Hoy tengo para ti noticias revolucionarias. ¡Dios quiere que estés saludable! ¡Todos los días!
Oh, sé que rápidamente podrías pensar: Sé que Dios me sanará cuando me enferme. Sí, eso es verdad. Él lo hará. Sin embargo, eso no es lo que estoy diciendo. Estoy diciéndote que la perfecta voluntad de Dios es que vivas continuamente en salud divina. Su voluntad para ti es que camines tan lleno del poder de Su Palabra que la enfermedad y las dolencias literalmente sean repelidas lejos de ti. ¿Estas son buenas noticias, verdad?
Probablemente has escuchado mucho acerca del poder sanador de Dios pero hay una diferencia entre sanidad divina y salud divina.
Hace años, el poderoso predicador John G. Lake lo dijo de esta forma: “la sanidad divina es la eliminación de la enfermedad por el poder de Dios que ha venido sobre el cuerpo. Pero la salud divina es vivir cada día, hora tras hora, en contacto con Dios para que la vida de Dios fluya a nuestro cuerpo, tal como la vida de Dios fluye a la mente o fluye al espíritu”.
Estoy de acuerdo que es maravilloso ser sanado cuando estás enfermo, pero es más maravilloso vivir en salud divina. Y eso es lo que Dios siempre ha destinado para Su pueblo.
Aun bajo el Antiguo Pacto, Dios le prometió a su pueblo inmunidad contra las enfermedades. Éxodo 23:25 dice: «Pero me servirán a mí, el Señor su Dios, y yo bendeciré tu pan y tus aguas, y quitaré de en medio de ti toda enfermedad».
Esa promesa es todavía más fuerte bajo el Nuevo Pacto. Isaías, visualizando lo que Jesús obtendría en la Cruz, escribió: «Con todo, él [Jesús] llevará sobre sí nuestros males… Pero Él será herido por nuestros pecados; ¡molido por nuestras rebeliones! Sobre Él vendrá el castigo de nuestra paz, y por Sus llagas seremos sanados» (Isaías 53:4-5).
El apóstol Pedro, recordando el mismo evento, escribió: «Él mismo llevó en Su cuerpo nuestros pecados al madero, para que nosotros, muertos ya al pecado, vivamos para la justicia. Por Sus heridas fueron ustedes sanados» (1 Pedro 2:24).
¡Fuimos sanados! es una frase que está en tiempo en pasado. Jesús culminó con tu sanidad en la Cruz. Él pagó el precio para que estés completo, íntegro. El compró justicia para tu espíritu, paz para tu mente y sanidad para tu cuerpo.
En cuanto a Jesús concierne, no eres el enfermo tratando de ser sano. Tú eres el sano y satanás está tratando de robarte tu sanidad. Recuerdo cuando Ken y yo nos dimos cuenta de esto; todo cambió para nosotros. Dejamos de tratar de hacer que Dios nos sanara y en su lugar, empezamos a resistir la enfermedad y las dolencias de la misma manera que resistíamos el pecado.
Sin tercer piso
Una vez que entiendes que la voluntad de Dios para tu vida es que realmente vivas en salud divina, no puedes más que preguntarte porqué tantos creyentes viven enfermos. Al comienzo parece un rompecabezas. Pero la respuesta es muy sencilla. Muchos de ellos no están dispuestos a hacer lo requerido para estar bien.
La gente quiere estar bien. Nadie quiere estar enfermo. Pero para estar bien, tienes que tomar decisiones. ¿Cuán frecuentemente has visto a alguien con una tos terrible, todavía fumando un cigarrillo? o ¿una persona con sobrepeso comiéndose un helado?
A nuestra naturaleza carnal le gusta tomar el camino fácil. Y es mucho más fácil dejarse llevar por los hábitos, que romperlos. Es más fácil dejarte llevar por tu carne y todas las noches mirar televisión como el resto del mundo, que invertir tu tiempo poniendo la Palabra de sanidad en tu corazón.
Una vez escuché a Charles Capps decir que algunas personas tratan de construir un tercer piso en un lote vacío. Eso suena gracioso, pero espiritualmente hablando, es cierto. Muchas personas quieren disfrutar de los beneficios de la sanidad sin construir los cimientos necesarios con la Palabra de Dios.
No se puede hacer. Si quieres construir un edificio, primero debes empezar con el nivel que está por debajo de la tierra. Si quieres una cosecha, tendrás que primero sembrar algo.
En el mundo natural, todo funciona de esa manera. Ken lo llama la ley del génesis. Esta ley de sembrar y cosechar también funciona en el ámbito espiritual. Gobierna la salud, la prosperidad — de hecho, todo en el reino de Dios es gobernado por la ley de la siembra y la cosecha.
Jesús enseñó acerca de este tema en Marcos 4:26-29. Allí, Él dijo: «El reino de Dios es como cuando un hombre arroja semilla sobre la tierra: ya sea que él duerma o esté despierto, de día y de noche la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo. Y es que la tierra da fruto por sí misma: primero sale una hierba, luego la espiga, y después el grano se llena en la espiga; y cuando el grano madura, enseguida se mete la hoz, porque ya es tiempo de cosechar».
De acuerdo con la ley de sembrar y cosechar, si quieres salud, necesitas algo más que quererla. Vas a necesitar hacer algo más que solo creer en sanidad. Necesitas sembrar una semilla que eventualmente crecerá y producirá una cosecha de salud.
¿Qué clase de semilla produce salud física? Proverbios 4:20-22 nos dice: «Hijo mío, presta atención a mis palabras; inclina tu oído para escuchar mis razones. No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón. Ellas son vida para quienes las hallan; son la medicina para todo su cuerpo».
Algunas versiones traducen la palabra medicina como salud, pero la palabra usada en el hebreo original es medicina. La Palabra de Dios contiene vida. En efecto, es comida espiritual. Y a medida que te alimentas de ella, te haces más fuerte espiritualmente y físicamente. «No las pierdas de vista…» Lee la Palabra. Medita la Palabra. Eso es tomar la medicina de Dios. Si eres fiel en tomarla continuamente, eventualmente será tan difícil para ti enfermarte como lo fue alguna vez estar sano.
Pero es un proceso. No puedes sólo leer las escrituras de sanidad de vez en cuando y seguir tu vida. Deberás continuamente alimentarte de la Palabra de Dios para mantener la cosecha de sanidad produciendo en tu vida.
¿Qué dijiste?
Isaías 55:11 dice que la Palabra de Dios prospera (o tiene éxito) en aquello por lo que fue enviada. Eso significa que Su Palabra referente a la sanidad producirá sanidad. Puede que no la produzca en ese preciso momento, pero entre más permitas que la palabra de Dios obre en ti, más grandiosos serán los resultados. En otras palabras, el tamaño de tu cosecha dependerá de cuanta semilla plantes. El tiempo y atención que le das a la Palabra de Dios determinará el nivel de tu cosecha. Verás, tu corazón en realidad es tu espíritu. Su capacidad es ilimitada: puedes sembrar tantas semillas en tu corazón como las horas que tienes al día.
Si construyes tu vida alrededor de la Palabra, puedes tener un retorno completo. Jesús lo llamó el retorno del ciento por uno (Marcos 4:20).
Algunas personas discutirán acerca de esto. Dirán: “Bien, ¡no funcionó para mí! ¡Puse la Palabra de Dios referente a la sanidad en mi corazón y todavía estoy enfermo!”
Pero, ¿sabes qué? Se están delatando a sí mismos en el momento que lo dicen. Jesús enseñó: «…porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Lucas 6:45). Si esas personas verdaderamente hubieran sembrado abundantemente la Palabra de Dios en su corazón, ¡estarían hablando acerca de sanidad, no de enfermedad! Hubieran dicho: “¡Por Sus llagas estoy sano!”
Lo mismo es cierto para ti. Mientras más pones la Palabra de Dios en tu corazón, más fuerte serás. Y eventualmente esa Palabra en tu interior empezará a salir de tu boca en poder y libertad.
No esperes hasta que tengas la necesidad de empezar a declarar la Palabra. Empieza a declararla
ahora mismo.
Nunca olvidaré la primera vez que me di cuenta de la importancia de declarar la Palabra de Dios. Fue hace varios años cuando Ken empezaba a predicar y yo me quedaba en la casa con los niños. Estábamos en una situación financiera desesperante y yo estaba ansiosa por respuestas.
Un día estaba sentada en mi máquina de escribir, redactando notas y escuchando casetes, y leí Marcos 11:23: «Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá».
Repentinamente, la verdad de la última frase me impactó. Y el Señor habló a mi corazón diciéndome: “El poder radica en la consistencia”.
Él me estaba diciendo que no son solo las palabras que hablas cuando oras son las que cambian las cosas. ¡Son las palabras que hablas todo el tiempo!
Si quieres que tus deseos se hagan realidad, necesitas hacer que tus palabras armonicen con tus oraciones. No trates de orar en fe para después levantarte a hablar incredulidad. ¡Habla en fe todo el tiempo!
En Romanos 4:17 Dios dice: «…llama las cosas que no existen, como si existieran». Así que si quieres recibir algo de parte de Dios, sigue Su ejemplo. Decláralo. La fe funciona de esa manera. Tú declaras la Palabra de Dios concerniente a lo que quieres que ocurra.
Si lo que estás buscando es salud, entonces ve a la Palabra que dice: “Por Sus llagas fuiste sanado”, y ponla en tu boca. No hables de enfermedad. Habla la salud. No hables del problema. Habla la respuesta.
Lo que siembras, crece
Puede que digas: “pero Gloria, todo esto suena tan simple”.
¡Es simple! Algunas veces pienso que por esa misma razón Dios me escogió para enseñarlo. Porque soy simple. Cuando leo la Palabra de Dios, solamente creo que me está hablando a mí personalmente. No me preocupo ni me escandalizo y digo: “Bien, desearía que esto funcionara para mí, pero no lo creo porque esto o aquello…” Yo solamente espero que Dios haga lo que Él dice.
Tú puedes hacer lo mismo. Puedes venir a la Palabra como un niño pequeño y decir: “Señor, recibo esto. Creo tu Palabra por sobre todas las cosas y te creo con mi vida”. Si lo haces, jamás serás defraudado o decepcionado.
¿Cómo puedes alcanzar esa clase de fe tan simple, como la de un niño? Al oír la Palabra de Dios.
Romanos 10:17 dice: «Así que la fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios». Pero necesitas saber algo más: la duda también viene por el oír. Por esta razón Jesús dijo: “Se cuidadoso de lo que escuchas…” (Marcos 4:24, La Biblia Amplificada).
Lo que escuchas puede ser asunto de vida o muerte cuando se trata de la sanidad. Por ejemplo: si vas a una iglesia que enseña que la sanidad es algo del pasado o que Dios usa la enfermedad para enseñarte algo, y te mantienes escuchando lo mismo domingo tras domingo, ¿qué piensas que crecerá en tu corazón? Duda, no fe.
Lo que siembras en tu corazón crece —siempre—. La duda crecerá y te mantendrá atado. La verdad crecerá y te hará libre. Así que sé muy cuidadoso de lo que escuchas. Escucha la Palabra de Dios. Y como Proverbios 4:21 dice: «No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón».
Lee la Palabra todos los días. Haz tarjetas usando escrituras de sanidad y pégalas en tu espejo.
Escucha CDs. Escúchalos en tu auto. Óyelos mientras te vistes en la mañana. Si todos los días escucharas la Palabra mientras manejas de ida y de vuelta al trabajo, te sorprenderá lo fructífero que ese tiempo se volverá. Cambiará tu vida. Te desafío a que lo pruebes.
No permitas que te derriben
Las Palabras de Dios tienen poder dentro de ellas. Cuando las mantienes en el medio de tu corazón, se convierten en vida, sanidad y salud. Son medicina. La medicina de Dios.
Pero presta atención: la gente tratará de desanimarte y hacer que dejes de tomar tu medicina. Te dirán cosas como: “Si Dios quiere que vivamos en salud divina, ¿por qué la hermana tal y tal sufrió tantas enfermedades? Y ella era una buena cristiana”.
No permitas que te saquen del camino. En su lugar, recuerda lo siguiente: no vives en salud divina solo porque eres un buen cristiano. Nadie lo hace. Vives en salud divina porque tomas la Palabra de Dios y la mantienes frente a tus ojos. La mantienes entrando en tus oídos. La mantienes en el medio de tu corazón y la aplicas a tu vida.
Vives en salud divina porque le crees a Dios por ella, porque hablas acerca de ella y porque actúas en ella —día tras día—.
No esperes hasta tener una emergencia. No esperes hasta que tu cuerpo esté débil y enfermo para empezar a alimentarlo con escrituras de sanidad. Empieza ahora mismo. Siembra diariamente la Palabra de Dios referente a la sanidad en la buena tierra de la fe de tu corazón —y liego, emociónate—. ¡Tú cosecha de sanidad está en camino!