Una mañana, no hace mucho tiempo, estaba sentado en la terraza detrás de nuestra casa mirando hacia el lago Eagle Mountain. Acababa de terminar mi rutina matutina, que incluye la lectura de las escrituras de sanidad que tengo pegadas en el espejo del baño. Tenía muy presentes estos versículos del Salmo 103:
¡Bendice, alma mía, al SEÑOR, y no olvides ninguna de sus bendiciones! El Señor perdona todas tus maldades, y sana todas tus dolencias. El Señor te rescata de la muerte, y te colma de favores y de su misericordia. El Señor te sacia con los mejores alimentos para que renueves tus fuerzas, como el águila. (versículos 2-5).
Mientras estaba allí, sentado, disfrutando de la vista de los árboles y el agua y alabando al SEÑOR, me di cuenta de que algunos buitres volaban por encima de mí. De repente, un águila calva se les unió. Ansioso por verlo mejor, le dije: “¡Señor, mándala de nuevo!”. Así lo hizo y, cuando el águila volvió a dar vueltas a mi alrededor, me acordé de aquellos versículos y pensé: ¡Dios está renovando mi juventud como la de ese pájaro! El águila es un ave magnífica. Lo que más me emociona de ellas son sus habilidades aeronáuticas. Como piloto, cuando me enfrento a una tormenta eléctrica, tengo que rodearla (a menos que vuele en un Citation X o un Gulfstream que tiene un techo de 15.250 metros). El águila, sin embargo, no tiene que hacerlo. En su lugar, levanta el vuelo y utiliza la corriente ascendente delante de la tormenta a su favor.
Pone sus alas en “modo ascenso” a la altitud adecuada y las bloquea para no tener que aletear. Luego, permite que las corrientes ascendentes la sigan elevando. Tiene sacos de aire en los pulmones que le permiten alcanzar grandes alturas, de modo que, una vez por encima de la tormenta, puede permanecer allí todo el tiempo que sea necesario. Puede dar vueltas, mirarlo todo desde arriba y divertirse.
¿Por qué puede hacer eso?
Dios la creó así.
Dios también nos creó así a los creyentes. Nos creó para subir victoriosos con alas de águila (Isaías 40:31). Nos dio a cada uno de nosotros la medida de la fe (Romanos 12:3) para que, cuando las tormentas de la vida empiecen a arremolinarse a nuestro alrededor, no tengamos que huir de ellas. En lugar de eso, podemos ponernos en modo escalada. Podemos tomar vuelo en las grandes y preciosas promesas en la PALABRA de Dios y bloquear nuestras alas espirituales en la altitud correcta.
Si una tormenta de enfermedad luce amenazante, podemos bloquearlas en una actitud de sanidad. Si la escasez nos amenaza, podemos bloquearlas en una actitud de prosperidad. Si las nubes de la derrota comienzan a reunirse, podemos bloquearlas en una actitud de victoria. Podemos seguir elevándonos sobre las alas de la fe y vencer.
Cuando pienso en lo que puede suceder cuando un creyente se aferra a la PALABRA de Dios de esa manera, me acuerdo de la madre de Joel Osteen, Dodie. Hace muchos años, ella enfrentó una tormenta que, en lo natural, no tenía forma de sobrevivir. Nunca olvidaré el día en que ella y John (el padre de Joel) nos llamaron a Gloria y a mí para decirnos que le habían diagnosticado cáncer de hígado. Según los médicos, su estado era mortal. El cáncer había progresado hasta tal punto que dijeron que no había nada que la ciencia médica pudiera hacer para ayudarla.
Por supuesto, Gloria y yo oramos y estuvimos de acuerdo con ella y con John por su sanidad; sin embargo, Dodie sabía que no podía depender de la fe de otras personas. Sabía que tenía que usar la suya, así que se puso en modo escalada. Una vez que los médicos le dieron su diagnóstico, no volvió al hospital. En lugar de eso, preparó una lista de escrituras de sanidad.
A partir de entonces, cada mañana, al levantarse, las leía. Durante el día, volvía a leerlas. Por la noche, volvía a leerlas. No las citaba de memoria. Las leía, en voz alta, todos los días, tres veces al día. También actuaba según esos versículos. No se comportaba según lo que sentía, sino según lo que creía: la PALABRA de Dios. Santiago 2:17 dice: «La fe, si no tiene obras (hechos y acciones de obediencia que la respalden)… está destituida de poder» (Biblia Amplificada, Edición Clásica). Así que, aunque Dodie se sentía tan débil que a veces apenas podía cruzar la habitación, se negó a irse a la cama.
Tu asunto más importante
Dodie Osteen no sólo terminó superando esa tormenta en particular, sino que también ha estado volando alto, con salud, desde entonces. Décadas han pasado y ella sigue viva y bien. John ya se ha ido al cielo, pero Dodie sigue fuerte. Gloria y yo tuvimos el privilegio de estar presentes en su cumpleaños número 75, y podemos confirmar que está vibrante y llena del Espíritu de Dios. Dodie eventualmente publicó esa lista de escrituras de sanidad que ella reunió. Tengo la mayoría de ellas marcadas con pestañas en mi Biblia. Varias de ellas están en la lista de escrituras de sanidad que leo todos los días de la lista pegada en el espejo de mi baño.
“Pero, hermano Copeland”, podrías decir, “no entiendo por qué sigues leyendo los mismos versículos todos los días. Seguramente ya puedes recordar lo que dicen.”
Ciertamente puedo. Pero Dios no me dijo que sólo recordara Su PALABRA. Me dijo:
«Hijo mío, presta atención a mis palabras; Inclina tu oído para escuchar mis razones.
No las pierdas de vista; guárdalas en lo más profundo de tu corazón. Ellas son vida para quienes las hallan; son la medicina para todo su cuerpo» (Proverbios 4:20-22).
La gente aquí en Texas (especialmente si son del campo) generalmente no usan la frase presta atención como lo hace la Biblia allá. En lugar de eso, dicen simplemente “atiende a”. Si están enfocados en algo que es una prioridad, hablan de tener que atenderlo. Si están de camino a una cita urgente, por ejemplo, y alguien quiere que se detengan a charlar, dirán: “Me gustaría visitarte, pero antes tengo que atender un asunto importante.”
Para nosotros los creyentes, ¡El LIBRO de Dios es nuestro asunto más importante! Debemos ocuparnos de él en primer lugar. ¿Cómo lo hacemos? Manteniendo ese LIBRO delante de nuestros ojos, no sólo leyéndolo y diciéndolo en voz alta, sino viéndonos a nosotros mismos a la luz de él.
Cuando lees en el Salmo 103, por ejemplo, que Dios perdona todos tus pecados y sana todas tus enfermedades, te ves a ti mismo perdonado, sanado y bien. Cuando lees en 2 Corintios 8:9 que Jesús «por amor a ustedes, siendo rico se hizo pobre, para que con su pobreza ustedes fueran enriquecidos», te ves a ti mismo muy, muy próspero. Te ves sin deudas y «provisto en abundancia para toda buena obra y donación caritativa» (2 Corintios 9:8, AMPC). Así es como la PALABRA de Dios se convierte en vida para ti y en salud para tu carne. Te ves a ti mismo en ella. Piensas en ella. Meditas en ella. Te llamas a ti mismo como ella te llama.
Desde que era joven tenía problemas para dormir. Me pasaba la noche en la cama, hora tras hora, completamente despierto. Sin embargo, después que nací de nuevo y empecé a leer La PALABRA, descubrí que puedo llamarme a mí mismo dormido. Vi en el Salmo 127:2 que «el Señor da el sueño a los que él ama», y me di cuenta de que el sueño es un regalo de Dios. Así que escribí ese versículo junto con otros versículos sobre el sueño en un trozo de papel y los puse en mi mesita de noche. Ahora, en lugar de estar despierto la mitad de la noche, cuando me acuesto me llamo a mí mismo como me llama La PALABRA. Digo: “Gracias, Señor, que estoy profundamente dormido”. Y muy pronto lo estoy.
“Bueno, eso es una tontería”, podrías decir.
No, no lo es. De hecho, es todo lo contrario. Es operar como Dios lo hace. Él llama las cosas que no existen, como si existieran (Romanos 4:17). Así es como Él logró lo que hizo con Abram. Le dijo: «porque te he puesto como padre de muchísima gente» (Génesis 17:5). ¡Eso sí que era una tontería, naturalmente hablando! En aquel momento, Abram tenía unos 100 años; su mujer, Sarai, 90; había sido estéril toda su vida; y nunca habían tenido un hijo juntos.
Sin embargo, Dios dijo: “Te hice padre de muchas naciones, así que eso es lo que eres”, y cambió el nombre de Abram a Abraham (que significa “padre de muchas naciones”). A partir de entonces, Abraham se llamó como Dios le llamó, y en menos de un año se convirtió exactamente en lo que Dios dijo. Dios actúa de la misma manera con nosotros, los creyentes de hoy. Dijo: Por sus heridas [de Jesús] fueron ustedes sanados» (1 Pedro 2:24) y nos sanó. Así somos nosotros. Al estar de acuerdo con Él por fe y llamarnos sanados, lo que Dios ya ha hecho se manifiesta en nuestro cuerpo y, como Abraham, nos convertimos en lo que Dios dijo.
Presta más atención que nunca
Según Marcos 11:22-23, por la fe en Dios podemos tener lo que decimos. Con demasiada frecuencia, sin embargo, el pueblo de Dios dice lo que tiene. Esa es la razón por la que tantos están estancados en la derrota. Se llaman a sí mismos enfermos cuando quieren ser sanados. Se llaman a sí mismos quebrados cuando quieren ser prósperos. Charles Capps solía comparar esto con llamar al gato cuando quieres que el perro venga.
“El gato está sentado aquí mismo”, podrías decir. “¿Por qué llamas al gato si quieres que venga el perro?”
“Porque puedo ver al gato y creo que hay que llamarlo tal como es.”
Eso es una tontería. También es una receta para el fracaso, porque mientras sigan llamando al gato, el perro no vendrá. Sin embargo, cuando llamas a las cosas en tu vida como la Biblia las llama, ¡puedes estar seguro de que van a venir! Se van a manifestar porque la Biblia es un LIBRO de pactos. Cada una de sus grandes y preciosas promesas están respaldadas por la preciosa sangre de Jesús. Todas son sí y amén en Él (2 Corintios 1:20).
La próxima vez que tomes tu Biblia, recuérdate a ti mismo lo siguiente. Tómate un momento para declarar con gusto: “Esta es mi Biblia. Este es mi Señor hablándome. Soy lo que dice que soy. Tengo lo que dice que tengo. Puedo hacer lo que dice que puedo hacer. Lo que dice la PALABRA de Dios, ¡lo creo! Lo tengo. ¡Es mío! Aleluya.” Una vez que hayas dicho eso, abre tu Biblia y léela. Vuelve una y otra vez a los versículos y promesas en los que te apoyas por fe. Vuelve sobre ellos, teniendo en mente Hebreos 2:1 que dice: «Debemos prestar mucha más atención que nunca a las verdades que hemos oído, no sea que de alguna manera las pasemos por alto y nos desviemos» (AMPC).
El SEÑOR me habló acerca de esto en lo que concierne a la aviación cuando comencé a volar nuestro avión ministerial. Sabiendo que yo había sido piloto por años, mi familiaridad con el vuelo podría llevarme a descuidarme y podría dejar que las cosas se me escaparan. Él me dijo: Ahora estás volando para Mí, y necesitas cambiar tu actitud sobre algunas cosas. Incluso si sólo estás reposicionando el avión de un aeropuerto a otro, quiero que planifiques el vuelo. No solo ruedes las llantas, enciendas el motor y despegues. Créeme y planifica el vuelo.
La familiaridad puede llevar a la dejadez, y la dejadez puede ser peligrosa. Se dice que la mayoría de los accidentes de auto, por ejemplo, ocurren a menos de 40 km de casa. Eso no significa que tengas que mudarte. Significa que, cuando te acerques a casa, debes mantenerte alerta. Tienes que asegurarte de que no dejas de vigilar lo que haces porque estás muy familiarizado con la zona. No importa si sólo vas a dar una vuelta a la manzana; abróchate el cinturón. Sé consciente de lo que haces. Permanece atento a los detalles de la conducción.
Haz lo mismo con la PALABRA de Dios. Averigua lo que te dice a ti y sobre ti, y una vez que lo encuentres, préstale atención. Mantén esas preciosas promesas ante tus ojos, en tus oídos, en tu mente y en tu boca. Sigue leyéndolas y no dejes que se te escapen. He aprendido por experiencia lo fácil que es citar algo una y otra vez sin darme cuenta de cuánto lo estoy alterando. Me ha pasado con canciones que he grabado. Después de años cantando una canción, he vuelto a escuchar la grabación original y he pensado: no me había dado cuenta de que la había cambiado. Pero sin ser consciente de ello, con el tiempo lo hice. Simplemente ocurrió.
No dejes que eso ocurra con las Escrituras. Revisa tu Biblia y pon etiquetas en las páginas para marcar las grandes y preciosas promesas de Dios que reclamas por fe. Recurre a ellas con frecuencia y léelas en voz alta como lo hizo Dodie Osteen. Escríbelas en papel de carta y en fichas y pégalas en tu espejo y en tu mesita de noche. Enciérrate en ellas para que cuando llegue la tormenta (y las tormentas de la vida nos llegan a todos) puedas enfrentarla con La PALABRA en tu corazón y en tu boca y vencerla. Como el águila, ¡podrás ascender alto hacia la victoria sobre las alas de la fe! V