El sol sonreía sobre el cielo de San Diego justo antes de sumergirse en el horizonte. Las gaviotas se zambullían en busca de peces mientras la tenue brisa acarreaba el olor salado de las aguas. Joy Omega Grey interceptó el sonido de una melodía en las cercanías y comenzó a tararearla acompañando las notas musicales.
Entonces se detuvo. Esa música representaba su vida pasada. Había crecido en Annapolis, Maryland, y era la menor de ocho hermanos. Sus dos padres eran ministros del evangelio. Su madre era una evangelista itinerante. Su padre era un cantor. Los ocho niños también cantaban, pero Joy fue la única que decidió continuar a modo profesional.
Después de que la vida la golpeara lo suficiente, se dio cuenta de que sus padres estaban equivocados. No había nada en el cristianismo. Era noticias viejas. Ella estaba decepcionada con Dios: acarreaba un matrimonio fallido, un aborto espontáneo… y la lista continuaba.
Joy necesitaba algo novedoso. Había comenzado a practicar el budismo y quería convertirse en sintoísta. El politeísmo tenía más sentido que un único camino. Ella acababa de regresar de estudiar a Lao Tse.
Cuando se detenía a meditarlo, se daba cuenta que algunas cosas habían cambiado desde que se alejó del cristianismo. Ella siempre había tenido un don de videncia. Desde que tenía memoria había visto cosas en el espíritu. A menudo había percibido distintos eventos antes de que se materializaran. Sin embargo, curiosamente, no había visto nada durante los últimos siete años. Encogiéndose de hombros, se sumergió en su interior.
Sin previo aviso, la hermana mayor de Joy apareció en una visión frente a ella. “Ven conmigo”, le dijo su hermana.
En un destello de teletransportación sobrenatural, Joy se encontró en una habitación del hospital en Maryland. Su hermana yacía en la cama, con los ojos cerrados e inmóviles. Joy se sentó a su lado.
“Es hora de que me vaya a casa”, le dijo su hermana.
“¡No! ¡No! ¡No!” gimió Joy. “¡No puedes irte sin mí!”
“Joy, necesito que me dejes ir.”
“No sé cómo.”, sollozó Joy.
La boca de su hermana nunca se movió. Estaban comunicándose de espíritu a espíritu. Joy tuvo dificultades para seguirle el ritmo. Lo extraño era que su hermana había sufrido lo que la gente definía como un retraso mental leve. Pero ella no era retrasada; tan solo era lenta.
Excepto que ahora, su hermana le habló con una brillantez única que Joy nunca había escuchado antes.
“¡Ve más despacio!” le suplicó Joy.
Por una fracción de segundo, Joy sintió el dolor de su hermana.
“¡De acuerdo, vete!” asintió Joy. “Sólo vete. No quiero que sufras ese tipo de dolor.”
“Joy, sé que estás practicando otras religiones. Entiendo que estás en una búsqueda. Pero escucháme bien: Jesús viene a buscarme. Él volverá algún día. Elige bien a quién servirás.”
Dando la vuelta en “U”
“Esa experiencia cambió mi vida”, admite Joy. “Cuando mi hermana dejó este mundo, pude vislumbrar una luz cegadora. Detrás de ella estaba un hombre, y yo sabía que era Jesús. A medida que maduraba en el Señor, me di cuenta de que había vivido la vida en mis propios términos. Nunca le pregunté a Dios con quién me casaría. Sin embargo, cuando las cosas no salieron bien, lo había culpado por mis decisiones.”
“Me uní a un ministerio itinerante multicultural en San Diego. Unos 20 de nosotros cantábamos, viajando a hospitales, prisiones, esquinas y playas.”
“Un amigo me presentó al Dr. Delwin Williams, un psiquiatra de Texas. Era un buen hombre, pero por alguna razón no hicimos clic. Pasaron varios años, pero nuestro amigo en común se negó a darse por vencido. Fui cautelosa porque no quería casarme fuera de la voluntad de Dios. Una cosa que podría decir de él es que tenía una fe maravillosa, como la de un bulldog.”
“Yo era gerente de una empresa de tecnología en San Diego. Trabajaba en el área de protección de computadoras. La compañía me había dado una oficina grande y me permitía tomarme tiempo libre para ministrar.”
“El Señor me dijo que grabara un CD. Me comuniqué con el estudio de grabación que usaba Janet Jackson. Era caro y no tenía dinero. Mi cumpleaños era el 14 de agosto y me habían enviado a casa para recuperarme de una neumonía ambulante, cuando recibí una llamada del estudio. Un violinista famoso había programado el estudio pero no podía asistir. Me dijeron que si quería podía usarlo sin cargo. Aunque tenía neumonía, no iba a perderme la oportunidad que Dios me había dado. Mientras grababa, un grupo de rap estaba en uno de los estudios contiguos. Vinieron a escucharme. Después, les extendí una invitación para que aceptaran a Jesús. ¡Fueron salvados! Fue maravilloso.”
Aprendiendo sobre la Fe
Delwin Williams era el hijo de dos maestros de colegio en la ciudad de Dallas. La familia conocía de Dios pero no iba a la iglesia. La abuela de Del, en el este de Texas, fue quien le enseñó la importancia de tener a Dios en su vida. Cuando era niño, Del sabía que era Dios quien le había dado las instrucciones de estudiar medicina.
Cuando creció, Del decidió buscar un trabajo en un hospital para asegurarse de poder trabajar en la rama medicinal. El único trabajo que pudo conseguir fue en un hospital psiquiátrico. Hasta ese momento, nunca había considerado la psiquiatría. Asistió a la Universidad de Medicina Southwestern en Dallas. Posteriormente, hizo su residencia en el Hospital Psiquiátrico Timberlawn, que en ese momento era uno de los mejores hospitales psiquiátricos del país.
“Durante la residencia, me di cuenta de que no tenía respuestas a muchos de los traumas que había escuchado de mis pacientes. Comencé a preguntarles a mis directores e instructores cómo trataban el componente espiritual en sus pacientes. Recibí muchas miradas en blanco y ninguna respuesta. Sabía que tenía que resolverlo por mi propia cuenta. Comencé a asistir a una buena iglesia y aprendí algunas cosas fundamentales.”
“Dios puso en mi corazón trabajar en la salud mental comunitaria. Me abrió la puerta para trabajar en el Hospital JPS en el centro de Fort Worth. He estado allí desde 1990. Muchos de mis socios comerciales me guiaron y me ayudaron a lo largo de los años. Buscando por más, comencé a escuchar al Dr. Frederick K.C. Price y a obtener respuestas. Él siempre decía: ‘No tienes que creerme. Lee el libro por ti mismo.’”
“Pensé que era un buen consejo y comencé a leer la Biblia. En ese tiempo fue que descubrí a Kenneth Copeland y comencé a escuchar su transmisión diaria. Estaba obteniendo respuestas a muchas de mis preguntas sobre cómo podríamos hacer más por los pacientes que estábamos tratando. Sabía que los estábamos ayudando mental y emocionalmente, pero nunca nos habíamos ocupado del componente espiritual. El hermano Copeland me ayudó a satisfacer esa necesidad.”
Encontrando el gozo
“Fui a la universidad de medicina con uno de mis mejores amigos y le presenté a su esposa. Nos mantuvimos en contacto incluso después de que se mudó a California, y los visité a menudo. Él cantaba en el coro con Joy y nos presentó. No hubo ese clic. Nueve años después, sin embargo, descubrimos que se suponía que estuviéramos juntos. Le propuse matrimonio el día de San Valentín. Ella dijo que sí.”
Unos años más tarde, Joy fue diagnosticada con seis fibromas uterinos. Eso no explicaba por qué no se sentía como ella misma. Hacía ejercicio de forma regular. Comía bien. Sin embargo, sufría de dolores en varias partes de su cuerpo y ya no podía dormir boca arriba.
“Algo está mal”, le dijo Del, llevándola a una clínica cercana. Le sacaron una muestra de sangre y le dijeron a Del que la llevara a la sala de emergencias.
“Me admitieron en el hospital”, recuerda Joy, “pero seguí empeorando mientras intentaban diagnosticarme. Resulta que tenía pielonefritis, una infección en los riñones. Fue causada por la bacteria E. Coli y había alcanzado un estado de sepsis. Cuando mis riñones dejaron de funcionar ya había acumulado 15 kg de líquido en mi cuerpo. Mi piel estaba tan tensa que parecía que iba a estallar.”
“Órgano tras órgano dejó de funcionar. Tenía unos 10 médicos que me atendían. No podía pensar con claridad. Mi visión estaba borrosa. No podía comer. No podía ponerme de pie. Sentía que me estaba muriendo. No podía mover los brazos ni las piernas. Todo lo que podía hacer era quedarme quieta en la camilla.”
Dos de los médicos de Joy hablaron con Del en privado.
“Tienes que prepararte para lo peor”, le dijeron. “Ella nunca se recuperará de esto. Incluso si sobrevive, no se recuperará.”
“Entiendo lo que me están diciendo médicamente”, les respondió Del. “Pero somos cristianos. Creemos que Joy está totalmente sanada. Haremos lo que tengamos que hacer médicamente en términos de tratamiento, pero estamos a favor de la sanación total.”
La fe se rehúsa a darse por vencida
Del había estado viendo a Kenneth Copeland el tiempo suficiente para que nada pudiera apartarlo de su posición de fe. En la habitación del hospital, Joy lo miró con ojos cansados. “No creen que saldré adelante.”
“No te estás muriendo”, le dijo. “Sé cómo trabaja Dios. Pero mientras estás aquí, ¿por qué no ministras a otras personas?”
Joy miró a su marido como si le faltara un tornillo.
¿Qué le pasa?
Más tarde sintió convicción al respecto.
¿Por qué no hacer lo que Dios me ha creado para hacer mientras haya aliento en mi cuerpo?
Así fue como Joy comenzó a orar por otras personas. Algunos que habían sido programados para cirugía resultaron no necesitarla. Las mujeres que tenían problemas para dar a luz salieron sin problemas. La gente se estaba sanando a diestra y siniestra.
Mientras tanto, la situación de Joy empeoraba.
Estaba durmiendo casi inconsciente cuando su amiga, una anestesióloga, entró en la habitación. Le echó un vistazo y le dijo: “Oh, no.” Le impuso sus manos y oró. “¡Vivirás y no morirás! ¡Declararás las obras del Señor!”
Joy sintió como si estuviera al final de un túnel oscuro. En el extremo opuesto estaba la luz, y su amiga parada en la brecha libraba una batalla espiritual por su vida.
Aunque vivió, tres días más tarde su condición empeoró y le pusieron un goteo de morfina.
“Todo lo que podemos hacer ahora es mantenerla cómoda”, le explicaron los médicos.
Luz y viento
Del terminó su turno y llegó al Hospital Metodista Harris (Harris Methodist Hospital) para estar con Joy. “Hola cariño”, le dijo antes de sentarse junto a su cama. Este era el duodécimo día que su esposa había estado en el hospital y las cosas no lucían nada bien. Todavía se mantenía firme en la fe, pero estaba exhausto. Se quedó dormido en la silla.
“Lo que sucedió a continuación es difícil de describir”, recuerda Joy. “Del estaba dormido en la silla. Un viento comenzó a soplar detrás de él; un viento y una luz. Bailaba por toda la habitación con hermosos colores. Sabía que era el Espíritu Santo, danzando de alegría.”
Entonces escuché la voz de Jesús que me decía: Joy, ¿me amas?
“¿Te amo? ¡Estoy muriéndome en este lugar!”
¿Pero me amas? Quiero que cuides a Mis ovejas.
“¿Cómo voy a cuidar de tus ovejas cuando esté muerta?”
Él salió de la habitación.
La noche siguiente el viento regresó, pero con mayor intensidad. Era similar a un torbellino. Joy miró hacia arriba y vio que los pies de Jesús descendían. Vio los agujeros en ellos. Llevaba una túnica reluciente que parecía viva. Estaba lleno de majestad y poder. Todo estaba en Él. Sus ojos eran de fuego. Él sonrió.
Joy, ¿me amas?
“Señor, sabes que te amo.”
Entonces apacienta a Mis ovejas.
“Si eso es lo que quieres que haga, eso es lo que haré.”
Jesús le tocó el hombro: Sé sana.
Cada parte del cuerpo de Joy obedeció. Sus riñones empezaron a funcionar. El fluido drenó de su cuerpo. El dolor desapareció. En Su presencia, toda pizca de falta de perdón y amargura desaparecieron.
Al día siguiente, el personal médico quedó atónito por su transformación. Quitaron todas las máquinas, exceptuando el monitor cardíaco. Esa noche, Joy durmió sin dolor hasta altas horas de la madrugada.
¡Joy! ¡Despierta! Alguien viene a tu habitación. No dejes que te den la medicación. Hará que te mueras instantáneamente. ¡Despierta!
Joy se despertó y abrió los ojos. Una enfermera estaba junto a su cama sosteniendo un frasco de medicamento. “¿Qué es eso?” preguntó Joy. Sorprendida, la enfermera dejó caer el medicamento. Esa droga se la habían recetado a otra persona. El médico dijo que la habría matado.
Al día siguiente fue dada de alta. Cuando vio a su ginecólogo, los seis fibromas habían desaparecido.
Liberada del legalismo
“Sé que recibí mi sanidad gracias a la fe de Delwin”, recuerda Joy. “Me ponían morfina y estaba demasiado enferma para pensar con claridad, pero él nunca se rindió. Nunca había oído hablar del hermano y la hermana Copeland hasta que conocí a mi esposo. Él tiene sus libros en nuestra biblioteca y los escucha todos los días. Estoy muy contenta de que su fe se haya edificado a través de sus enseñanzas.”
“Recordando, me doy cuenta de que había sido legalista sobre mi relación con Dios. Esperaba ganarme Su amor. Cuando me visitó, me di cuenta de que ese Amor no se puede ganar. Jesús solo quería que lo amara. Una gran parte de mi sanidad fue un cambio del corazón, de actitud y de enfoque. Todo lo que me importa ahora es amarlo a Él y recibir del amor que Él tiene por mí.”
Joy y Del estaban felices de asistir a la iglesia a la que habían asistido durante años. Pero en el 2015 sintieron que el Espíritu Santo los alejaba. El problema era que no sabían adónde quería que fueran. Una noche, Del estaba viendo la televisión cuando Joy se sentó en el sofá junto a él. Sentándose, señaló la pantalla.
“¿Quién es ese?”
“Kenneth Copeland.”
“¿Dónde está él?”
“Aquí mismo en Fort Worth.”
“¡Tenemos que ir a esa iglesia!”
“Está bien cariño, lo haremos.”
La primera vez que Del y Joy asistieron a la Iglesia Internacional Eagle Mountain, Joy lloró durante todo el servicio. “Estoy en casa”, le susurró a Del.
Ella había soñado con un grupo de creyentes que permitieran la libertad del Espíritu Santo. Había anhelado un lugar donde se enseñara la Palabra de Dios sin concesiones. Un lugar donde operaran todos los dones del Espíritu Santo, especialmente los dones de sanidad.
“La colaboración con KCM significa tener apoyo y personas que te aman en oración”, dice Del. “También significa protección. El fin de semana de Memorial Day, Joy conducía bajo la lluvia. Ella se acercó y tomó mi mano. ‘Cariño, espera. Creo que están a punto de chocarnos.’ Podía ver un automóvil detrás de nosotros perdiendo el control y dirigiéndose directamente hacia nosotros. Joy hizo un trabajo maravilloso al intentar evitar el accidente, pero estábamos atrapados.”
“Estábamos a unos 50 metros del río Trinity cuando nos golpearon por detrás. Chocamos contra la barandilla. Sabía que los ángeles estaban con nosotros. El auto quedó destrozado, pero nosotros salimos ilesos. Sabíamos que eran las oraciones de nuestra iglesia y la semilla que hemos sembrado en todas las bendiciones asociadas con el ministerio del hermano y la hermana Copeland lo que marcó la diferencia.”
Han pasado más de 10 gloriosos años desde que Joy recibió su sanación. Hay algunas partes de esa experiencia que son tan reales hoy como cuando sucedieron. Cuando Jesús la sanó, le dijo algunas cosas. Joy, necesito que le digas a Mi gente que no me he olvidado de ellos. Regreso por ellos. Diles que los amo tanto que, si tuviera que hacerlo todo de nuevo, lo haría.
Hoy, como un testimonio vivo, Joy comparte ese mensaje dondequiera que vaya.