Antes de que Dios declarara: «…Sea la luz…», y asi dar inicio con la creación de todas las cosas que hoy en día existen, Él ya tenía preparado un plan maravilloso para la humanidad.
El apóstol Pablo escribió, en su carta dirigida a los Gálatas, que ese plan consistía en que todas las personas fueran bendecidas: «Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo; «En ti serán benditas todas las naciones.» De modo que los que tienen fe son bendecidos con el creyente Abraham» (Gálatas 3:8-9, RV95).
El pacto que Dios realizó con Abraham, se extendió tanto a su descendencia de sangre, como a su descendencia espiritual. En el linaje de sangre de Abraham estaban su hijo Isaac y su nieto Jacob, quien más tarde recibió el nombre de Israel; haciendo que toda la nación hebrea lleve su nombre. El término gentiles en ese versículo se refiere a todos los pueblos, tribus y naciones que no son judíos. Y fue por medio de la fe que los gentiles se convirtieron en la semilla espiritual de Abraham; Pablo lo explicó de la siguiente forma:
«Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose maldición por nosotros (pues está escrito: «Maldito todo el que es colgado en un madero»), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzara a los gentiles, a fin de que por la fe recibiéramos la promesa del Espíritu. Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia. No dice: Y a los descendientes», como si hablara de muchos, sino como de uno: «Y a tu descendencia», la cual es Cristo. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente descendientes de Abraham sois, y herederos según la promesa» (versículos 13-14, 16, 29, RV95).
La Biblia declara que si tú y yo pertenecemos a Cristo —al haber aceptado a Jesús como el Señor de nuestra vida— somos entonces descendientes de Abraham, y herederos según la promesa. En otras palabras, la promesa que Dios le dio a Abraham, también es para nosotros. Eso lo podemos corroborar en Romanos 4:16: «Por eso la promesa viene por la fe, a fin de que por la gracia quede garantizada para toda la descendencia de Abraham…» (RV95). El apóstol Pablo nos enseña que estas promesas están aseguradas para toda la descendencia de Abraham —o como lo diríamos en palabras modernas, las promesas de Dios están garantizadas—.
Dios planeó que disfrutáramos en plenitud cada promesa que Él le hizo a Su pueblo en Deuteronomio 28. Como herederos de la promesa de Dios, esas bendiciones son nuestra herencia. Ahora bien, si las bendiciones que Dios nos prometió aún no se están manifestando plenamente en nuestra vida; quizás sea porque desconozcamos nuestra herencia, o porque ignoramos la promesa que se nos ha dado a través de nuestro pacto con Dios.
En Génesis 12 encontramos una promesa en particular que Dios le hizo a Abraham —una promesa que también es para nosotros como descendientes de Abraham—. Dios le manifestó en el versículo 2: «Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición» (RV95). La versión bíblica amplificada (AMP), traduce ese mismo versículo de la siguiente manera: “Te bendeciré [con un gran incremento de favores]”. En otras palabras, Dios prometió incrementar Su favor en la vida de Abraham.
Un incremento abundante
Este incremento abundante de favor trajo cosas buenas a la vida de Abraham, al tiempo que, hará lo mismo por nosotros. Ese tipo de favor abundante es parte de nuestra herencia, y está a nuestra disposición; pues somos herederos de Abraham. No podemos ni siquiera imaginar las buenas cosas que el favor de Dios llevará a cabo en nuestra vida, pues Él: «…es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos…» (Efesios 3:20).
A medida que la Biblia narra la historia de Abraham, podemos ver que él fue un hombre exitoso, próspero y poderoso, gracias al favor de Dios. Ningún enemigo podía derrotarlo porque tenía el favor de Dios. Abraham siempre salió victorioso, sin importar en dónde estuviera o las circunstancias por las que estuviera atravesando. En un punto de su vida, Dios le manifestó: «…Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré» (Génesis 12:1, RV95). Cuando Abraham dejó a su familia y su tierra, terminó en medio del desierto —y aun en ese lugar, Dios lo hizo un vencedor—. Al final de su vida, la Biblia manifiesta que: «Abraham estaba ya entrado en años, y el SEÑOR lo había bendecido en todo» (Génesis 24:1, NVI).
La intención de Dios al establecer un pacto con Abraham, era crear un canal por el cual Él pudiera bendecirlo. Y gracias a la promesa que Dios le hizo a Abraham, Él también tiene un canal por el cual puede bendecirnos. Dios desea que vivamos bajo el favor divino —ese tipo de favor que abre puertas que el ser humano no puede abrir—.
Recuerda que vivir bajo el favor divino, no significa que nunca tendremos problemas, que nunca enfrentaremos oposición, o que nunca nos lastimarán. Significa que si invertimos tiempo para aprender acerca de nuestra herencia de favor, y luego nos determinamos a vivir bajo ese favor todos los días, veremos a Dios actuar en nuestra vida de una manera nueva y poderosa.
Dios está dispuesto a mostrarnos Su favor
Los primeros versículos de la Biblia que nos muestran a Dios interactuando con el ser humano, nos presentan una hermosa imagen de Su naturaleza misma, la cual es mostrarnos Su favor: «Los bendijo Dios y les dijo: «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra» (Génesis 1:28, RV95).
La gracia y el favor de Dios se manifestaron cuando bendijo por primera vez al hombre y a la mujer que había creado a Su imagen. El Señor les dijo: «…fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad…». Es en esta bendición, que podemos ver el corazón de Dios y Su favor abundante, el cual fue entregado al ser humano. Sin embargo, muchas personas —incluyendo cristianos— aún necesitan recibir la revelación del favor de Dios.
Recuerdo una ocasión en la que volvía a Fort Worth, después de ministrar en una reunión en Tulsa, Oklahoma. Me había tocado el asiento central en mi fila, y en la ventanilla se encontraba una señora de unos 60 años. Intercambiamos una mirada y nos saludamos. Luego, me senté mientras el resto de los pasajeros abordaba el avión, incluyendo un grupo de personas que había asistido a la reunión en la que había predicado.
Al verme, estas personas me saludaron: “¡Hola hermano Jerry!” “¿Cómo estás hermano Jerry?” “Disfrutamos de tus prédicas esta semana”.
Después de estos saludos con los integrantes del grupo, la señora volteó y me dijo: «Supongo que eres un ministro».
«Así es señora, soy un ministro», le respondí.
«¡Qué bueno, porque necesito oración, y la necesito ya mismo!», me contestó.
Escuché mientras me describió su situación, y al finalizar le hablé acerca del favor de Dios y le expliqué el impacto que podría tener en su vida. Luego, oré por ella. Después, ella me dijo: «Debe ser maravilloso ser amado y respetado por tantas personas». A lo cual le respondí: «Bueno, sólo puedo decirle que todo se lo debo al favor de Dios del cual acabo de hablarle, y es un honor contar con Su favor en mi vida». Estoy seguro de que esta señora regresó a casa con una nueva revelación del favor de Dios.
En ocasiones, cuando Carolyn y yo meditamos acerca del favor de Dios sobre nuestra vida, nos maravillamos. No es que nosotros tengamos más privilegios que los demás, pero Dios ha bendecido la obra de nuestras manos de maneras asombrosas. ¡Definitivamente, Él ha cumplido Sus promesas en nuestra vida! Y en agradecimiento, hemos pasado más de 40 años esforzándonos por cumplir la promesa que le hicimos al comenzar el ministerio. Le prometimos a Dios que sin importar el alcance que este ministerio tuviera, ni su crecimiento, o el renombre que obtengamos; siempre seremos las mismas personas que éramos antes de iniciarlo. Nos propusimos que nunca nos sentiríamos superiores, y que nunca nos olvidaríamos de los que nos ayudaron a llegar hasta donde estamos. Por el contrario, prometimos estar dispuestos a mostrar el mismo nivel de favor que Dios nos ha mostrado. Esa promesa es la razón por la cual continúo aceptando invitaciones para predicar en iglesias pequeñas que no tienen más de 50 miembros.
Recientemente, visité una iglesia maravillosa. Los pastores eran una pareja de edad avanzada, y la iglesia atravesaba una situación financiera difícil; y a pesar de eso, ellos hicieron lo mejor que pudieron para atenderme mientras estuve ahí. Antes de regresar a casa, decidí cubrir mis propios gastos —y lo que me dieran de ofrenda, mucha o poca, se la devolvería a esa preciosa pareja, y la sembraría en sus vidas—.
La ofrenda que recibieron la noche que prediqué fue la más grande que esa pequeña congregación había recibido. Antes de retirarme, el pastor me dio el cheque muy contento. Lo miré, y le pregunté: «¿Pastor, este cheque es todo mío?».
«Así es, hermano Jerry. Es todo suyo», me respondió.
«Me está diciendo que es todo mío, sin ninguna restricción; y puedo hacer con él lo que yo quiera», volví a preguntarle.
«Así es hermano Jerry».
Entonces tomé una lapicera, endosé el cheque, se lo devolví al pastor, y le dije: «Ahora este cheque es para usted y su esposa».
Cuando me preguntó por qué le estaba devolviendo el cheque, le contesté: «Sólo llámelo favor. El favor de Dios».
Dios nos creó a Su imagen, y si Él está dispuesto a mostrarnos Su favor, ¿no deberíamos nosotros también estar dispuestos para mostrar ese favor a los demás? Pues a medida que sembremos semillas de favor en la vida de los que nos rodean, ese favor comenzará a crecer en nuestra propia vida, al igual que en la de Jesús. En Lucas 2:52, leemos: «Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres». Si Jesús tenía la capacidad para crecer en el favor con Dios y los hombres, entonces nosotros también la tenemos.
Vivir en el favor de Dios produce alegría en nuestras vidas. En Salmos 5:12, leemos: «Tú, Jehová, bendecirás al justo; como con un escudo lo rodearás de tu favor» (RV95). La versión amplificada traduce el mismo versículo de la siguiente manera: “Como con un escudo estarás rodeándolo con tu buena voluntad (agrado y favor)” (AMP). A pesar de lo que algunos cristianos te digan, debes tener la certeza de que Dios no se opone a que disfrutes esta vida. De hecho, ser creyente debe ser algo divertido. Recuerda que Jesús oró para que Sus discípulos tuvieran Su: «…gozo cumplido en sí mismos» (Juan 17:13).
De acuerdo con la oración de Jesús, nuestro gozo debe ser un reflejo de Su mismo gozo. La profecía mesiánica de Isaías, al referirse a Jesús, manifiesta que: «…el deleite de Jehová será prosperado en Su mano» (Traducción libre de King James Version – Isaías 53:10). Una vida marcada con alegría, y disfrutada con reverencia a Dios, es otra forma de mostrarle al mundo la imagen de Dios en la que fuimos creados.
Coronados con honor y gloria
En todos estos años de ministerio, he visto a muchas personas que no han disfrutado las victorias que les pertenecen, y esto se debe a que tienen una imagen muy pobre de sí mismas. Jesús declaró que debemos amar a los demás como a nosotros mismos; no obstante, he visto que hay muchas personas que ni siquiera se aman a sí mismas. En 2 Timoteo 2:1, se nos ordena que nos esforcemos: «…en la gracia que es en Cristo Jesús». En otras palabras, no debemos ser débiles son respecto al favor de Dios. Necesitamos ser fuertes y tener una actitud positiva en lo que concierne al favor de Dios. Muchos creyentes, en especial aquellos que no fueron criados en un ambiente donde los animaran o estimularan, tienen dificultad para entender esta verdad.
Una noche Carolyn y yo volvíamos a casa después de cenar, cuando de repente ella vio la calcomanía en el parachoques del vehículo en frente a nosotros. A la distancia parecía una de esas calcomanías con mensaje positivo, indicando que el hijo del conductor es un estudiante con buenas notas en la escuela. Sin embargo, al acercarnos, ésta decía: “Mi hijo es el prisionero número uno en la cárcel del estado de Texas”. Ahora bien, estoy seguro que cuando estas personas pegaron la calcomanía en su vehículo, lo hicieron porque creyeron que sería algo gracioso —y no porque en realidad quisieran que su hijo estuviera en prisión—. Lo que estoy tratando de decir es: Cuando un hijo crece escuchando palabras de ese tipo, palabras como las de esa calcomanía, lo más seguro es que esas palabras se cumplan en su vida.
Algunas personas me han preguntado: “¿Estás diciendo que si declaro ese tipo de cosas sobre la vida de mis hijos, se cumplirán en la vida de ellos?”.
Yo siempre les respondo: “Si no hay una intervención divina, por supuesto que sí”. La Palabra de Dios nos enseña: «Instruye al niño en su camino, y aún cuando fuere viejo no se apartará de él» (Proverbios 22:6). Las palabras que confesamos sobre la vida de nuestros hijos llevan un gran poder, no importa si son buenas o malas. Por esa razón, es de suma importancia declarar el favor divino de Dios sobre nuestras familias a diario.
Para aquellos que crecieron sin escuchar palabras de gracia y favor divino sobre sus vidas, les tengo buenas noticias. Podemos usar la Palabra de Dios para destruir: «…argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Corintios 10:5, RV95). El apóstol Pablo describió la Palabra de Dios como: «…viva, eficaz y más cortante que toda espada de dos filos: penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12, RV95). Por medio de la Palabra de Dios, podemos cambiar nuestra manera de pensar y hacer que nuestros pensamientos se alineen con lo que Dios declara acerca de nosotros. Dios manifiesta que fuimos creados a Su imagen, y que fuimos coronados con gloria y honor. Por tanto, debemos vivir en autoridad y dominio.
Cuando nos armamos con el nombre de Jesús y la Palabra de Dios, podemos tomar autoridad sobre las mentiras y toda circunstancia que nos desalienta, las cuales parecieran controlar nuestras vidas. El favor de Dios puede cambiar situaciones que parecen imposibles.
¿Recuerdas Salmos 84:11? «Porque sol y escudo es Jehová Dios; gracia [favor divino] y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad». No importa qué tan terribles puedan ser tus circunstancias, cuánto dinero necesites, o qué tan negativo sea el reporte que recibiste del médico o del abogado —tampoco importa la cantidad de veces que te dijeron que nunca lograrías nada—. Cuando el favor de Dios se presenta, el fracaso y la derrota ya no serán algo inevitable. Pues el favor de Dios trae cosas buenas a tu vida: trae prosperidad.
Cuando entendamos de corazón lo importante que somos para nuestro Padre celestial, la duda y la inseguridad desaparecerán, y viviremos en la plenitud de nuestra herencia de favor, la cual nos pertenece en Jesucristo.