De todas las cosas que disfruto EN MI VIDA DE fe en la PALABRA de Dios, una de mis favoritas es la siguiente: nunca tengo que preguntarme quÉ está haciendo Dios en mi vida. Sé que Él está haciendo exactamente lo que prometió. es una CERTEZA absoluta.
No exist aquello como: “Bueno, ¿Qué pasa si no lo hace esta vez?” Tampoco existe: “¿Qué sucede si esa no es su voluntad? Esa clase de preguntas ya no existen.
No tengo que hacérmelas porque, como comencé a descubrir por primera vez en 1967, Dios opera de acuerdo a leyes espirituales; y una de ellas es “la ley de la fe” (Romanos 3:27).
Tal como las leyes físicas, la ley de la fe es completamente predecible. Es por esa razón que se le llama ley. Las leyes funcionan de la misma manera todo el tiempo, todas las veces. Nadie se levanta por la mañana preguntándose si la ley de gravedad estará en funcionamiento. Nunca nadie pregunta cosas como: ¿piensas que Dios hará que la ley de la gravedad opere hoy? Eso sería tonto. La ley de la gravedad funciona hoy tal como lo hizo ayer. Dios la hizo funcionar una vez, y continuará así hasta que él la apague.
Lo mismo es cierto en lo que se refiere a las leyes espirituales. Siempre están encendidas. Siempre están funcionando. Tal como el sol brilla sobre cualquiera que salga a recibirlo, la ley de la fe producirá victoria en cada área de la vida para cualquiera que aprenda acerca de ella, y la aplique.
“Bueno hermano Copeland” podrías decir, “yo pienso que es importante ser realista. Por ejemplo: tienes que pensar que, con fe o sin fe, las personas en los países más pobres no pueden experimentar la misma clase de victorias financieras que los creyentes experimentan en Estados Unidos”.
Sí, si pueden. Lo he visto con mis propios ojos. He visto a Dios prosperar personas de fe y prosperarlos masivamente en los lugares más insólitos que te puedas imaginar.
Por ejemplo, el Obispo David Oyedepo. Él es un amigo personal muy querido que vive y ministra en Nigeria; el se aferró a la palabra de fe a mediados de los años 70. Al comienzo, luchó con el aspecto financiero de la misma debido a las condiciones económicas de su país.
Sin embargo, estaba determinado a no perderse nada de lo que Dios tenía reservado para él. Así que tomó su Biblia junto con uno de los libros de Gloria acerca de la prosperidad y otro mío, y se fue a pasar unos días en ayuno y oración en soledad.
Más adelante nos dijo: “Cuando leí el libro de mamá Gloria, ‘La voluntad de Dios es la prosperidad’, ¡lo entendí! Tuve una visitación del Señor y me di cuenta que la prosperidad financiera es un pacto con Dios”.
Desde ese momento en adelante, su panorama financiero empezó a cambiar. Ya no estaba obstaculizado por los problemas económicos a su alrededor; él había entendido que no es la economía del mundo la que hace ricos a los creyentes. ¡Es nuestro pacto con Dios! Y las Escrituras dicen:
La bendición del SEÑOR es la que enriquece y no añade tristeza con ella (Proverbios 10:22, RVA-2015).
Más bien, acuérdate del Señor tu Dios, porque él es quien te da el poder de ganar esas riquezas, a fin de confirmar el pacto que hizo con tus padres, como en este día (Deuteronomio 8:18).
Y Dios es poderoso como para que abunde en ustedes toda gracia, para que siempre y en toda circunstancia tengan todo lo necesario, y abunde en ustedes toda buena obra (2 Corintios 9:8).
Una vez que el Obispo Oyedepo tomó su posición acerca de lo que Dios dice y activó la ley de la fe, su ministerio empezó a prosperar financieramente más allá de lo que la gente pensó que sería posible. A su congregación le continuaban quedando pequeños los edificios. Compraban uno, lo llenaban, y después compraban otro.
Eventualmente, el SEÑOR lo guió a comprar 200 hectáreas en el medio de la nada, y que llamara ese lugar: “Tierra de Canaán”. La tierra está ubicada tan lejos de la civilización que tuvieron que mover a los monos y los babones de allí para poder comenzar la construcción. Hoy, esas primeras 200 hectáreas se han transformado en una ciudad de más de 4.000 hectáreas—con un auditorio para 50.000 personas, cuatro bancos, un jardín de niños, una escuela primaria, una secundaria, y una universidad que es una de las más reconocidas en África… y mucho más.
En el 2008, cuando visité por primera vez “Tierra de Canaán”, tan solo habían completado la primera fase del proyecto y el obispo me contó:
“Hermano Copeland, hemos invertido $250 millones en esta fase; no tenemos deudas, y no hay dinero de fuentes americanas en esta fase. La segunda fase también será de $250 millones; sin embargo, ya tenemos ese dinero en el banco”.
Tan solo piénsalo—sin dinero americano. Sin deuda. Tan solo con fe en Dios.
Desde ya, no trates de decirle a David Oyedepo que la ley de la fe no funciona de la misma manera en cualquier lugar, para cualquier persona. ¡Él ha comprobado que sí lo hace más allá de lo que cualquier vestigio de duda pueda imaginar!
Dos pactos, BENDICIONES ilimitadas
Por supuesto, una de las claves más importantes para el éxito del Obispo Oyedepo, es su entendimiento del pacto. Cuando se trata de activar la ley de la fe, ya sea que vivas en Nigeria o en Estados Unidos, necesitas tener una revelación de que operas en un pacto con Dios. Necesitas darte cuenta que la Biblia no es tan solo un libro religioso. Es un registro de dos pactos—el Antiguo y el Nuevo. Ambos pactos son juramentos de sangre, lo que significa que son pactos de máxima certeza.
Bajo el Pacto Antiguo, Dios caminó sobre la sangre de animales y declaró LA BENDICIÓN—que incluye cualquier cosa buena prometida en la Biblia—sobre Abrahán. Después, Él nos incluyó a nosotros en esa BENDICIÓN diciéndole a Abrahán: «¡Así será tu descendencia!» (Génesis 15:5). A pesar de que a muchos cristianos se les ha enseñado que las promesas del Antiguo Testamento no aplican a nosotros en la actualidad, Gálatas 3:16,29 dice: «Ahora bien, las promesas fueron hechas a Abrahán y a su simiente. No dice: «Y a las simientes», como si hablara de muchos, sino: «Y a tu simiente», como de uno, que es Cristo… Y si ustedes son de Cristo, ciertamente son linaje de Abrahán y, según la promesa, herederos».
Si todavía no lo has hecho, deberías pasar tiempo investigando las promesas de BENDICIÓN que Dios declaró en el Pacto Antiguo. ¡Son maravillosas!, y cubren cada aspecto de la vida—salvación, liberación, provisión, victoria, sanidad, longevidad… y cualquier otra cosa buena que puedas imaginarte.
“Pero hermano Copeland”, podrías decir, “si el Pacto Antiguo es tan bueno, ¿por qué necesitamos del Nuevo Pacto? ¿Cuál es la diferencia entre ambos?
¡La diferencia está en la sangre!
El Nuevo Pacto no está ratificado en la sangre de animales, sino en la sangre de Jesucristo—y Su sangre hizo por nosotros lo que nada más podría hacer. Esta «nos redimió de la maldición» (Gálatas 3:13).
Tal como la BENDICIÓN incluye todo lo bueno, la maldición incluye todo lo malo. De acuerdo con Deuteronomio 28:15-68, ésta incluye: enfermedad, pobreza, derrota, esterilidad, destrucción, y toda otra cosa maligna que vino sobre la humanidad a través del pecado. Bajo el Pacto Antiguo, la gente todavía estaba bajo la esclavitud del pecado y tenía que pagar la pena por el mismo al sufrir la maldición. Sin embargo, bajo el Nuevo Pacto, ¡el precio del pecado ha sido pagado y la maldición se ha ido con el!
Debido a que el Nuevo Pacto es entre el Dios Todopoderoso y el Señor Jesucristo resucitado, ningún pecado que alguna vez cometamos puede romperlo. Podemos romper nuestra comunión con él a través de la desobediencia; sin embargo, podemos ir a Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, confesar el pecado, y Él es fiel para perdonarnos y lavarnos de toda injusticia.
No importa cuánto nos hayamos equivocado; como creyentes del Nuevo Pacto, no tenemos que vivir bajo la maldición. Siempre podemos arrepentirnos y volver a tener comunión con Dios. Él nunca nos da la espalda porque Jesús es nuestro representante del Pacto y Él es miembro de la Trinidad. ¡A eso le llamo un buen Representante! Existe un nacido de nuevo, bautizado con el Espíritu Santo, resucitado, hombre glorificado en la Trinidad y Él es nuestro Hermano de sangre. Él calificó para recibir el cumplimiento total de la BENDICIÓN de Dios—y ahora ese Pacto de BENDICIÓN es nuestro, porque nosotros estamos en Él.
La fe: haciendo una conexión con el Pacto
Este es punto que el apóstol Pablo estaba haciendo en Efesios 2:11-12, donde escribió: «Por lo tanto ustedes, que por nacimiento no son judíos, y que son llamados «incircuncisos» por los que desde su nacimiento han sido físicamente circuncidados, deben recordar esto: En aquel tiempo ustedes estaban sin Cristo, vivían alejados de la ciudadanía de Israel y eran ajenos a los pactos de la promesa; vivían en este mundo sin Dios y sin esperanza».
¡El Pacto con Dios lo es todo! La gente que vive sin él está atrapada en un sistema mundanal impío guiado hacia el fracaso. Ellos están absolutamente sin esperanza porque la única esperanza verdadera proviene del Pacto con Dios. La misma se origina cuando vamos al libro de Pacto y encontramos una promesa que cubre nuestra situación. Proviene de poder decir: “tengo un acuerdo de sangre con Dios, por lo tanto, esta promesa me pertenece. Estoy seguro de que se cumplirá porque la parte que le toca a Dios en ya está hecha. Él ya ha hecho un pacto conmigo y Él suplirá a todas mis necesidades de acuerdo con Sus riquezas en gloria por Cristo Jesús. Él ha dicho que por las llagas de Jesús yo soy sano” (lee Filipenses 4:19, 1 Pedro 2:24).
Es así como vencemos cuando estamos enfrentando una colisión entre las leyes inferiores de este mundo caído y las leyes superiores de Dios. Cuando por un lado estamos enfrentando alguna clase de ataque financiero o físico, y por el otro lado vemos lo que las escrituras dicen acerca de la prosperidad y la sanidad, nosotros tomamos nuestra posición en nuestro pacto. Nosotros ponemos las leyes supremas de Dios en funcionamiento al creer y declarar lo que Él dice, sin importar lo que nuestros sentidos físicos puedan estar diciéndonos.
“¡Pero hermano Copeland!” podrías decir, “yo no tengo esa clase de fe”.
Sí, la tienes. La recibiste cuando naciste de nuevo. Como Efesios 2:8 dice: «Ciertamente la gracia de Dios los ha salvado por medio de la fe. Ésta no nació de ustedes, sino que es un don de Dios».
Dios te dio la fe como un regalo en el momento de tu nuevo nacimiento y no se ha ido a ningún lado. Todavía está en tu interior y es de la mejor calidad. ¡Es la fe de Dios!
Recarga tu fe
La pregunta es: ¿Qué estás haciendo con ella? ¿Estás tan solo dejando tu fe dormitar en tu interior, o la estás alimentando y cultivando, poniéndola a trabajar?
Una manera en la que puedes saberlo es al escuchar lo que estás diciendo. De acuerdo con Romanos 10:6-10:
«Pero la justicia que se basa en la fe dice así: «No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (Es decir, para hacer que Cristo baje.) ¿O quién bajará al abismo? (Es decir, para hacer subir a Cristo de entre los muertos.)» Lo que dice es: «La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón.» Ésta es la palabra de fe que predicamos: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo.» Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación».
La fe no dice cosas como: “Oh, Jesús, estoy tan enfermo, necesito que te me aparezcas. Necesito sentir Tu mano sobre mi frente febril para que pueda deshacerme de esta duda y recibir mi sanidad”. No es así como habla la fe. La fe dice: “La PALABRA de Dios está cerca mío, en mi boca y mi corazón, esa es la palabra de fe que predicamos”.
Nota el énfasis de que es en la PALABRA predicada. Existe algo extremamente poderoso acerca de la palabra de fe predicada. Tiene una manera de llegar hasta tu corazón y a tu boca. Ciertamente, leer y estudiar las escrituras por ti mismo es importante, pero recibir la PALABRA predicada por el poder del Espíritu Santo puede fortalecer tu fe como nada más puede hacerlo.
Esa es la razón por la que Romanos 10:15,17 dice: «¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el evangelio de las cosas buenas!… Por esto, la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Cristo» (RVA-2015). Y Hebreos 10:25 nos dice que no dejemos de congregarnos. Es cuando nos ponemos bajo la unción de la PALABRA predicada cuando nuestra fe realmente brota.
Gloria y yo podemos dar testimonio por experiencia propia. Nosotros no sólo predicamos nosotros mismos de fe; nosotros continuamente hemos escuchado a otras personas y sus prédicas de fe por casi 50 años; hoy en día podemos decirte que la predicación ungida recargará tu fe.
Así que asegúrate de recibir mucho de ella. Ve a una buena iglesia donde la PALABRA sea predicada semanalmente. Asiste a las Convenciones de Creyentes. Mira programas de TV llenos de la PALABRA con frecuencia como aquellos que encontrarás en la Cadena “La Voz de Victoria del Creyente” (BVOVN).
Activa la ley de la fe en tu vida constantemente al oír la PALABRA predicada, y al mantener la PALABRA en tu corazón y en tu boca. Luego, no tendrás que preguntarte cuando te despiertas en la mañana qué es lo que Dios hará por ti hoy. ¡Puedes despertarte todos los días sabiendo, sin lugar a duda, que Él hará lo que Él dijo!