La fe fue diseñada por Dios para cambiar las cosas. Déjame preguntarte: ¿qué ha cambiado últimamente tu fe?
Para aquellos que nos consideramos a nosotros mismos gente de LA PALABRA, ésta es una pregunta muy importante. Si verdaderamente creemos la PALABRA de Dios, siempre deberíamos tener una respuesta. Deberíamos tener historias que cuentan cómo la fe movió montañas en nuestras vidas.
Tendremos testimonios para compartir de cómo Dios está derramando sobre nosotros su BENDICIÓN, no sólo sobre nosotros, sino que también a través de nosotros en formas maravillosas.
Si no tenemos cosas de ese estilo para reportar, entonces es una indicación de que nuestra fe necesita un ajuste. Algo está fuera de línea. Por una u otra razón, nuestra fe no está haciendo lo que Dios la creó para hacer.
Empecé a entender esto hace muchos años cuando estaba en el equipo del Ministerio de Oral Roberts y un hombre que había estado luchando contra enfermedades le dijo al hermano Roberts: “No puedo entender esto”, “No logro alcanzar mi sanidad, y no he podido entender porqué. Sé que he recibido la fe, y aún más, sé que tengo mucha fe”.
“Ese es el problema” le respondió el hermano Roberts. “Tú todavía ‘tienes’ tu fe. Pero ahora necesitas liberarla y soltarla para que pueda obrar y terminar el trabajo”.
En esos días yo aún estaba, espiritualmente hablando, en pañales. No tenía mucho conocimiento acerca de la fe. Pero entre más estudiaba la Biblia, más me daba cuenta que el hermano Roberts estaba diciendo la verdad: la fe, tan poderosa como es, no logrará nada mientras sólo esté depositada en nuestro interior. Para que pueda cambiar las cosas, debemos activarla y enviarla con una tarea. Debemos liberarla.
Quizás digas: “pero, hermano Copeland, no creo que pueda hacer eso. No soy como el hombre que le habló al hermano Roberts. Yo no estoy lleno de fe; es más, no creo que tenga fe”.
¿Eres cristiano?
“Sí, soy cristiano. He hecho a Jesucristo el SEÑOR de mi vida y mi salvador”.
Entonces tú tienes fe, porque la fe es “un fruto del espíritu” (Galatas 5:22). Un fruto espiritual, al igual que las frutas, proviene de una semilla. Es el producto de la semilla de la PALABRA de Dios la cual es la semilla de tu nuevo nacimiento. Como 1 de Pedro 1:23 dice: Tú has nacido de nuevo, «no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre» (RVR1960).
La semilla (simiente) de la PALABRA de Dios es semilla incorruptible.
Se reproduce perfectamente a sí misma todas las veces, lo que significa que tu fe es de la mejor calidad; es la fe de Dios mismo.
En otras palabras, tienes la misma fe que Jesús tiene. Ahora mismo está viva en tu espíritu y está allí para hacer que en tu vida acontezca lo que El prometió en Juan 14:12: «De cierto, de cierto les digo: El que cree en mí, hará también las obras que yo hago; y aun mayores obras hará, porque yo voy al Padre».
La mezcla espiritual correcta
Quizás digas: “pero si tengo tal calidad de fe, ¿por qué la cosas no cambian para mí como lo hacían con Jesús? ¿Por qué parece como si estuviera estancado?
Es probable que tengas el mismo problema que los Israelitas tuvieron en el Antiguo Testamento. Ellos se quedaron estancados en el desierto por 40 años porque no usaron el acompañamiento correcto. Como dice Hebreos 4:2: «pero de nada les sirvió a ellos el oír esta palabra porque, cuando la oyeron, no la acompañaron con fe».Acompañar (o mezclar) la PALABRA con fe es de vital importancia porque cuando las dos trabajan juntas producen resultados. La mejor manera para describir este proceso es comparándolo con el sistema digestivo del cuerpo físico. Cuando masticas y tragas un bocado de comida, los jugos gástricos son liberados en tu estómago. La comida se mezcla con esos jugos y se trasforman en nutrientes que en su lugar, resultarán siendo fuerza física.
Espiritualmente hablando podemos decir que prácticamente pasa lo mismo, cuando te alimentas de La PALABRA de Dios. Primero tomas un bocado de ésta, al leer la Palabra o escuchar una predicación. Luego la masticas (o meditas), y al final la tragas (la crees). De esa manera mezclas la PALABRA con la fuerza de la fe que ya ha sido depositada en tu espíritu. Y como resultado se produce fuerza espiritual.
No importa si creciste asistiendo a la Convención de Creyentes y has oído acerca de la fe desde que eras un niño; debes alimentar tu fe continuamente para que ésta trabaje. Un nivel bajo de PALABRA hace que la fe sea débil, y una fe débil tiene problemas en creer.
Hay muchos creyentes que comenten ese error. Dejan que su nivel de fe se reduzca, comiendo comida espiritual incorrecta. En lugar de mezclar su fe con la PALABRA de Dios, la mezclan con algo más. Ponen su atención en el dinero y piensan: mi vida cambiaría si tuviera suficiente dinero. O ponen su fe en la gente, y piensan: Ellos van a solucionar este problema por mí.
Esta forma de pensar no tiene sustento, y no logrará cambiar situaciones porque está basada en cosas incorrectas. El dinero es un mal dios. La gente es un mal dios. Ninguno de los dos tienen el poder para hacer lo que Dios puede hacer.
Únicamente Dios: «suplirá todo lo que les falte, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús» (Filipenses 4:19). Únicamente Dios puede garantizarnos que cuando lo buscamos a Él primero, y a Su Justicia: «todas estas cosas les serán añadidas» (Mateo 6:33). Por esta razón Su PALABRA es la única cosa que activará tu fe.
Cuando pones tu atención en la PALABRA y empiezas el proceso de mezcla, algo poderoso pasa en tu interior. Tu fe, que no ha estado haciendo nada en tu espíritu, se acelera y entra en acción. Luego, todo lo que necesitas hacer es liberarla y dejarla hacer su trabajo.
Puedes ver un ejemplo en el Nuevo Testamento en la historia de la mujer con el flujo de sangre. Ella escuchó la Palabra acerca de Jesús, la mezcló con la fe, y la liberó al decir “para sí misma, si tan solo tocara Su manto, mi salud sería restaurada” (Mateo 9:21, AMP).
Y tal como lo dijo, ocurrió. Cuando ella presionaba entre la multitud para poder tocar el dobladillo de su manto «Jesús se volvió a mirarla y le dijo: “Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado”. Y a partir de ese momento la mujer quedó sana».
“Pero hermano Copeland, ése era Jesús”.
Lo sé, pero no fue Jesús quien activó el poder de obrar milagros en esta situación. Fue la fe de la mujer la que hizo la obra. Jesús lo afirmó con Sus palabras.
No te asustes de la tormenta
Por supuesto, no toda persona en los evangelios que se acercó a Jesús mezcló su fe con la PALABRA, y logró liberar lo mismo que esta mujer. Incluso los propios discípulos de Jesús mezclaron su fe con algo más, y se metieron en problemas. Piensa por ejemplo en la vez que estaban atravesando con Jesús el lago de Galilea, cuando justo en el medio del viaje «se levantó en el lago una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca, pero él dormía. Sus discípulos lo despertaron y le dijeron: “¡Señor, sálvanos, que estamos por naufragar!”. Él les dijo: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?”. Entonces se levantó, reprendió al viento y a las aguas, y sobrevino una calma impresionante» (Mateo 8:24-26).
Considerando la cantidad de PALABRA de Dios que los discípulos habían oído, parecía extraño que tuvieran tan “poca fe”, ya que ellos seguían a Jesús a cada lugar al que iba, y habían escuchado todo lo que predicaba. Y muy seguramente habían escuchado cuando dijo: “Vamos al otro lado del lago”.
Y como Jesús únicamente dice lo que Su Padre dice, esa orden eran tan la PALABRA de Dios como todo lo que Él había dicho. Los discípulos podrían haber decidido mezclarla con fe, pero en esta ocasión en particular no lo hicieron.
En su lugar, se focalizaron en la tormenta y se asustaron. Pusieron miedo en la mezcla y éste paralizó su fe. Borró cada sermón que habían escuchado a Jesús predicar.
A pesar de que ellos fueron a Él por ayuda, lo hicieron asustados. Prácticamente le dijeron, “¿No te importa que estamos muriendo?”.
¡Esas no son la clase de palabras que la fe libera!
Por el contrario, la fe dice algo como: “Señor, necesitamos un momento de tu tiempo; has dicho que vayamos al otro lado del lago y lo creemos. No hay forma de que nos hundamos en medio de este lago teniéndote a ti en la barca, así que te estamos preguntando Señor, ¿cómo debemos comportarnos en medio de esta situación?”.
Los discípulos habrían dicho algo parecido si ellos hubieran mezclado su fe con las Palabras de Jesús; y esas también son la clase de palabras que tú puedes decir. Después de todo, tienes las palabras del Maestro disponibles para ti, tal como los discípulos las tenían. Si te alimentas con esas palabras, serán lo primero que surgirán de tu interior cuando la olas empiecen a azotar los costados de tu barca.
Pero recuerda: no importa lo que pase, ¡debes apegarte a las palabras de Dios! Aun cuando estés enfrentado algo tan grande que tus rodillas tiemblen, no dejes que el diablo te vea sufriendo. No lo dejes oír la queja de lo mal que está tu situación. En cambio, levántate y grítale tan fuerte como puedas: “Jesús dijo… “Pasa al otro lado de esto” y “¡yo estoy yendo al otro lado, aun si tengo que caminar!”.
Luego sigue el ejemplo del maestro. Libera tu fe, declarando la Palabra de Dios a la tormenta, y cambia tu situación.
Enciende tus motores
“Hermano Copeland: ¿Está diciendo que puedo hacer lo mismo que Jesús hizo en esa historia?”.
Sí, pero si vas a hacer Sus obras, debes hacerlo de la misma manera que Él las hizo: escuchando, creyendo y hablando la PALABRA de Dios. «Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá» (Marcos 11:23).
Esta es una clave muy importante en el Reino: La fe que cambia las cosas ¡cree que lo que dice pasará! ¿Por qué? Porque las palabras hacen más que comunicar. Las palabras son herramientas que liberan poder. Son como el combustible en un avión. Suplen el poder para llevarnos a donde estamos yendo.
Como piloto, cuando me subo al Citation X y lo lleno de combustible, tengo casi 7.200 litros de combustible a mi disposición y cuento con 1.800 metros de pista para levantar el avión de la tierra. Así que si estoy en la pista listo para despegar y con el avión cargado de gente, no quiero que ese combustible esté contaminado. Necesito el máximo nivel de potencia para lograrlo.
Mi plan es pisar el acelerador a fondo, sentar a cada uno en su asiento y despegar. Es para lo que el avión está diseñado. Como uno de mis primeros instructores me dijo: “Copeland, cuando prendas el avión será mejor que lo tengas apuntado en la dirección correcta porque algo va a pasar”.
Lo mismo es verdad para los creyentes. Tenemos el poder de la vida eterna en nuestro interior y no queremos que esté paralizado y contaminado por mal combustible. Queremos poder pisar el acelerador de la fe con la total confianza que es revelada en Hebreos 3:1: «Por lo tanto, hermanos santos, que tienen parte del llamamiento celestial, consideren a Cristo Jesús, el apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos».
La traducción de la palabra griega traducida como profesamos literalmente significa: “decir exactamente la misma cosa”. Nos indica que cuando decimos las misma cosas que Jesús dijo, cuando hablamos la PALABRA de Dios, Él la respaldará. Como nuestro Sumo Sacerdote, Él hará que ocurra lo que decimos.
Piensa en esto: ¡Jesús mismo está esperando escuchar lo que tú tienes que decir!
Si sólo consideraras ese hecho en particular, tu respeto por Él se mezclaría con tu fe y esto hará que tus motores espirituales empiecen a rugir. Empezarás a gritar: “¡El que está en mí es más grande que el que está en este mundo! Por sus llagas he sido sanado, libre de deudas y BENDECIDO!”.
No pasará mucho para que las montañas se muevan, las nubes de tormenta desparezcan y las cosas en tu vida empiecen a cambiar. Tu fe despegará como un jet y hará exactamente lo que está diseñada para hacer.