“Ama tanto a su hijo(a), que le daría el mundo”. Frecuentemente escuchamos esa expresión para describir el gran amor que un padre siente por sus hijos. Sabemos que ningún hombre podría hacerlo. Es tan solo una forma de expresar la profundidad del amor del padre.
Quiero que pienses en esto como si Dios fuera un “hombre de familia”. Como cualquier otro padre, el deseo de Dios siempre ha sido darle a Sus hijos el mundo.
Y eso fue exactamente lo que hizo antes de que alguno de nosotros naciera.
esde el principio del mundo», Isaías 64:4 (NTV) nos dice que «ningún oído ha escuchado, ni ojo ha visto a un Dios como tú, quien actúa a favor de los que esperan en él».
Cuando Dios decidió que quería una familia, hizo lo que los padres hacen. Empezó haciendo planes. Empezó a prepararse. Miró a los alrededores del cielo, y el cielo era un buen lugar, pero de alguna manera no era suficiente. Dios quería algo nuevo para su familia. Así que creó
el universo.
La narración de la creación en el Génesis nos dice que Dios llevó a cabo Su plan. Se tomó tiempo para examinar lo que había hecho. Le gustó lo que vio, y lo llamó “bueno”.
De hecho, todo era tan bueno, que para el momento en el que había terminado, Dios había hecho a cada hombre o mujer que alguna vez naciera en este mundo mucho más prósperos de lo que ellos pudieran soñar o imaginar.
Imagínate un jardín que tiene oro sobre toda la tierra. Así es como la Biblia describe el Jardín del Edén. Yo llamaría a eso riqueza.
Lo que la iglesia no ha logrado entender completamente es que hacer al hombre más próspero que en sus sueños más disparatados ha sido siempre la intención de Dios. Desde el comienzo, Dios ha predestinado que cada persona pase toda la eternidad explorando la abundancia de bienes y la herencia que Él ha preparado para ellos, desde antes de que el mundo existiera. Él ha querido plenamente que cada hombre y mujer prospere en toda forma posible. Ese fue Su plan bajo el Antiguo Pacto.
En el Salmo 66:12, leemos: «Caballos y jinetes han pasado sobre nosotros; hemos pasado por el fuego y por el agua, pero al final nos has llevado a la abundancia». Otras traducciones usan la frase: «Y sacástenos a hartura».
Dios ha preparado un lugar de abundancia para Su pueblo. Es un lugar en Él que ofrece abundancia de sabiduría, abundancia de salud, abundancia de prosperidad financiera, abundancia de amor… y la lista continúa.
Su intención hoy en día, bajo el Nuevo Pacto, no ha cambiado.
«Porque nosotros somos la [propiedad] hechura [Su mano de obra] de Dios», escribe el apóstol Pablo, «recreados en [el Ungido] Jesús [por Su unción], [nacidos de nuevo] para que podamos hacer esas buenas obras que Dios predestinó [planeó por adelantado] para nosotros [tomando los caminos que Él preparó con antelación], para que nosotros camináramos en ellos [viviendo la buena vida que Él predeterminó y tenía lista para que nosotros viviéramos]» (Efesios 2:10, AMP).
Antes de que la fundación de este mundo fuera establecida, antes de que Adán y Eva respiraran por primera vez, Dios había preparado para cada uno de nosotros un lugar de riqueza
y abundancia en Él.
“Pero, hermano Copeland, si Dios tiene un lugar de abundancia para mí, ¿por qué no lo puso donde pueda verlo o tocarlo con mis sentidos naturales?”
Es muy fácil… Él lo estableció en un lugar adonde el hombre no pudiera perderlo.
Una vida en la que se gana sí o sí
Cuando Dios estableció este lugar de abundancia antes de la fundación del mundo, no sólo nos hizo ricos, sino que también lo diseñó de tal manera que nunca nos pudiera ser arrebatado.
A pesar de que Dios había creado el lugar del Edén para Su familia, Él sabía que no pasaría mucho tiempo para que Adán se lo entregara al diablo. Así que Él tenía un plan, y el secreto de ese plan lo encontramos en Efesios 1:3-5.
«Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo [el Ungido], que en Cristo [el Ungido y su Unción] nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales. En él, Dios nos escogió antes de la fundación del mundo, para que en Su presencia seamos santos e intachables. Por amor nos predestinó para que por medio de Jesucristo fuéramos adoptados como hijos suyos».
Nota la conjugación verbal nos ha en el versículo 3—«nos ha bendecido». Con esto podemos ver nuevamente que Dios nos había bendecido antes de que el mundo existiera.
De hecho, este versículo prosigue diciendo: «nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales…». Si piensas en esto, antes de que este mundo natural y físico existiera, no existía nada más que los lugares celestiales. Los lugares terrenales todavía no habían sido creados. Todo este planeamiento tuvo que haber ocurrido antes de la fundación del mundo.
¿Y de que se trataba?
Dios cuidadosamente estaba preparando nuestro pacto eterno. Y es allí cuando la palabra bendecido (versículo 3) entra en juego. La palabra bendecido, cuando se aplica a una situación de pacto, literalmente significa “dar poder para prosperar”.
Ahora, es obvio que no se necesita un pacto o un contrato con alguien para hacernos pobres. Nos hacemos pobres por nosotros mismos. «Un poco de dormir, un poco de soñar, un poco de cruzarse de brazos para descansar», dice Proverbios, y la pobreza llegará como un ladrón armado.
El punto es que no necesitamos de un pacto para entender cómo alcanzar los estándares más bajos de vida—fallar, irnos a la quiebra, enfermarnos o cualquier otra cosa similar.
Sin embargo, lo que sí necesitamos es un pacto con alguien que esté en un nivel más alto que nosotros si queremos ascender a un estándar de vida más alto. Se requiere de un pacto con el Dios todo Poderoso para alcanzar nuestro lugar de abundancia en la vida, ser libres de los efectos del pecado, nacer de nuevo y tener la misma unción de Dios habitando en nosotros.
Así que en Efesios 1, encontramos que bendecirnos, o darnos el poder de prosperar, son términos que se usan en un pacto. Es decir, “sobresalir en algo deseable” o “ascender a lugares más altos”.
De hecho, la palabra hebrea para prosperidad significa “paz, plenitud, sin que falta nada, sin nada roto”. La prosperidad va mucho más allá de tan solo tener mucho dinero. Cuando Dios nos prospera o nos bendice, nos da el poder para sobresalir al lugar más alto en cualquier cosa que sea deseable, que es lo que Él hizo al escogernos en el Ungido, Jesús, antes de la fundación del mundo.
Mírate a ti mismo como Dios te ve
Cuando Dios decidió tener una familia, Él tuvo en cuenta el costo, ideó un plan y luego hizo una promesa. El Apóstol Pablo nos da una visión de esa promesa:
«Yo, Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, según la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que corresponde a la piedad, en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos» (Tito 1:1-2).
Antes del principio de los siglos, Dios—Quien no puede mentirnos—prometió la vida eterna. La prometió antes de que Adán fuera creado. Él la prometió antes de que el pecado existiera. Consecuentemente, la promesa de la vida eterna de Dios no fue una reacción a nuestro pecado.
Cuando clamamos a Jesús para que se volviera nuestro SEÑOR y salvador, Dios no estaba mirando desde arriba y viendo a un poco de basura desordenada e indeseable. Es posible que nosotros nos viéramos de esa manera, sin embargo no es eso lo que Dios estaba viendo. Para empezar, ésa no era la primera vez que nos veía.
En Efesios 2:10 leemos que somos la hechura de Dios, recreados en Jesús el Ungido, por Su unción. La verdad es que Dios nos vio antes de la fundación del mundo; no el día que nacimos en esta Tierra. Antes de que ocurriera el pecado, antes de que se conociera un ser humano, Dios nos vio perfectos, maravillosos, plenos, sin daño alguno… en Jesús el Ungido. Medita al respecto por un tiempo y eso erradicará la condenación de tu vida.
Entonces tenemos “la esperanza de la vida eterna, en la cual Dios, que no puede mentir lo prometió desde antes del principio de los siglos” y nada puede detenerla. Satanás no puede, ni tampoco ninguna fuerza de las tinieblas.
Al describir esta misma promesa y sus resultados en mayor detalle, Hebreos 4:1-3 dice:
«Por eso, temamos a Dios mientras tengamos todavía la promesa de entrar en su reposo, no sea que alguno de ustedes parezca haberse quedado atrás. Porque la buena nueva se nos ha anunciado a nosotros lo mismo que a ellos; pero de nada les sirvió a ellos el oír esta palabra porque, cuando la oyeron, no la acompañaron con fe. Pero los que creímos hemos entrado en el reposo, conforme a lo que él dijo: «Por eso, en mi furor juré: “No entrarán en mi reposo”», aun cuando sus obras estaban acabadas desde la creación del mundo».
Fuimos escogidos en Jesús el Ungido, en la promesa de la vida eterna, y todas las “obras” fueron terminadas antes de la fundación del mundo. Esas “obras” incluyen todo lo que Dios hizo para asegurarnos nuestro lugar de abundancia en Él.
Primeramente Dios debía ordenar a Jesús. «…Con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto. Cristo, a quien Dios escogió antes de la creación del mundo, se ha manifestado en estos últimos tiempos en beneficio de ustedes» (1 Pedro 1:19-20, NVI).
Escoger significa “separar” o “apartar”. Antes de la fundación del mundo, Dios separó a Jesús para que se convirtiera en un hombre. Después, le dio a Jesús un camino y una obra predestinada.
Apocalipsis 13:8 nos dice que Jesús fue el: «cordero que fue inmolado desde el principio del mundo». Dios destinó a Jesús para que viniera a esta Tierra y predicara, para que fuera el Cordero sin mancha, para que fuera inmolado y resucitara de entre los muertos, y luego reinara como SEÑOR, como el abogado general y el Sumo Sacerdote de la iglesia. Para resumirlo: Dios destinó a Jesús para garantizarnos un lugar de abundancia, preparado para nosotros antes de la fundación del mundo.
Ahora bien, también existían ciertas “obras” que Dios predestinó para que nosotros hiciéramos. Debes recordar que Efesios 2:10 dice que nosotros fuimos «recreados en [el Ungido] Jesús [por Su unción], [nacidos de nuevo] para que podamos hacer esas buenas obras que Dios predestinó [planeó por adelantado] para nosotros [tomando los caminos que Él preparó con antelación], para que nosotros camináramos en ellos» (AMP).
Dios tiene “buenas obras” planeadas para nosotros, y “caminos” preparados para nosotros; y todo desde antes de la fundación del mundo. Ya conocemos los caminos que nos llevarán a nuestro lugar de abundancia en Dios. Pero lo que también necesitamos entender es que en nuestro lugar de abundancia en Dios es donde se almacenan todas las cosas necesarias para llevar a cabo esas “buenas obras”. Dios las creó todas, y las guardó antes de la fundación del mundo. Y nos han pertenecido desde siempre.
Quitándole el velo a la buena vida
Comenzamos nuestro estudio con lo que nos había sido profetizado bajo el Antiguo Pacto. «Nunca antes hubo oídos que lo oyeran ni ojos que lo vieran» todo lo que Dios tenía preparado para nosotros» (Isaías 64:4).
Pero, ahora examinemos la revelación del Nuevo Pacto que el Apóstol Pablo añadió a este capítulo cuando en 1 Corintios 2:9-10 citó: «Como está escrito: «Las cosas que ningún ojo vio, ni ningún oído escuchó, ni han penetrado en el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman.» Pero Dios nos las reveló a nosotros por medio del Espíritu».
Dios nos las reveló a nosotros por medio del Espíritu.
Nuestro lugar de prosperidad no está en algún lugar en el cielo. Si así fuera, ¿cómo podría ser posible hacer las “buenas obras” que Dios nos predestinó para que hagamos? No, este lugar ya nos ha sido revelado.
Jesús dijo: «el reino de Dios está entre ustedes» (Lucas 17:21). Eso significa que nuestro lugar de prosperidad está en nuestro interior—ahora mismo. Tenemos al Espíritu de Dios; el Ungido y Su unción dentro de nosotros, y Él nos ha revelado nuestro lugar de prosperidad en Dios.
Ahora, pareciera como que en este momento no estás disfrutando de toda la paz y la provisión de tu lugar de prosperidad. Sin embargo, recuerda que Dios tiene un plan y Él tiene un camino específico para ti. Y Él puede llevarte al camino correcto.
En 1967, Gloria, yo y nuestros niños estábamos viviendo en Tulsa, Oklahoma. Yo tenía 30 años y era un estudiante en el primer semestre en la Universidad de Oral Roberts. Vivíamos en una pequeña casita en un área donde más adelante las casas fueron demolidas, y teníamos $24.000 en deudas. Nuestro lugar de prosperidad parecía estar a una eternidad de distancia.
Sin embargo, un día Gloria y yo nos sentamos en nuestro pequeño comedor hecho a mano y tomamos Comunión. Tomamos esa comida de pacto juntos como una muestra abierta de nuestro compromiso y sellamos el compromiso que habíamos hecho de poner la PALABRA de Dios en primer lugar en nuestras vidas. Nos pusimos de acuerdo con el pacto eterno que fue jurado por la Sangre de Jesús declarando que la PALABRA de Dios sería la autoridad final en cada situación que enfrentáramos.
Realmente, lo que estábamos haciendo, a pesar de que en ese momento no lo sabíamos, era escoger el plan predestinado de Dios para nuestras vidas. Y al hacerlo, Dios pudo ponernos en el camino de nuestra prosperidad en Él.
El Salmo 119:105 dice que la PALABRA de Dios es una lámpara para nuestros pies y luz para nuestro caminar; y me gusta añadirle: una luz en mi camino hacia mi lugar de prosperidad.
Los planes de Dios, los caminos de Dios, la PALABRA de Dios, son unidireccionales—nos llevan a nuestro lugar de prosperidad en Él. Todos ellos conducen a un lugar que es libre de deudas, libre de enfermedades, libre de las preocupaciones, libre de demonios. Es una vida buena que Dios tiene lista para que vivamos.
Jesús sufrió, sangró y murió para que tú y yo podamos tener esa buena vida y no la perdamos nunca. Es más, Él lo hizo para que nuestro Padre pudiera tener la familia que siempre había querido.
El apóstol Juan, habiendo tenido una revelación de la “familia”, escribió:
«Vi también que la ciudad santa, la nueva Jerusalén, descendía del cielo, de Dios, ataviada como una novia que se adorna para su esposo. Entonces oí que desde el trono salía una potente voz, la cual decía: «Aquí está el tabernáculo de Dios con los hombres. Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios» (Apocalipsis 21:2-3).
En este momento, tú y yo estamos camino hacia el arrebatamiento de la Iglesia. Estamos camino a una reunión familiar que nunca nadie ha visto.
Sin embargo, individualmente, nuestro lugar de prosperidad en Dios—en esta Tierra—está esperando por nosotros. Mientras todavía haya tiempo, persigue ese lugar. Después de todo, ese lugar de abundancia ha estado esperando por ti desde antes de la fundación del mundo.
Toma la decisión hoy mismo de continuar en el camino. Deja que LA PALABRA sea la luz que te ilumina hacia ese lugar. Permanece en LA PALABRA y encontrarás una abundancia en Dios. Una abundancia que va más allá de lo que puedas pedir o pensar.