A sus 17 años, Jenny Kutz experimentó el dolor del divorcio de sus padres. Dolor que al principio la dejó sin esperanzas—y truncó sus expectativas acerca del futuro—. En su nuevo libro, titulado: ABBA, Jenny comparte cuán fiel ha sido Dios para sustentarla y mantenerla firme desde entonces. Y que Él tiene un plan maravilloso no sólo para ella, sino para todo hijo que esté atravesando por una situación de divorcio. En su libro, Jenny anima a otros que se encuentren en situaciones similares, sin importar las circunstancias que estén enfrentando: la vida no se ha acabado y aún hay esperanza. Hay esperanza en Jesucristo, y apenas han comenzado tus nuevas aventuras. El siguiente artículo es un extracto adaptado del libro ABBA.
Recuerdo una ocasión, en la que estuve frente a frente a una mujer que pensaba suicidarse.
Ella llegó al altar durante un servicio en respuesta a un llamado y me dijo que era atormentada continuamente con pensamientos suicidas. Sentía que no estaba a la altura del estándar de ninguna persona, e insistía: «No merezco que nadie se preocupe por mí por todas las cosas que he hecho. He decepcionado a mi esposo. Él trabaja muy duro para darme lo que necesito, sin embargo, lo único que he hecho es defraudarlo a él y a mis hijos». Y siguió hablando de todos los errores y fracasos que había tenido.
Comencé a ministrarla, y le compartí acerca del perdón y la gracia de Dios. Le compartí las promesas maravillosas que Dios tiene para ella; sin embargo, ella continuaba repitiéndome sus errores, fracasos y como no servía para nada. Aunque yo estaba compartiendo con ella verdades espirituales que la harían libre, sus pensamientos no le permitían aceptar la gracia de Dios. Yo sentía que no estaba llegando a ningún lugar, pues cada vez que le decía algo, ella continuaba dándome razones de porque era una “inútil”.
Finalmente, y en medio de las quejas acerca de sus errores y fracasos, el Espíritu de Dios creció dentro de mi y le pregunté directamente: “¿Sabes que tu Padre te ama?”.
De repente hubo un silencio entre nosotras. Yo pude ver como la pregunta la había golpeado tan fuerte como una tonelada de ladrillos, al tiempo que una sensación de calma la inundaba, y se daba cuenta que tenía un Padre que la amaba muchísimo. Un rato más tarde, ella susurró: “Mi Padre me ama”.
Yo le respondí: «Tal cual, sólo deja que la idea te invada. Digámoslo otra vez».
Cada vez que ella lo repetía, la sanidad y el amor comenzaron a agitarse en su corazón. Y mientras más permitía que la verdad penetrara, más la creía. Toda conversación referente a su pasado desapareció, para ser reemplazada por la bondad del perdón de Dios. Le compartí escrituras referentes al amor de Dios, y continué animándola.
Esta mujer sólo pudo recibir el perdón y la gracia de Dios hasta que recibió la revelación del amor de Dios por ella. Mi Padre me ama. Esas cuatro palabras cambiaron por completo el curso de su vida. El amor de Dios penetró hasta el fondo de su corazón para rescatarla. Creo que sigue viva hoy, por el poder de Dios y la revelación de saber cuán preciosa es para Él. Ella cambió cuando dejó de ver a Dios como alguien lejano e impersonal y lo empezó a ver como un Padre que la amaba a pesar de sus errores. Comenzó a ver a Dios como un Padre a quien podía acudir y en quien podía confiar.
Dios también te ha escogido a ti para amarte y protegerte. Veamos lo que Jesús manifestó en Juan 15:16 «Ustedes no me eligieron a mí, yo los elegí a ustedes…» (NTV). Él eligió amarte tal y cómo eres. Pueda que sientas que no mereces ser amado, aceptado o que no mereces protección alguna por lo que has hecho en el pasado. Sin embargo, ese pasado no puede cambiar lo que Dios siente por ti, o Su compromiso de cuidarte. De hecho, Él ya sabía que cometerías los errores que has cometido, y aun así eligió amarte.
El amor de Dios es más profundo que cualquier otro amor que puedas encontrar. No importa lo bajo que caigas, no existe nada que pueda separarte de Su amor. No puedes correr de Su amor; aun así lo hayas intentado. Él siempre te amará, sin importar si eliges amarlo o no. Sin embargo, aunque Su amor es tan grande, Él te da la opción de aceptarlo. El te deja decidir si quieres llamarlo: “Padre”. Tú eres algo tan preciado para Él, que creó un camino para que pudieras llamarlo “Padre”.
Recuerdo una noche cuando clamé a Dios porque me sentía herida, Él me mostró una visión en dónde yo era una niña pequeña. Me vi corriendo hacia Sus brazos. Corría a toda velocidad y con todas mis fuerzas. Nunca me distraje, mi mirada estaba enfocada por completo en Él.
Cuando al fin lo alcancé, pude sentir que me sonreía, sentí el amor en Él. Me alzó y me comenzó a dar vueltas y más vueltas, como un padre lo hace con su niña pequeña. Cuando terminó de darme vueltas, me sentó sobre sus piernas. Recuerdo que me sentía tan inocente y tan segura, que todos mis temores y preocupaciones desaparecieron en Su gran amor. Ésa es la clase de Padre que Dios anhela ser para nosotros.
A medida que pasan los años me he propuesto mantener mi fe como la de un niño, aprovechando cualquier oportunidad para clamar y correr hacia mi Padre celestial. Cierra tus ojos e imagínate a Dios levantándote en Sus brazos amorosos. Deja que todo el temor y el remordimiento se derrita en Su presencia. Entrégale todas tus preocupaciones y déjalas desaparecer. Permite que Dios Padre sea Abba en tu vida: Tu Papi. Cada vez que comiences a preocuparte por alguna situación en tu vida, sólo di en voz alta: “Mi Padre me ama. Mi Padre me ama”. Y deja que esas palabras resuenen dentro tuyo.