Hoy en día se transmiten tantas malas noticias, que a veces pienso que sería una buena idea pegarle a cada control remoto de la casa una copia de Jeremías 29:11. De ese modo, cada vez que encienda la televisión y sea bombardeada por la última ola de reportes negativos y sus magros pronósticos, recordaré lo que la Biblia dice:
«Sólo yo sé los planes que tengo para ustedes. Son planes para su bien, y no para su mal, para que tengan un futuro lleno de esperanza».
Para nosotros, los creyentes, ésa es la verdad. No importa lo que esté pasando en el mundo, Dios nos tiene un futuro lleno de esperanza. Él tiene un plan para nosotros tan lleno de Su BENDICIÓN que, mientras más caminemos en el, más veremos Su bondad manifestada a nuestro alrededor, en todo lugar.
Aún en el medio de este mundo sumido en la oscuridad del pecado, la voluntad de Dios es que estemos ricamente bendecidos en toda forma posible. Él nos quiere plenos e intactos —en espíritu, alma y cuerpo—, sin que nos falte nada, y sin problemas. Él nos quiere libres de toda estrategia del diablo. Dios quiere que nuestra familias sean salvas y en ascenso, con hogares llenos de paz y finanzas prósperas. Si algo en nuestras vidas está mal, Él tiene un plan para solucionarlo.
Te lo digo, si hay algo que he aprendido en estos casi 50 años de caminar con el Señor, es que ¡Dios es un Dios bueno! Su plan para nuestro futuro excede por lejos cualquier cosa que pudiéramos imaginar por nosotros mismos.
«Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni son sus caminos mis caminos. Así como los cielos son más altos que la tierra, también mis caminos y mis pensamientos son más altos que los caminos y pensamientos de ustedes» (Isaías 55:8-9).
Cada vez que pienso en los sueños que tenía para mi vida antes de que naciera de nuevo —sueños que alguna vez consideré como grandes y emocionantes—, es casi imposible no reírme. Ni siquiera se comparan con lo que Dios tenía en mente para mí. Las cosas que Él ha hecho en mi vida ha sido mucho más grandes de lo que hubiera podido pedir, o imaginarme.
Además, ¡Dios no ha terminado! Aún después de todos estos años, Él tiene cosas grandes reservadas para mí.
¡Y lo mismo es cierto para ti!
“Bueno, no estoy tan seguro de eso”, podrías decir. “Ya he nacido de nuevo desde hace tiempo, y si Dios tuviera un plan tan grande para mí, ciertamente no lo he encontrado todavía”.
Entonces debes tener la certeza de que realmente lo estás persiguiendo, porque, acorde a las Escrituras, la búsqueda es lo que le abre la puerta al plan de Dios para tu vida. Él no te impondrá Su plan. Tendrás que perseguir ese plan; y lo haces al perseguir a Dios.
Jesús lo dijo de esta manera en Mateo 6:33: «Por lo tanto, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas». Miremos ese versículo en la versión amplificada de la Biblia: “Busca (apunta y persigue) primero que nada… (Su forma de hacer las cosas y de ser correcto), y entonces todas estas cosas juntas te serán agregadas”.
Buscar significa “seguir con intensidad, perseguir, preguntar con diligencia, requerir o buscar por algo”. La acción denota una sensación de urgencia, un interés intenso, una intención y un deseo por aquello que se está buscando.
Una buena ilustración de “buscar” es lo que hago cada vez que intento salir y no puedo encontrar las llaves del auto. Con el paso de los años, ha pasado más de una vez en nuestra casa. Por supuesto, no a Ken. Él tiene un lugar designado donde deja siempre sus llaves, con lo cuál casi nunca las pierde. (Y cuando lo hace, ¡es un gran problema!)
Por otro lado, conmigo es casi lo opuesto. Con frecuencia dejo las cosas fuera de lugar. Y aunque Ken ha tratado de ayudarme —si lo dijo una vez, ¡lo dijo muchas veces!—. “Gloria, si tan solo pusieras tus llaves en su lugar, no las perderías”. Sus recordatorios no me han servido de mucho. Todavía pierdo mis llaves de vez en cuando.
Y cuando eso pasa, ¡las busco! Y al hacerlo no lo hago en forma relajada. No las busco por un ratito y me doy por vencida después de aburrirme. Tampoco levanto mis hombros diciendo, “Esto es muy difícil. Creo que dejaré de conducir y me quedaré en casa de ahora en adelante”.
No, literalmente dejo la casa patas arriba cuando busco mis llaves. Y no me doy por vencida hasta que las encuentro. ¿Por qué? ¡Porque sé que no puedo moverme sin ellas!
Dios nunca se detiene
Como creyentes, necesitamos tener la misma actitud con Dios. Si queremos experimentar ese futuro próspero y bendecido que Él ha planeado para nosotros, necesitamos buscarlo con fervor y diligencia. Necesitamos ponerlo en primer lugar en nuestras vidas.
¿Cómo?
Al hacer de Su PALABRA nuestra prioridad número uno.
Eso es lo que Ken y yo comenzamos haciendo en 1967. Empezamos a perseguir la Palabra de Dios con gran intensidad y diligencia. Escudriñábamos nuestras biblias día y noche, no como un acto religioso, sino porque queríamos crecer en nuestra fe. ¡Queríamos resultados!
Descubrimos que, cuando se trata de avanzar en el plan de Dios, la fe es esa llave espiritual, como las llaves del automóvil; sin ella, no puedes ir a ningún lado. Y, como la fe proviene del escuchar la Palabra de Dios, le dedicábamos prácticamente cada momento que nos era posible, ya que por años no nos habíamos movido de lugar. A pesar de ser nacidos de nuevo, continuábamos viviendo una existencia magra. Financieramente, estábamos muy mal. No teníamos dinero suficiente. No teníamos un auto decente, ni una casa bonita, ni buena ropa.
En lo físico tampoco estábamos mucho mejor. Nos contagiábamos con frecuencia cualquier enfermedad que estuviera rondando. No sabíamos que Dios ya nos había provisto sanidad, así que cuando los síntomas se manifestaban, nos poníamos nuestros pijamas y nos acostábamos en la cama al ritmo de la frase “Oh no, ¡estoy enfermo otra vez!”
Nada de todo eso era culpa de Dios. Él estaba trabajando en nuestras vidas, tratando de ayudarnos. Simplemente no sabíamos cómo cooperar con Él. Y terminábamos aceptando cualquier cosa que el diablo nos quisiera poner.
Cuando empezamos a aprender lo que la Palabra de Dios dice, sin embargo, las cosas comenzaron a cambiar. Empezamos a progresar, logramos cancelar la montaña de deudas que veníamos arrastrando, y comenzamos a prosperar. Aprendimos cómo hacerle frente al diablo, recibir nuestra sanidad y disfrutar de salud divina.
En otras palabras, comenzamos a progresar en toda área y no nos hemos detenido —porque Dios nunca se detiene—. Él siempre tiene más, no sólo para Ken y para mí, sino para todos sus hijos. Simplemente Dios es así. Él ama bendecir a Su gente en todo momento. Dios se complace en nuestra prosperidad continua, y seguirá siendo de ese modo por siempre.
Deja que la semilla crezca
Sin embargo, para recibir ese aumento que Dios quiere darnos, debemos mantenernos en nuestra búsqueda. Tenemos que perseguir Su Palabra porque, lo que hagamos con la Palabra de Dios determinará qué nivel de Su plan y futuro experimentaremos. La Biblia es muy clara al respecto, y repite una y otra vez:
«Así como la lluvia y la nieve caen de los cielos, y no vuelven allá, sino que riegan la tierra y la hacen germinar y producir, con lo que dan semilla para el que siembra y pan para el que come, así también mi palabra, cuando sale de mi boca, no vuelve a mí vacía, sino que hace todo lo que yo quiero, y tiene éxito en todo aquello para lo cual la envié» (Isaías 55:10-11).
«Hijo mío, presta atención a mis palabras; Inclina tu oído para escuchar mis razones. No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón. Ellas son vida para quienes las hallan; son la medicina para todo su cuerpo» (Proverbios 4:20-22).
«El sembrador es el que siembra la palabra… Pero hay otros, que son como lo sembrado en buena tierra. Son los que oyen la palabra y la reciben, y rinden fruto; ¡dan treinta, sesenta y hasta cien semillas por cada semilla sembrada!» (Marcos 4:14,20).
Ésa es la manera en la que el reino de Dios funciona. Opera siguiendo las leyes de la siembra y la cosecha. Cuando plantamos la Palabra en nuestros corazones, la recibimos en fe y actuamos acorde a lo que ésta dice, produce una cosecha de bendición. Hace que las maravillosas promesas de Dios y Sus planes se manifiesten en nuestras vidas.
Quizás digas: “Pero Gloria, ya he plantado la Palabra en mi corazón, y no he visto ningún cambio todavía. A lo mejor la Palabra no funcionará en mi vida de la forma que lo hizo en la tuya”.
Sí lo hará. Dios no hace acepción de personas. Él te ama tanto como me ama a mí, y Su Palabra trabajará para cualquiera que decida creerla y obedecerla.
Sin embargo, quizá no funcione de forma instantánea. ¡Me gustaría que así fuera! Me hubiera gustado ver materializado en frente de mis propios ojos cada vez que le pedí a Dios por algo. Per eso no es lo que pasa generalmente. De la misma manera que le lleva tiempo a una semilla natural para crecer y producir fruto, usualmente lleva un tiempo para que la semilla espiritual de la Palabra de Dios crezca y produzca resultados naturales.
Ésa es la razón por la cual Jesús dijo en Lucas 8:15 que, una vez que hemos escuchado la Palabra, daremos “buena cosecha al permanecer firmes”. Es por medio de la fe y la paciencia que se heredan las promesas (Hebreos 6:12).
Ken y yo no entendimos ese principio al comienzo. Cuando recién empezamos, esperábamos que nuestras cosechas de fe se manifestaran de la noche a la mañana. Por ejemplo, unos 30 días después de haber escuchado el primer mensaje de fe, fuimos a mirar casas nuevas. Nuestra cuenta de banco estaba tan baja que habría alcanzado sólo para un gallinero, pero lo mismo nos fuimos de compras por una casa, creyendo que de alguna manera podríamos adquirirla.
No estábamos mirando mansiones; sólo casas nuevas, pequeñas pero bonitas. No eran tan caras realmente. Pero comparado con lo que podíamos comprar con nuestro dinero, costaban una fortuna. Conversamos con el constructor acerca de comprar una y nos preguntó, “¿cómo la financiarán?”
“Nuestro Padre pagará por ella”, le respondimos.
Quizás nuestra respuesta te parezca algo rara (estoy seguro que el constructor pensó lo mismo), pero nuestros corazones estaban bien encaminados. Sencillamente, no sabíamos mucho todavía. Necesitábamos más Palabra en nuestros corazones para fundamentar lo que estábamos diciendo. No pudimos comprar una casa nueva ese día porque no teníamos el nivel de fe requerido para una “nueva casa”. Seguíamos viviendo en una casa rentada y venida abajo. Ni siquiera teníamos fe para una casa rentada en buenas condiciones.
¿Dejamos que eso nos desanimara? ¿Nos dimos por vencidos y renunciamos a Dios?
No. Continuamos buscándolo y manteniéndolo en primer lugar en nuestras vidas. Continuamos plantando Su Palabra en nuestros corazones y nuestra fe creció hasta que llegó el día que pudimos comprar una linda casa sin tener que endeudarnos. ¡JESÚS ES DE VERAS EL SEÑOR!
Tu corazón procesará la Palabra
Si decides continuar buscando de Dios y plantando la semilla de Su Palabra en tu corazón, llegará el día en que tú también verás la manifestación en tu vida de aquello por lo que has estado creyendo. Quizás luzca imposible ahora mismo. Ni siquiera te puedes imaginar cómo Dios lo hará. Pero no importa. Tu cosecha ya llegará.
¿Cómo lo sé? Porque Jesús lo confirmó. Él dijo: «El reino de Dios es como cuando un hombre arroja semilla sobre la tierra: ya sea que él duerma o esté despierto, de día y de noche la semilla brota y crece, sin que él sepa cómo. Y es que la tierra da fruto por sí misma: primero sale una hierba, luego la espiga, y después el grano se llena en la espiga; y cuando el grano madura, enseguida se mete la hoz, porque ya es tiempo de cosechar» (Marcos 4:26-29).
Hace unos años, estaba firme en mi fe por algo que parecía imposible (no recuerdo de momento qué era), y vi algo en esos versículos que no había visto antes. Me di cuenta que entre el momento de la primera siembra de la semilla de la Palabra en mi corazón respecto a una situación en particular, y el momento de la cosecha, mi corazón está procesando la Palabra. Está trabajando en ella de la misma manera que la tierra trabaja con una semilla natural.
No soy una granjera, así que no entiendo muy bien el proceso natural requerido. Pero sí sé que si planto una semilla de tomate en la tierra, le llevará un tiempo bajo tierra antes de germinar. Si todos los días la excavo para ver cómo ha progresado, o si no la riego (especialmente aquí, en el clima caliente de Texas), no producirá ningún fruto.
Por el contrario, si dejo que la tierra haga su trabajo y complete el proceso, si la nutro y la protejo al regarla, eventualmente germinará y esa pequeña semilla producirá una cosecha abundante de tomates.
Aún en la natural parece imposible. Sin embargo, pasa todo el tiempo. ¿Cuánto más podemos estar seguros de que recibiremos la cosecha de nuestra semilla de la Palabra de Dios?
¡Con Dios todo es posible!
Entonces, no te preocupes por los reportes negativos que escuches en las noticias. No te preocupes por las magras predicciones que veas en la televisión. Tu futuro es brillante. Dios tiene planes para ti, y sin importar qué es lo que esté pasando en este mundo natural, tú puedes seguir caminando en ellos.
Siempre y cuando busques su reino primeramente, continúes plantando Su Palabra en tu corazón y regándola al meditar en ella día y noche, por cuanto hay un sol en el cielo, tu cosecha sobrenatural continuará llegando… hasta que uno de estos días, en todo lugar que mires, verás la bondad de Dios.