Vince Lombardi, el legendario entrenador de los Green Bay Packers, es famoso por su expresión: “Ganar no lo es todo—es el único objetivo”.
Definitivamente, ésa fue mi filosofía mientras crecía. Desde niño, me gustaba ganar y detestaba absolutamente perder. Solía enfadarme cuando perdía un juego de canicas.
Me ocurrió lo mismo cuando competí en las ligas menores, en natación, y por último, cuando me enlisté en la fuerza aérea del ejército. En cualquier cosa que me involucraba, quería ganar.
No creo ser raro en ese sentido. Pienso que la mayoría de las personas en nuestra sociedad (al menos en la sociedad secular), desean ser ganadores.
En el caso de los creyentes, es otra historia. De algún modo, muchos cristianos han sido condicionados a creer que ganar no es un objetivo válido para ellos. Están convencidos, en el mejor de los casos, que ganar no es importante, ¡y en el peor de los casos, que es antibíblico!
Si eso es lo que te han enseñado, te tengo buenas noticias. Dios te creó para ganar, no sólo en el ámbito espiritual; sino en tus relaciones, en tus finanzas, en tu profesión y en cualquier área de tu vida.
Te diré algo más profundo. Si ni siquiera estás en el proceso de convertirte en esa clase de ganador, no estás cumpliendo por completo el propósito de Dios para tu vida. Además, te estás perdiendo la alegría y la sensación de plenitud que Dios desea que tengas.
“Ésa es una declaración muy fuerte, Pastor Mac. ¿Puede respaldarla con una escritura?”
Claro que sí.
En Génesis 1:26-27, Dios dice: «¡Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza! ¡Que domine en toda la Tierra… Y Dios creó al hombre a su imagen».
¿Estarías de acuerdo en afirmar que Dios es un ganador? Y si nosotros estamos hechos a Su imagen y semejanza, entonces una persona redimida también debe estar diseñada para ser ganadora.
De hecho, después de que Dios creó a Adán y Eva, ¡les ordenó que ganaran! Leamos el siguiente versículo en Génesis 1:28: «y los bendijo con estas palabras: Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la Tierra y sométanla; dominen» (NVI).
Las primeras órdenes de Dios para la humanidad fueron “someter” y “dominar”. En otras palabras, “¡salgan y vayan a ganar!”
Así mismo, como hijo de Dios, nacido de nuevo y restaurado, debes ejercer dominio sobre tu mundo. Eso quiere decir que cada aspecto de tu vida diaria —cada circunstancia en tu vida—, debe estar sujeta a Dios.
Caminos de victoria
Seamos prácticos. Una cosa es saber que Dios desea que seas un ganador, y otra muy distinta es saber cómo convertirte en uno.
Gracias a Dios, Él nos ha entregado Su Palabra para guiarnos y también a grandes hombres de fe para que sean nuestro ejemplo. Filipenses es un libro que habla acerca de ganar, y fue escrito por un ganador —el apóstol Pablo—. ¿Qué hizo que Pablo fuera un ganador sobresaliente? En Filipenses 3:12-14 encontramos la respuesta a esa pregunta:
No es que ya lo haya alcanzado, ni que ya sea perfecto, sino que sigo adelante, por ver si logro alcanzar aquello para lo cual fui también alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado ya; pero una cosa sí hago: me olvido ciertamente de lo que ha quedado atrás, y me extiendo hacia lo que está adelante; ¡prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús!
Lee de nuevo esa última frase: «¡prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús!». Una poderosa prescripción para obtener la victoria, contiene cuatro términos que representan las claves para descubrir y cumplir el destino de Dios para tu vida, y son: “proseguir”, “meta”, “premio” y “supremo llamamiento”.
Proseguir
La vida victoriosa no es un paseo casual. Se trata de proseguir, de perseverar.
Hemos escuchado con frecuencia el uso de este término en aspectos que consideramos muy espirituales. Hemos sido animados a “perseverar en la oración” o a “perseverar en la Palabra”. Y ciertamente debemos perseverar en estas cosas. Sin embargo, no debemos quedarnos allí.
Nuestra vida consta de otros aspectos, además de los espirituales. También debemos perseverar para hacer que nuestras relaciones funcionen, perseverar por mantener tu cuerpo saludable y perseverar por tener éxito en los negocios. Éstas son áreas compuestas por componentes supremamente naturales o físicos.
La vida en sí misma se trata de perseverar —un movimiento determinado hacia una meta, o hacia un ideal—. Pablo sabía eso. Él fue un ganador porque sabía hacia qué estaba perseverando: «al premio del supremo llamamiento de Dios».
El premio
¿Cuál es el premio del supremo llamamiento de Dios? En resumen, es la vida —la vida eterna—.
La Palabra griega que utiliza el Nuevo Testamento para describir esta clase de vida es: zoe. Ésta es una palabra que se refiere a la misma vida de Dios. Y la Palabra de Dios dice que si eres un creyente nacido de nuevo, posees esa vida en tu interior.
Muy a menudo pensamos que la vida eterna comenzará cuando lleguemos al cielo. Pero, ése no es el caso. Nuestra vida eterna ya comenzó. Está aquí y ahora.
Además, zoe se refiere a una calidad de vida, así como también a una vida de longevidad “eterna”. Literalmente significa, una vida como la que Dios tiene.
¿Padece Dios enfermedad, pobreza, relaciones llenas de contiendas, falta de perdón o amargura? Claro que no.
Quizás esto parezca un sacrilegio para la mente humana. Sin embargo, esa clase de vida —la vida de Dios— es el premio del cual hablaba Pablo. Dios ha puesto ese premio a nuestra disposición, no sólo para disfrutar en el cielo, sino justo aquí en la Tierra. ¡Y puede ser nuestro ahora!
El supremo llamamiento de Dios
A fin de experimentar la plenitud de la vida zoe de este lado del cielo, debes aferrarte al supremo llamamiento de Dios. ¿Cuál es el supremo llamamiento? Es diferente para cada uno de nosotros.
Básicamente, tu supremo llamamiento es la perfecta voluntad de Dios para tu vida. Es tu destino divino. Es permanecer en ese lugar que Él creó de manera exclusiva para ti.
Por favor, comprende que hablo de algo más que sólo descubrir la carrera profesional que debes escoger. El supremo llamamiento de Dios abarca cada área de tu existencia. Claro que abarca tu vocación, pero también incluye tus relaciones, tu salud y también tus riquezas materiales.
El supremo llamamiento de Dios es un lugar maravilloso en el cual permanecer. Es un lugar de plenitud, es un lugar de gran influencia. Es un lugar de salud sobrenatural y de relaciones armoniosas.
Sobre todo, alcanzar el supremo llamamiento de Dios significa comprender y vivir el sueño que Él ha depositado en tu corazón.
Ese sueño puede ser tan claro para ti como el agua cristalina. O quizás sólo sea una idea difusa agitándose en tu corazón. Pero ¡no te preocupes! A medida que avances en la dirección correcta, llegarás a descubrir tu supremo llamamiento. Por tanto, sólo busca “la meta”, y ve hacia ella.
La meta
Por múltiples razones, el concepto de “la meta” es el más importante de todos en la declaración de Pablo acerca de “proseguir a la meta del supremo llamamiento”.
Observa que Pablo no dijo: “Prosigo hacia el premio”. Ni dijo que proseguía al supremo llamamiento. No, fue la meta la que fijó como su objetivo, pero ¿por qué?
La meta, como Pablo la describe aquí, es una meta o un objetivo intermedio. Si te enfocas en ella y avanzas hacia ella, permanecerás en tu curso.
Si sabes algo del juego de bolos, sabes que cada línea cuenta con una serie de marcas que se encuentran a unos pocos centímetros del jugador. Los buenos jugadores utilizan esas marcas para apuntar su bola para que golpee los bolos en el lugar correcto. El jugador no le apunta a los bolos; se enfoca en la marca.
De eso habla Pablo en esos versículos. Quizá aún no sepas cuál es tu llamado. Quizá el sueño que Dios depositó en tu corazón no esté bien definido como para saber qué hacer más adelante. Sin embargo, alabado sea Dios, Su Palabra nos da una marca que podemos seguir. Sigue esa marca, y el sueño de Dios o el supremo llamamiento para tu vida aparecerá en escena.
La meta: El servicio
Hay algo interesante con respecto a esta meta. Es la misma para todos nosotros, sin importar cuál sea nuestro llamado individual. Es una señal universal que pondrá a cualquiera que la siga en el camino a ser un ganador.
¿Cuál es esa meta que debemos seguir? En una palabra, es el servicio.
Jesús, el supremo ganador, lo estableció con Sus palabras y con Su ejemplo. ¿Recuerdas cuando los discípulos discutían entre ellos acerca de quién era el más grande? Jesús les dijo que el más grande entre ellos era aquel que servía a los demás. Después, les demostró ese principio cuando les lavó los pies.
El servicio es la clave para ser un ganador. Ése será el indicador con el cual mediremos cada decisión, cada acción y cada pensamiento.
El problema es que muchos de nosotros tenemos una imagen negativa de lo que es el servicio. Comparamos el servicio con la esclavitud y con el servicio forzado. Pensamos que el papel de un siervo es degradante; y desde luego, que no es algo que se pueda comparar con ganar.
Pero si estás dispuesto a ganar el precio de la verdadera “vida zoe”, tendrás que cambiar tu manera de pensar acerca del servicio. Deberás darte cuenta que ésa es la senda del ganador.
Mientras más te dirijas hacia la meta del servicio, más estarás dirigiéndote a la maravillosa vida zoe de Dios. Cada paso que des te llevará más cerca del centro de la voluntad de Dios, pues, al final, ¡andarás por el camino del ganador!