Konstantin Pavlov se paró a la orilla del Mar Negro, observando una paleta de colores cobalto, azul y turquesa en la imagen acuática siempre cambiante. Él siempre había creído que Odessa era la ciudad más hermosa de la Tierra. No se trataba de una falta de exposición a otras ciudades en el pasado. Salir de Ucrania no estaba prohibido, pero requería de muchos papeles y citas con oficiales gubernamentales quienes sujetaban a los viajeros a escrutinios muy rigurosos.
En un país comunista en el que el gobierno dictaminó que Dios no existía, los cristianos tenían derechos y protecciones limitadas de manera no oficial. Podían ser despedidos de su trabajo sin razón alguna. En el “Día de Stalin” podían ser secuestrados de sus casas para nunca regresar. Aun ahora, en 1988, sabiendo quien había sido su abuelo, los oficiales interrogarían a los padres de Konstantin y los amenazarían para que mantuvieran a toda su familia en silencio. Por su seguridad, la familia guardaba secretos.
Nacido en 1960 en medio de la Guerra Fría, siempre estuvo rodeado de historias atemorizantes narradas en aras de enseñarle al pequeño Konstantin a guardar los secretos familiares. Su niñez fue un constante problema, sin saber exactamente cuándo estaba bien hablar acerca de la fe de su familia y cuando no. “¡Si continúas hablando acerca de Dios, quien sabe qué te sucederá a ti y a tu familia!”, le recordaban sus familiares y amigos sin cesar.
A los 5 años pasaba el tiempo en una guardería del estado para que su mamá pudiera trabajar. Un día, antes de irse a dormir, se arrodilló al lado de su cama bajo las cobijas y oró.
“¿Qué estás haciendo?”, le preguntó una voz amenazadora.
Mirando hacia arriba con sus ojos de par en par, Konstantin respondió lo primero que se le ocurrió: “Practicando un poema.”
“¿Qué clase de poema?”
“Un poema.”
“Levántate y ven conmigo.”
Bajo las luces destellantes de la cocina, le pidieron que recitara el poema.
En su pijama se arrodilló en el baldosín frio del piso y empezó a recitar la oración del Padrenuestro.
Las lágrimas corrían por su rostro. Lo había hecho de nuevo.
Sin embargo, a pesar de tales errores, el joven Konstantin logró mantener un secreto potencialmente peligroso. En su hogar sus padres tenían un radio de onda corta, al igual que muchas otras familias. Sin embargo, su familia lo usaba para escuchar programación cristiana. Ellos ponían el radio en medio de la casa, encendían el televisor y abrían las llaves del agua para camuflar el sonido; a continuación, se reunían alrededor del radio. Si los hubieran descubierto, los hubieran tratado como espías.
No sabes nada. No digas nada. No has visto nada. No hagas nada.
A los 28 años, Konstantin se paró a la orilla del agua con su hermosa ciudad a sus espaldas. Ese día el agua parecía agitada; las olas chocaban contra las rocas como pequeñas explosiones. Se parecían a su estado de ánimo. Él se agitaba en el interior con las advertencias que había oído de niño y el entendimiento de que, incluso ahora, los informantes todavía se infiltraban en las iglesias, haciendo que protegiera cada palabra. No sabes nada. No digas nada. No has visto nada. No hagas nada. Ese era el lema del 99% de los ciudadanos soviéticos, incluyendo a los cristianos.
No hagas nada. Esa era la parte que mantenía a Konstantin tan agitado. Él no estaba haciendo nada. Su abuelo había dejado un legado tan inmenso que el régimen controlador, atemorizado por la verdad, hubiera hecho cualquier cosa por silenciarlo.
Mirando por encima de las olas, pensando en los personajes bíblicos que habían oído hablar de Dios y recordando las experiencias de su abuelo, Vasili Pavlov, Konstantin se sintió desesperanzado. No era sólo que no había hecho hazañas para Dios. Experimentaba temores y hábitos que no podía romper. Se dio cuenta de que la vida cristiana en su patria no era muy diferente a la de sus compatriotas mundanos. Quebrantado, exclamó un grito desde el corazón al Señor: Dios, ¿no tienes algo para mí?
Una palabra de parte de Dios
“Para ese entonces, ya había completado el servicio militar”, recuerda Konstantin, “y me había casado con mi maravillosa esposa, Nadezhda (Nadia), cuyo nombre en español significa esperanza. Criada en una familia pentecostal, ella tenía una fe muy sólida y fuerte. Pero aun después de tener cinco hijos, me encontraba en una lucha interna”.
“A los 28 años enfrentaba el hecho de que a pesar de que era un hombre adulto, tenía temor de estar solo en una habitación oscura. Sufría por temores enraizados en supersticiones y tradiciones, y parecía incapaz de cambiarlo. En desesperación oré: ‘Señor, ¿cuál es el propósito de ser un cristiano, si tengo los mismos problemas que el resto de las personas en el mundo? Si Tú no me ayudas, ya no quiero seguir siéndolo’”.
“Un día, alguien que conocía me hizo a un lado y me susurró: ‘Toma esto y léelo. Compártelo con las personas en las que confíes’. Era un libro pequeño de Kenneth E. Hagin, titulado La fe del creyente. ¡Leerlo me respondió tantas preguntas e hizo que la Biblia fuera tan clara! En la parte trasera tenía la oración de salvación. Hice esa oración y toda mi vida comenzó a cambiar. El temor desapareció y las viejas costumbres cambiaron. ¡Solamente una oración! Yo había sido un cristiano tradicional, que oraba y había asistido a la iglesia toda su vida, sin tener la seguridad de que iría al cielo. Sin embargo, nunca había orado la oración de salvación ni había nacido de nuevo”.
“Mientras cambiaba espiritualmente, las cosas en el país estaban cambiando política y nacionalmente. Mikhail Gorbachev había lanzado la perestroika, que le permitía a los ciudadanos de la Antigua Unión Soviética salir del país. Sin embargo, para emigrar a los Estados Unidos de América, tenían que cumplir con dos condiciones. La persona tenía que tener un patrocinador y una invitación. En menos de un año de haber nacido de nuevo, yo tenía ambas. Sin embargo, no quería dejar mi país natal, a menos de que tuviera una dirección clara de parte de Dios”.
Una tarde, un amigo y su madre vinieron a visitarnos. Después, de acuerdo a la tradición, oramos todos juntos. La madre se dio la vuelta hacia Konstantin con una palabra de parte del Señor: Tengo un plan para ti. Tengo una casa para ti. Tengo personas esperándote—Ellos te necesitan, ¿Por qué te está tardando tanto? ¡Tienes que irte!
Muchas esposas se hubieran rehusado a abandonar su casa, su familia, sus amigos, su iglesia y su país. Sin embargo, Nadia lo tomó con calma. Ella confiaba en Dios y confiaba en su esposo. Alistó a sus niños y le dio un beso de despedida a su familia. Volaron 16 horas antes de aterrizar en Missouri, donde se encontraron con su patrocinador que no hablaba ruso. Y ninguno de los Pavlov hablaba inglés. Su patrocinador ayudó a Konstantin a conseguir un trabajo lavando platos en un restaurante chino por $4 dólares la hora.
El dinero era escaso para una familia de siete.
Nadia plantó un jardín y se las arregló para hacer alcanzar su salario de mendigo tan bien, que nunca pasaron hambre. Su hija mayor, Masha, había terminado primer grado cuando se fueron de Ucrania. La más pequeña, Anastasia, solo tenía dos años.
Konstantin estaba seguro de que Dios lo había traído a los EE.UU. porque Él tenía un plan para su vida. Ese plan incluía llevar el mensaje de Su evangelio a su gente. Durante dos años, lavó platos y esperó; sin embargo, nada sucedió.
Recordando el pasado
Mientras se reclinaba sobre el fregadero con los brazos en agua caliente y sucia, Konstantin pensó en su abuelo. Vasili Pavlov era un cristiano comprometido, quien comenzó a predicar a la tierna edad de 19 años y fue perseguido por su fe. Debido a su mensaje tan audaz, fue enviado a la cárcel en San Petersburgo, donde los soldados lo azotaron hasta que se derrumbó. Su cuerpo fue arrojado en la morgue con otros cuerpos muertos, y luego apilaron más cadáveres sobre él. Después, los guardias de la prisión observaron con horror como Vasili se levantaba de entre los muertos y comenzó a orar. Los oficiales de la prisión, asustados de Vasili y el poder espiritual que representaba, cambiaron su sentencia de muerte a exilio en Siberia. Sin embargo, cuando Lenin se levantó en el poder y ordenó que liberaran a los prisioneros políticos, Vasili fue liberado en vez de exiliado.
A los comienzos de su ministerio bautista, Vasili viajó a una villa pentecostal para oponerse a lo que él consideraba una falsa doctrina. Allí se encontró con una niña pequeña y le preguntó dónde estaban sus padres. “Todo el mundo está en el campo recogiendo la cosecha”, le dijo. “¿A que has venido?”
“He venido a destruir este culto satánico.”
“No sé de que hablas”, le respondió la niña. “Pero tengo una idea. Oremos por ahora. Si lo que nosotros creemos es de Dios, tú tendrás la misma experiencia que yo. Si no, yo estoy 100% contigo”.
Ellos oraron y Vasili recibió el bautismo del Espíritu Santo con tanto poder que transformó su vida para siempre. Él se unió a las fuerzas de Ivan Voronaev y comenzó un avivamiento en 1920. De regreso en su hogar, fundó una villa cristiana llamada Esperanza. La gente viajaba desde muy lejos para escucharlo predicar y para experimentar las señales y los prodigios.
A través de los años, miembros de la familia habían arriesgado su vida contándole a Konstantin sus historias acerca de Vasili. “Tu abuelo fue enviado a prisión por predicar el evangelio y cuando tu abuela lo visitó, ella también terminó en la cárcel”, le habían dicho. “Mientras estuvo encarcelado, el alcalde echó a la calle a sus cinco pequeños hijos, apoderándose de su casa y prohibiendo a cualquier persona ayudarles o darles comida. La gente tenía miedo de ayudar—podían desaparecer para siempre. La hija del alcalde trabajaba en un molino de cereales en el momento en que ocurrió una explosión. Nadie resultó herido, excepto la hija del alcalde, la cual murió. El alcalde entonces tuvo un cambio de corazón y restauró a los niños de Pavlov a su hogar y les prometió protegerlos contra cualquier tipo de abuso adicional”.
“Mucho tiempo después, cuando tu abuelo salió de prisión, la esposa del alcalde enloqueció. Vasili observó al alcalde manejando un carruaje con su esposa atada en la parte trasera. ‘¿A dónde vas?’, le preguntó. El alcalde respondió: ‘La llevo a un hospital mental. Está totalmente fuera de control’”.
“Vasili lo convenció de traerla a la iglesia y dejarlos orar por ella. Cuando ellos oraron, la mujer se desmayó y parecía como muerta. El alcalde gritó: ‘La mataste! ¡Los mandaré presos a todos!’ Antes de poder terminar, la mujer se levantó, sana y totalmente cuerda”.
Hace poco, una mujer anciana hizo a un lado a la mamá de Konstantin y le susurró la historia. Ella había estado temerosa de testificar hasta que llegó a América. “Mi madre estaba enferma con la plaga”, le dijo. “Tenía fiebre y estaba tan enferma que no podía caminar. Tu abuelo la tomó de la mano y dijo: ‘En el Nombre de Jesús, levántate y camina’. La fiebre desapareció. La plaga salió de su cuerpo”.
Mientras más Konstantin meditaba en la explosión de la vida de su abuelo, más frustrado se sentía con la suya.
“Durante dos años lavé platos”, Konstantin dijo. “Comencé a cuestionar a Dios. Me paraba allí día tras día pensando: Dios, pensé que me habías traído acá para ayudar. ¿Qué clase de trabajo es este?”
Finalmente, escuchó a Dios hablar: ¿Qué pasa si quiero que te quedes en este trabajo lavando platos?
“Entonces estaré feliz de hacerlo para siempre”, le respondió Konstantin.
“Cambié de actitud”, recuerda. “A medida que mi inglés mejoró, mi jefe me subió las horas de trabajo a tiempo completo. Me dejó manejar la caja registradora y me subió el sueldo a $4,50 la hora”.
“Uno de mis trabajos en Ucrania había sido como cocinero. Yo podía probar la comida y reproducirla. La primera vez que hice arroz frito mi jefe estaba sorprendido, así que comencé a cocinar en el restaurante. Después, él me subió el sueldo a $5 dólares la hora y me dijo que quería hacerme gerente”.
“En mi interior, mi corazón clamaba por mi gente. En mi país, aun los cristianos estaban en esclavitud. Dios era culpado por todo. ¿Había algo que yo pudiera hacer? Finalmente, decidí que sería el mejor gerente que pudiera, y lo haría con buena actitud”.
El llamado de Dios llega
Un día una mujer de una iglesia local se acercó a Konstantin.
“¿Podrías ayudarnos?” le preguntó. “Vamos a ir a Rusia a presentar una obra de drama, pero no sabemos cómo hablar ruso.”
“¿Qué puedo hacer?”
“Queremos que hagas algo que es llamado un ‘doblaje’. Grabarás las líneas en ruso. Nosotros reproduciremos tu grabación mientras presentamos la obra acerca de la vida de Cristo”.
Ellos necesitaban voces para todos los roles, así que Konstantin reclutó a toda su familia y la familia de su hermana para que ayudaran. Después de que el grupo volvió de Rusia, la mujer visitó a Konstantin y a Nadia. “Tienen que ver esto”, les dijo. Konstantin miró el video con asombro, mientras muchas personas respondieron al llamado del altar por tan solo ver la obra.
Él no sabía que las personas a las que habían ayudado eran colaboradores con los Ministerios Kenneth Copeland. La iglesia había mandado una copia del casete a KCM. Después de mirarlo y escuchar la voz del doblaje de Konstantin, Kenneth Copeland les dijo a los miembros de su equipo: “Dios me habló y me dijo que predicara el evangelio en todas las naciones. Ahora sé cómo hacerlo. ¿Pueden encontrar al hombre que hizo la voz de Jesús?”
“Dos hombres de KCM viajaron a Missouri para ofrecerme un trabajo”, recuerda Konstantin. “Yo sabía que para esto mismo era que Dios me había llamado a los EE.UU.”
“En 1992 nos mudamos a Texas y empecé a trabajar haciendo doblajes de voz sincronizados en ruso para Kenneth. Esos mensajes fueron transmitidos por toda la Unión Soviética, y recibimos muchos testimonios maravillosos. Mi gente estaba escuchando mensajes de redención, salvación, fe, sanidad y todas las bendiciones de Dios”.
“Cuando nos mudamos a Texas, llevaba a mi familia a la Iglesia Internacional Eagle Mountain (EMIC por sus siglas en inglés) en la mañana, y después a una iglesia local rusa. Pero mis hijos me rogaron que no los llevara más a la iglesia rusa. “Estamos llamados a EMIC”, me decían y querían unirse a la Academia Superkid. Estuve de acuerdo ¡y esa fue una experiencia tremenda! Un año, un equipo de Superkid viajo a Ucrania para demostrar cómo hacían el ministerio de niños. Fui con cuatro de mis niños. Fue maravilloso volver a Ucrania. Lo que más me impresionó fue lo hambrienta de Dios que estaba la gente”.
Conexiones Divinas
Ciertamente, y de una manera sorprendentemente sobrenatural, Konstantin estaba caminando en los pasos de su abuelo. En generaciones pasadas, Dios había unido a Vasili Pavlov con un hombre llamado Ivan Voronaev y juntos habían iniciado un avivamiento que había arrasado a través de la Antigua Unión Soviética. Hoy en día, ellos son reconocidos como los padres del movimiento pentecostal en esa parte del mundo.
De acuerdo a los archivos gubernamentales desclasificados, en un periodo de más de siete años, se establecieron más de 350 iglesias de hasta 17000 miembros. Determinados a acabar con el movimiento, cientos de creyentes fueron encarcelados.
Cuando Joseph Stalin murió en 1953, la mayoría de los prisioneros fueron liberados. De ellos, 800 eran pastores y miles eran creyentes. Cuando fueron puestos en libertad, un segundo gran avivamiento sucedió en toda la nación. Los archivos desclasificados reportan que cerca de 1,3 millones de personas nacieron de nuevo en 1950.
Del mismo modo, cuando Dios conectó a Konstantin Pavlov con KCM, juntos llegaron a millones de personas de habla rusa, mucho más de lo que cualquiera podría haber alcanzado solo.
Hoy, Konstantin y su familia continúan llevando el rico legado espiritual que les fue impartido a través de Jesús y Vasili Pavlov. Konstantin todavía trabaja en KCM, ahora como productor de los programas de televisión de Rusia y Ucrania, donde ayuda al ministerio a llevar su mensaje a la gente del mundo de habla rusa. La revista La Voz de Victoria de Creyente se envía a Ucrania donde es traducida al ruso y distribuida en la Antigua Unión Soviética desde las oficinas de KCM en Ucrania. Uno de los hijos de Konstantin y Nadia también trabaja en KCM, y su hija más joven es una artista cristiana.
Mientras Konstantin y Nadia cuidan a sus hijos y nietos, recuerdan Deuteronomio 7:9: «Reconoce, por tanto, que el Señor tu Dios es el Dios verdadero, el Dios fiel, que cumple su pacto generación tras generación, y muestra su fiel amor a quienes lo aman y obedecen sus mandamientos» (Nueva Versión Internacional).
La multiplicación de la bendición de Dios comienza nuevamente cada vez que alguien de una nueva generación ama y sirve al Señor. La bendición liberada sobre la familia Pavlov solamente ha empezado— y la tuya también.