cabeza al gigante. Conviértete en un testigo decisivo, ponte del lado de Dios y declara: “¡TODO ESTÁ BIEN!”