Con un suspiro de preocupación, Bill Krause se aproximó al frente de la casa que alquilaba en Tulsa, Oklahoma. Estacionó su auto, lo apagó y recostó su cabeza contra el asiento. Por primera vez no tenía deseo alguno de entrar. Las apariencias decían que tenía todo lo que pudiera desear —una esposa asombrosa, cinco maravillosos hijos, una casa linda llena de muebles hermosos y un auto sin deudas—.
Era dueño de una casa y una compañía de construcción en Michigan, de donde hacía poco se habían mudado. La otra cara de la moneda no era tan brillante como parecía. Bill no tenía un trabajo, lo cual significaba que no tenía ingresos.
No tenía forma de pagar su matrícula en el Centro de entrenamiento Bíblico Rhema, ni tampoco manera de pagar la cuota de su casa en Michigan, o la renta en Tulsa. No tenía dinero para los servicios, la comida o para la ropa de cinco niños en crecimiento.
Cuando se fue de Michigan para Rhema, Bill asumió que continuaría recibiendo ingresos de su compañía de construcción. Pero esa entrada se había secado. Como oficial eléctrico, le habían prometido dos trabajos en Tulsa, pero ninguno de los dos se había concretado.
Sin importar dónde aplicara para trabajar, cada puerta se cerraba en su cara.
Bill estaba fallando de acuerdo a cada estándar del éxito. No estaba proveyendo para su familia como esposo y padre. Peor aún, no podía escapar la realidad de 2 Tesalonicenses 3:10: «Cuando estábamos con ustedes, también les ordenamos esto: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma”».
Desde el púlpito de la iglesia, y desde el atril en la clase, Bill había escuchado la misma admonición: “Si no tienes un trabajo, estás fuera de la voluntad de Dios”.
Fallarle a su familia era humillante. Fallarle a Dios era el punto de dolor más alto. Respirando profundamente, Bill salió del auto y entró a su casa. Su esposa, Cindy, caminaba con él bebé llorando, mientras varios de los otros niños peleaban por un juguete. Mirando con señales de agotamiento en todo su rostro, Cindy le dijo: “él bebé necesita pañales, no tenemos leche y no tengo nada que cocinar para la cena. No sé cómo vas a hacerlo, pero aquí tienes una lista de nuestras necesidades más básicas. Por favor, ve a la tienda y no regreses sin ellas”.
De regreso en el auto, Bill reposó su cabeza contra el volante.
¿Y ahora qué?
Un hombre nuevo
“Cindy y yo crecimos como Católicos Romanos y asistimos a la misma escuela católica desde la primaria a la secundaria”, nos relata Bill. “Yo era un electricista, pero en 1976 los trabajos estaban escasos así que dejé a Cindy en la casa con dos niños mientras trabajaba en un oleoducto en Alaska. Un hombre que trabajaba conmigo me guió hacia el Señor y uno de mis compañeros de cuarto me compró una Biblia. Llamé a mi tía Dorothy, quien es una monja, y le pregunté si estaba bien que leyera una Biblia protestante. Ella me dijo, “Seguro, la de ellos ¡sólo es más corta!”
“Para el momento que fui de visita en Julio, era un hombre cambiado. Era tan distinto que Cindy revisó mis brazos buscando marcas. Pensó que probablemente estaba en las drogas”.
“Para enero de 1977, la renovación carismática había llegado a la iglesia católica. Tenía problemas con mis riñones; sin embargo, la primera vez que asistimos a una misa carismática católica, el sacerdote declaró mis síntomas y fui sanado. Dos monjas le instaron a Cindy que levantara sus manos en señal de alabanza. Ella nació de nuevo y fuimos bautizados en el Espíritu Santo”.
“Todos los días a las 5 de la tarde yo escuchaba en la radio a Kenneth Copeland. Todas las tardes del domingo mirábamos su programa de televisión y aprendíamos los principios de la fe. Colaborábamos con su ministerio y enseñaba cada cosa que aprendía a otras personas. Empecé un estudio Bíblico en el sótano de mi casa y le escribí al hermano Copeland preguntándole si él podría predicarnos”.
“Mientras aprendía a vivir por fe, y aplicaba los principios bíblicos de la siembra y la cosecha, prosperábamos. Ya que el hermano Copeland enseña acerca de las deudas, ahorramos dinero y pagamos con efectivo un auto nuevo. Comencé una compañía de construcción, la cual Dios bendijo. Cuando nos mudamos a Tulsa para que pudiera asistir a la escuela Bíblica, nunca me imaginé que no podría encontrar un trabajo. El no poder proveer para mi familia, y sintiéndome fuera de la voluntad de Dios, fue el tiempo más oscuro de mi vida”.
Probado por el fuego
Bill y Cindy no tenían idea alguna que cuando se mudaran a Tulsa tendrían que aplicar todo lo que habían aprendido acerca de vivir por fe sólo para sobrevivir. Mientras continuaba buscando trabajo, Bill se edificaba a sí mismo orando en el espíritu y meditando en la Palabra de Dios.
Pocos en su círculo de amigos y allegados tenían idea alguna de que estaban desprovistos. Con cinco niños, rentaron una casa que era mucho más grande de la que la mayoría de los estudiantes tenían. Cindy había trabajado para Ethan Allen durante varios años, y por su trabajo la casa estaba llena de muebles hermosos. Bill se vestía con trajes que había usado cuando era un ejecutivo en su compañía.
Lucían prósperos y nunca le dijeron a nadie acerca de sus males financieros. Sin embargo, sí se quejaron con Dios.
“¡Señor, esto no es saludable!”, le dijo Bill. “¡Mis niños están sobreviviendo con fideos y pastas con queso!
Puedes tener todo lo que quieras. Haz una lista, le respondió el Señor. Haz una lista.
Bill hizo una lista de frutas frescas y vegetales; luego, agregó a la lista jamón y carne.
Al día siguiente, uno de sus compañeros de clase le recordó: “Bill, dijiste que vendrías a ver mi apartamento”.
“Iré”, Bill le replicó. “Solo que Cindy tiene el auto hoy”.
“Vamos, yo te llevo”.
En el apartamento, el hombre le dijo a Bill que mirara en el congelador. “¿Ves ese paquete de carne? ¡Llévaselo a Cindy!”
Más adelante, en esa misma semana, alguien llevó a Bill a la tienda y pagó por dos carros de mercado llenos de frutas frescas y vegetales. Para el domingo, el Señor había provisto todo lo que Bill había puesto en la lista, menos el jamón. Esa tarde, una vecina los invitó a cenar. Ella sirvió jamón y okra frita, y les dio el jamón que sobró para que se lo llevaran.
Medidas desesperadas
Mientras Bill se sentía como un fracaso, de muchas maneras la mudanza a Tulsa había sido realmente más dura para Cindy. Dejar Michigan significó dejar atrás el sistema de soporte que la familia tenía; ella dejó el deleite de la vegetación, los estupendos lagos azules y llegó al calor del verano que había quemado el pasto, dejándolo marrón.
“Sabía acerca de la importancia de nuestras palabras”, recuerda Cindy. “Cuando empezamos a aprender a vivir por fe, nuestra hija de tres años, Pamela, se enfermó. Aunque parecía como si hubieran pasado años, la batalla de su salud solo duró algunos meses. Durante ese tiempo, tuve que tener cuidado sobre cada palabra y la mayoría de lo que el Señor me permitía decir era una escritura”.
“Sin embargo, descubrí que la presión financiera sin descanso es más dura de tratar. Continuaba resbalándome en los viejos hábitos de hablar acerca del problema en vez de alabar a Dios por la respuesta. Muchas veces estábamos comiendo y me descubría diciendo cosas negativas acerca de nuestras finanzas. Tenía que levantarme de la mesa e ir a arrodillarme a la habitación para orar. Después, regresaba a comer. Y no mucho tiempo después, decía nuevamente algo negativo”.
“¡Aquí va de nuevo!”, se reían sus niños cuando se iba de la mesa para ir a cumplir otro tiempo de castigo autoimpuesto.
Una mañana, una mujer se llevó a los niños de Cindy todo el día. “Necesitas tiempo a solas con Dios”, le dijo. Durante su tiempo de oración, el Señor animó a Cindy a tener cuidado de sus palabras y a vivir su vida como un ejemplo para otras personas. Sabiendo que necesitaba tener control sobre sus palabras, cada vez que era tentada a hablar acerca del problema, cubría su boca con cinta pegante.
La bondad de Dios
“Caminar por todos lados con cinta pegante en mi boca me ayudó a aprender a ¡tener control de mis palabras!”, recuerda Cindy. “Cambiar mis palabras ayudó. Un día, mientras estaba en el estudio Bíblico, regresé a mi silla y encontré un paquete de dinero en mi Biblia. Aun así, requirió creerle a Dios por cada centavo para poder pagar nuestras cuentas y comprar el mercado. No había nada extra para el lujo de un pequeño lápiz labial”.
Un mañana, mientras Cindy estaba en la ducha, alguien timbró en la puerta y uno de los niños abrió. “Por favor, dale esto a tu mamá”, le dijo la mujer. Era un labial nuevo —la marca y el color favorito de Cindy—. Teniéndolo en sus manos, Cindy lloró al ver la bondad de Dios.
En otra ocasión, una mujer le dijo a Bill: “el Señor me dijo que pague tu cuenta del gas”.
“¿Te dijo el Señor que estamos atrasados dos meses?”
“No importa”, le dijo ella. “Vamos a pagarlo”.
Para 1983, durante el segundo año de Rhema, Cindy había tenido suficiente. Uno de los pastores en su iglesia era muy vocal acerca de los estudiantes que no trabajaban y no proveían para sus familias. Ella hizo una cita con él y llevó a Bill. Tan pronto se sentaron, el pastor dijo: “En el 99% de los casos, la voluntad de Dios para su gente es que trabajen. Pero Dios me está diciendo que tú, Bill, no debes trabajar”.
“¡Eso no era lo que quería escuchar!” admite Cindy. “Pero tenía sentido, ya que Bill no podía conseguir un trabajo. ¡Ni siquiera McDonald’s lo hubiera contratado!”
Aprendiendo a confiar
El dolor de vivir sin un ingreso era implacable. Muchas veces tenían que arrodillarse y orar para poder tener comida para la cena de esa noche. Un día le pidieron al Señor por $1.000 dólares que necesitaban para llegar al final de mes.
En su casa en Michigan, un hombre de su Iglesia Católica le dijo a su esposa: “querida, tenemos $1.000 dólares que nos sobraron de la compra de la calefacción. Creo que debemos mandárselos a Bill Krause”.
Como estudiante de Rhema, Bill no podía asistir a clases a menos que su mensualidad de $180 dólares estuviera paga. Un día, al salir de la clase, encontró un papel doblado en el asiento de su auto. Adentro había billetes nuevos de $20 dólares.
En 1984, a sólo dos meses de la graduación, Bill estaba cansado y le dijo al Señor que abandonaría si los dos meses no eran pagados en su totalidad. “Bill”, alguien le dijo: “el Señor me dijo que pague tu matrícula. Me dijo que pague tus dos últimos meses”.
“Me gradué en 1984, y pasé el siguiente año trabajando 3 trabajos para ganar dinero suficiente para poder llevar a cabo la siguiente fase del plan de Dios para nuestras vidas”, Bill recuerda. “Nos dijo que nos mudáramos a Sacramento, California, y sembráramos una iglesia. Me di cuenta que aprender a vivir por fe y creerle a Dios por provisión fue la tierra de entrenamiento para la clase de fe que necesitábamos para empezar una iglesia. Puedes pagar ahora o pagar más adelante, pero para tener éxito en el plan de Dios, tienes que aprender a vivir por fe”.
“Aunque pienso que el Señor quería que aprendiéramos a creerle por provisión, cometí un error que hizo que fuera más duro de lo que debió haber sido. Cuando estaba sin trabajo, dejé de dar ofrendas por arriba y por encima del diezmo. Dar ese dinero no lucía como si fuera un buen administrador, pero ahora sé que si lo hubiera hecho habría disfrutado una cosecha más grande”.
Obedeciendo el llamado
En Julio de 1985, Bill y Cindy comenzaron la Iglesia Family Community (Comunidad Familiar) en un espacio rentado. En 1989 compraron una propiedad en una calle principal para así tener un lugar permanente. Más adelante, cuando se presentó la oportunidad de comprar el local adyacente de autopartes y una tienda de licores, ellos no perdieron la oportunidad. La tienda de autopartes se mudó, pero la tienda de licores tenía un contrato.
“¿Me pregunto qué tomará comprarte tu contrato?, preguntó Bill. La respuesta: $50.000 dólares.
“Fui a la iglesia y les dije que podríamos comprar el contrato por $50.000”, Bill recuerda. Ellos se comprometieron con $88.000 dólares, pero cuando el dinero entró, ¡habían $113.000!
¡Recibimos más del 200 por ciento del monto que necesitábamos!”
En Mayo del 2012, cuando Cindy estaba orando, escuchó una instrucción específica del Señor: “Quiero que ores por dinero suficiente para pagar toda la deuda de la iglesia para el 31 de Diciembre. Si llegas un solo día tarde, no estarás posicionada para moverte en tu futuro, ni como individuos, ni como iglesia”.
El total de la deuda era de $400.000 dólares.
“Por un tiempo, no lucía como si lo fuéramos a lograr”, Cindy explica. “Pero tres minutos después de las 5:00 pm del 31 de Diciembre, entré al banco y pagué toda la deuda”.
En los primeros años de la iglesia, Bill se comprometió a dar $1.000 dólares a un ministerio en particular, pero no pudo cumplir. Él se arrepintió con el hombre y le pidió perdón. Mientras aprendía a poner los principios bíblicos de la prosperidad en funcionamiento, logró honrar su compromiso. Pero en vez de dar $1.000 dólares, ofrendó $100.000. Y unos pocos años después, dio $300.000 dólares.
Hoy, Bill y Cindy Krause disfrutan del fruto de todo su trabajo, y por ambos lados: crecer una iglesia, y crecer una familia. Se deleitan en sus 22 nietos. Y aún son colaboradores con KCM.
“Kenneth Copeland ha cambiado la percepción del Cristianismo y ha roto barreras”, dice Bill. “Ellos representan a Dios hoy en día en la Tierra, y sabemos que el dinero que sembramos en su ministerio está cosechando resultados mundiales. Ellos oran por sus colaboradores diariamente, y mientras ellos necesitan de recursos financieros para predicar por todo el mundo, creemos que es crucial que nosotros también sembremos en ellos nuestras oraciones. Oramos por Kenneth y Gloria y el ministerio todos los días y desafiamos a todos sus colaboradores a hacer lo mismo”.
Dos veces al año, Bill Krause lidera seminarios de libertad financiera que duran una semana, enseñando 10 sesiones de la perspectiva Bíblica de las finanzas. En Octubre del 2014, casi 37 años después de pedirle a Kenneth Copeland que predicara en su sótano, el predicó en la iglesia Family Community.
“Finalmente lo hice”, dijo el hermano Copeland.
Y éso es lo que distingue a la fe: nunca se da por vencida.