Haciendo su mejor esfuerzo para dormir, estaba acostada en nuestra cama y yo a su lado, con mi mano sobre su espalda.
Dije: “En el Nombre de Jesús, pulmoncitos, sean libres y limpios”.
Debo haber dicho esas palabras unas cien veces o más, además de las muchísimas escrituras que declaré esa noche sobre ella. Yo no estaba temeroso de la presencia de la enfermedad en mi casa. Tenía suficiente conocimiento como para no ceder al temor. Sin embargo, estaba frustrado por la falta de poder que podía sentir en mis palabras y oraciones sobre ella. Mis palabras eran buenas, pero faltaba algo; y yo lo sabía.
Toda esa noche, el Señor fue misericordioso con nosotros y con Jessie. Después de visitar al clínico al día siguiente, ella saltaba de un lado a otro y empezó a mejorarse. Sin embargo, yo sabía que algo estaba muy mal; y no era con ella, sino conmigo. Tenía que lograr imponer mis manos sobre mi hija con confianza, sabiendo que Él, que habita en mí, es más grande que él, que está en mi contra. Durante las siguientes 24 horas me enfrenté con la respuesta a mi problema, y estoy agradecido de que no me tomó más tiempo aprender a solucionar esa seria falta de poder.
¡Revisa en tu interior, no el exterior!
Meses atrás, el Señor empezó a trabajar conmigo para que pasara más tiempo con Él y en Su Palabra. Para mí, esto significaba una cosa muy clara: tenía que apagar el televisor. Sin darme cuenta, estaba viendo dos o más horas diarias de televisión, y la mayoría de las veces lo hacía de noche, antes de acostarme.
Es que, para el final del día, estaba tan cansado mental y físicamente, que todo lo que quería hacer era apagar mi cerebro y como dicen: “desconectarme”. Recuerdo con gran detalle que en varias ocasiones, mientras tomaba el control remoto, escuchaba en mi interior esa voz familiar, diciéndome: Jeremy, es el momento de aumentar la presión. Sabía exactamente lo que significaba; sin embargo, en mi mente, abrir la Biblia equivale a preparar mensajes, lo que significa que estaré trabajando… y estaba muy cansado para trabajar. Una y otra vez, ignoré esa voz.
Después, un día en octubre, fui a almorzar con mi abuelo Kenneth Copeland. Mientras hablábamos, empezó a contarme cómo el Señor también lo había corregido acerca de la cantidad de TV que había estado viendo. Me compartió que no se alimentaría de nada más que de la Palabra de Dios de día y de noche, con la misma urgencia y expectativa que había tenido hacía varias décadas. Claramente, él había escuchado la misma voz que yo; la diferencia era que él respondió con mayor rapidez. Cuando terminamos de almorzar ese día, me fui sabiendo que Dios me estaba hablando, otra vez.
Antes de llegar a casa llamé a Sarah, mi esposa, y le dije que dejaríamos de ver televisión y películas, para concentrarnos de nuevo en la Palabra. Borré todas las apps de películas y TV en mi iPhone y iPad.
Me lo tomé en serio… o al menos eso creí.
A pesar de mis buenas intenciones, tres días más tarde ya había descargado de nuevo esas apps y estaba recostado en la cama, otra vez, cansado por las demandas de la familia y el ministerio, tratando de ahogarlas con una o dos horas de televisión.
Ahora, por favor, no me malentiendas. Todavía leía mi Biblia y oraba; sin embargo, el Señor me estaba llamando a un lugar más profundo, y aun así, yo no cedía. Cuando invertí tiempo en la Palabra, fui guiado nuevamente a Juan 15:7-8, donde Jesús dijo: « Si ustedes se mantienen unidos a mí y obedecen todo lo que les he enseñado, recibirán de mi Padre todo lo que pidan. Si ustedes dan mucho fruto y viven realmente como discípulos míos, mi Padre estará orgulloso de ustedes.» (TLA). Yo sabía que Jesús me estaba llamando a una vida de permanencia en Él… unido a Él; sin embargo, mi carne estaba determinada a negarse. Después llegó esa noche de diciembre cuando Jessie, nuestra hija menor, no podía respirar. A pesar de que mi confesión era la correcta, me sentía sin poder ante el ataque.
La mañana siguiente le pregunté al Señor cuál era el problema. De nuevo, escuché esa voz que me decía: estás tratando de producir fruto… sin mantenerte unido a Mí.
Eso era todo lo que necesitaba escuchar. Apagué todo lo que no alimentaría nuestra fe, ¡y esta vez lo hice en serio!
Otros problemas de gravedad se levantaron durante la misma época, y empecé a ver con claridad por qué Jesús había empezado a llamarme con meses de antelación a permanecer en Su presencia. Él sabía que necesitaría producir frutos bastante grandes, y no había forma de que lo lograra si no habitaba en Él.
Viviendo en comunión
Habitar simplemente significa: “permanecer, quedarse o continuar en un lugar”. Jesús dijo en Juan 15:4 (Wuest): «Manteniendo una comunión viva conmigo». Este hilo conductor comenzó en Juan 15, cuando Jesús se identificó a Sí mismo como la viña y a nosotros como las ramas. Mientras la rama permanezca conectada a la viña, producirá fruto, porque en esa unión hay una comunión viva entre ambos. Todo lo que la rama necesita para sobrevivir y producir fruto, fluye desde la viña. Sin embargo, en el momento en que se desconecta, esa comunión se pierde, y también la vida que la rama necesita para sobrevivir. Jesús lo dijo de esta manera: «Así como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo…» (Juan 15:4). Jamás verás una rama muerta en el piso con una fruta lista para cosechar. Para que esa rama produzca frutos deberá permanecer conectada al árbol. Jesús continuó diciendo: «…así tampoco ustedes [producirán fruto], si no permanecen en mí». Un cristiano que no permanece en Jesús tiene tan poco poder para producir fruto, como la rama que ha sido desconectada del árbol. Pero si habita, entonces lo hará. Es así de simple.
Orar por los enfermos y verlos sanar es un gran fruto. Detener una enfermedad mortal con la autoridad de Dios es la clase de fruto a la que hemos sido llamados a producir, y es la clase de fruto que glorifica a Dios. Sin embargo, esperar producir esa clase frutos sin mantener una comunión viva con Jesús, servirá únicamente para frustrar nuestra fe.
Habitar en Jesús es permanecer en Su Palabra y permitir que Su Palabra permanezca en ti.
Lo primero que hicimos cuando apagamos el televisor fue encender las predicaciones. Soy de la opinión de que cada creyente debería al menos escuchar todos los días un mensaje impregnado de fe que magnifique a Jesús y esté ungido. Hacer este ajuste es más fácil de lo que piensas. Podrías escuchar un mensaje completo en el tiempo que gastas alistándote para el colegio o el trabajo, manejando hacia la casa o el trabajo, o alistándote para ir a dormir.
Al comienzo de este año, Sarah y yo nos comprometimos a dar el diezmo de nuestro tiempo a Dios. Él por Su gracia nos da 24 horas cada día, así que le daríamos el 10 por ciento de ese tiempo en oración, leyendo nuestra Biblia, escuchando a hombres y mujeres de Dios que predican la Palabra con pasión, valentía y sinceridad. Hacer estos simples cambios no solamente ha aumentado nuestra fe, sino que también ha introducido un nivel completamente nuevo de paz y calma en nuestro hogar. Con un niño de 5 años y una niña de 2 en nuestra casa, le damos la bienvenida a toda la paz y calma que podamos recibir.
En estos versículos, Jesús no solamente nos instruye a habitar, o permanecer en Su Palabra, sino también, a permanecer en Su amor. Esto, por supuesto, se logra en parte leyendo y meditando en escrituras que revelan las profundidades inescrutables del amor que Dios tiene por nosotros. Sin embargo, de acuerdo con Jesús, mantenemos una comunión viva con Su amor, cuando amamos a los demás. Aquí es importante notar, que todo lo que Jesús dijo en Juan 15, conduce a una declaración poderosa en Juan 16:1: «Estas cosas les he dicho para que no tengan tropiezo (no sean escandalizados)» (NLBH). Uno de los significados de la palabra escandalizados es: “separarse”. ¿No es esta una imagen de lo que le pasa a las personas que alguna vez estuvieron cerca y permitieron que algo se interpusiera en medio? Si las diferencias se magnifican y se les permite crecer, el espacio creado por esas ofensas obstruirá su comunión y la relación no producirá frutos.
Es muy triste, especialmente, ver a parejas de esposos que alguna vez fueron uno ante los ojos de Dios, permitir que la ofensa entre ellos de lugar a la separación y el divorcio. Literalmente se rompen y, el fruto al que fueron llamados a producir juntos, nunca nacerá. Por el fruto que sabemos que hemos sido llamados a producir, Sarah y yo hemos decidido que no le daremos lugar a la contienda en nuestro matrimonio. Siempre existirá la posibilidad, pero, por el bienestar de nuestros niños, el ministerio y nuestro llamado mutuo, nos rehusamos a permitir que algo cree espacio entre nosotros. He descubierto que desde que empecé a darle más de mi día a la Palabra de Dios, mi amor por mi esposa se ha recargado gracias a una revelación más profunda del amor de Dios por mí.
Jesús dijo en Juan 8:31 que un discípulo es simplemente alguien que habita ó permanece en Su Palabra. Después de predicar algo, que muchos de los discípulos de Jesús consideran un trabajo difícil, Juan 6:66 dice: «A partir de entonces muchos de sus discípulos dejaron de seguirlo, y ya no andaban con él». Cuando leí esto, me pregunté: ¿A qué regresaron? ¿A qué regresaría si dejara de seguirlo, o qué sería digno de romper mi relación con Él? ¿Mirar la televisión? No tiene sentido.
Cuando Jesús se volvió a Sus discípulos y les preguntó si estaban planeando irse también, Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (versículo 68, RVC).
Después de que pruebas el fruto que produce la permanencia en Jesús, dirás lo mismo que Pedro dijo: “No hay otro lugar en el que quiera estar, mas que aquí contigo. Estoy decidido a que, por Tu gracia y con la ayuda del Espíritu Santo, nunca más permitiré que nada cree un espacio entre Tú y yo. Me he adentrado en esta vida de permanencia en ti, y no saldré de ella”.