En estos días pareciera que cada vez que nos damos la vuelta, los medios de comunicación reportan acerca de alguna nueva enfermedad de la que todos debiéramos estar asustados. Por un lapso de tiempo, fue el ébola.
Gracias a las oraciones del pueblo de Dios, ahora esa enfermedad está desapareciendo; pero cuando apareció, estaba en los titulares de las noticias matutinas, vespertinas y nocturnas.
Cuando la epidemia del ébola disminuyó, comenzaron con la gripe. Mostraron fotos e imágenes de personas sentadas en las salas de emergencia y entrevistaron a doctores hablando de lo mortal que sería la mueva cepa del virus. Un día, todo lo que hice fue abrir la aplicación del clima en mi teléfono celular y un titular me gritaba en letras muy grandes: ¡LA TEMPORADA DE LA GRIPE HA LLEGADO!
“Puede que así lo sea”, dije, “pero yo no participaré de ella. Me mantendré sano habitando en el lugar secreto del Altísimo y dejaré que la gripe me pase de lado. ¡Me mantendré viviendo en salud divina!”
Quizás digas: “Hermano Copeland, ¿cómo puedes estar tan seguro?”
Porque sé lo que la PALABRA de Dios dice. La misma nos dice repetidas ocasiones en Salmos 91 que la persona que habita en el lugar secreto del Altísimo será librada de la “peste” destructora (versículos 3 y 6).
¿Cómo se define una peste? Peste se refiere a enfermedades causadas por virus, plagas o epidemias que son altamente infecciosas y potencialmente mortales. El ébola, por ejemplo, califica como tal. Y también la gripe y otras enfermedades que el diablo se inventa.
Todas estas cosas son pestes, y de acuerdo con la PALABRA de Dios, cuando nosotros como creyentes habitamos en Su lugar secreto, bajo Sus alas, Dios nos librará de cada una de ellas.
Una persona que lo demostró de manera extraordinaria fue John G. Lake. Él era un misionero en el África en 1910, cuando una plaga afectó el continente entero. Esta plaga era tan mortal que en un mes solamente causó la muerte de una cuarta parte de la población del área afectada.
Debido a que la enfermedad era altamente contagiosa, el gobierno no podía encontrar a nadie que estuviera dispuesto a visitar la zona, cuidar de los enfermos y enterrar a los muertos. Ellos ofrecían $1.000 (lo cual era muchísimo dinero en ese tiempo) a cualquier persona que lo hiciera. Pero no podían encontrar a ningún voluntario.
Sin embargo, John Lake y sus ministros asociados se ofrecieron como voluntarios para hacerlo, sin cobrar nada. Fueron a casas donde habían enfermos, oraron por ellos, atendieron sus necesidades y enterraron a las personas que ya habían muerto —y mientras lo hacían, ni un solo síntoma de la plaga se manifestó en sus cuerpos—.
Por supuesto, los oficiales y los doctores estaban estupefactos por este hecho. No podían entenderlo. Así que se acercaron al hermano Lake y le preguntaron del tema. “Es la ley del Espíritu de Vida en Jesucristo”, les respondió. “Yo creo que siempre y cuando mantenga mi alma en contacto con el Dios viviente, lo que significa que Su Espíritu está fluyendo a mi alma y cuerpo, ningún germen podrá alguna vez adherirse a mí, porque el Espíritu de Dios lo matará”.
El hermano Lake llegó hasta invitar a los doctores a practicar experimentos con su cuerpo. Les permitió poner la espuma de los pulmones de una de las víctimas de la peste mortal en su mano, y que luego la examinaran bajo el microscopio. Cuando lo hicieron, observaron masas de gérmenes vivos morir en el momento que tocaban al hermano Lake.
Esto fue algo maravilloso —y la mayoría de la gente piensa que le pasó a John G. Lake porque él era alguien especial. Pero la realidad es que lo contrario es verdad. Él era especial por la clase de cosas que le pasaban, y la razón por la que le pasaban era porque tenía la unción de Dios.
Esas son buenas noticias, porque tú y yo como creyentes tenemos la misma Unción; lo que significa que al igual que el hermano John podemos experimentar la misma clase de liberación de las pestes, siempre y cuando habitemos en el lugar secreto del Altísimo.
Mira quien habla
“Pero hermano Copeland,” podrías decir, “realmente no estoy muy seguro de saber cómo entrar en ese lugar secreto”.
Lo haces con la palabra de fe. Pones tu confianza en Dios y haces la misma declaración que la persona en Salmos 91:2: «Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien confiaré» (RV1960).
Después, te mantienes con esa confesión. No dices un montón de basura de incredulidad que contradice lo que has dicho. No dices cosas tontas como: “todo el mundo en el trabajo tiene la gripe, así que supongo que seré el siguiente. Parece que no hay forma de librarse”.
No, tu declaras lo que Salmos 91:2 dice, y nada más.
¿Qué pasa cuando haces esto?
Alguien más empieza a hablar.
Lee completamente Salmos 91 y verás lo que quiero decir. Está escrito en una forma que claramente indica que más de una persona está hablando. En el versículo 2, por ejemplo, el creyente habla y dice: «Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío». Pero en el versículo 3 (y en resto del salmo), alguien más empieza a hablar y responde a la confesión de fe del creyente diciendo: «Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora».
Jamás olvidare la primera vez que me di cuenta de esto. Pensé, ¿Quién está hablando en estos versículos? No puede ser Dios, porque se refiera a Dios como “Él”. Así que alguien más está hablando en este salmo.
Le pregunté al SEÑOR al respecto, y me dijo: es Jesús.
¿No es maravilloso? Cuando tú y yo declaramos nuestra confianza en Dios, Jesús empieza a hablarnos, dándonos a entender lo que esa verdad causará por nosotros. Él da un paso en Su papel como nuestro Sumo Sacerdote, y declara lo que Dios hará por nosotros.
En el versículo 4, por ejemplo, nos dice que Dios: «Con sus plumas te cubrirá, Y debajo de sus alas estarás seguro». Todos hemos escuchado la expresión: “me tomó bajo sus alas”. Esto significa muchísimo. No solo significa cubrir a alguien y protegerlo de los peligros que están alrededor; se refiere a proveerle con experiencia y recursos.
Cuando Dios dice que esta tomándote bajos Sus alas, Él está hablando un lenguaje de pacto. Está diciendo: “Cuando vienes a mi casa, estás cubierto. Yo me haré cargo de todo”.
Eso en sí mismo es tan emocionante que somos tentados a acampar en el versículo 4 y celebrar. Pero Jesús no se detiene allí. En los versículos 5 y 6 continúa diciendo: «No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya».
Cuando Jesús dice: No temerás, no solo está tratando de hacernos sentir bien. No está tan solo dándonos una palmadita en la cabeza y diciéndonos: “no te preocupes por esto, mi pequeño, no estés asustado”. No, nos está dándonos un mandamiento enfático. Nos está diciendo: “¡No debes temer!”.
Manteniendo encendido el botón de la fe
¿Por qué Jesús se opone tan inflexiblemente a que temamos?
Porque todos los beneficios enumerados en Salmos 91 dependen de la fe; y para que nosotros nos mantengamos en fe, debemos mantenernos en contra del temor.
La historia de Jairo en el Nuevo Testamento nos lo confirma. ¿Recuerdas lo que le pasó?
Un líder de la sinagoga salió al encuentro de Jesús con una situación desesperada: su hija pequeña estaba muy enferma, a punto de morir. Seguro de que Jesús podría ayudarla, él fue al lugar en el que estaba predicando: «se arrojó a sus pies y le rogó con mucha insistencia: «¡Ven que mi hija está agonizando! Pon tus manos sobre ella, para que sane y siga con vida» (Marcos 5:22-23).
En ese momento, Jesús estaba rodeado de una gran multitud de gente, pero movido por la fe de Jairo, respondió a su ruego y empezó a caminar con él hacia su casa.
Sin embargo, antes de que llegaran, pasó algo que detuvo a Jesús a mitad de camino. Una mujer con hemorragias se acercó a Jesús por detrás y tocó Su manto, creyendo que si tan solo lo tocara, sería sana.
Jesús, sintiendo que poder sanador de Dios había salido de Él, se volteó para buscar a la persona que lo había tocado. Ella se identificó, y Él la ministró. Y se quedó parado allí escuchándola mientras ella le contaba cuantos años había estado enferma, cuantos doctores había visitado, y cuánto le había costado. Él escuchó mientras ella le dijo cuánto había sufrido a manos de los doctores y como nunca se había mejorado; por el contario, había empeorado.
A medida que ella hablaba más y más, Jairo no cedió ante la presión ni la urgencia de su situación. No dijo ni una sola palabra. Solamente se quedó callado, porque ya había dicho lo que necesitaba decir: «Pon tus manos sobre ella, para que sane y siga con vida».
Esa fue su confesión de fe y no iba a decir nada más. ¡Punto! Su fe lo estaba sosteniendo.
Sin embargo, mientras estaba allí esperando, recibió noticias que amenazaban con cambiar las reglas del juego. Alguien se había abierto paso entre la multitud y le dijo: «Ya no molestes al Maestro. Tu hija ha muerto» (Versículo 35).
Esas palabras seguramente golpearon a Jairo como un ladrillo. Repentinamente, estaba enfrentándose a la situación más seria que un padre puede imaginarse. Su hija ya no estaba solamente enferma—estaba muerta.
¿Qué dijo cuándo se enteró?
Nada.
Jesús no le dio ni una oportunidad. Tan pronto como escuchó lo que le habían dicho, le dijo a Jairo: «No temas. Sólo debes creer».
¿Por qué le dijo esto?
Porque Él estaba por hacer un milagro y resucitar la niña de la muerte; y para que Jairo recibiera el milagro, debía mantener su conexión de fe con Jesús. Debía mantener entendido el botón de la fe. ¡El temor es el enemigo de la fe!
Deja que Jesús sea quien hable
Prácticamente, lo mismo es verdad para nosotros: Dios tiene la intención de hacer milagros para nosotros. Él ha provisto liberación para nosotros, no solo de toda clase de peste, sino de cualquier otro peligro que el diablo pueda maquinar; y nosotros recibimos lo que nos ha provisto al mantener encendido el botón de la fe.
Nos conectamos con el poder protector de Dios al hacer que nuestra confesión de fe esté de acuerdo con Salmos 91:2. Le decimos al Señor: «Esperanza mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien confiaré». Y eso es todo lo que decimos al respecto. ¡Punto!
Después de eso, seguimos el ejemplo de Jairo y dejamos a Jesús que sea el que hable. Sin importar qué clase de reporte recibimos, sin importar lo que dicen las noticias o lo que oímos en la cafetería, nosotros sólo decimos lo que el SEÑOR dice al respecto. Solamente nos mantenemos creyendo, y no tememos.
“Pero hermano Copeland, Jesús estaba físicamente parado al lado de Jairo. ¿No le da eso a él una ventaja sobre nosotros?”
Ciertamente no. Somos nosotros los que tenemos la ventaja.
No solamente tenemos el Espíritu Santo con nosotros y en medio de nosotros; lo tenemos a Él viviendo en nuestro interior. Tenemos la PALABRA escrita para meditarla y creerla, y la Unción del Espíritu Santo para darnos poder.
¡Somos creyentes nacidos de nuevo viviendo en el lado victorioso de la Cruz! Somos las personas a las que Isaías 54 se refiere y dice: «Tu adorno será la justicia. Y no tendrás nada que temer porque la opresión se alejará de ti, y nunca más se te volverá a acercar. Si alguno conspira contra ti, no será con mi ayuda; el que contra ti conspire, caerá muerto ante tus propios ojos» (versículos 14-15).
Si lees esos versículos cuidadosamente, notarás que nos dicen que la opresión está atada al temor. Dicen: «no tendrás nada que temer porque la opresión se alejará de ti».
¿Puedes ver porqué es vital para nosotros no temer, sino solamente creer? El temor es la fe retorcida, y activa al diablo de la misma manera que la fe activa a Dios. El temor te expone, tanto espiritual como físicamente, para recibir el daño que el diablo está tratando de causarte.
Esto no es solamente escritural, sino que también es un factor probado científicamente: el cerebro humano no está programado para el temor y la incredulidad. Esta diseñado para el amor y la fe. Los pensamientos llenos de temor e incredulidad son literalmente tóxicos para tu cuerpo. Dañan tu cerebro y causan estragos a tu sistema inmunológico.
Por esta razón, tú como creyente, no debes tener temor de nada. Jesús te ha liberado del temor. Él te ha dado Su PALABRA: “El terror no se te acercará, y cualquier cosa que venga en tu contra caerá por tu bien”.
Eso es la guerra contra el temor: ¡Para ti, para mí y para todos los creyentes, esa guerra ya ha sido ganada!
Piensa en eso la próxima vez que alguna clase de peste epidémica levante su horrible cabeza y empieces a escuchar acerca de la alarma del ébola, o la gripe, o cualquier otra clase de alarma. Rehúsate a participar de esas alarmas. En su lugar, pon tu confianza en Dios, haz tu declaración de fe y después deja a Jesús que sea el que hable.
Él dijo: «Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada» (Salmos 91:9-10). Así que no temas, únicamente cree, y di: “¡Amen!”.