De vez en cuando, el tema de la guerra espiritual se convierte en un asunto popular; en un foco casi caprichoso para el Cuerpo de Cristo. Cuando esto pasa, se enseña con tanto entusiasmo que una persona que está asistiendo a la iglesia por primera vez podría asumir que la guerra espiritual es una revelación nueva, a pesar de que no lo es.
Ha habido muchos momentos en la historia donde este tema se transformó en furor en el sector carismático en el Cuerpo de Cristo. Cualquier persona que ha estado en contacto con el pulso nacional de la iglesia, rápidamente concuerda que a veces el Cuerpo de Cristo experimenta lo que suelo llamar: “la manía de la guerra espiritual”.
Este énfasis en la guerra espiritual es bueno por el hecho de que nos hace conocer mejor a nuestro adversario, el diablo, y la forma en la que opera. Una vez que entendemos su forma de operar, entonces podemos frustrar sus ataques en nuestra contra. Esta es la razón por la que Pablo compartió con los Corintios acerca del diablo y su estrategia: “no ignoramos sus maquinaciones” (2 Corintios 2:11, RVR1960).
Por otro lado, un exceso de énfasis en la guerra espiritual tiene el potencial de ser negativo para la iglesia. Si la guerra espiritual no es enseñada correctamente, puede ser devastadora, porque este tema tiene una manera única de capturar completamente la atención de la gente hasta que eventualmente no piensan en nada más. Y ese es el engaño favorito del diablo: hace que los creyentes magnifiquen su poder a un grado más alto del que se merece. Si este engaño funciona, estos creyentes desequilibrados con pensamiento focalizado en el diablo, comienzan a imaginarse que él está detrás de todo lo que ocurre y además se convierten en personas paralizadas e incapaces de funcionar normalmente en la vida cotidiana. De esta manera, el enemigo los neutraliza para impactar positivamente al reino de Dios.
Desafortunadamente, este ha sido el resultado en las vidas de muchas personas que se han focalizado en el problema de la guerra espiritual en los años pasados.
No malentiendas lo que estoy diciendo: no me opongo a la guerra espiritual. ¡La guerra espiritual es real! Las escrituras nos ordenan a lidiar con lo invisible, fuerzas que han sido enviadas en nuestra contra. Se nos ha ordenado “expulsar demonios” (Marcos 16:17) y “derribar argumentos” (2 Corintios 10:3-5). Esto es parte de nuestra responsabilidad cristiana hacia los perdidos, los oprimidos y los que están poseídos por demonios.
En mi propio ministerio he tenido que lidiar con manifestaciones demoniacas en algunas ocasiones. Por ejemplo, recuerdo una vez hace años cuando un joven adolescente satanista se me acercó al final de una de mis reuniones en una iglesia muy grande. Durante esa reunión, se dio cuenta que los poderes de satanás habían capturado su mente, así que vino al frente para recibir oración.
A medida que avanzaba por la fila orando por las personas, podía observar a la distancia con claridad que este joven en particular estaba enviando señales de una presencia diabólica muy intensa. A medida que me acercaba, percibía que él había estado envuelto en algún tipo de actividad ocultista.
Cuando finalmente arribé a su lugar en la fila, el joven me miró apretando sus ojos con tanta fuerza, que lucían como pequeñas hendiduras en su rostro. Al posar mi mirada en la suya, era como mirar a un mismo demonio. Analizando la situación, me di cuenta que este joven estaba buscando ayuda sin motivo ulterior. Había requerido gran determinación de su parte para ignorar esa fuerza manipuladora y forzarse a caminar hacia el frente del auditorio.
A medida que imponía mis manos sobre este joven esa noche, su cuerpo empezó a reaccionar violentamente frente al poder de Dios. Temblando bajo la intensidad de ese poder, se retorció en el piso, para terminar acurrucado a mis pies. Sumergido en el electrificante poder de Dios que lo recorría de arriba a abajo, este joven gimió: “tengo miedo de dejarlos [el grupo satánico con el que había estado involucrado]. ¡Me dijeron que si dejaba el grupo, me matarían!”
Me acerqué para orar nuevamente por él, y a medida que lo hice, este horrible demonio que había mantenido su mente cautiva lo liberó de inmediato y salió volando de la escena. Oh, sí… ¡definitivamente creo en la genuina batalla espiritual!
Rehenes espirituales
Hoy en día existen multitudes de personas en este mundo que son rehenes mentales del diablo. Primera de Juan 3:8 dice: «pero el Hijo de Dios vino para destruir las obras del diablo» (NTV).
La Palabra destruir es tomada de la palabra griega luo, y esta se refiere al: “acto de desatar o soltar algo”. Esta palabra es exactamente la que usaríamos para describir a una persona que está desatando sus zapatos. De hecho, la palabra luo es usada exactamente de esa manera en Lucas 3:16: «después de mí viene uno que es más poderoso que yo, y de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado…»
Por ende, Jesucristo vino al mundo para desatar, o soltar, los poderes de satanás que nos ataban. En la Cruz, Jesús desenredó el poder de satanás hasta que Su obra redentora fue finalizada y nuestra libertad fue comprada por completo.
Más adelante, Pedro dijo en la casa de Cornelio: «Ese mensaje dice que Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder, y que Él anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él» (Hechos 10:38).
Sabemos, gracias a estos dos versículos, que liberar a las personas del poder de satanás es algo en lo que Jesucristo está muy interesado. Y si le interesa a Él, también debería ser importante para nosotros.
Para poder librar a las personas de la opresión demoniaca debemos aprender a reconocer el trabajo del enemigo y cómo vencer sus ataques en contra de la mente, ya que la mente es su principal objetivo. La meta de satanás es poner una atadura de engaño en algún área de la mente de la persona. Si lo logra, podrá comenzar a controlar y manipular a esa persona desde esa posición estratégica.
El Espíritu Santo obviamente está declarando un mensaje poderoso acerca de la guerra espiritual en estos días. Líderes cristianos e iglesias alrededor del mundo están despertando a esta realidad. A la luz de esto, debemos darle primer lugar a lo que el Espíritu Santo está diciéndole a la iglesia y continuar con la Palabra de Dios como nuestra guía y fundamento.
A medida que buscamos involucrarnos en guerra espiritual, debemos ser muy cuidadosos de caminar con equilibrio. Primero, necesitamos darnos cuenta que este tema involucra mucho más que tratar con el diablo. Otros de los elementos importantes en la guerra espiritual tienen que ver con tomar control de nuestras mentes y crucificar nuestra carne. No debemos olvidarnos de estos últimos elementos de la guerra espiritual porque son tan vitales como el primero.
La verdad es que los ataques del diablo en contra de nuestras vidas no funcionarán si nuestra carne no coopera. Si verdaderamente mortificamos la carne como se nos manda en las escrituras (Romanos 6:2), no responderemos a la sugerencias demoniacas y a las tentaciones de la carne. Los muertos son incapaces de responder a algo. De hecho, ¡vemos el poder de una vida crucificada!
Vivir una vida crucificada es una parte crítica de la guerra espiritual. Si escribo un libro de guerra espiritual sin mencionar esta verdad, les haría a mis fieles lectores una gran injusticia al darles una perspectiva muy irrealista del tema.
Una persona puede gritarle al diablo todo el día, pero si la misma ha permitido voluntariamente que algún área de su mente esté indefensa o sin control —si está consciente de un área de pecado pero no ha querido lidiar con ella— esa persona ha abierto la puerta para un ataque. En este caso, todas sus oraciones en contra del diablo no tendrán utilidad porque su verdadero enemigo no es el diablo. Más bien, son su propia mente carnal y su carne las que deberían someterse al control del Espíritu Santo para poder erradicar esos ataques.
En síntesis: si la gente se focaliza únicamente en el diablo al comenzar una guerra espiritual y fallan en considerar las otras áreas mencionadas, que son de igual importancia, su énfasis en la guerra espiritual puede ser —y será— muy destructivo para ellos.
A pesar de que la guerra espiritual es real y no puede ignorarse, debemos ser cuidadosos y recordar que la batalla real contra satanás fue ganada en la Cruz y la Resurrección. ¡Y ahora, este mismo Cristo victorioso quien derrotó por Sí mismo al diablo vive en nosotros en la Persona del Espíritu Santo! Por eso, el Apóstol Juan nos dice: «porque mayor es el que está en ustedes que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4).
Nuestro punto de vista de la guerra espiritual debería comenzar con el entendimiento básico de que Jesús ya obtuvo la victoria sobre satanás. Si no empezamos con esta noción como fundamento, eventualmente seremos guiados a conclusiones espirituales completamente ridículas. La victoria ya ha sido ganada; no hay nada que podamos agregar a la obra destructora que Jesús hizo sobre el dominio de satanás cuando resucitó de entre los muertos. V