Es posible que pienses que una mujer cananea, inmersa en una cultura de adoración pagana de ídolos, no tendría mucho que enseñarnos como creyentes nacidos de nuevo. Pero aquella que tiene su historia registrada dos veces en los Evangelios, sin duda puede hacerlo.
Puede hacerlo a pesar de que, cuando aparece en las Escrituras, todavía no era una hija de Dios. A pesar de que ella no tenía ningún pacto con Él en absoluto. Ella nos dio un ejemplo a seguir. Nos dejó una lección que todos haríamos bien en aprender al hacer algo que llamó la atención de Jesús.
Fue algo que la posicionó para recibir exactamente lo que ella necesitaba de Él. Algo que la elevó de las tierras bajas espirituales a las filas de un puñado de personas en el Nuevo Testamento que recibieron de Jesús el reconocimiento más importante: “¡Grande es tu fe!”
Veamos el relato de lo que sucedió en Mateo 15. Dice que cuando Jesús viajaba por las costas de Tiro y Sidón: «De pronto salió una mujer cananea de aquella región, y a gritos le decía: «¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! ¡A mi hija la atormenta un demonio!» Pero Jesús no le dijo una sola palabra. Entonces sus discípulos se acercaron a él y le rogaron: «Despídela, pues viene gritando detrás de nosotros.» Él respondió: «Yo no fui enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.» (versículos 22-24).
¡A eso le llamo yo una bienvenida muy poco cálida! Y esa mujer recibió una, ¿cierto? Los discípulos no solo querían deshacerse de ella, sino que Jesús dijo que no estaba llamado a ministrarla.
Imagínate por un momento cómo la mayoría de las personas en nuestra cultura hipersensible y tan propensa a la ofensa de hoy reaccionarían ante ese tipo de recepción. ¡Terminarían la historia allí mismo! Ellos se alejarían con sus sentimientos heridos, murmurando algo como: “No me importa cuán ungido esté Jesús, no voy a soportar ese tipo de trato. Si Él no cree que yo califico para que Él me ministre, ¡simplemente me voy de aquí!”
Pero la mujer cananea no era como la mayoría de las personas de hoy en día. En lugar de ofenderse con Jesús, ella hizo lo contrario. Ella se humilló a sí misma.
«Entonces ella vino, se postró ante él, y le dijo: «¡Señor, ayúdame!» Él le dijo: «No está bien tomar el pan que es de los hijos, y echarlo a los perritos.» Ella respondió: «Cierto, Señor. Pero aun los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.» Entonces, Jesús le dijo: «¡Ah, mujer, tienes mucha fe! ¡Que se haga contigo tal y como quieres!» Y desde ese mismo instante su hija quedó sana.» (versículos 25-28).
Esos versículos nos proporcionan uno de los mejores ejemplos de humildad en toda la Biblia. Nos pintan la imagen de una mujer que no tenía orgullo en absoluto.
Ella no podía entender por qué Jesús la llamaba a ella y a su hija “perritos”. Ella no entendía que Él no lo había dicho para lastimarla, sino para provocarla a que declarara su fe y así poder librar a su pequeña niña. Sin embargo, ella se humilló y estuvo de acuerdo con Él de todos modos.
Mantuvo su corazón abierto a lo que Jesús estaba tratando de lograr en ella y tomó la actitud de: si dices que soy un perro, supongo que lo soy, pero vine aquí para obtener la liberación de mi hija y no me iré sin recibirla.
¿Cuál fue el resultado? Ella se elevó por encima de todas las circunstancias que estaban en su contra y terminó por conseguir un milagro. A pesar de sus antecedentes paganos y su falta de pacto, Dios la exaltó al responder su petición como si fuera Su propio hijo.
El orgullo te mantendrá despierto toda la noche
Si la humildad tuvo un efecto tan poderoso en esa situación, ¡piensa lo que puede hacer por nosotros como creyentes del Nuevo Pacto!
Puede significar la diferencia entre vivir bajo nuestros privilegios divinos y vivir la vida elevada que Dios nos ha proporcionado a través de Jesús. Puede estimular el desarrollo de nuestra fe y abrir la puerta para que caminemos en gran gracia. Por esta misma razón Dios nos habla tanto al respecto en las Escrituras. Es por eso que 1 Pedro 5 nos dice: «Asimismo… estén sujetos a los ancianos y revístanse todos de humildad unos para con otros porque: Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes. Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que él los exalte al debido tiempo. Echen sobre él toda su ansiedad porque él tiene cuidado de ustedes.» (versículos 5-7).
Revestirnos de humildad no significa rebajarnos. No significa que vayamos por ahí diciendo: “Soy indigno y nada bueno.”
La verdadera humildad es simplemente estar de acuerdo con lo que Dios dice. Es renunciar a intentar exaltarnos, dedicarle todas nuestras preocupaciones a Él, y confiar en que si simplemente le creemos y le obedecemos, Él Mismo nos exaltará en el momento justo y de la manera correcta.
El orgullo, por otro lado, es tomar la actitud de que sabemos más. Que nosotros tenemos razón y podemos manejar nuestras preocupaciones nosotros mismos. El orgullo te mantendrá despierto toda la noche tratando de encontrar una manera de solucionar cualquier problema que estés enfrentando. Y cuando tu solución no funcione, el orgullo le echará la culpa a todos los demás, incluso a Dios.
Te descubrirás diciéndole cosas como: “¡Simplemente no entiendo por qué no me ayudaste con esto!” No te permitirá darte cuenta de que Él no podía ayudarte porque estabas encargándote de eso tú mismo en lugar de dárselo a Él.
Recuerdo que hace algunos años me metí en esa situación en lo que respecta a las finanzas de nuestro ministerio. Nos atrasamos en el pago de nuestras facturas de televisión y durante un período de aproximadamente 12 meses seguimos retrocediendo hasta que quedamos con $6 millones de pagos atrasados. Era algo que me estaba superando.
Cuando llegó el momento de nuestra reunión anual de junta directiva, temía tanto tener que informarles el horrible año que habíamos tenido, que postergué la lectura del informe de fin de año que nuestro personal había preparado hasta la noche anterior a la reunión. ¡Oh, no quería ver ese informe! Sin embargo, cuando finalmente lo hice, me sorprendió.
No decía lo que esperaba. Por el contrario, mostraba que en un departamento tras otro habíamos tenido nuestro mejor año. En general, el ministerio había florecido. Debería haberme estado regocijando todo el año, pero había estado demasiado ocupado preocupándome por las facturas de televisión para darme cuenta.
Así es siempre cuando tú eres quien carga con el cuidado. Te especializas en lo que está mal y te olvidas de todas las cosas buenas y de las BENDICIONES que estás experimentando. Tienes una mentalidad tan enfocada en el problema que, a pesar de que El SEÑOR está tratando de ayudarte, estás demasiado cegado por la preocupación para que Él pueda hacerlo.
Kenneth, me dijo el SEÑOR mientras me maravillaba con el informe de fin de año. ¿Notaste que el único departamento que fracasó fue aquel del que estabas ocupándote tú mismo?
“Sí, señor”, le dije, “perdóname por favor. Sé que debo estar actuando mejor.” Humillándome ante Él, reconocí que yo había sido el problema en el ministerio y lloré por ello.
Era medianoche para entonces, y Gloria ya se había acostado. Pero la desperté y le conté lo que el SEÑOR me había mostrado. Nos arrepentimos juntos y luego le entregamos a Dios el cuidado de toda la situación. Lo pusimos en manos de Jesús, el Gran Financista.
Tres meses después, esos $6 millones que debíamos fueron pagados, y al mes siguiente, por primera vez en la historia de este ministerio, pagamos toda la factura de TV con un solo cheque.
Deja que Jesús sea el que se encargue
“Hermano Copeland, he intentado depositar mis preocupaciones al Señor, pero cada vez que lo hago, parece que el diablo aumenta la presión. Él sigue empujando esas preocupaciones en mi dirección.”
Claro que lo hará. Esa es su forma de operar, pero puedes rechazarlo obedeciendo 1 Pedro 5:8-10, que dice: «Sean prudentes y manténganse atentos, porque su enemigo es el diablo, y él anda como un león rugiente, buscando a quien devorar. Pero ustedes, manténganse firmes y háganle frente. Sepan que en todo el mundo sus hermanos están enfrentando los mismos sufrimientos, pero el Dios de toda gracia, que en Cristo nos llamó a su gloria eterna, los perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá después de un breve sufrimiento.»
¿Qué significa la frase: después de un breve sufrimiento?
Te diré lo que no significa. No significa que Dios tenga la intención de que tengas que sufrir por un tiempo con cosas como el pecado, la enfermedad y la falta de todo. ¡No! Esas cosas son parte de la maldición de la cual Jesús nos redimió en la cruz. Él pagó el precio para que nos liberáramos de ellas.
Cuando esas cosas intentan apegarse a nosotros, no se supone que debamos acostarnos y sufrir bajo la carga. Por el contrario, nos ponemos de acuerdo con lo que dice la Biblia, rehusamos ser movidos por circunstancias contrarias, y declaramos: “Por las heridas de Jesús estoy sano. Mi Dios satisface todas mis necesidades de acuerdo con Sus riquezas en gloria.” Luego, depositamos la carga de los síntomas de la enfermedad, la escasez o lo que sea sobre Jesús.
Cuando el diablo trata de traernos esas preocupaciones o cuidados, debemos resistirlo con todo nuestro ser. Debemos seguir golpeándolo con La Palabra, regocijándonos en el SEÑOR, sonriendo cuando la lucha se pone difícil, y diciendo: “Hoy no me preocupo. ¡Estoy despreocupado porque Jesús es mi Cuidador!”
Ese es el tipo de sufrimiento que los creyentes nacidos de nuevo están llamados a soportar. La clase que proviene de pelear la buena batalla de la fe. El tipo que viene de negarse a ceder a la carne y al diablo y someter nuestra voluntad, ideas y nuestras vidas a Jesús de Nazaret. La clase que viene de humillarnos a nosotros mismos bajo Su autoridad absoluta.
Piensa de nuevo en la mujer cananea. Ella se sometió a Jesús, incluso cuando Él la llamó “perro”. Ella lo llamó Señor y estuvo de acuerdo con todo lo que Él dijo. Ella no se inquietó ni un poco al respecto, a pesar de que inicialmente Sus palabras debieron haberla lastimado bastante.
Si vamos a recibir lo que queremos de Jesús, debemos tener esa misma tenacidad. Debemos evitar ser hipersensibles, porque las personas hipersensibles son rápidas para enojarse y lentas para arrepentirse. Nunca piensan que están equivocadas, por lo que no pueden ser corregidas.
Donde no hay corrección, no hay dirección del SEÑOR. Donde no hay dirección, no hay protección. Entonces, cuando estamos hipersensibles, terminamos en algún lugar donde no deberíamos estar, y el diablo puede dispararnos cuando no debería haber tenido la oportunidad.
Sin embargo, cuando somos humildes, Dios puede corregirnos, dirigirnos y protegernos. Como dice
1 Pedro 5:10, Él puede fortalecernos, establecernos y hacernos perfectos. La palabra “perfecto” tiene la misma connotación que la frase la práctica hace al maestro. Se refiere a algo que está siendo desarrollado, completado y llevado a la madurez.
El objetivo de Jesús cuando nos corrige es siempre desarrollarnos; nunca será el de lastimarnos. Todo lo que Él dice está diseñado para perfeccionar nuestra fe, porque la fe es lo que abre la puerta para que Él se mueva en nuestras vidas.
Recuerda esto: Jesús está siempre de tu lado. Él nunca está contra ti. Por lo tanto, nunca te ofendas con Él. Nunca empieces a pensar, cuando estás en medio de una pelea de fe, que de alguna manera Él ha desaparecido y te ha decepcionado.
En cambio, sólo humíllate y admite que si hay un problema, es contigo y no con Él. Di: “Señor, sé que has estado tratando de ayudarme a superar esto. Sé que me has estado hablando todo el tiempo. ¿Cómo es que no te escuché?”
Entonces deja de hablar y empieza a escuchar. Sé cómo Rufus Mosely, quien cuenta cómo estuvo recostado en el piso una vez, orando y clamando a Dios por un problema que tenía, y de repente tuvo un pensamiento brillante: aquí yace un tonto que no sabe nada, hablándole a quien lo sabe todo. Creo que sólo me callaré y escucharé lo que Él tiene para decir.
“Pero hermano Copeland, ¿qué pasa si me callo y el Señor no me habla?”
Él lo hará. Jesús lo dijo en la Biblia. En Juan 16, Él dijo que el Espíritu Santo que vive dentro de ti te guiará a toda verdad: «porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará, porque tomará de lo mío y se lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y se lo dará a conocer a ustedes.» (versículos 13-15).
El Espíritu Santo siempre está hablando. Él siempre te está revelando lo que Jesús está diciendo. Así que solo humíllate y escucha. Pon tus preocupaciones en Dios, tómate un tiempo para adorarlo y ábrele tu corazón a lo que Él tiene que decir. Cuando lo escuches, ponte de acuerdo con Él y resiste las mentiras del diablo al golpearlo continuamente con LA PALABRA.
Mientras lo haces, si sigues con el proceso, Dios continuará desarrollándote y fortaleciéndote. Seguirá perfeccionando tu fe hasta que Jesús pueda decirte las mismas palabras maravillosas que una vez le dijo a la mujer cananea: «Tienes mucha fe! ¡Que se haga contigo tal y como quieres!»