¿Sabes lo que la mayoría de la gente respondería si les preguntaras qué fue lo principal que hizo Jesús durante su ministerio en la Tierra? Dirían, en su mayoría, que hizo milagros; que, mientras viajaba de ciudad en ciudad, sanaba principalmente a los enfermos, sanaba a los lisiados, expulsaba a los demonios y hacia señales y maravillas.
Incluso muchos cristianos tienen esa idea. Piensan que el enfoque principal de Jesús cuando estuvo en la tierra fue hacer lo milagroso.
Pero eso no es cierto.
Aunque Jesús era realmente un hacedor de milagros, ¡ante todo era un predicador! Cuando estuvo ministrando en la tierra, lo que hizo fue predicar más que cualquier otra cosa. En los tres años que precedieron a la cruz, predicar fue su prioridad número uno, aquella para la que fue llamado y ungido. Él mismo lo confirmó en Lucas 4. Mientras leía el libro de Isaías, le anunció a la gente en Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor» (Lucas 4:18-19, RVA-1960, énfasis del autor).
Nota que esos versículos dicen tres veces que Jesús está ungido para predicar. Resaltan con mayor énfasis ese aspecto de su ministerio. También lo hacen otras escrituras del Nuevo Testamento. Mateo 9:35, por ejemplo, describe el ministerio de Jesús diciendo: «Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, y enseñaba en las sinagogas de ellos, predicaba el evangelio del reino y sanaba toda enfermedad y toda dolencia del pueblo.» En otras palabras, Jesús siempre puso primero la predicación y la enseñanza.
¿Por qué?
Porque sabía que «la fe proviene del oír, y el oír proviene de la palabra de Dios.» (Romanos 10:17); y la fe es la que conecta a las personas con el poder sobrenatural de Dios. Es la que les permitió a aquellos que escucharon y creyeron el mensaje que Jesús predicó, recibir de Su parte sanidades, los milagros y la liberación que necesitaban.
Incluso cuando Jesús estaba físicamente presente en esta tierra, no pudo hacer las grandes obras de Dios con las personas que no creían. (por ejemplo: no pudo hacer mucho por los escépticos en Nazaret). Entonces, su prioridad en el ministerio, donde quiera que fuera, era producir fe al predicar LA PALABRA.
“Pero hermano Copeland, ¿no podría producirla también haciendo señales y maravillas?”
No. Las señales y los prodigios no producen fe. Atraen a la gente para que vengan y escuchen el evangelio. Sirven para confirmar la PALABRA de Dios que se predica. Pero, escuchar la PALABRA en sí, es lo que hace que llegue la fe.
Esa es la razón por la que después de la resurrección y ascensión de Jesús, cuando los discípulos retomaron Su ministerio, siguieron el mismo patrón que Él. Pusieron la PALABRA en primer lugar. «Ellos salieron entonces y predicaron por todas partes», como dice Marcos 16:20, «actuando con ellos el Señor y confirmando la palabra con las señales que seguía.» (RVA-2015). Lee nuevamente la frase «actuando con ellos el Señor». La palabra “ellos” está en itálicas porque los traductores la agregaron; no aparece en el manuscrito original. El texto original dice que el Señor estaba “actuando y confirmando la palabra.”
¿Ves la diferencia?
Dios no estaba haciendo obras milagrosas a través de los primeros discípulos para confirmarlos a ellos y a sus ministerios. Estaba confirmando el mensaje que predicaban y enseñaban. Estaba actuando y confirmando sobrenaturalmente LA PALABRA.
El mismo mensaje, el mismo poder
¿Qué PALABRA fue la que los primeros apóstoles y discípulos predicaron entonces?
Predicaron las mismas buenas nuevas que Jesús. ¡Predicaron las buenas nuevas acerca del Ungido y Su Unción!
Puedes descubrirlo al leer el mensaje que Pedro les predicó a los gentiles en Hechos 10. ¿Recuerdas lo que sucedió? Pedro fue invitado a la casa de Cornelio, un centurión romano temeroso de Dios, porque Cornelio había sido visitado por un ángel. El ángel le había ordenado que enviara a buscar a Pedro porque tenía “palabras” de Dios.
Entonces Pedro, cuando Dios le dijo en una visión que dejara de lado sus prejuicios religiosos contra los gentiles, llegó a la casa y se encontró con un grupo completo de ellos, reunidos para escuchar su mensaje. Pedro abrió la boca y dijo: «Dios ha enviado un mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo (Él es el Señor de todo). Ustedes saben el mensaje que ha sido divulgado por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, y a cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder. Él anduvo haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.» (versículos 36-38, RVA-2015).
Piensa por unos instantes en cómo Pedro comenzó su mensaje. Básicamente dijo: “Estoy predicando la misma PALABRA de Dios que fue predicada por Jesús. Estoy predicando la «paz por medio de Jesucristo».”
La palabra Cristo traducida al español es la palabra ungido. Hoy no la escuchamos con frecuencia, excepto en un contexto bíblico, por lo que tendemos a pensar que es algo sagrado. Pero realmente, no lo es. Simplemente significa: “verter, untar o frotar.”
Cuando era niño y me resfriaba, por ejemplo, mi madre solía ungirme con ungüento Vicks®. Me lo untaría por el pecho, luego tomaría un poquito y me lo metería en la nariz. Cuando terminaba, había quedado ungido. No era más santo. No estaba ungido para predicar. Estaba ungido para respirar y evitar un resfriado.
Por el contrario, cuando la Biblia habla de Jesús como El Ungido, se refiere a algo santo porque está ungido con el Espíritu Santo. Después de que Juan lo bautizó en el río Jordán, la Persona y el poder del Espíritu de Dios fueron derramados sobre Él y vinieron sobre Él para infundirle poder para el ministerio sobrenatural.
Por supuesto, esa no fue la primera experiencia terrenal de Jesús con el Espíritu Santo. Había tenido el Espíritu de Dios en Su interior desde el momento en que nació. Pero no hizo un milagro hasta que fue bautizado en el Espíritu Santo. Solo entonces recibió la Unción para predicar, sanar a las personas y hacer las poderosas obras de Dios.
Si eres un creyente bautizado por el Espíritu Santo, entonces tienes una historia similar. Has tenido al Espíritu Santo viviendo dentro de ti desde que naciste de nuevo. Pero cuando el Espíritu de Dios vino sobre ti a través del Bautismo en el Espíritu Santo, fuiste ungido para el ministerio sobrenatural. Fuiste ungido para predicar las buenas nuevas acerca de Jesús y hacer las obras del Padre.
“Pero hermano Copeland”, podrías decir, “no soy un ministro.”
¡Sí lo eres! Puede que no seas apóstol, profeta, evangelista, pastor o maestro, pero estás llamado y ungido para predicar.
Serán mis testigos
¿Cómo lo sé? Porque Jesús lo dijo. En Hechos 1:8, Él dijo: «Pero cuando venga sobre ustedes el Espíritu Santo recibirán poder, y serán mis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.»
Como cristiano lleno del Espíritu, si no estás testificando a la gente, estás perdiendo tu llamado. No estás usando completamente la unción que has recibido. Deberías estar compartiendo con alguien todo el tiempo donde quiera que vayas acerca de Jesús.
Tampoco me digas que nunca tienes la oportunidad. No estás encerrado como para nunca ver a nadie. ¿No compras gasolina para tu auto? ¿Nunca te detienes en el supermercado? ¿No hay gente en esos lugares?
Claro que sí, así que testifícales. No sermonees; sólo camina hacia ellos con una gran sonrisa en tu rostro y diles: “¿No es Jesús maravilloso?” Luego, cuéntales algo acerca de Él. Te sorprenderán los resultados que obtendrás.
La mayoría de las personas responderán positivamente. En todos estos años en que he estado compartiendo con la gente lo bueno que es Jesús, nunca me han insultado. Nunca me han rechazado cuando les pregunté si podía compartir algo con ellos que Él había puesto en mi corazón.
Recuerdo una vez hace años, en la ciudad de Las Vegas, donde teníamos una reunión de evangelismo en el casino de un hotel. Entre reuniones, mientras caminaba por el hotel, el Señor me llamó la atención acerca de un hombre y una mujer muy bien vestidos que caminaban hacia mí. Quiero que le digas una palabra a estas personas, me dijo.
“¡Claro!”, le respondí.
Caminando hacia ellos, les dije: “Disculpen, ¿les importaría si compartiera con ustedes una palabra del SEÑOR?” Me dijeron que estaría bien, y compartí el breve mensaje que el Señor me había dado. Cuando terminé, simplemente me miraron y me dijeron: “Gracias” y siguieron su camino.
La respuesta no me dejó satisfecho. Pero sabía que no me había equivocado, así que simplemente di media vuelta y oré en silencio por ellos por un momento. Mientras lo hacía, noté a un hombre que estaba evidentemente borracho, apoyado contra la pared, mirándome. “Escuché lo que le dijiste a esa gente”, me dijo. “¿Orarías por mí?”
“¡Por supuesto!”, le respondí.
Estábamos parados cerca del baño, así que entramos allí para orar y, en unos instantes, el hombre estaba completamente sobrio.
“¡Dios mío!”, exclamó. “¡Soy un predicador pentecostal descarriado y, al escuchar lo que compartiste con esa pareja, me ha salvado la vida!”
Imagínate lo que se habría perdido ese día si hubiera sido demasiado tímido para ser testigo de Jesús. Podría haber razonado y alejarme de la dirección del Señor, pensado: no conozco a estas personas. No van a querer recibir una palabra del Señor. Podría haber permanecido en silencio y ese predicador pentecostal podría haber muerto en esa condición.
Es por eso que siempre tienes que estar listo para compartir la PALABRA de Dios. Nunca se sabe quién está escuchando. He visto a mucha gente prestar atención cuando estoy compartiendo con alguien sobre Jesús, ¡y también te escucharán! Pero, solo si les das la oportunidad. Sólo si sales todos los días creyendo y actuando sobre el hecho de que estás ungido para dar testimonio.
Cuando los días comunes y corrientes se convierten en una aventura
¡Esa es una manera de vivir grandiosa! Cuando te das cuenta de que la unción de Jesús para predicar y ministrar el poder de Dios a las personas está en ti y sobre ti, la vida se convierte en una aventura. Los días ordinarios se vuelven extraordinarios y te conviertes en una BENDICIÓN donde quiera que vayas.
Terminas haciendo cosas similares a la que me ocurrió cuando estaba caminando por el vestíbulo de un hospital. Estaba pasando por el área donde la gente se registraba para una cirugía y, al notar a una mujer en una silla de ruedas con un tanque de oxígeno al lado, sentí un impulso del SEÑOR para que orara por ella.
De pie junto a ella había una mujer más joven que supuse era su hija. Les pregunté a ambas si estaría bien orar, y me dijeron: “¡Oh, sí!” La señora que llenaba la documentación del hospital nos escuchó, así que inclinó la cabeza y comenzó también a orar. Luego se acercó la mujer en el puesto junto a ella. Todos oramos juntos y disfrutamos del momento.
Cuando terminamos, la mujer en la silla de ruedas dijo: “¡Oh, gloria a Dios! ¡Gracias, hermano Copeland!” (No me di cuenta que me conocía hasta que dijo mi nombre). Luego agregó: “Justo esta mañana el Señor me dijo que orara y pusiera las manos sobre otra mujer que sé que necesita sanación. Sembré esa oración como una semilla de fe y acabo de recibir mi retorno. ¡Muchas gracias!”
Yo no tenía idea de que eso mismo era lo que el Señor estaba haciendo. A veces tampoco tendrás idea de lo que está haciendo. Sin embargo, eso está bien. Simplemente obedécele, sé testigo y haz lo que Él te diga. Espera constantemente que Él ministre a las personas a través de ti simplemente porque has sido bautizado en el Espíritu Santo y eres miembro del Cuerpo de Cristo.
¡El Cuerpo de Cristo es el Cuerpo del Ungido y Su Unción! Como parte de ese Cuerpo, tienes la misma unción que reposa en Jesús sobre ti. Fue derramada sobre ti cuando fuiste bautizado en el Espíritu Santo.
Estás ungido para declarar las palabras de Jesús y predicar Su mensaje. Estás ungido para hacer el bien y sanar a los oprimidos del diablo. Para llevar a cabo el ministerio de Jesús y proclamar las buenas nuevas sobre la “paz por medio de Jesucristo” para que las personas a su alrededor puedan escuchar, creer y experimentar por sí mismos el cumplimiento de Isaías 10:27.
«Sucederá en aquel tiempo que su carga [del diablo] será quitada de tu hombro y su yugo de tu cuello. El yugo será destruido a causa de tu unción.»
Jesús no solo rompió el yugo del diablo; lo pulverizó. La Unción de Dios sobre Él es tan poderosa que demolió el yugo del diablo sin remedio, al punto que no es apto para que lo use nuevamente.
Ahora, esa misma unción está dentro y sobre ti. Entonces, avívala. ¡Prepárate para predicar y ministrar a cualquiera, en cualquier lugar, en cualquier momento… y disfruta la aventura!