Hace años, el Señor me dio un mensaje para predicar en la Escuela de Sanidad que resultó ser lo que denominaríamos un cambio de juego espiritual. Era simple y directo de la Palabra; en cierto sentido, no era nada nuevo. Sin embargo, los resultados que produjo en nuestros servicios de sanidad fueron sorprendentes.
En los primeros seis meses que lo prediqué, más personas se sanaron que nunca antes. Ocurrieron más milagros en los servicios. Se abrieron más ojos ciegos de los que había visto en 20 años de ministerio.
¡Un hombre de 90 años recobró su vista! Había sido dirigido específicamente por el Señor para asistir a la Escuela de Sanidad ese año, y había venido con gran expectativa. Después de escuchar atentamente el mensaje, pasó adelante por oración y en el camino de regreso a su asiento, comenzó a ver.
En otra reunión llegó una mujer que, además de ser ciega, tenía un deseo ardiente de dedicarse al ministerio. Ella me escuchó predicar el mismo mensaje, pasó adelante para que le impusiera las manos, se sanó y se fue gritando: “¡Aleluya! ¡Voy a trabajar para el Señor!”
¿Cuál fue el mensaje que le permitió a las personas aferrarse a tales milagros? Simplemente fue: ¡Jesús está Ungido para sanar, y es fácil recibirlo!
Es un mensaje muy básico, pero todos debemos escucharlo una y otra vez. Cada vez que lo predico, fortalece mi fe. Contrarresta la mentira que el diablo continuamente nos vende, aquella que dice que a veces es difícil sanarse. Me recuerda que la Unción de Jesús sigue siendo tan fuerte como siempre, y que Él puede sanarme de cualquier cosa, en cualquier momento y en cualquier lugar, tan fácilmente como sanó a las personas en los Evangelios, donde: «Toda la gente procuraba tocarlo, porque de él salía un poder que sanaba a todos.» (Lucas 6:19).
“Pero Gloria”, podrías decir, “las cosas son diferentes en estos días de lo que eran en aquella época. En aquel entonces, Jesús estaba aquí en la tierra ministrando a las personas personalmente. Ahora ha ascendido de regreso al cielo.”
Lo sé. Pero Su Ascensión no cambió Su identidad ni lo que Él hace. Hechos 1:11 lo deja muy claro. Dice: «Este mismo Jesús, que ha sido llevado de entre ustedes al cielo, vendrá otra vez de la misma manera…» (Nueva Versión Internacional).
¡Este mismo Jesús! Esas son las palabras que el Señor me permitió entender hace tantos años cuando me dio este mensaje, ¡y son buenas noticias! Nos aseguran que el Jesús que vemos en los Evangelios es el mismo Jesús que regresará por la Iglesia, lo que significa que Él Jesús de hoy sigue siendo el mismo de ayer.
No ha cambiado ni un ápice. Si fue fácil para las personas recibir sanación de Él cuando estaba en la tierra en un cuerpo natural, es fácil para nosotros recibir la sanación de parte de Él, ahora. Él es: «el mismo ayer, hoy, y por los siglos.» (Hebreos 13:8, Reina Valera Contemporánea).
Por eso me gusta tanto leer los relatos de las sanaciones de Jesús en las Escrituras. Nunca le dijo a nadie, como lo hace hoy la tradición religiosa, que tal vez no sea la voluntad de Dios sanarlos. Nunca complicaba las cosas al sugerir que tendrían que permanecer enfermos por un tiempo por razones que podrían no entender.
¡No! Jesús siempre respondió a los que acudieron a Él para curarse de la misma manera que le respondió al leproso en Mateo 8. Cuando el leproso le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme.», Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Quiero. Ya has quedado limpio.» Y al instante su lepra desapareció.» (versículos 2-3).
Habla solamente la Palabra
Cuando el centurión romano vino a Jesús buscando curación para su siervo y le dijo: «Señor, mi criado yace en casa, paralítico y con muchos sufrimientos.» Jesús le respondió, sencillamente, igual que al leproso. Sin dudarlo ni un momento, Jesús le dijo: «Iré a sanarlo.» (versículos 6-7, RVC).
Jesús es siempre el mismo. Si le pides sanación, Él vendrá a tu casa en cualquier momento del día o de la noche. Ni siquiera se detendrá para preguntarle a qué iglesia asistes. Todo lo que te pedirá que hagas es creer que está ungido por Dios para sanarte, y lo hará. ¡El centurión lo creía! Tenía tanta fe en la Unción y autoridad de Jesús que le dijo a Jesús que no se molestara ni siquiera en venir a su casa. Le dijo: «Señor, yo no soy digno de que entres a mi casa. Pero una sola palabra tuya bastará para que mi criado sane.» (versículo 8).
¿Como respondió Jesús?
Hizo exactamente lo que le pidió el centurión. Le dijo: «Ve, y que se haga contigo tal y como has creído.» Y en ese mismo momento el criado del centurión quedó sano (versículo 13).
¿Ves cuán flexible y accesible es Jesús? Cuando las personas ponen su fe en Él para sanar, Él hace lo que dicen.
Lo vemos hacerlo nuevamente después de sanar al sirviente del centurión, al llegar a la casa de Pedro. «La suegra de Simón tenía una fiebre muy alta, así que le rogaron a Jesús por ella. Él se inclinó hacia ella y reprendió a la fiebre, y la fiebre se le quitó. Al instante, ella se levantó y comenzó a atenderlos.» (Lucas 4:38-39, RVC).
Jesús tampoco se detuvo después de sanarla. Más tarde esa misma noche, cuando las multitudes aparecieron trayendo consigo a todos los que estaban enfermos de varias enfermedades y muchos que estaban poseídos por demonios, Jesús los sanó con la misma disposición. «Él, con su sola palabra, expulsó a los demonios y sanó a todos los enfermos. Esto, para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: «Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias.» (Mateo 8:16-17).
¡Había miles de personas en esa multitud! Si recibir sanidad de Jesús fuera difícil, seguramente algunas de esas personas habrían regresado a casa tan enfermas como cuando llegaron. Pero eso no fue lo que pasó. Cada persona allí recibió lo que necesitaban de parte de Jesús. Sanó a todos los enfermos que vinieron a Él ese día… lo cual es una buena noticia para nosotros, porque Él es exactamente el mismo Jesús, hoy.
“Sí, pero no sé si había alguien en esa multitud en mi condición”, podrías decir. “Me he equivocado tanto en la vida y destrocé mi cuerpo al tomar tantas decisiones pecaminosas que ahora es demasiado tarde para que me ayuden.”
¡No, no lo es! Nadie ha ido demasiado lejos para Jesús, incluso ese tipo salvaje y poseído de demonios de la región de los gerasenos. ¿Alguna vez has leído en la Biblia acerca de ese hombre?
Estaba tan poseído por el demonio que ni siquiera usaba ropa. Vivía desnudo, en el Cementerio. ¡Gritaba de día y de noche, se cortaba con piedras y era tan violento que cuando la gente del pueblo trataba de contenerlo con cadenas, las rompía! ¡Eso es estar en mal estado! Ese hombre parecía una causa perdida. Sin embargo, cuando vino a Jesús, Jesús no se apartó de él. Él no dijo: “Lo siento amigo, estás demasiado mal. Ya no puedo hacer nada por ti.” No, Jesús le ministró. Lo libró y lo dejó: «sentado, vestido y en su sano juicio» (Marcos 5:15).
El pecado y los demonios en la vida de ese hombre no asustaron a Jesús, y tu pecado tampoco lo hace. Él tiene lo necesario para enderezarte. Él puede hacer que tu mente esté sana, y tu cuerpo también.
Lo he visto hacerlo por las personas una y otra vez. Lo he visto sanar a personas cuyos cerebros habían sido arruinados por las drogas. He visto a personas que cometieron asesinatos, personas que durante años habían sido tan malas como serpientes de cascabel y que, al entregar sus vidas a Jesús, se convierten en las personas más dulces que jamás hayas conocido.
¡Jesús es tan amoroso y misericordioso que nunca rechaza a nadie! Nunca le dice a nadie que no califican para ser sanados porque han arruinado sus vidas con el pecado. ¡Por el contrario! Jesús nos dice lo que dice la Biblia: que «la oración de fe sanará al enfermo, y el Señor lo levantará de su lecho. Si acaso ha pecado, sus pecados le serán perdonados.» (Santiago 5:15).
Una vez, cuando leí ese versículo en la escuela de sanidad, había una niña que había robado un libro de nuestra mesa el día anterior. Necesitaba mucho la sanación porque estaba paralizada en un lado de su cuerpo. Aunque se sintió culpable, cuando escuchó que Jesús la perdonaría, lo creyó y se sanó ese mismo día.
¡Debes ser desatado!
“Pero Gloria”, podrías decir, “he vivido para Dios de la mejor manera que he podido, y he estado luchando contra la enfermedad durante años. He ido a la iglesia domingo tras domingo, pero no ha habido cambios en mi salud. ¿Recibir sanación de Jesús puede ser fácil incluso para alguien como yo?”
Absolutamente. Solamente mira lo que hizo por la mujer en Lucas 13. Ella era una fiel creyente del Pacto (del primero). Asistía a su sinagoga local y padecía una enfermedad que la dejó encorvada, incapaz de enderezarse, durante 18 años. En todo ese tiempo, los líderes de la sinagoga no habían podido curarla. Entonces, un día, ella vino a la iglesia y Jesús estaba allí. Él predicó la buena noticia de que estaba ungido por Dios para liberar y sanar, y cuando la vio: «la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad.» Y en el mismo instante en que Jesús puso las manos sobre ella, la mujer se enderezó y comenzó a glorificar a Dios.» (versículos 12-13).
En lugar de regocijarse, el líder de la sinagoga reaccionó con indignación. Se enojó porque Jesús había sanado en día sábado y le dijo a la gente: «Hay seis días en los que se puede trabajar. Para ser sanados, vengan en esos días; pero no en el día de reposo.» (versículo 14).
¡Qué cosa más absurda! No hubo trabajo involucrado en la sanación de esa mujer. Ella no tuvo que trabajar para conseguirlo y Jesús no consideró que fuera un trabajo ministrarle. Todo lo que tenía que hacer era recibir por fe, y todo lo que tenía que hacer era dejar que el Padre dentro de Él hiciera la obra (lee Juan 14:10).
Jesús habría tenido que desobedecer al Padre para no sanar a esa mujer. Ella tenía un pacto con Dios y esa enfermedad violaba una de las promesas de ese pacto. Jesús respondió: «Y a esta hija de Abraham, que Satanás había tenido atada durante dieciocho años, ¿no se le habría de liberar, aunque hoy sea día de reposo?» (Lucas13:16).
Si eres un creyente y estás luchando contra la enfermedad, Jesús está diciendo lo mismo de ti hoy. ¡Está diciendo que deberías ser desatado! Después de todo, en Cristo Jesús, tú también eres la simiente de Abraham (Gálatas 3:16). Tú también tienes un pacto con Dios, y es incluso mejor que el primer Pacto.
No tienes que soportar ningún tipo de enfermedad en tu cuerpo. No importa cuán incurables puedan decir los médicos que es, o cuánto tiempo la hayas tenido. Tienes derecho a decir: “Debería ser librado de esta enfermedad y creo que Jesús es quien debe hacerlo. Él está Ungido para sanarme, y creo que la Unción está aquí ahora mismo para sanarme.”
He visto suceder cosas asombrosas cuando las personas vienen a Jesús con ese tipo de fe infantil. He visto a personas sanarse de problemas físicos que los han afectado toda su vida.
Por ejemplo: recuerdo a una señora que asistió a nuestras reuniones en Bournemouth, Inglaterra, hace algunos años; ella había nacido sin mentón y había llegado a recibir oración por algo cuando decidió que, dado que es fácil recibir la sanación de Jesús, ella también creería por un mentón. Miró a su alrededor las barbillas de otras personas, decidió qué tipo quería y, cuando impuse mis manos sobre ella, ella liberó su fe. ¡Su cara comenzó a hormiguear, y ella consiguió un mentón completamente formado!
Ella no dejó que las tradiciones religiosas de nadie la detuvieran. No compró la mentira del diablo de que el día de los milagros ha pasado o que recibir su sanación sería difícil. Ella solamente esperaba que Jesús hiciera lo que le pidió, ¡y lo hizo!
El hermano Oral Roberts solía contar sobre un niño lisiado que tenía la misma actitud. El niño había asistido a una de las reuniones de sanidad del hermano Roberts pero, por algún motivo, se había perdido de estar en la fila de oración. Entonces, cuando terminó la reunión, se negó a irse. Seguía sentado allí, esperando, con las muletas apoyadas a su lado. Cuando el hermano Roberts salía del auditorio, vio al niño y le preguntó por qué seguía allí. “Se supone que debo ser sanado hoy”, respondió el niño.
El hermano Roberts le dijo que había impuesto las manos sobre miles de personas y que estaba demasiado agotado para orar por una persona más. “No sé nada de eso”, dijo el niño. “Solo sé que se supone que debo sanar hoy.” El hermano Roberts sonrió. “Está bien, hijo”, le dijo, “cuando imponga mis manos sobre ti, solamente libera tu fe.” El niño lo hizo, y su cuerpo se recuperó al instante. Lo vi años después cuando era un hombre adulto, todavía fuerte y saludable, y aún contaba las buenas noticias: ¡Es fácil recibir la sanación de parte Jesús!