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La Voz de Victoria del Creyente noviembre, 2019
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Si alguna vez has deseado experimentar lo que se siente cuando Dios contesta la oración: “Venga Tu reino, hágase Tu voluntad en la Tierra como en el cielo”, sólo observa a Jesús en los Evangelios. ¡Él vivió y nos demostró la respuesta a esa oración todos los días que ministró en la Tierra!

No solo le proclamó a la gente que: «el reino de Dios se ha acercado.» (Marcos 1:15), sino que también manifestó ese reino para que todos pudieran verlo. En Su vida, y en la vida de los demás que acudieron a Él en busca de ayuda, constantemente provocó que el cielo penetrara en este reino natural.

¡Eso es también lo que nosotros, como creyentes, estamos llamados a hacer!

Estamos llamados a compartirle a la gente las buenas noticias de que, a través de la fe en Jesús, el reino de Dios ahora está disponible para todos en la Tierra. Debemos exhibir ese Reino en nuestras propias vidas y a favor de los demás, al modelar lo que nos dice Hechos 10:38: «haciendo el bien y sanando a todos» los que están oprimidos por el diablo.

“Pero Gloria”, podrías decir, “Hechos 10:38 habla de Jesús y Su ministerio, ¡no el mío!”

Si eres cristiano, el ministerio de Jesús es tu ministerio. Eres parte de Su cuerpo, eres miembro de Su Iglesia y, cuando Él regresó al cielo, dejó a Su Iglesia a cargo. Él nos delegó Su ministerio terrenal.

¿Qué significa eso en la práctica?

Significa que, en cierto sentido, Jesús ha hecho con nosotros algo muy parecido a lo que Ken y yo hemos hecho con nuestro personal en las oficinas internacionales de KCM. Hemos puesto a otras personas a cargo en esos continentes. Como nosotros no vivimos en esos países, los hemos autorizado a representarnos. Los hemos equipado con los recursos que necesitan y les hemos delegado el trabajo de este ministerio.

Es un gran sistema y nuestras oficinas en el extranjero funcionan sin problemas porque los miembros de nuestro personal son maravillosos. Pero si nunca fueran a trabajar, no se lograría nada. Si las personas que pusimos a cargo no actuaran de acuerdo con la autoridad que les hemos otorgado, el trabajo de KCM en esas naciones se detendría.

Lo mismo sucede en el reino de Dios.

Jesús nos ha puesto, como creyentes, a cargo de llevar ese Reino a la manifestación en la tierra. Él nos enseñó en la Palabra cómo operar de acuerdo con Sus principios, nos dio Su autoridad y nos hizo coherederos de todos sus recursos. Sin embargo, para hacer cualquier cosa, debemos presentarnos a trabajar. Debemos creer y actuar como si Jesús nos hubiera dicho en serio: “Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones… Enséñenles a cumplir todas las cosas que les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mateo 28:19-20). Nota que Jesús dejó en claro que no tenemos que llevar a cabo Su ministerio por nuestra cuenta. Él está allí con nosotros en todo momento; Él está allí por Su Espíritu, en el reino de Dios. 

Ese reino no está solo en algún lugar recóndito del cielo. Está en donde sea que estemos. No es visible para el ojo natural; sin embargo, estamos en él y está en nosotros donde quiera que vayamos. Como dice Lucas 17:21, “El reino de Dios está dentro de Ustedes [en sus corazones] y entre Ustedes [a su alrededor]” (Biblia amplificada, edición clásica). En otras palabras, está más cerca que nuestra respiración, lo que significa que estamos siempre a tan solo un respiro de la manifestación de un milagro.

Expectativas razonables

Te preguntarás: si ese es el caso, ¿por qué no se ven más milagros?

Porque, por lo general, hemos pensado y actuado de una manera demasiado natural. En lugar de estar conscientes del reino de Dios, esperando su manifestación en nuestras vidas de manera milagrosa, hemos mantenido nuestras expectativas a un nivel “razonable”. Incluso en nuestras oraciones, tendemos a pedirle a Dios que haga aquello que creemos lógico basados en las circunstancias. Hemos razonado y pensado: Bueno, veo cómo Dios pudo hacer esto, pero no visualizo cómo podría hacer algo extra. Sería imposible.

¿Imposible?

«¡Para Dios todo es posible.» (Mateo 19:26)! Él es capaz de hacer en exceso, abundantemente, más allá de lo que podamos pedir, pensar, soñar, esperar o desear. Simplemente no le hemos ofrecido muchas oportunidades.

Lo hemos limitado al tratar de resolver las cosas con nuestras mentes en lugar de simplemente creer Su Palabra con nuestros corazones. Y eso nos ha costado demasiado, al igual que les costó a los fariseos y a los doctores de la ley durante el ministerio de Jesús.

¿Alguna vez leíste sobre ellos en Lucas 5? Estaban presentes en la casa de Jesús el mismo día que sanó al hombre paralítico que descendió desde el techo. Fueron testigos de ese gran milagro, escucharon a Jesús enseñar, y aun cuando «el poder del Señor estaba con Jesús para sanar» (versículo 17), ¡ninguno de ellos fue sanado!

¿Por qué? Porque estaban demasiado ocupados en su rol de “fariseos y doctores de la ley” como para darle a Dios una puerta de acceso y que así obrara en ellos. Estaban demasiado ocupados en su rol de expertos, tratando de descifrar si Jesús obraba doctrinalmente de manera correcta, y no pudieron simplemente recibir de Su parte por medio de la fe.

Cuando Jesús le dijo al hombre paralítico que sus pecados le eran perdonados, en lugar de regocijarse y creer en lo que Jesús dijo, «los escribas y los fariseos comenzaron a murmurar, y decían: “¿Quién es éste, que profiere blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados? ¡Nadie sino Dios!”» (versículo 21).

Ten cuidado de los expertos

¿Me dejas prevenirte? Si quieres que el cielo se abra paso en tu vida, ¡debes tener cuidado de los expertos! Debes tener cuidado con las personas que tienen mucha información religiosa y, sin embargo, dudan y disputan la Palabra de Dios.

¡No encontrarás el poder de Dios fluyendo entre esas personas! Descubrirás que Su poder se mueve entre personas como el hombre paralítico y sus amigos. Simplemente creyeron y actuaron sobre las buenas noticias que habían escuchado acerca de Jesús. Dejaron de lado el razonamiento y decidieron que obtendrían un milagro de Su parte, incluso si tuvieran que arrancar el techo de Su casa para hacerlo.

¿Cuál fue el resultado? Jesús vio su fe y respondió. Perdonó al hombre enfermo de sus pecados y les dijo a los fariseos y los doctores de la ley: «¿Por qué cavilan en su corazón? ¿Qué es más fácil? ¿Que le diga al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o que le diga: “Levántate y anda”? Pues para que ustedes sepan que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados, éste le dice al paralítico: “Levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa.”»  Al instante, aquel hombre se levantó en presencia de ellos, tomó la camilla en la que había estado acostado, y se fue a su casa alabando a Dios.» (versículos 22-25).

¡Ese hombre paralítico no era un experto! Era el tipo de persona que vemos muchas veces en la escuela de sanidad en nuestras convenciones. Simplemente están enfermos y necesitan sanarse; no vienen a discutir sobre doctrina. No les importa si oramos en lenguas o lo que sea; si podemos sanar sus cuerpos, eso es todo lo que les importa.

Por ejemplo, recuerdo a un hombre hace algunos años, que vino a la escuela de sanidad y nunca antes había estado en una reunión estilo pentecostal. Se apareció en la línea de sanidad y antes de que yo pudiera imponerle las manos y orar, se arrojó al suelo. “¿Qué haces?” le preguntó el ujier. “Bueno”, respondió mientras observaba la fila de personas que habían caído bajo el poder de Dios. “Pensé que esto era lo que tenías que hacer para sanarte”.

Creo que esa misma es la actitud humilde que el hombre paralítico tuvo en Lucas 5. No le importaba parecer indigno. Simplemente creyó e hizo lo que Jesús le dijo que hiciera.

Sé aquel que hace las cosas “extrañas”

Sin embargo, no solo queremos experimentar rompimientos celestiales. Como creyentes nacidos de nuevo y llenos del Espíritu, queremos dar un paso más allá y ministrar tales rompimientos a los demás. Cuando alguien nos diga que está enfermo o que necesita un milagro, en lugar de simpatizar con él, seamos aquellos que se hacen cargo de la situación y manifiestan el poder del reino de Dios para todos los necesitados.

¡Eso es lo que hizo Jesús por el hombre paralítico!

Él se hizo cargo y alineó la situación de ese hombre con la voluntad de Dios. Le ministró el perdón, le dijo que se levantara y caminara, e hizo lo imposible allí mismo frente a toda una sala de expertos.

¿Cómo respondieron estos expertos? «Todos estaban admirados y alababan a Dios, y llenos de temor decían: «¡Hoy hemos visto maravillas!» (versículo 26).

Algunos cristianos todavía consideran que los milagros son fenómenos extraños. Pero Jesús nunca pensó de esa manera. Los consideraba normales. Como sabía que el reino de Dios estaba continuamente presente en el reino del espíritu, hizo milagros todo el tiempo.

Por ejemplo: mira el milagro que hizo para Pedro y sus compañeros de pesca allí mismo en Lucas 5. Habían pescado toda la noche sin atrapar nada. Entonces, después de que Jesús tomara prestado su bote para predicar, los llevó a un viaje de pesca sobrenatural. Les dijo que regresaran a las profundidades, hizo que se manifestara el reino de Dios, y ellos arrastraron una carga de peces que era suficientemente grande como para romper el barco y la red.

Unos versículos más adelante, cuando apareció un hombre lleno de lepra, Jesús también hizo un milagro para él. El hombre dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme.» Entonces Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Quiero. Ya has quedado limpio.» Y al instante se le quitó la lepra.» (versículos12-13).

¿Qué hubiera pasado en esas situaciones si Jesús no se hubiera hecho cargo? ¡Nada! Si no hubiera hablado por fe y actuado según la autoridad que Dios le había dado, a pesar de que el reino de Dios estaba presente, no se habrían manifestado rompimientos celestiales. 

Somos portadores de la autoridad de Dios

Lo mismo ocurre hoy: como creyentes, somos los únicos investidos con la autoridad de Dios. Somos el Cuerpo de Cristo, así que ahora es nuestra responsabilidad de liberar el poder de obrar los milagros de Dios.

¡Tenemos el nombre de Jesús! Estamos ungidos con Su Unción, y esa Unción sigue siendo tan fuerte como siempre. No disminuyó cuando Jesús se fue de la Tierra. A través nuestro, Él puede hacer hoy las mismas obras que hizo, y más.

¡El libro de los Hechos demuestra que es cierto! Hechos 5:12, 15-16 dice: «Dios hacía muchas señales y prodigios entre el pueblo por medio de los apóstoles… y en sus camas y lechos sacaban a los enfermos a la calle, para que al pasar Pedro por lo menos su sombra cayera sobre alguno de ellos. Aun de las ciudades vecinas venían muchos a Jerusalén, y traían a sus enfermos y a los atormentados por espíritus inmundos, y todos eran sanados.» 

¿No suena similar a lo acontecido cuando Jesús ministró? Claro que sí, porque esos creyentes estaban operando bajo Su Unción. El mismo Espíritu Santo que estaba sobre Él estaba obrando a través de ellos, haciendo que el reino de Dios se manifestara, así que al igual que Él lo hizo, hicieron el bien y sanaron a todos los oprimidos por el diablo.

Tú has nacido en el mismo Reino en el que ellos nacieron. Has sido lavado por la misma sangre. Tienes el mismo Padre celestial, los mismos recursos celestiales y la misma autoridad espiritual. Debido a que estás «en Cristo» y toda la autoridad te ha sido dada en el cielo y en la tierra (Mateo 28:18), puedes hacerte cargo cuándo y cómo Él te lo instruya. 

¡Obtén una revelación al respecto! Pasa tiempo meditando en ello. Créelo y luego actúa como si fuera cierto, plantándote y diciéndole al diablo lo que no puede hacer en tu vida, en tu familia y en tu nación.

Toma autoridad en tu propia vida y, cuando los demás te pidan ayuda, toma autoridad en su nombre también. ¡Hazte cargo y deja que el cielo se abra paso en la Tierra!


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