Ken y yo hemos estado viviendo por fe en la Palabra de Dios durante tantos años que ya ni siquiera puedo concebir vivir sin el poder sobrenatural de Dios. No puedo imaginar estar limitada a lo natural, y vivir como lo hace el mundo. ¡Eso sería lo peor!
Sería un infierno en la Tierra volver a estar atada por el tormento que el diablo decidió traer a nuestro camino. Sería lamentable no saber nada más que simplemente abrir la puerta cada vez que Satanás toque a la puerta, para que pueda entrar, robar, matar y destruir.
Ken y yo hemos estado allí y hemos hecho exactamente eso, y no regresaríamos por nada en el mundo. Como Gálatas 3:23, Nueva Traducción al Inglés, lo dice: «Antes de venir esta fe… nos tenía presos, encerrados…» No estábamos literalmente tras las rejas, pero éramos prisioneros de cosas como la escasez y la deuda. Éramos prisioneros de cualquier enfermedad que ocurriera o de cualquier circunstancia negativa que surgiera en nuestras vidas.
Incluso vivimos de esa manera después de que nacimos de nuevo y nos bautizamos en el Espíritu Santo. Debido a que no sabíamos mucho acerca de la Palabra de Dios, no teníamos ni idea de que Él había provisto sanidad, prosperidad y BENDICIÓN para nosotros en Jesús. No teníamos idea de que había una manera más elevada de vivir. Así, durante unos cinco años, las cosas en nuestras vidas se mantuvieron igual.
Seguimos pensando, hablando y actuando como el mundo y obteniendo los mismos resultados que el mundo obtiene. Permanecimos cautivos de nuestras circunstancias y seguimos viviendo como prisioneros, aunque espiritualmente Dios nos había liberado.
Entonces, un día feliz, comenzamos a escuchar este maravilloso mensaje que llamamos la Palabra de Fe. Descubrimos lo que dice la Biblia acerca de la victoria que nos pertenece como creyentes. Aprendimos a operar de acuerdo con los principios simples de la fe y, como resultado, las cosas empezaron a cambiar.
Por ejemplo: nuestra cuenta bancaria. En tan solo 11 meses, pasó de estar hundida en rojo al negro. ¡Eso fue un milagro! Habíamos vivido con dinero prestado toda nuestra vida de casados. Debíamos tanto que, en lo natural, no parecía como si alguna vez pudiéramos salir de las deudas. Pero una vez que comenzamos a creerle a Dios en esa área y a hacer las cosas a Su manera, sucedió lo imposible. Todas esas deudas se pagaron y empezamos a prosperar.
Al mismo tiempo, también comenzamos a caminar en salud. En lugar de ser prisioneros de la enfermedad, aprendimos a resistirla por fe. Cuando llegaron los síntomas, oramos, creímos la Palabra de Dios sobre el asunto y nos sanamos.
Jesús dijo «Si ustedes permanecen en mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.» (Juan 8:31-32). Entonces, desde los primeros días en que comenzamos a aprender sobre la fe hasta ahora, hemos continuado en la Palabra de Dios. Lo hemos puesto en primer lugar en nuestras vidas, lo hemos creído y lo hemos obedecido.
Nos gusta ser libres, y la Palabra escrita de Dios es nuestro Libro de la libertad. Nos dice cómo pensar, hablar y actuar de tal manera que Dios pueda ser libre de venir a nuestras vidas y trabajar sobrenaturalmente todo el tiempo. Nos dice cómo caminar por la fe, y cuanto más hacemos, ¡más libres somos, porque la fe abre las puertas de la prisión!
Vencedores, no víctimas
“Bueno”, podrías decir, “no creo que realmente podamos estar libres de cosas como la enfermedad y la escasez en esta Tierra, porque ha sido corrompida por el pecado. Desde la caída de Adán en el Jardín del Edén, la maldición ha estado operando en nuestro planeta.”
Sí, de acuerdo, está en funcionamiento, pero nosotros, como creyentes, no tenemos que vivir atados a ella. Jesús nos ha liberado de ella. Como dice Gálatas 3: «Cristo nos redimió de la maldición y por nosotros se hizo maldición. para que en Cristo Jesús la bendición» venga sobre nosotros (versículos 13-14). Él pagó la pena por el pecado para que nosotros podamos ser justos y victoriosos, estar bien y prósperos, y tener todas nuestras necesidades satisfechas.
La Biblia es clara al respecto. Es más, sólo tiene sentido espiritual. Después de todo, somos hijos de Dios y Él es un buen padre. Podemos aprender mucho de Él cuando se trata de ser buenos padres. Si tuviéramos 10 hijos, ¿desearíamos que cinco de ellos fueran prósperos y que cinco fueran pobres? ¿Querríamos que ocho de ellos estuvieran enfermos y dos de ellos sanados? ¡No! Como buenos padres, queremos que todos nuestros hijos estén prosperando en todos los aspectos, y eso es lo que Dios quiere también. Él no quiere que estemos dominados por las condiciones negativas en este mundo. Él no quiere que seamos víctimas del diablo y la corrupción demoníaca que ha traído a esta Tierra.
Al contrario, Dios nos creó para ser vencedores. Lo dijo claramente en 1 Juan 5:4: «Porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe.»
¡La fe siempre ha hecho que el pueblo de Dios sea vencedor!
Lo vemos incluso en el Antiguo Testamento con los israelitas. Una y otra vez, el nivel de victoria que experimentaron correspondía directamente a su nivel de fe. Cuando salieron de Egipto, por ejemplo, creyeron y actuaron de acuerdo con lo que Dios dijo y Su poder estaba presente para sanarlos, prosperarlos y librarlos de sus enemigos. «Su pueblo salió cargado de oro y plata; en sus tribus no había un solo enfermo.» (Salmo 105:37).
Por otra parte, cuando llegaron a la Tierra Prometida entraron en la incredulidad y Dios no pudo hacer mucho por ellos. Dudaron de Su Palabra, se salieron de debajo de Su BENDICIÓN y terminaron vagando en el desierto durante 40 años.
Vemos el mismo principio en acción en el Nuevo Testamento en el ministerio de Jesús. Cuando la gente no creía lo que predicaba, no podía ayudarlos mucho. Cuando lo hicieron, Él pudo obrar milagros en sus vidas. Él podía ministrarles el poder sanador y liberador de Dios. Él era libre de prosperarlos en gran medida.
Eso es lo que sucedió con el ciego Bartimeo en Marcos 10. Un día estaba sentado afuera de Jericó rogando cuando Jesús pasó. Había escuchado que Jesús predicaba la recuperación de la vista a los ciegos, y porque lo creía, comenzó a gritar: «Jesús, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí!» (versículo 47).
Hizo tanto alboroto que las personas a su alrededor le dijeron que se callara, pero se negó a ser silenciado. Él seguía gritando más y más: «Jesús, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí!» hasta que eventualmente… Jesús se detuvo y mandó que lo llamaran… y Jesús le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le respondió: «Maestro, quiero recobrar la vista.» Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y enseguida el ciego recobró la vista, y siguió a Jesús en el camino.» (Marcos 10:49, 51-52).
Para el mundo, Bartimeo era un don nadie. Solo era un viejo mendigo, encarcelado desesperadamente por la ceguera. Pero su fe atrajo la atención de Jesús. Detuvo a Jesús en su camino y le abrió la puerta para que lo librara.
Tristemente, Jesús no encontró ese tipo de fe en todos los lugares a los que fue. En Nazaret, por ejemplo, las personas no respondieron a lo que Él predicó como lo hizo Bartimeo. Aunque Él les dijo lo mismo que en otros lugares, ellos no confiaban en ello, por lo que la Unción de Dios que estaba sobre Él no los benefició. «Y Jesús no pudo realizar allí ningún milagro, a no ser sanar a unos pocos enfermos y poner sobre ellos las manos; y aunque se quedó asombrado de la incredulidad de ellos…» (Marcos 6:5-6).
La primera prioridad y la autoridad final
¿Cómo puedes asegurarte de tener en tu vida la fe de Bartimeo y no la incredulidad de la gente en Nazaret? Es sencillo. Haz de la Palabra de Dios tu primera prioridad y la autoridad final. Pasa tiempo continuamente escuchando y leyendo lo que Dios dice en las Escrituras y cambia tu mente para estar de acuerdo con ellas. No dejes que lo que tus sentidos naturales te dicten o lo que el mundo te diga te haga dudar de lo que Dios dice. No leas la Palabra y luego la descalifiques por una razón u otra. Eso no es fe. Si lees 1 Juan 5:4, y piensas, nunca podría ser un vencedor, eso es incredulidad.
“Pero Gloria”, podrías decir, “tengo más defectos y debilidades que desconoces. ¡Realmente no tengo lo que se necesita para ser un vencedor!”
Ninguno de nosotros lo tiene, en nosotros mismos. Por eso, cuando nacimos de nuevo, Dios vino a vivir dentro de nosotros. Se mudó a vivir en nosotros para poder hacernos cualquier cosa que Él quiera que seamos.
Podrías ser tartamudo (como lo era Moisés) y Dios podría hacer de ti el mejor predicador que el mundo haya conocido. Podrías ser un sordomudo (como el hombre al que Jesús atendió en Marcos 7), y Dios podría darte el habla y la audición y enviarte a ser una demostración andante de Su poder a todos los que conoces.
¡Dios ama hacer ese tipo de cosas! Él se deleita en mostrar al mundo a través de nosotros que «lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.» Como 1 Corintios 1 dice: «Consideren, hermanos, su llamamiento: No muchos de ustedes son sabios, según los criterios humanos, ni son muchos los poderosos, ni muchos los nobles; sino que Dios eligió lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo, para avergonzar a lo fuerte. También Dios escogió lo vil del mundo y lo menospreciado, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie pueda jactarse en su presencia.» (versículos 26-29).
Piensa en la condición en la que se encontraba Kenneth E. Hagin, por ejemplo, cuando Dios lo llamó. Era un niño de 16 años y yacía paralizado en su lecho de muerte, sufriendo de un corazón deformado y una enfermedad sanguínea médicamente incurable. Estaba tan débil, y su condición era tan desesperada, que todos los que lo rodeaban lo habían abandonado. Los médicos, su familia, incluso los ministros que vinieron a visitarlo le dijeron que no tenía más remedio que morir.
Sin embargo, después descubrió en Marcos 11 que Jesús dijo: «Tengan fe en Dios. Porque… cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá.» (versículos 22-23).
Allí, en su lecho de muerte, el joven Hagin creyó esos versículos y actuó conforme a ellos, y su fe abrió las puertas de la prisión de la enfermedad y la parálisis. Se levantó de la cama sanado, predicó la Palabra de fe y cambió la vida de las personas de todo el mundo, incluidas las de Ken y la mía.
Oral Roberts tenía una historia similar. Como un niño pequeño, tenía un grave impedimento del habla. Tartamudeaba tanto que todos los demás niños se burlaban de él. Cuando era un adolescente, se desplomó en la cancha de baloncesto durante un torneo y luego se le diagnosticó tuberculosis. En lugar de jugar al baloncesto, terminó acostado en su casa, débil, escupiendo sangre y a punto de morir.
Su hermana Jewel escuchó sobre un evangelista con don de sanidad, así que ella lo puso en su viejo carro y lo llevó a la reunión. “Oral, Dios te va a sanar”, dijo ella. Él lo creyó, y sucedió. Fue levantado milagrosamente y predicó el evangelio a multitudes, ministró sanidad a los enfermos y construyó una gran universidad cristiana.
¡Dios ve las cosas de manera diferente que nosotros! Cuando miró a esos dos niños enfermos, los vio como conductos para su poder. Vio su debilidad y todo lo que les faltaba y pensó: Esto me da algo que hacer. Hizo vencedores a Kenneth Hagin y Oral Roberts llenándolos con Su Espíritu, y los convirtió en dos hombres de Dios poderosos, agentes de cambio en el mundo.
Él quiere hacer lo mismo contigo. Entonces, deja de mirarte en lo natural y mírate en Jesús. Cree que eres un vencedor simplemente porque Él lo dice. Pon tu fe en Su Palabra y permite que Él te capacite para hacer lo que Él te haya llamado a hacer.
No importa si estás llamado a ser un predicador, un ama de casa, un conductor de autobús o un cirujano de cerebro, Dios ha puesto Su poder en ti para permitirte no solo ser BENDECIDO de manera sobrenatural, SINO TAMBIÉN PARA SER UNA BENDICIÓN SOBRENATURAL. Él te llamó y te equipó para liberar en este mundo el reino de los cielos que está en tu interior, tomar dominio sobre tus circunstancias, y acercarte a los demás y ayudarlos a liberarse.
¡Eso es lo que nosotros, como creyentes, estamos aquí en la Tierra para hacer! Somos el Cuerpo de Cristo. Somos Sus manos. Somos Sus pies. Somos Su portavoz. Nosotros somos los que Él ha enviado para ministrar Su poder, amor y BENDICIÓN a las personas perdidas en el mundo.
Entonces, por su bien y por el nuestro, levantémonos por la fe y hagámoslo. Creamos la Palabra de Dios, vivamos como los vencedores que Él nos creó para que seamos «como luminares en el mundo, aferrados a la palabra de vida» (Filipenses 2:15-16). ¡Usemos nuestra fe para compartir las buenas nuevas y mostrarles a los que aún viven como cautivos, que la fe en Jesús puede abrir las puertas de la prisión para liberarlas!