¿Has notado las ideas extrañas que algunas personas tienen sobre aquello que se requiere para agradar a Dios?
Dicen: “Bueno, es mejor que no te equivoques en nada.” O piensan: sería mejor que leyera mi Biblia una hora al día o Dios no me bendecirá. Otras personas se han rendido por completo, diciendo: “Hombre, me he equivocado tanto en mi vida y he caído hasta el punto en que ya no hay manera de que Dios vuelva a estar complacido conmigo.”
Parecen estar tratando de complacer a un Dios enojado que sólo puede ver sus imperfecciones, un Dios que está a la espera de derribarlos en su salud, finanzas o relaciones para enseñarles algún tipo de lección. Lamentablemente, están siendo robados. La verdad es que Satanás es el que viene a robar, matar y destruir.
Dios desea tener comunión con ellos como un Padre celestial cuyo único deseo es derramar las riquezas del cielo sobre sus hijos. Complacerlo es simplemente una cuestión de ponerse en posición para recibir todo lo que hay en Su corazón para dar. Por eso, Hebreos 11:6 dice: «Sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe, y que sabe recompensar a quienes lo buscan.»
Estar “sin fe” no es hablar acerca de otra ley o norma por la cual serás juzgado. Se trata de una conexión rota con un Padre que desea bendecirte. Es imposible agradar a Dios sin fe porque la fe es nuestra conexión con Dios. Por medio de la fe nos posicionamos en el lugar correcto para que nuestro Padre celestial haga lo que más le agrada hacer: bendecir a sus hijos.
Entonces, cambiemos este versículo de lo negativo a lo positivo: si es imposible agradar a Dios sin fe, entonces sabemos que es posible complacerlo con fe. De hecho, si lo piensas, confiar en lo que alguien dice es la única manera de crear un ambiente agradable y establecer una relación significativa con ellos.
Las claves para agradar
Tuve muchas oportunidades para aprender estas claves de adolescente y adulto joven. En más de una ocasión, antes de irme de casa, iba a ver a mi padre terrenal, A.W. Copeland, con cosas en mi vida que parecían estar más allá de la esperanza. Siempre fue un alivio escucharlo decir: “Bueno, esto no es tan malo como parece.”
“Eso es bueno”, solía decir, “porque pensaba que me había equivocado de por vida.”
Luego, mi papá solía responder: “No, ahora pensemos un poco en esto.”
Mientras hablábamos de la situación, mi padre mencionaba cosas que no había considerado o que no sabía. Pronto, el alivio y la paz comenzarían a asentarse en mi espíritu, y pensaría, ¡Bueno! Voy a salir de esto. ¡Gracias a Dios… y gracias a papá!
¿Por qué era así? Porque puse fe en las palabras de mi padre y descansé en la integridad de lo que me había dicho. Puse mi confianza en su deseo de que tenga éxito. Como estaba dispuesto a tomar decisiones que honraran su palabra y sus compromisos conmigo, tuvo la oportunidad de hacer por mí lo que estaba en su corazón.
Si tan solo hubiese continuado en esa revelación a medida que crecía, en lugar de pensar que era más inteligente que él, podría haber disfrutado de muchos más beneficios en nuestra relación padre-hijo.
Pero no lo hice y me rebelé. Cuando tuve la edad suficiente para pensar que sabía más que papá, me metí en problemas. ¡Eso fue algo estúpido! Papá sabía cómo ayudarme a salir de los problemas, pero yo no lo escuchaba. Sin tener fe en alguien que sabía más, continuamente tomaba decisiones que empeoraban mis situaciones.
La atmósfera de desconfianza que generé a causa de ello hizo que se abriera un abismo entre mi papá y yo. ¿Cambió su amor por mí? No. ¿Mis acciones redujeron su disposición a hacer todo lo que pudiera para ayudarme? De ningún modo. Las decisiones que tomé lo lastimaron porque, finalmente, ya no podía alcanzarme y yo no podía alcanzarlo a él. Nada de eso fue su culpa, tan solo mía.
Lo mismo ocurre en nuestra relación con Dios. Su amor y compromiso de bendecirnos nunca cambian. Cerramos la puerta a esa bendición cuando nos negamos a honrar lo que Él dice.
¿Qué pensarías de un hijo que le dice a su padre: “Papá, realmente te amo, pero no creo una palabra de lo que dices”? La declaración de amor de un hijo es irrelevante si hará caso omiso a las promesas o el consejo de sus padres. Su declaración es, en cambio, un insulto.
Este es el mismo problema que enfrentan muchos creyentes porque, como nos dice la última mitad de Hebreos 11:6, cuando venimos a Dios, debemos creer «que él existe, y que sabe recompensar a quienes lo buscan.» Puedes ver que muchos creyentes no están haciendo esto por la forma en que tratan Sus promesas, como 1 Pedro 2:24: «Por sus heridas fueron ustedes sanados.» “Bueno, sí, ya sé que dice eso hermano Copeland. Sé que Dios puede sanar, pero no sé si Él lo haría o no. Verás, no creo que Dios sana a todas las personas. Él solo sana a uno aquí y a otro allí. No creo que yo sea uno de los que Él sana. Mi religión no lo cree. Simplemente no creo que pueda pasar”.
¡Qué insulto hacia un Padre amoroso!
Sería lo mismo que llamarlo mentiroso en Su rostro. Es absolutamente horrible culpar a Dios cuando todo el tiempo somos nosotros los que no estamos recibiendo.
No retrocedas
La persona que se acerca a Dios y a Sus promesas de esa manera se describe en Hebreos 10:38: «pero si retrocede, no agradará a mi alma.» (RVR1995). En otras palabras, la persona que deja de confiar en lo que Dios dice que hará, le roba a Dios el placer de bendecirlo. El agradar a Dios requiere que confiemos en Su PALABRA como lo haríamos con la palabra de un hombre honorable. Exige que le permitamos que Él derrame Sus bendiciones como recipientes de Su gloria en la Tierra.
La fe agrada a Dios porque le da acceso a tu vida. Salmo 35:27 dice: «Pero que canten y se alegren los que están a mi favor. Que digan siempre: «¡Grande es el Señor, pues se deleita en el bienestar de su siervo!»
Actuar en Su PALABRA te da la oportunidad de sanar tu cuerpo, de prosperar, de salvar a tus hijos, de liberar a tus hijos de las drogas, lo que sea que desees y necesites. La fe le da acceso a Dios en tu vida y te da a ti acceso a la gracia de Dios: es decir, Su favor y bendiciones divinas.
¿Necesitas más pruebas de que el deseo de Dios es bendecirte y no enseñarte una lección? Lee 3 Juan 1:2: «Amado, deseo que seas prosperado en todo, y que tengas salud, a la vez que tu alma prospera».
Mira lo que incluye Su prosperidad. Prosperar, según el diccionario, significa “sobresalir en algo deseable, seguir adelante”. Deseas estar bien. Deseas nacer de nuevo. Tú deseas ir al cielo. Tú deseas complacer a tu Padre celestial. Deseas alimentar a tu familia. Eso es prosperar.
Dios desea que sobresalgas en todo el ámbito de la existencia humana: espíritu, alma y cuerpo. Él también desea que sobresalgas financiera y socialmente. Dios desea que nazcas de nuevo, te bautices en el Espíritu Santo, aprendas sobre la fe y andes por la fe. Él desea que tu mente se renueve a Su PALABRA y que camines en Su sabiduría, la habilidad dada por Dios para usar el conocimiento.
Su deseo es que conozcas Su poder sanador y que camines en salud divina. Dios se deleita cuando se satisfacen tus necesidades financieras y puedes aportar a toda buena obra. En cada relación, Él desea que seas un testigo fuerte y un faro de Su amor, Su camino, Su voluntad y Su poder, para ayudar a otros a prosperar y a conocer la PALABRA de Dios.
Dios se ha comprometido con tu éxito en cada área de la vida. Debes tener en mente este pensamiento todo el tiempo: Mi Dios se complace de mi éxito por la fe en cada área de mi vida.
Una atmósfera de Amistad y Comunión
Segunda de Pedro 1:3 nos dice que «todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia.»
Eso es lo que finalmente me di cuenta en 1967 cuando, siendo un joven creyente, entendí Su PALABRA como una carta de amor hacia mí, una carta llena de promesas que Él me había hecho. Comencé a descubrir que Dios era honorable, que Su PALABRA tenía integridad y que estaba comprometido a hacer esas cosas que había prometido para que me convirtieran en la persona exitosa que Él me había creado para ser: espiritual, emocional, física, financieramente y en mis relaciones con los demás.
La paz y la esperanza comenzaron a inundar mi corazón cuando vi que las promesas de la PALABRA de Dios me pertenecían. Eran expresiones de Su amor por mí en Cristo y provisión para todas mis necesidades. Tuve hambre de estar en la presencia de Dios y comencé a llenar mi corazón con Su Palabra, día y noche.
Las circunstancias que me rodeaban no lucían nada mejor. Todavía vivía en una pequeña casa de madera. Pero me había enamorado de Dios y comencé a relacionarme con Él en la base de Su PALABRA. Comencé a regocijarme en el hecho de que Dios me había recreado a la semejanza de Jesús porque deseaba tener comunión conmigo. Deseaba correr conmigo, y levantarme. Deseaba disfrutar de mí y que yo lo disfrutara.
Descubrí que haría cualquier cosa en el mundo por mí. Aprendí que, cuando empiezas a vivir con amor y a actuar en amor, Dios es la persona más accesible que exista. Empiezas a decirle a Él que lo amas, ¡y Él te cubrirá como si fuera un tapado de piel!
Lo que emociona al Padre
Una tarde, estaba conduciendo por la carretera cuando mi nueva conciencia del amor de Dios se apoderó de mí. Finalmente, tuve que detenerme. Era la primera vez en mi vida que me había acercado a Dios sin mendigar, pidiéndole y tratando de obtener algo de Su parte.
“No puedo soportar conducir este auto más lejos”, clamé a Dios. “¡Sólo tengo que detenerme, levantar mis manos y decirte cuánto te amo, te adoro y cuánto me importas! Padre celestial, mis necesidades se satisfacen de acuerdo con Tus riquezas en gloria por Cristo Jesús.”
El auto viejo que conducía perdía aceite por todas partes. Pero no me importaba el auto en ese momento. Ni siquiera lo mencioné. “Hace sólo unos días me di cuenta de que todo el mundo está en Tu contra”, le dije. “¡Yo deseo ser parte de Tu equipo! Deseo hacer algo para darte un buen día. Deseo hacer todo lo que pueda por ti, a lo grande. Sólo dime qué quieres que haga.”
¡Pero Él no me dijo nada! En cambio, me respondió: Hijo, ¿qué quieres que haga por ti? ¿Hay algo que pueda hacer?
“¡No, no, no, no!” le respondí. “Mis necesidades se satisfacen de acuerdo con Tus riquezas en gloria, y sólo te adoro y alabo por ello. Sólo me gustaría saber qué es lo que deseas.”
No sabes lo que eso emociona el corazón del Padre, respondió.
Quiero que sepas que ese viejo auto no duró mucho más. Esa pequeña casa no duró mucho más. En tan solo unos días la gente comenzó a invitarnos a lugares para predicar. Al final, tuve que decirle a Dios: “¿Podemos ir más despacio? ¡He predicado hasta que casi no puedo hablar!” Predicábamos siete días a la semana, dos servicios al día, con tanto esfuerzo como pudimos, durante varios años. Nunca me había divertido tanto en toda mi vida.
Todavía sigo haciéndolo. De hecho, mejora todo el tiempo, solo porque aprendí cómo crear una atmósfera de fe y dejar que Dios sea quien Él desea ser para mí.
De la presión a las promesas
Dios te ama. Su razón para decirte que no puedes complacerlo sin fe no es para imponerte un tipo de ley, o límite. El no caminar por la fe no hará que Dios te ame menos. Pero sí evitará que Él haga lo que más le complace hacer: darte todo lo que necesitas para tener éxito.
Ya sea que tengas un hijo enfermo, un sueño sin cumplir, una atadura de pecado continuo o una amenaza de ejecución hipotecaria: llévaselo a papá. Dios se complace cuando le permites satisfacer tus necesidades. Se complace cuando pasas de las presiones de tus circunstancias a las promesas de Su PALABRA.
Acércate a Él creyendo que Él es, y que Él es quien recompensa a aquellos que lo buscan diligentemente. Permítele que te alcance con las promesas que te ha hecho en Su PALABRA.
“Pero ¿cómo lo hago, hermano Copeland” Sigue el proceso que leemos en el Salmo 35:27: «Pero que canten y se alegren los que están a mi favor. Que digan siempre: «¡Grande es el Señor, pues se deleita en el bienestar de su siervo!»
En otras palabras, dilo todo el día. Di continuamente: “Dios se complace en la prosperidad de Su siervo. Te busco diligentemente, Señor. Digo diligentemente con mi boca: ‘Tú eres mi sanador’. Lo digo diligentemente con mi boca, como lo hizo David”. Habla con Dios. Háblale a tu espíritu. Recuérdale al diablo lo que Dios, en Su PALABRA, ha dicho acerca de ti.
¿Se ha levantado un problema en contra tuya? No hables al respecto. No trates de averiguar qué puedes hacer para solucionar el problema. En su lugar, di las cosas que tu Padre celestial ha dicho que están en Su corazón, listas para ti.
Ya sea que se trate de una montaña de deudas, de enfermedades o miedo, Jesús dijo que debes tener la fe de Dios que habla a la montaña y ordena que se arroje al mar. Declara la PALABRA de Dios sobre el problema y descansa en lo que Él ha dicho al respecto.
No me importa qué situaciones estés enfrentando en este momento: tu fe te ayudará a superarlas. La única forma en la que el demonio puede involucrarse es dejándolo. Y lo haces al dejar de lado las promesas de tu Padre celestial, quien se preocupa por ti y te dará todo lo necesario para triunfar en Él.
Toma tu lugar
Dios se complace cuando accedes a las riquezas del cielo por el único medio posible: la fe. Él se complace cuando pronuncias Su palabra en fe sobre esas montañas en tu vida. Él se complace cuando te mantienes inmóvil, hasta que las situaciones y las condiciones se alinean con Su PALABRA.
Toma el lugar que te corresponde, sentado con Él en el cielo, como dice Efesios 2:6. Por fe recibe que te has convertido en la justicia de Dios en Cristo Jesús, y camina en justicia por donde Él camina (2 Corintios 5:21). Por la fe, deja que Dios te ayude a sobresalir en ser tan saludable y próspero como Él desea que seas.
Recuerda: el desafío que tienes delante tuyo no es lograr que Dios desee tener comunión contigo y satisfacer tus necesidades. El desafío es estimular tu fe para recibir todo lo que Dios ya tiene para ti.
Deja que la fe resuelva el problema de lo que Dios desea que tengas. Mantente conectado a la línea de suministro de la provisión de Dios. Por la fe, deja que tu Padre celestial derrame las provisiones de Su amor sobre ti.
Nada lo complace más que eso.