No importa cuán difícil sea la situación que estés enfrentando hoy, ¡Dios puede cambiar tus circunstancias! Los doctores pueden haberte asegurado que no hay esperanza. Tu cuenta bancaria puede estar vacía y los acreedores estar golpeando a la puerta de tu casa. Tal vez tengas problemas en tu familia o en tu trabajo. Quizás tus problemas se han acumulado tanto que sientes que jamás podrás vencerlos. Sin embargo, no dejes que el diablo te engañe. Él nunca no ha podido causar un problema que la fe en Dios no pueda solucionar.
Nada intimida a Dios, para Él es tan fácil sanar un cáncer, como quitar un dolor de cabeza. Para Él es tan sencillo comprarte una casa nueva como pagarte tu renta.
Incluso en tiempos como éstos, en los que el mundo entero parece estar en problemas, Dios puede ayudarte a vencerlos y darte la victoria. Él puede hacerlo por ti, lo mismo que hizo por los israelitas. Éxodo 10 nos dice que mientras la oscuridad cubrió la nación de Egipto —una oscuridad tan densa que los egipcios no podían verse el uno al otro, ni pudieron moverse durante tres días—, «…todos los hijos de Israel tenían luz en sus casas» (versículo 23).
¡Piénsalo! Si tú te atreves a creer en la Palabra de Dios, también puedes tener luz en medio de un mundo en tinieblas. Puedes tener protección en un mundo peligroso. Puedes vivir sano en medio de un mundo enfermo. Puedes tener prosperidad en un mundo empobrecido y libertad en medio de un mundo en cautiverio.
Sin embargo, déjame advertirte algo: no podrás lograrlo si adoptas una actitud de derrota. Si deseas caminar en constante victoria, debes desarrollar un espíritu de fe y perseverar en él, aun cuando el enemigo ejerza presión sobre ti.
Las personas que poseen el espíritu de fe siempre reciben las bendiciones de Dios. Es posible que atraviesen pruebas y aflicciones, pero siempre saldrán de ellas de forma sobrenatural.
Me agrada disfrutar esas ventajas, ¿y a ti? Me gusta ganarle al diablo todo el tiempo. Y, ¡alabado sea Dios!, nosotros podemos lograrlo si vivimos continuamente en el espíritu de fe.
El apóstol Pablo nos enseña una clave poderosa para cultivar ese espíritu en 2 de Corintios: «Pero en ese mismo espíritu de fe, y de acuerdo con lo que está escrito: “Creí, y por lo tanto, hablé”, nosotros también creemos, y por lo tanto, también hablamos. Por eso, no nos fijamos en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (versículos 13,18).
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El primer y más importante hecho que estos versículos nos revelan acerca del espíritu de fe es que éste cree.
Y ¿en qué cree? En la Palabra de Dios. Es más, la fe cree en esa Palabra sólo porque el Señor la dijo—ya sea que las circunstancias naturales parezcan estar de acuerdo o no—.
Eso significa que si tú quieres mantener un espíritu de fe en el área de la sanidad, por ejemplo, primero debes tomar tu Biblia y buscar qué dice Dios acerca de este tema. Luego, debes decidir que aceptarás esa Palabra como la verdad. No le cierres tu corazón a la Palabra diciendo: “Bien, en mi iglesia no se enseña de esa manera” o “Eso no es lo que mi abuela me enseñó”. Simplemente confiesa: “la Palabra establece que la sanidad me pertenece y ¡yo lo creo!”.
Después, continúa depositando la Palabra en tu corazón a diario, hasta que la fe crezca dentro de ti, y tu cuerpo comience a alinearse con esa Palabra.
Quizás tú digas: “Gloria, lo intenté una vez y no funcionó, creo que no tengo tu misma cantidad de fe”.
¡Claro que sí tienes! En Romanos 12:3, dice: «…según la medida de fe que Dios repartió a cada uno». Y como este pasaje bíblico se dirige a las personas nacidas de nuevo, puedes estar seguro de que si ya aceptaste a Jesús como el Señor de tu vida, entonces sí tienes fe en tu interior.
Es probable que aún no estés actuando en fe. Puedes estar hablando sin fe. Sin embargo, la fe ya se encuentra allí, y mientras más escuches la Palabra de Dios, más se desarrollará y crecerá porque: «…la fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios» (Romanos 10:17).
¿Por qué es tan importante desarrollar tu fe? Porque ésta te conecta con las bendiciones de Dios. Ésta es la fuerza que le brinda sustancia a esas bendiciones en tu vida (Hebreos 11:1). Y además, la fe agrada a Dios (Hebreos 11:6).
La fe alcanza al reino espiritual, toma las promesas de Dios, y su resultado es el cumplimiento tangible y físico de esas promesas. Es decir, la fe trae las bendiciones espirituales al mundo natural; trae el automóvil que necesitas o la sanidad para tu cuerpo. La fe trae la manifestación a esta Tierra.
En Romanos 5:2 aprendemos que por fe tenemos acceso a la gracia de Dios. Por tanto, si quieres gracia para nacer de nuevo o para obtener tu sanidad, debes recibirla por fe. Si quieres la gracia de Dios en tus finanzas o en cualquier otra área de tu vida, deberás adquirirla por fe.
Me gusta pensarlo de esta manera: Cuando crees en la Palabra, abres la ventana de tu vida para darle a Dios la oportunidad de obrar en ella.
Aunque parezca mentira, eso les molesta a algunos. No entienden por qué Dios necesita una oportunidad para obrar. Después de todo, Él es Dios, ¿acaso no puede hacer todo lo que desee?
Sí, claro que puede. Y Él también quiere responder a nuestra fe.
Pero, Él no es como el diablo. Dios no te impone Su voluntad; Él espera que tú le des una oportunidad al creer Su Palabra.
Creemos… por tanto, hablamos
Eso fue lo que hizo Abraham. Cuando Dios le aseguró que tendrían un bebé con Sara, él simplemente creyó y tomó Su Palabra. A la luz de las circunstancias, ése fue un gran paso de fe. Después de todo, Abraham tenía 100 años y Sara 90, y además ella era estéril.
La mayoría de personas se hubieran agobiado por esos problemas, pero Abraham no, pues: «… él creyó a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia» (Romanos 4:3). Aunque en el reino natural era imposible que sucediera lo que Dios le había dicho, él le creyó.
Eso es lo que hace el espíritu de fe. Permanece firme en medio de las circunstancias que parecen imposibles, y sin importar qué ocurra, ¡le cree a Dios! Luego, comienza a hacer declaraciones de fe.
No dice cualquier cosa como lo hubiera hecho en el pasado; al contrario, declara la Palabra. Cuando el cáncer ataca, la fe no dice: “Estoy muriendo de cáncer”. La fe dice: “Soy sana por la llaga de Cristo. Por tanto, viviré y no moriré, y contaré las obras del Señor”.
“Pero, no me siento cómodo con esa clase de confesiones; me gusta creerle a Dios en silencio”.
Quizás sea lo que a ti te gusta, pero eso no es lo que nos enseña la Biblia. En 2 Corintios 4:13, leemos:
«…nosotros creemos, por tanto hablamos». Si quieres cambiar tus circunstancias, debes tener fe en dos lugares: en tu corazón y en tu boca.
Por esa razón, Dios cambió el nombre de Abram por el de Abraham, el cual significa: “padre de multitud de naciones”. Así que cuando Abraham se presentaba después de que su nombre había sido cambiado, en realidad estaba diciendo: “Hola, ¿cómo estás? Soy el padre de multitud de naciones”. Para la mayoría de personas, esto probablemente sonaba ridículo, pues en esa época Abraham era un anciano, sin hijos, casado con una mujer anciana y estéril. Estoy segura de que pensaban que Abraham estaba medio loco.
Pero no lo estaba. Él sólo seguía el ejemplo de Dios: «…a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no existen como si existieran» (Romanos 4:17). Al hablar en fe, Abraham estaba haciendo exactamente lo mismo que Dios hizo cuando creo la Tierra.
Lee Génesis 1, y entenderás a qué me refiero. Ahí la Biblia nos dice que en el principio: «…la Tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas cubrían la faz del abismo…» (Versículo 2). Sin embargo, Dios no miró las tinieblas y dijo: “Oh, no, ¡La Tierra es un lugar oscuro! Si Él hubiera dicho eso, la Tierra hubiera permanecido en tinieblas.
Dios cambió las circunstancias naturales llamando las cosas que no eran como si fueran. Él vio la oscuridad, y dijo: ¡Sea la luz!, y fue la luz. Dios habló por fe lo que quería que sucediera.
En todo el capítulo uno de Génesis, vemos que Dios creó la Tierra al pronunciar Su Palabra. Una y otra vez, ahí dice: «Dijo Dios… y vio Dios que era bueno».
De esa misma forma, también funciona para nosotros cuando vivimos por el espíritu de fe. Hablamos la Palabra de Dios… vemos los resultados… y ¡son buenos resultados!
Una cosa que debes entender que no me refiero a confesar la Palabra una o dos veces. Hablo de declarar o hablar consistentemente palabras de fe. Por ejemplo, si te arrodillas en oración y dices: “Creo que mis necesidades financieras son suplidas en el nombre de Jesús”; pero luego vas a cenar con tus amigos y dices: “Iré a la quiebra, no puedo encontrar un empleo, estoy a punto de perder mi casa y no sé qué haré”, ten por seguro que no obtendrás nada, ni irás a ningún lado.
Lo que pasa en tu vida es el resultado de lo que dices o declaras continuamente. Por tanto, si le estás creyendo a Dios por finanzas, fórmate el hábito de decir cosas como: “De acuerdo con Deuteronomio 28, la escasez es parte de la maldición de la ley. Y en Gálatas 3:13, dice que Jesús nos redimió de esa maldición. Por consiguiente, ¡soy redimido de la maldición de la escasez! ¡Mis necesidades son suplidas de acuerdo con Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús!
Entonces, cada vez que pienses en tus cuentas atrasadas o por pagar, declara que ya están pagadas en el nombre de Jesús. Proclámate próspero y libre de deudas. Sé cómo Abraham, y a través del espíritu de fe, llama las cosas que no son como si fueran.
Mantén tu mirada en la Palabra
Quizás ahora estés pensando: “Realmente quiero hacer eso. Quiero vivir y hablar por fe. El problema es que cada vez que veo el desastre en el que estoy, me desanimo”.
Entonces ¡deja de mirar el desastre en el que te encuentras! Y enfócate en la promesa de Dios. Mantén Su Palabra frente a tus ojos y en tus oídos hasta que puedas ver con los ojos de tu espíritu, cómo ésta se cumple en tu vida.
Ésa es la actitud del espíritu de fe que no ve «…las cosas que se ven, sino las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4:18).
Por supuesto, no estoy diciéndote que debes ignorar tus problemas o que cierres tus ojos ante ellos como si no fueran reales, porque sí lo son. No obstante, de acuerdo con la Palabra, son temporales. Lo cual significa que están “sujetos a cambio”. Y tú puedes estar seguro que si continúas enfocándote en la Palabra, éstos ¡cambiarán!
Una vez más, podemos examinar la vida de Abraham y obtener una prueba de ello.
En Romanos 4:18–21, dice que:
«Contra toda esperanza, Abraham creyó para llegar a ser padre de muchas naciones, conforme a lo que se le había dicho: “Así será tu descendencia”. Además, su fe no flaqueó al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (pues ya tenía casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en la fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios era también poderoso para hacer todo lo que había prometido».
Abraham no consideró su cuerpo, ni enfocó su atención en que tenía 100 años. Tampoco vio su cuerpo envejecido y arrugado, y dijo: “Vamos, anciano, ¡tú puedes hacerlo!”. No, él sabía que no podía engendrar un hijo. Pues desde hace mucho tiempo era consciente de su estado.
Él no consideró sus capacidades naturales, sino las de Dios. Abraham mantuvo su atención en el poder y la promesa de Dios hasta que estuvo totalmente convencido de que el Señor podía y cumpliría Su promesa.
¡A eso le llamo victoria!
Si quieres desarrollar el espíritu de fe, también debes hacer lo mismo. No consideres las imposibilidades naturales de tu situación, porque ciertamente Dios no las considera. Kenneth y yo lo descubrimos ¡por experiencia!
Hace más de 42 años, mientras Kenneth estaba orando a orillas de un río de Tulsa, Oklahoma, Dios comenzó a hablarle acerca de predicar a las naciones. En ese entonces, Dios le dijo a Kenneth que tendría un ministerio mundial.
Queda claro que Dios no había considerado nuestra cuenta bancaria; apenas contábamos con el dinero suficiente para cruzar la ciudad, ¡mucho menos para ir a otros países! Sin embargo, Dios no esperaba que fuéramos nosotros quienes cumpliéramos ese llamado. Él mismo llevaría a cabo la obra, a través de nuestra fe. Él había planificado proveernos los recursos, las fuerzas, la habilidad — ¡Todo! Lo único que esperaba de nosotros era que creyéramos.
Y lo mismo espera de ti: Sólo cree.
¿Acaso no es sencillo?
Si tan solo crees e inviertes tu tiempo meditando en la Palabra de Dios, en lugar de enfocarte en tus limitaciones, gozarás del mismo éxito de Abraham.
Y ¿cuál fue el final en la vida de Abraham? Una vida llena de éxito.
Él y Sara no sólo tuvieron el bebé que Dios les había prometido, sino que también vivieron lo suficiente para criarlo. Después de la muerte de Sara, a la edad de 127 años, Abraham (quien tenía 137 años) se volvió a casar y tuvo seis hijos más. Él se convirtió en lo que él y Dios declararon que sería: el padre de una multitud de naciones.
¡A eso le llamo victoria!
¡A eso le llamo el espíritu de fe!