Muchos cristianos ven la fe como un medio para recibir de Dios y satisfacer sus necesidades, y eso es cierto. Pero hay otra dimensión de la fe que a menudo se pasa por alto, y es esta: la fe es una fuerza protector.
Efesios 6 habla de la fe como una parte muy importante de la armadura de Dios.
«Vístanse de toda la armadura de Dios, para que puedan hacer frente a las intrigas del diablo… Permanezcan, pues, firmes, ceñidos con el cinturón de la verdad, vestidos con la coraza de justicia y calzados sus pies con la preparación para proclamar el evangelio de paz. Y sobre todo, ármense con el escudo de la fe con que podrán apagar todos los dardos de fuego del maligno.» (Efesios 6:11, 14-16, RVA-2015).
El enemigo vendrá contra ti con artimañas, astucia y engaño. Pero Dios te ha equipado con una armadura que te permitirá afirmarte y resistir su arsenal. Nota la importancia que se le da al escudo en el versículo 16. Dice: «Y sobre todo, ármense con el escudo de la fe». En otras palabras, sobre todo, ¡no salgas de casa sin tu escudo!
La palabra escudo en este versículo significa “escudo muy grande”. Dios no te daría un escudo tan pequeño que, de moverte un milímetro, te destruirían. Este escudo es más grande que tú, ¡es del tamaño de una puerta! Puedes sacar una silla de jardín, poner los pies en alto y relajarte detrás de ella.
No solo eso; el escudo de la fe es extremadamente efectivo: apaga todos los dardos de fuego de los malvados. Ahora bien, la palabra malvado significa “hiriente”. El diablo está dispuesto a lastimarte. Pero la palabra apagar significa “extinguir, apagar, inutilizar, anular” todos los dardos. La palabra todos no deja lugar a excepciones.
¿Tiene el diablo algún misil lo suficientemente grande y con punta nuclear para penetrar el escudo de la fe?
Amigo, el escudo de la fe es impenetrable. No puede ser penetrado por ningún dardo con punta de fuego o las artimañas inspiradas por el diablo. Nada puede atravesar o destruir el escudo de la fe. Simplemente nada.
Así que, sostén tu escudo en alto al mantener tu fe en acción. Medita en la Palabra, créela y háblala. Experimentarás la misma clase de resultados que los discípulos presenciaron.
¡Nada puede lastimarme!
En Lucas 10, leemos que Jesús envió a 70 de Sus discípulos y les dio poder para hacer lo mismo que Él había estado haciendo. Cuando regresaron, recibieron una revelación que les cambió la vida. Cuando los setenta volvieron, estaban muy contentos y decían: «Señor, en tu nombre, ¡hasta los demonios se nos sujetan!» Jesús les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Miren que yo les he dado a ustedes poder para aplastar serpientes y escorpiones, y para vencer a todo el poder del enemigo, sin que nada los dañe.» (versículos 17-19).
En el griego, esto se declara como una negativa doble para darle más énfasis. Significa mucho más que nada. Significa que ninguno, en absoluto, de ninguna manera y en ningún momento puede hacerte daño – nada.
Estaba escuchando un CD de la Biblia antes de irme a dormir una noche. Cuando llegó a esta parte, “Nada te hará daño”, me senté en la cama. Pensé: ¡Gloria a Dios! ¡Nada puede lastimarme!
A continuación, el Señor me dijo: No te has estado tomando esto en serio. Y muchos, muchos como tú no se lo han tomado en serio.
¿La Biblia quiere decir lo que dice? ¿Hay excepciones que deberíamos leer entre líneas? O, ¿realmente quiso decir Jesús que, si lo seguimos y le obedecemos como lo hicieron los 70, tendríamos poder y autoridad para pisar o pisotear las cosas que pican, muerden, lastiman y envenenan?
Los pensamientos inciertos pueden tratar de colarse en tu mente: No estoy seguro. Creo que podríamos ser lastimados.
Bueno, tendremos que decidir: ¿Caminamos por vista y por el razonamiento? O, ¿andamos por lo que la Palabra de Dios promete: «ningún mal habrá de sobrevenirte, ninguna calamidad llegará a tu hogar.» (Salmo 91:10)?
Mientras estés manteniéndote firme, declarando y creyendo lo que dice la Palabra acerca de la protección, estarás seguro. Pero tienes que ser audaz y declarar: “Nada me hará daño de ninguna manera”.
Ahora, cuando lo dices, la mayoría del mundo religioso saltará y gritará: “¿Quién te crees que eres? Muchos buenos cristianos no planeaban que les pasaran cosas malas. ¿Crees que eres mejor que ellos?”
No tiene nada que ver con ser mejor. Tiene que ver con ser un creyente, y no solo creer y experimentar el nuevo nacimiento, sino creer en la protección del Altísimo y reclamarla.
Puedes, al creer y pararte en fe, levantar ese poderoso escudo de la fe y tener una barrera de protección a tu alrededor.
No estoy diciendo que nunca tendrás pruebas ni ataques. Sin embargo, estoy diciendo que, sin importar lo que te disparen, no podrá hacerte daño. No podrá llegar a ti. El salmista dijo: «A tu izquierda caerán mil, y a tu derecha caerán diez mil, pero a ti no te alcanzará la mortandad.» (Salmo 91:7).
Librado de los problemas
Cada vez que te han herido o golpeado, fue porque bajaste tu escudo de la fe. El enemigo siempre está listo para disparar; por lo tanto, nunca está bien bajar tu escudo y convertirte en un objetivo expuesto. Recuerda: no hay cese al fuego en esta guerra.
Si bien preferiríamos ser librados de la posibilidad de experimentar cualquier ataque, es una situación poco probable. Pero cada vez que somos librados cuando atravesamos cualquiera de ellos, es una demostración del poder de Dios que resguarda, un testimonio de Su fidelidad y de Su poder de obrar milagros. Encontramos ejemplos de este accionar una y otra vez en la Biblia.
Los tres niños hebreos mencionados en el libro de Daniel no fueron librados de ser arrojados al horno de fuego. Pero ellos le creyeron a Dios, levantaron el escudo de la fe y dijeron: “Su Majestad va a ver que nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos…” (Daniel 3:17). Pablo no fue librado del naufragio, sino que lo atravesó. Daniel fue arrojado a la guarida de los leones, pero salió sin que lo tocaran.
Estas personas no se quejaron, ni dudaron; no temieron, no razonaron ni se preguntaron: “Dios, ¿por qué permitiste que esto sucediera?” Eso habría bajado sus escudos. En medio de situaciones difíciles, Dios protegió a quienes confiaban en Él, y Él puede y hará lo mismo por ti.
Pero tienes que entender que todo lo que recibimos de Dios, lo recibimos por medio de la fe. La primera vez que tomaste una promesa en Su Palabra y declaraste: “Por Su llagas, estoy sano”, probablemente estabas pensando, Sí, pero no lo estoy. Todos los días tienes que decidir si creerás en lo que Jesús dijo, o si te dejarás mover por las experiencias, lo que ves o lo que sientes.
Nada atraviesa a la fe
Si mantienes tu escudo de fe en alto, nada puede lastimarte porque no podrá atravesar la fe. ¿Por qué?
La fe que está en ti salió de Dios mismo. Es parte de la misma sustancia que usó para crear el universo. Para poder atravesar la fe, tendría que también atravesar a Dios. Es por eso que nada puede llegar a ti. Por eso es que no puede lastimarte.
Primera de Juan 5:18 dice: «Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios lo protege, y el maligno no lo toca.»
Podrían lanzar un arma en tu contra. Es posible que escuches el ruido de su impacto contra el escudo, pero no sentirás su efecto. No llegará a ti. Eclesiastés 8:5 dice: «El que cumple con sus órdenes no sufrirá ningún mal».
Lo cierto es que puedes creer las Escrituras y tomarlas de manera literal, sin excepción. Así que revístete de la armadura. El cinturón de la verdad. Toma la espada del Espíritu y levanta ese gran escudo de la fe del tamaño de una gran puerta. Recuerda: mientras estés detrás de ese escudo, no saldrá victoriosa ningún arma que se forje contra ti. (Isaías 54:17). ¡Y, sobre todo, no salgas de casa sin él!