Era otro día perfecto en el sur de la Florida cuando Matthew Palant, a sus 20 años, se subió a la motocicleta y aceleró. Un pensamiento rondaba en su mente y se negaba a dejarlo en paz: tu amigo acaba de morir. Ve a ponerte el casco y la chaqueta.
Su amigo estaba muerto. Era el mismo amigo que le había enseñado cómo manejar motocicletas, y ahora había muerto en un accidente motociclístico. Matthew había presenciado en el hospital el momento en que lo desconectaron del respirador artificial. Ese momento había sido sombrío… pero no había sido su primer encuentro con la muerte.
La verdad era que varios de sus amigos habían muerto, ya sea en accidentes automovilísticos, accidentes de motocicleta o a causa de sobredosis. Y dado su estilo de vida, Matthew podría ser el próximo. Había comenzado a fumar marihuana a los 15 años y, cuando alcanzó los 17, ya se había convertido en un hábito diario. También bebía, usaba cocaína, éxtasis y medicamentos recetados; un coctel que se combinaba con altas dosis de litio para tratar su trastorno bipolar.
En su condición de adicto de alta funcionalidad, Matthew había logrado mantener un trabajo como asistente en un consultorio médico y complementaba sus ingresos vendiendo drogas. Sus padres lo habían echado de la casa luego de que lo encarcelaran por tercera vez, así que dormía en su auto y alternaba distintos sofás en casas de varios amigos. Su padre, un oficial de policía, lo había sacado de problemas menores con la ley; pero ahora ya habían pasado meses desde su última conversación.
Apagando la motocicleta, Matthew volvió a entrar y tomó su casco. No se molestó en recoger la chaqueta. Solamente manejaría por 6 cuadras.
Al ver a uno de sus amigos motoqueros, Matthew se rio y lo persiguió. Se abrieron camino a través de un vecindario a 90 Km/h en una carretera con múltiples curvas en forma de “S”. Al girar en una de las curvas se encontró con un vehículo delante de él. Pisando los frenos, comenzó a deslizar su moto, arrastrando su rostro y cuerpo en el proceso.
Matthew no sintió miedo alguno mientras hacía contacto con el pavimento. Ni emociones. Ni remordimiento. ¿Por qué debería? Para él Dios no existía. La vida debía ser vivida al límite hasta que murieras. Y después… nada.
El regalo del día de la madre
“Sobreviví el accidente”, recuerda Matthew, “pero necesitaba ir al hospital. Entonces, llamé a mi mamá para preguntarle si todavía tenía seguro médico. Ella siempre había usado un amor áspero conmigo. Se negaba a darme dinero o a ayudarme. Pero habíamos mantenido una buena relación, y ella siempre me recordaba que me amaba. Sin embargo, ella estaba fuera de la ciudad ese día, así que mi padre contestó el teléfono y me recibió en el hospital. Nuestra relación no era buena, pero él siempre estaba listo para ayudarme.”
Matthew era el mayor de tres hijos. Con su hermano medio siguiéndole los pasos, sus padres estaban enfocados en proteger al hermano menor de su influencia, pero sin el beneficio de ninguna fe para respaldarlos.
“Mamá era cristiana cuando conoció a papá”, explica Matthew, “pero él era judío. Entonces, decidieron criarnos ignorando ambas religiones. Querían que tomáramos nuestras propias decisiones. Yo no tenía idea de quién era o por qué estaba en este planeta. No tenía concepto alguno del significado de la vida.”
En mayo del 2007, cuando Matthew tenía 22 años, recibió una llamada inesperada de parte de su mama. “Todo lo que quiero para el Día de la Madre es que vayas conmigo a la iglesia”, le dijo.
“¿La iglesia?”
Ella le explicó que una amiga la había invitado y que ella había asistido un par de veces.
“Iré si eso te hace feliz”, le respondió Matthew.
El día que Matthew apareció en la iglesia, el mensaje del día se titulaba “Lo arruiné con mi adicción”.
“¿Qué me va a decir este pastor sobre la adicción?”, se preguntó Matthew. “Ya he estado en Alcohólicos Anónimos, Narcóticos Anónimos y en varias rehabilitaciones ambulatorias. Además, no soy un adicto.”
Durante el servicio, todos recibieron una piedra del río. El pastor explicó que esa roca representaba la adicción. El concepto le parecía extraño, pero, sin prestarle atención a ese detalle, el servicio transcurrió sin incidentes para Matthew. Cuando salió de la iglesia, roca en mano, supo que algo le estaba pasando. Esa noche Matthew se sentó en soledad y lloró durante tres horas. Todo el dolor y las emociones atrapadas salieron a la superficie. A la mañana siguiente, despertó con sentimientos encontrados acerca de la roca, por lo que decidió esconderla en un cajón. Un pensamiento que sonó como una voz le dijo: No; si la pones en ese cajón, puedes volver a ella cuando las cosas se pongan difíciles. Matthew decidió entonces arrojarla a un lago.
A partir de ese día, nunca más volvió a usar drogas.
Durante las siguientes semanas y meses, dejó el alcohol y los cigarrillos. Su deseo por esas cosas fue reemplazado por algo novedoso. Ahora tenía un apetito voraz por las cosas de Dios.
Un hombre diferente
“Fui a la iglesia y asistí al grupo universitario”, comenta Matthew. “Pero yo era un pájaro diferente. Tenía tatuajes, y tenía un aspecto aterrador. Era un matón de la calle que pesaba 140 kilos. Los jóvenes de la iglesia me miraban con curiosidad. Hablaron de Noé, David, Goliat y Sansón. Nunca había oído hablar de ellos, así que comencé a leer la Biblia. Mi familia estaba esperanzada pero nerviosa, a la espera de la próxima tormenta.”
Si bien la iglesia a la que asistió Matthew acogía entre 5.000 y 8.000 personas en múltiples servicios cada fin de semana, solo unos 10 se presentaban para el grupo universitario. Parecía un número pequeño, pero ¿qué podría hacer alguien como Matthew al respecto? El pensamiento que sonó como una voz le dio la respuesta en forma de pregunta: ¿Puedes contactar a personas como tú?
“Pensé que podría”, dice Matthew, “así que me paré en el vestíbulo en cada servicio repartiendo tarjetas con los horarios de nuestro grupo universitario para adultos jóvenes. En unos pocos meses, el grupo universitario tenía entre 80 y 100 personas. Creció constantemente hasta que alcanzamos 300 a 400 personas en la base de datos. Les enviaba una escritura o una palabra de aliento unas cinco veces a la semana”. Finalmente, Matthew comenzó un grupo universitario en otro campus.
Pero todavía le faltaba algo. Tenía hambre por más de Dios. Entonces continuó buscando, y en poco tiempo el Señor lo llevó a un ministerio relacionado con los Ministerios Kenneth Copeland.
“Esto fue crucial en mi vida”, nos dice Matthew, “porque aprendí la Biblia en un nivel completamente nuevo. Descargué la transmisión diaria del programa La Voz de Victoria de Creyente en TV y las enseñanzas de Keith Moore. Los escuchaba de una a tres horas diarias. Cuando aprendí a vivir y a caminar por fe, recibí la plenitud del Espíritu Santo.”
En el 2010, Matthew recibió un mensaje de texto de una mujer de la iglesia a la que había asistido por primera vez. Ella le decía que tenía hambre de más de Dios, y que el Señor le había ordenado que lo contactara. Durante años, Matthew se había mantenido alejado de las mujeres porque no confiaba en sí mismo para manejar bien las relaciones. Pero después de orar, aceptó encontrarse con Shany, una maestra de México, y su amiga en un café una vez por semana. Durante esas reuniones, leían la Biblia y escuchaban las enseñanzas de Kenneth Copeland y Keith Moore. Cuando terminaban las reuniones, Matthew se iba sin tomarse el tiempo para entablar una conversación personal.
Después de reunirse con Shany durante unos ocho meses, Matthew escuchó estas palabras: Ella es tu esposa. Al principio, reprendió al diablo. Cuando las escuchó por segunda vez, decidió ayunar. Lo que Matthew no sabía era que casi al mismo tiempo que escuchaba esas palabras, Shany escuchó una voz que le decía: Él es tu esposo. Al igual que Matthew, ella reprendió al diablo. Cuando las escuchó por segunda vez, también ayunó.
En noviembre de ese año, Matthew le propuso matrimonio y Shany aceptó. Seis semanas después se casaron.
Habían pasado dos semanas desde que Matthew y Shany se casaron, y Matthew se fue a África en un viaje misionero. Allí, rápidamente entabló relaciones con pastores locales, celebró reuniones, predicó la fe y la prosperidad, y vio sanar a muchas personas. Durante los siguientes tres años, visitó Kenya y Uganda cinco veces.
En el 2014 visitaron Mozambique durante tres meses para asistir a una escuela misionera, luego Kenya para hacer un seguimiento con los pastores locales con los que habían establecido relaciones. Al descubrir que allí había pocas escuelas y que las que habían estaban llenas con 100 a 150 estudiantes por maestro, Shany le preguntó a varios niños qué pedirían si pudieran tener cualquier cosa en el mundo.
“Una escuela”, le respondieron.
“Compramos terrenos en Kenya”, dice Matthew, “y en el 2017 iniciamos la construcción. Desde entonces, hemos enviado a tres maestros a la universidad y hemos plantado seis iglesias en aldeas que todavía están en funcionamiento. Hemos construido cuatro aulas para nuestra escuela. Vimos a un hombre, a quien sus médicos querían amputarle los brazos, sanarse y recuperar su movilidad por completo; vimos sanar y correr a un niño cojo de nacimiento, lo que subsiguientemente llevó a un borracho del pueblo a entregarle su vida a Jesús. Desde el 2014 hasta ahora, el ministerio en Kenya ha seguido creciendo y llegando a Uganda, donde también pasamos días durmiendo y ministrando en un campo de refugiados a 10 km de la frontera con Sudán del Sur.”
Palabras de vida cuando te enfrentas a la muerte
En octubre del 2015, Matthew y Shany se mudaron a Reynosa, México, al otro lado de la frontera con McAllen, Texas. Catalogada como una de las ciudades más peligrosas de México, la vida en Reynosa estaba marcada por guerras entre carteles, robos de automóviles, secuestros, tiroteos y disparos que se prolongaban durante toda la noche. Vivir por fe no era algo optativo. Cada vez que salían de casa, Matthew y Shany corrían hacia su auto, cerraban las puertas y oraban en lenguas mientras conducían por la ciudad.
A pesar de estar embarazada de su primer hijo en el 2017, Shany continuó sirviendo junto a Matthew, trabajando con pastores locales, organizando y facilitando conferencias de pastores y ministrando en iglesias, prisiones, burdeles y bares. Nunca sufrió ni siquiera un síntoma de náuseas matutinas.
El 13 de noviembre de ese mismo año, Shany comenzó su proceso de parto. Llegaron al hospital a las 4 p.m., y menos de 30 minutos después había nacido su hija Zoë… ¡muerta!
“¿Por qué no está llorando?”, le preguntó Shany a Matthew. “¿Esta todo bien?”
Sabiendo que las primeras palabras son las más importantes, Matthew le dijo a su esposa: “Todo va a estar bien.”
El doctor y las enfermeras estaban de pie al otro lado de la habitación, dedicados a Zoë. Cuando el médico se alejó por un momento, Matthew se acercó a su hija. Poniendo su mano sobre la frente de la bebé, declaró: “¡Vivirás, en el nombre de Jesús! ¡Zoë, vuelve a la vida!”
Su cuerpecito dio señales de vida. El color se infundió en su rostro y Zoë respiró hondo. La pusieron en una incubadora en la sección neonatal. Veintisiete horas más tarde, Zoë y Shany fueron dadas de alta. Poco tiempo después del incidente, Matthew nos relató que recibió una carta de la hija de la enfermera encargada del hospital. Ella les decía que una de las enfermeras que estaba en la sala de partos cuando nació Zoë le había descrito lo que presenció.
“Mi mamá está a cargo del personal de enfermería en el hospital Christus Muguerza®”, decía la carta. “Una enfermera se acercó a ella totalmente asombrada para contarle sobre la maravilla que había sucedido en el parto. Ella le dijo que todos habían presenciado cómo la bebé había nacido sin vida, pero que luego vieron cómo Matthew se acercó y oró por Shany y que él comenzó a hablar en un idioma muy extraño… Al mismo tiempo, pedían a la niña que viviera, pero lo que los sorprendió es que podían sentir algo extraño dentro de ellos, algo hermoso, y se sorprendieron al ver que, gracias a la oración, la niña recobró la vida. Cuando mi madre me lo compartió, supe al instante que habías sido tú. Gloria a Dios por el milagro.”
“En marzo del 2018 nos mudamos al área de Dallas/Fort Worth después de escuchar una palabra de Dios”, nos comenta Matthew. “El día después de mudarnos, KCM nos llamó y me ofreció un trabajo. En enero del 2019, Shany quedó embarazada de nuestro segundo hijo. Una vez más, se sintió genial durante el embarazo. El único problema era que nuestro hijo estaba en posición transversal, u horizontal. A las 32 semanas, durante la última ecografía, todavía estaba en esa posición.”
“Hablamos con él en el útero y le dijimos que se pusiera en posición para nacer, y lo hizo”, nos describe Matthew. “Su fecha de nacimiento era el 13 de septiembre, pero Shany comenzó a tener leves contracciones el 30 de agosto.”
Cuando llegaron al hospital, Shany ya estaba dilatada con 5 centímetros.
“Cuando llegó el momento de dar a luz y Shany comenzó a pujar, la frecuencia cardíaca del bebé disminuyó”, comenta Matthew. “Cuando dejaba de pujar, volvía a subir. El médico de guardia estaba haciendo una cesárea en otro lugar, por lo que una de las enfermeras llamó a un equipo de la unidad de cuidados intensivos neonatales.”
“Después de 12 horas laboriosas nació nuestro hijo, Judah. El cordón umbilical daba una vuelta alrededor de su cuello y otra alrededor de su cuerpo. Tenía un latido cardíaco débil, estaba morado y no respiraba.”
Mientras las enfermeras realizaban maniobras de RCP, Matthew y Shany comenzaron a orar y a llamar a su hijo a la vida. De repente, Judah comenzó a respirar. Después de que lograron estabilizarlo, el médico entró y descubrió que la placenta de Shany no estaba siendo expulsada y sugirió realizar una cirugía de urgencia. Mathew escuchó a Dios que le decía: ¡Compra tiempo!
¿Cómo lo hago? se preguntó Matthew. Rápidamente les pidió a las enfermeras que trajeran a Judah al lado de la cama de Shany. Cuando lo hicieron, la placenta salió y se evitó la cirugía.
“Judah nunca fue a la Unidad Neonatal de Cuidados Intensivos, y fueron dados de alta en menos de 48 horas”, comenta Matthew. Por segunda vez, él y Shany usaron su fe para creer en Dios, y recibieron el milagro de la vida en sus hijos que habían nacido muertos.
“Las enseñanzas que hemos aprendido a través de KCM han transformado nuestras vidas”, nos comenta Matthew. “Hemos aprendido a vivir y caminar por fe. Tenemos el poder de superar las dificultades y triunfar sobre ellas. Zoë tiene 22 meses, es perfecta en todo sentido y habla dos idiomas. Judah todavía es un bebé, fuerte y próspero. Dios no solo me ha redimido del pasado: nos ha entregado el mundo.”