Hace algunos años, estaba escuchando a Gloria predicar acerca de la sanidad y escuché algo que ciertamente ha añadido años a mi vida. Nunca lo olvidaré. Ella enseñaba acerca del Salmo 91 y solo había leído hasta el versículo 16: «Le concederé muchos años de vida, y le daré a conocer mi salvación».
Inmediatamente fue a Génesis 6:3, donde Dios dice: «Vivirá hasta ciento veinte años». Repentinamente, el SEÑOR habló en mi interior y me dijo: ¡Ese versículo es tanto Mi PALABRA como lo es el que dice por Sus llagas has sido sanado!
Aunque suene como una declaración obvia, en ese momento era justo lo que yo necesitaba escuchar. En los meses previos había tolerado que el diablo me engañara con algunas mentiras acerca de mi edad. Sin darme cuenta, había permitido que mi fe por una larga vida se debilitara. Durante muchos años había confesado lo que dice Salmos 103:5 acerca de Dios renovando mi juventud como la del águila, pero algo había cambiado.
Había empezado a sentirme agotado. Al cumplir 70 años, había alcanzado la edad en la que mis ancestros empezaron físicamente a declinar, y estaba permitiendo que lo mismo me pasara. Pero, gloria a Dios, me di cuenta de lo que estaba sucediendo. Recibí una revelación fresca del hecho de que el largo de mi vida no está definido por mi historia familiar. Se define por lo que está escrito en la PALABRA de Dios, y ésta dice: «[que el hombre] vivirá hasta ciento veinte años» (Génesis 6:3).
Desde ese día en la escuela de sanidad de Gloria, el SEÑOR me ha hablado mucho acerca de este tema. Me instruyó a dejar de cooperar con mi ADN natural heredado de mis ancestros, y a liberar en fe el ADN de mi espíritu nacido de nuevo —el cual es el mismo ADN de Dios—.
He obedecido este mandamiento y mi cuerpo se ha puesto en línea. ¡En vez de estar deteriorándose, se ha fortalecido!
Cumplí 78 años en diciembre del año pasado, y ahora estoy más fuerte que hace 20 años. Estoy caminando en la vida y la energía de Dios. Vuelo por todo el mundo predicando el evangelio y estoy viviendo el mejor momento de mi vida.
Y yo no soy el único feliz por ello; el SEÑOR también lo está.
¿Por qué? Porque la unción de Su espíritu en la vida de Su gente está diseñada para desarrollarse con la edad. Así que, si continúo caminando con Él, entre más viejo me ponga, más se desarrollará la unción.
No hace mucho tiempo el SEÑOR me dejó este concepto muy claro. Me dijo: Kenneth, cuando tenías 30 años Mi unción vino sobre ti. A medida que los años pasaron, creció y se desarrolló y para el momento que tenías 40, había madurado considerablemente. Pero a los 40 no podías tener la unción de los 60. No funciona de esa manera. Tienes que crecer en gracia y conocimiento del SEÑOR. Tienes que crecer en fe. A los 60, puedes tener la unción de los 60 años, pero no puedes tener la unción de los 80 hasta que no llegues a esa edad.
Luego el SEÑOR continuó diciendo: Debido a que Mi pueblo ha dejado al diablo decirle que no puede vivir más allá de los 80 años, se están perdiendo de la unción que he diseñado para ellos a los 90, 100, 110 y 115 años. ¡Como resultado, no tienen esas unciones en la Tierra!
“Pero, SEÑOR”, le dije, “existen algunas personas en el mundo que están viviendo más y más y están llegando muy cerca de esa edad”.
Sí, me respondió, pero Mi gente —aquellos que están ungidos por Mí— ¡no lo están haciendo!
Marchándose con estilo
Sé que probablemente estás pensando: ¿Será realmente posible continuar desarrollando la unción de Dios cuando tienes más de 100 años?
Seguro que sí. No sólo existen ejemplos en la Biblia (Abraham y Moisés por ejemplo), pero además personalmente estuve familiarizado con un hombre que lo hizo. Su nombre era Otis Clark.
Como ministro ungido de Dios y colaborador con este ministerio, papá Clark partió a casa a estar con el SEÑOR cuando tenía 109 años. Pero tú nunca hubieras adivinado su edad al mirarlo. Usualmente se sentaba en la primera fila durante las convenciones de creyentes y siempre lucía fuerte y saludable. A la edad en la que la mayoría de la gente hubiera esperado caminar por ahí en bata y chancletas, el usaba un traje bien ajustado y un sombrero alado.
Más maravilloso aún, nunca se retiró de predicar el evangelio. Predicó toda su vida. La noche del sábado antes de cruzar hacia el cielo, le dijo a su familia: “quiero que mañana temprano me lleven a la iglesia”. Trataron de persuadirlo porque se había estado sintiendo regular. Le dijeron: “los doctores están preocupados por ti; no necesitas estar predicando”. Pero el insistió.
Pasó toda la noche del sábado alabando al SEÑOR y gritando la victoria. Cuando fue a la iglesia el domingo a la mañana, le preguntaron si quería decir unas palabras y así lo hizo. ¡Predicó… y predicó… y predicó! Luego, se fue a su casa, se recostó y se fue al cielo.
Papá Clark se marchó con estilo. ¡Predicó su camino a la gloria a los 109 años!
¿Cuál era su secreto?
Él puso la PALABRA de Dios en primer lugar en su vida. Meditó en ella, la creyó y la obedeció. Buscó la sabiduría de Dios y vivió de acuerdo con ella, no sólo espiritualmente sino también físicamente. En otras palabras, cuando llegó el momento de estar saludable, papá Clark hizo su parte en lo referente a las cosas naturales. Comía y hacia ejercicio. Hizo lo que era bueno para su cuerpo.
Si tú y yo vamos a vivir hasta completar nuestros días, tenemos que hacer lo mismo. No podemos solamente sentarnos por ahí, comer cualquier cosa que nuestra carne desee, vivir descuidadamente, engordar y creer que vamos a vivir hasta los 120 años. No sucederá así.
Así que toma la decisión de calidad ahora mismo de renovar tu mente y pensar escrituralmente acerca de la comida. No te dejes engañar por todas las tonterías que la gente del mundo está diciendo al respecto. Ellos no saben nada. Han aparecido con ideas de cómo perder peso desde hace muchos años y sus métodos no funcionan. Por esta razón, muchas personas pierden los mismos 20 kilos una y otra vez. El mundo no sabe cómo solucionar el problema.
Pero, ¡Dios si lo sabe!
Así que, en vez de tratar de estar saludable siguiendo la última moda, empieza a orar y créele a Dios por sabiduría. El pondrá la información correcta en tu camino.
Lo ha hecho por mí muchas veces. La verdad es que lo hizo recientemente. Estaba creyendo por sabiduría acerca de un problema físico y un día, mientras Gloria y yo charlábamos tomando una taza de té, algo llamó mi atención en la televisión. ¡Ni siquiera estábamos viendo la televisión en ese momento! La televisión estaba encendida, pero sin volumen. Por un segundo miré la pantalla y vi un libro que anunciaban. El Señor me dijo, ¡compra ese libro antes de que se ponga el sol!
Obviamente lo hice. Ese libro me proveyó exactamente lo que le había estado pidiendo al SEÑOR que me diera.
El libro que más necesitas
Quizás estés diciendo: “también quiero leer ese libro. ¿Me puedes dar su nombre?”
No, porque el libro que más necesitas es el que Dios ya te dio —su PALABRA escrita—. Si tú usas ese libro para edificar tu fe, entonces puedes orar como yo lo hice y escuchar tú mismo al SEÑOR.
“Pero hermano Copeland, la Biblia es muy grande. ¿Qué parte debería leer?”
Bueno, todo en ella es bueno así que debieras leerla toda. Pero para edificar tu fe por una vida larga y saludable, necesitas focalizarte especialmente en escrituras que hablen acerca de sanidad. Luego, cuando el diablo te persiga con enfermedades o males, estarás listo para resistirlo con la PALABRA y sacarlo corriendo.
Eso es algo que muchos creyentes no puede hacer porque tienen preguntas sin respuestas en cuanto a la sanidad. Les han enseñado, por ejemplo, que algunas veces Dios sana y otras no. Así que cuando buscan de Él por sanidad, no están seguros si sucederá. Tienen una actitud de “nunca sabes lo que Dios va a hacer”.
La verdad es que escuché a un presentador de noticias decir esas mismas palabras en la televisión una vez. Él hablaba acerca de cómo se desenvolvían los eventos actuales: “ya sabes, supongo que pasará si esa es la voluntad de Dios que pase. ¿Pero, quién en el mundo sabe cuál es la voluntad de Dios?”
Le grité al televisor: “Yo la conozco”.
Dios no quiere una cosa y escribe otra. Su voluntad está en Su PALABRA. Como la fe comienza donde la voluntad de Dios es conocida, la primera cosa que necesitas saber acerca de la sanidad es lo que Dios dice en la Biblia. ¿Es la voluntad de Dios la sanidad, o no?
Puedes ver la respuesta a esa pregunta en Lucas 5, el cual habla de un momento en el ministerio de Jesús en el que un hombre descrito como “lleno de lepra” se le acerca. Eso significa que ese hombre no solamente empezaba a sufrir de los síntomas de esta enfermedad, sino que estaba siendo carcomido por la misma.
Se suponía que los leprosos se mantuvieran alejados de la gente ya que en esos días eran considerados intocables. Pero este hombre no solamente llegó a una distancia muy corta de Jesús, sino que cuando vio a Jesús «se arrodilló y, rostro en tierra, le rogaba: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Entonces Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Quiero. Ya has quedado limpio». Y al instante se le quitó la lepra» (versículos 12-13).
La primera cosa que quiero que notes es lo que Jesús hizo. ¡El tocó al hombre! Jesús no estaba asustado de contagiarse de la lepra. Él tenía confianza en que la unción de Dios lo protegería de
esta enfermedad.
Hace años, cuando ministré al lado de Oral Roberts, vi esta misma clase de confianza en él. En sus reuniones imponía las manos sobre gente con toda clase de enfermedades. Él nunca retrocedió para alejarse de una persona y nunca se contagió con alguna enfermedad o dolencia en todos los años de su ministerio.
“Sí, pero hermano Copeland, ¡él era Oral Roberts!”
Lo sé, pero tú eres tan coheredero con Jesús como él lo era. Por lo tanto, esa misma clase de protección que el experimentaba es la voluntad de Dios para ti.
Lo mismo es verdad cuando se refiere a la sanidad. Nunca debes preguntarte si es la voluntad de Dios sanarte. Jesús dejó claro este tema de una vez y para siempre. Cuando el leproso le preguntó si quería limpiarlo, Jesús le respondió: “Quiero”.
La voluntad de Dios para todos los hombres, todo el tiempo
La tradición religiosa ha tratado de robarles por muchos años a los creyentes el poder de la sanidad al declarar que esas palabras solamente aplican para ese hombre. Denominaciones completas han predicado que a pesar de que fue la voluntad de Dios sanar a ese leproso, es posible que no sea Su voluntad sanar a alguien más. ¡Pero esa idea es totalmente equivocada! Mateo 12:15 dice que durante el ministerio terrenal de Jesús: «mucha gente lo siguió, y él los sanó a todos».
Jesús nunca le dio la espalda por alguna razón a una persona, y Él es la expresión perfecta de la voluntad de Dios para todos los hombres todo el tiempo. Así que, lo que le dijo al leproso, nos lo ha dicho a nosotros: ¡La sanidad es mi voluntad para ti!
Jesús lo confirmó cuando nos enseñó a orar: «Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo» (Mateo 6:10). ¿Es la voluntad de Dios que existan enfermedades en el cielo? ¡No! Por lo tanto, tampoco es Su voluntad que existan enfermedades en la Tierra.
Alguien podría decir: “Si eso es cierto, entonces ¿por qué hay enfermedad aquí?”
Debido a la maldición que el diablo trajo a la Tierra a través del pecado. De acuerdo con Deuteronomio 28:61, «toda enfermedad y toda plaga» es el resultado de esa maldición. Pero Gálatas 3:13-14 dice: «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, y por nosotros se hizo maldición (porque está escrito: «Maldito todo el que es colgado en un madero»), para que en Cristo Jesús la bendición de Abrahám alcanzara a los no judíos…»
¡Gracias a Dios, como creyentes del Nuevo Testamento ya no estamos bajo la maldición! Estamos BENDECIDOS, y la BENDICIÓN siempre ha incluido la sanidad. La Biblia lo afirma una y otra vez. Dice:
«Pero me servirán a mí, el Señor su Dios, y yo bendeciré tu pan y tus aguas, y quitaré de en medio de ti toda enfermedad» (Éxodo 23:25).
«Con el poder de su palabra los sanó, y los libró de caer en el sepulcro» (Salmos 107:20).
«Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguna de sus bendiciones! El Señor perdona todas tus maldades, y sana todas tus dolencias» (Salmos 103:2-3).
«Hijo mío, presta atención a mis palabras; inclina tu oído para escuchar mis razones. No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón. Ellas son vida para quienes las hallan; son la medicina para todo su cuerpo. Cuida tu corazón más que otra cosa, porque él es la fuente de la vida» (Proverbios 4:20-23).
Mira nuevamente el último versículo. Dice la “fuente” (o la fuerza) de la vida fluye de tu corazón a tu espíritu. Esas son buenas noticias, porque tienes al Dios todopoderoso viviendo en tu interior. Su vida divina está en ti. Sus fuerzas limpiadoras están en ti. Su justicia está en ti.
Así que anima tu fe. Pon la PALABRA de Dios frente a tus ojos y libera su ADN divino. ¡Permite que la sanidad y la fuerza renovadora de la juventud de Dios fluyan!
Vive desde el interior, y en vez de ponerte más débil a medida que avanzas en edad, hazte más fuerte. Crece en fe, gracia y en la unción de Dios. Navega hasta los 85 o 90 años y continúa avanzando hasta los 120. Luego, abandona esta Tierra con estilo como papá Clark lo hizo. Grita tu camino a la gloria, alabando a Dios y diciendo: “¡Me concederá muchos años de vida, y me dará a conocer Su salvación!».