La trifulca creada por siete niños que se alistaban para ir a la iglesia casi rompía los vidrios. “¡Ya te dije que no uses mi ropa!” Janet Boynes le gritó a su hermana, a los 13 años de edad.
“¡Tú usaste la mía!”
“¡No, no la usé!”
La casa estaba llena de actividades, mientras todos se alistaban para salir ese domingo en la mañana, cuando, de repente, alguien tocó a la puerta. Una mujer preguntó si podía hablar con la mamá de Janet, y luego hizo un anuncio alarmante: “Tu hijo, Robert, es gay”, le dijo. “También es un travesti. Durante el día es Robert y Bárbara en la noche”.
“¡Ahora entiendo cómo nuestra ropa desaparece!”, pensó Janet.
Para rematar, la noche anterior su padrastro se había emborrachado—¡otra vez! La casa había quedado en silencio, mientras los niños trataban de reprimir el llanto al presenciar cómo él le pegaba a su madre; sus gritos se habían desvanecido en sollozos que luego pasaron al silencio.
A los 13 años, Janet conocía muy bien el ciclo. Su padrastro golpeaba a su madre; su madre se ponía más estricta con los niños—y después, los hacía limpiar hasta que todo quedaba reluciente.
Los niños se golpeaban entre ellos.
La rabia que gobernaba el hogar explotaba en forma de peleas en las aulas, peleas en el patio del colegio y guerras en el vecindario. Janet había perdido la cuenta de cuántas veces había sido expulsada de la escuela por golpear a otros niños.
“Ahora, terminen de arreglarse para ir a la iglesia”, les ordenó su mamá.
A Janet le gustaba la belleza del silencio de la Iglesia. Ella absorbía la paz que habitaba en ese lugar. Era uno de los pocos lugares en los que se sentía segura. Ella nunca se sentía de esa manera en su casa; pero allí, cuidada por Dios y sus ángeles, suspiraba con un alivio bendito.
Después del servicio, Janet se dirigió al baño en el sótano, sin percatarse de que alguien la estaba siguiendo. Antes de que pudiera darse cuenta, fue arrastrada al cuarto de los calentadores y abusada.
¡No, no de nuevo!
El papá de su hermana mayor ya lo había hecho—y ella estaba determinada a no permitir que sucediera otra vez. Sin embargo, sucedió. La violaron.
Llorando y jadeando en busca de aire, Janet observó al monaguillo terminando de acomodar su ropa para luego irse. Desolada, como si una bomba hubiera explotado en su alma, una cosa estaba muy clara: no había lugar en la Tierra donde una pudiera estar a salvo de los hombres que acechaban a las jóvenes, débiles e indefensas. Ni siquiera en la casa de Dios.
La ira alimentada por el dolor
“Después de ese incidente, la ira en mi interior explotó aún más”, Janet recuerda. “Golpeaba a niños todo el tiempo. Más tarde me di cuenta de que nunca atacaba a las niñas, únicamente a los niños. Yo era una de siete hijos—producto de cuatro padres diferentes, y nuestra familia era violenta y disfuncional. Los hombres en mi vida no habían sido dignos de confianza. Muchos de los que me encontré fueron abusadores violentos y depredadores sexuales”.
“Una cosa buena que me sucedió, fue conocer a mi profesora de inglés de octavo grado. Ella me acogió bajo su cuidado y trató de ayudarme. Me recogía durante los fines de semana y me llevaba a hacer cosas. Era amable conmigo, pero también la molestaron mucho por serlo. Tanto el resto de mis profesores y la administración pensaban que yo era una causa perdida y una pérdida de tiempo”.
“Eso no la detuvo, y después de que salí de su clase, ella fue consistente a través de los años, manteniéndose en contacto y pasando tiempo conmigo. Yo le hablaba a ella de mi vida, pero nunca le dije que me habían violado. Para cuando estaba en la secundaria, ella trabajaba conmigo para prepararme para la universidad. Cuando ella y su esposo se mudaron a Minnesota, fue un golpe devastador”.
“Tenía tanto dolor emocional en la secundaria, que empecé a usar drogas. Aun así, sobresalí en el baloncesto y fui aceptada en la universidad. Sin embargo, el consumo de drogas afectó mi capacidad para estudiar y jugar deportes”.
Un nuevo comienzo
Dándose cuenta de que necesitaba ayuda, Janet contactó a su ex profesora de inglés y le explicó la situación. Una vez más, la profesora y su esposo le ofrecieron ayuda. Janet abandonó la universidad y se mudó a Minneapolis, donde se quedó con la pareja por algún tiempo antes de retomar los estudios en esa localidad.
Uno de los compañeros de clase de Janet la invitó a la iglesia, donde oró la oración de salvación y le dio su corazón a Jesús. Esa Navidad, ella regresó a Pennsylvania a pasar las fiestas con su familia, urgiéndolos a orar la misma oración.
De regreso en Minneapolis, Janet asistió a una universidad cristiana y tomó clases de Biblia. Allí había un programa de discipulado llamado Parkhouse que tenía una gran reputación, pero aceptaba a muy pocos participantes. Éste ofrecía casas para hombres y mujeres, que estaban separadas por una cuadra, y tenían adultos supervisores que vivían con ellos en cada casa.
Janet aplicó para el programa, y fue admitida. Abandonó la universidad y se mudó a Parkhouse. Además de las actividades de la Iglesia, ella asistía al estudio bíblico una vez a la semana, ayudaba a producir obras de teatro para la Iglesia y hacía trabajo de discipulado en la comunidad. El programa duró un año y Janet disfrutó de la experiencia.
Conoció a un hombre cristiano maravilloso y se enamoraron. Él le propuso matrimonio, ella aceptó y empezaron consejería matrimonial con su pastor mientras planeaban la boda.
La vida era maravillosa. Lo único que Janet deseaba que fuera diferente eran los viajes tan largos que su prometido, un corredor de motocicletas, tenía que hacer. Además, también tocaba la batería, así que estaba muy ocupado. En su ausencia, Janet desarrolló una amistad cercana con una mujer en el trabajo.
“¿Por qué pasas tanto tiempo con ella?”, le preguntó su prometido.
“Porque tú nunca estás. ¿No quieres que tenga amigas?”
“Por supuesto que sí quiero”, le dijo.
Sin embargo, su rostro decía otra cosa. Él estaba preocupado por Janet.
Tres meses antes de la boda, Janet fue con su amiga a visitar los padres de la mujer. Se quedaron hasta tarde y terminaron pasando la noche en la misma cama.
Las mujeres tuvieron un encuentro sexual.
Un vacío tan grande como Dios
“A la mañana siguiente me desperté con un gran vacío”, recuerda Janet. “La paz que había disfrutado desde que me había hecho cristiana se había ido. Sabía que había entristecido al Señor, y me sentía como si Dios me hubiera abandonado. Me reuní con mi pastor y le dije lo que había hecho. Me aconsejó que le dijera a mi novio, cancelara la boda y buscara ayuda”.
Janet siguió el consejo.
“Le dije a mi prometido, y cancelamos la boda”, ella nos comenta. “Él estaba devastado y quería arreglar las cosas. Pero en ese momento, dejé a un lado la vida como la había conocido y adopté un estilo de vida lésbico”.
Janet admite que lo que la atrajo a ese estilo de vida no fue el sexo.
“Yo quería una conexión emocional más profunda, alguien en quien pudiera confiar”, nos comenta. “En el fondo no confiaba en los hombres. Tenía tanto anhelo de ser amada y pertenecer, mas sin embargo nunca había podido lidiar con la violación o los abusos sufridos de niña. Éstos habían causado mucho dolor, durante muchos años”.
“Perder esa relación dulce con el Señor fue algo indescriptible. Sentía un gran vacío y nada lo llenaba. Todo lo que me pasó después de esa noche fue horrible, pero la peor parte fue la falta de paz. Hice cualquier cosa para tratar de llenar ese vacío. Usé drogas, vendí drogas, bebí, tuve relaciones con mujeres. Una relación tras otra que nunca funcionó. Peleábamos todo el tiempo. No era una vida feliz. Mis amigos se enojaban conmigo por ir a los bares y hablar de Dios y citar versículos bíblicos todo el tiempo. Yo ni siquiera me daba cuenta de que lo hacía”.
Muriendo para vivir
De regreso en su casa, la habitación daba vueltas como un parque de diversiones y Janet sintió que flotaba. ¿Se había muerto? ¿Había terminado con el infierno que ella llamaba vida? A la distancia escuchó las sirenas y se dio cuenta de que, una vez más, alguien había llamado una ambulancia. A pesar de que los paramédicos trataron de convencerla de que se sometiera a un tratamiento, ella había decidido no hacerlo.
Solo esperaba a ver qué la mataría primero: la bulimia o la cocaína. Aún en su condición de deterioro extremo, Janet sabía que iba cayendo en espiral… tan rápido que la mareaba.
En 1989, después de pasar 10 días en un hospital por su desorden alimenticio, Janet finalmente llamó a su empleador en la compañía automotriz Ford y pidió ayuda.
“Soy una drogadicta”, les dijo.
Ford la envió a un centro de rehabilitación y después a un programa de seguimiento, donde Janet pudo romper con su adicción a la cocaína y dejar las drogas para siempre. Sin embargo, pasó otro año para que finalmente empezara a tratar su desorden alimenticio.
“Comencé un servicio de limpieza, limpiando casas y negocios”, Janet recuerda. “Compré una casa en Maple Grove, donde vivía con mi amiga. Durante muchos años, cada vez que pasaba por la Asambleas de Dios de Maple Grove, me sentía atraída a entrar. Un día le dije a mi amiga: ‘Algún día, iré a esa Iglesia’. Sentía que Dios quería que volviera a Él, pero no estaba lista”.
“Limpiábamos casas durante el día y negocios en la noche. Trabajaba duro y no descansaba. Sin embargo, una noche en 1998, sentí que debía dejar de trabajar a las 3:00 a.m. e ir al supermercado. Mientras entraba a la tienda, una mujer salía caminado con un carrito lleno de compras. No sabía que ese encuentro cambiaría mi vida”.
Encuentro divino
“Señora, ¡qué cantidad de mercado!”, Janet le dijo a la mujer. “Te podrían robar a esta hora de la madrugada”.
“Lo sé”, respondió la mujer entre risas. “Nuestro hijo va la Universidad Bíblica del Centro Norte y mi esposo y yo estaremos fuera de la ciudad, pero no podemos irnos sin dejar lleno el refrigerador para nuestros cuatro hijos”.
“Yo tomé clases ahí”, Janet le explicó. “Sin embargo, ya no camino más con el Señor: ahora vivo un estilo de vida gay”.
“Mi nombre es Tammy”, le dijo la mujer, entregándole un folleto. “Nos iremos durante dos semanas, pero nos gustaría que visitaras nuestra Iglesia cuando volvamos”.
Era un folleto de las Asambleas de Dios de Maple Grove.
“Dos semanas después, me reuní con Tammy en la Iglesia”, Janet recuerda. “Ella me presentó a todo el mundo, y ellos me amaron y aceptaron a pesar de cómo lucía. Durante 14 años, había comprado ropa en el departamento de ropa masculina de Macy’s. Me acogieron en su comunidad y nunca me juzgaron, y volví a dedicar mi vida al Señor”.
“Había un estudio bíblico para 10 mujeres y tenían un espacio adicional. Me invitaron a unirme a ellas y cuando llegué, nunca me había sentido tan fuera de lugar. Estaba vestida con sudadera y tenía una pañoleta en mi cabeza porque iba a limpiar casas después de la reunión. Ellas usaban ropa femenina y tenían sus uñas y pelos arreglados. Miré alrededor, respiré profundamente y dije: ‘Mi nombre es Janet y vivo una vida homosexual. Si me ayudan, serviré al Señor por el resto de mi vida’. Ellas aceptaron el reto y me amaron”.
Volviendo a lo básico
“Ocho meses después, una de las líderes me dijo que ella y su esposo sentían que el Señor quería que me invitaran a vivir con ellos y sus tres hijos. Yo tenía 40 años, tenía mi casa y mi negocio propio, pero sabía que era algo que venía de parte del Señor. Todavía vivía con mi amiga, a pesar de que había dejado de tener intimidad con ella cuando le entregué de nuevo mi vida al Señor. Vendí mi casa y me mudé a vivir con la familia de la Iglesia”.
“Vivir con esa familia fue mi primera experiencia en una familia real. Todo era nuevo para mí. No habían peleas de borrachos, ni gritos. No habían palizas. Desde la reunión de la familia en el desayuno por la mañana, hasta cómo los niños actuaban y cómo el marido y la esposa se trataban—todo era nuevo”.
“Ellos me inculcaron los principios familiares que nunca había experimentado. La madre empezó el proceso de enseñarme cómo vestirme, arreglar mi pelo y ser una mujer. Fue una experiencia maravillosa. No les mentí acerca de que todavía hablaba por teléfono con mi ex novia. Después de algunos meses, se sentaron conmigo y me explicaron que, si no terminaba todo contacto con ella, debía mudarme”.
“A pesar de que era algo muy difícil, sabía que tenían la razón. Como la mayoría de las mujeres, para mi ese estilo de vida no se trataba de sexo. Se trataba de encontrar un profundo apego emocional. Mientras me aferrara a ese apego con mi novia, no sería libre”.
“Para mí, era más fácil deshacerme de la cocaína que cortar esas ataduras emocionales y dejar esa vida. Para ser libre, terminé deshaciéndome de mi casa, mi novia, todos mis amigos, mi ropa y lo más importante: mi identidad. Con mucho amor y apoyo de mi familia de la Iglesia, y la ayuda sobrenatural de Dios, lo logré. Después de vivir 14 años como lesbiana, fui libre”.
Un año, Janet viajó a su casa para Navidad, y su hermano Robert la llamó aparte.
“Tengo el virus”, le dijo.
Janet sintió resequedad en la boca.
“¿Eso significa que tienes SIDA?”
“No, pero significa que tengo el virus que lo causa. No le digas a nadie”.
Janet miró a su hermano con dolor en sus ojos, y se dio cuenta de que el pecado te lleva más lejos de lo que esperas, y te mantiene atado por más tiempo del que tú quieres.
Un evangelio sin diluciones
Ocho meses después de que Janet se uniera a las Asambleas de Dios en Maple Grove, y ya conviviendo con la familia cristiana, su mamá encontró a Robert en un hospital. Había muerto de SIDA.
Janet entendió que cuando Satanás la había tentado, ella no había tenido la cimentación suficiente en la Palabra de Dios. Esta vez, ella juró comer, respirar y sumergirse totalmente en la Palabra. Su familia de la Iglesia la ayudó, dándole amor y el sentido de pertenencia que ella había recibido en la comunidad lesbiana, sin ninguna condenación.
Le aseguraron que su pecado había sido pagado por Jesús en el Calvario. Le aseguraron que su pecado no era peor que el de ellos, pero que, como todo pecado, su pecado requería de arrepentimiento. Nadie actuaba como si fuera más importante o santo que ella, todos eran transparentes, compartiendo las cosas con las que luchaban en su vida y cómo las habían vencido.
“Ellos no minimizaban mi pecado ni predicaban un evangelio rebajado con agua”, explica Janet. “No importa si estás ayudando a alguien con problemas de alcoholismo, adicción a las drogas, adulterio, un mal matrimonio o pornografía; se requiere de la Palabra de Dios que es más cortante que una espada de dos filos, manejada con amor”.
“Como esos otros pecados, cuando se trata del estilo de vida gay, no puedes lidiar solamente con el comportamiento; necesitas encontrar la raíz del problema. Al igual que yo, el 85% de las mujeres en esos estilos de vida han sido violadas y abusadas por hombres. Usualmente, ése es el verdadero problema que nunca se ha tratado. Las personas en las Asambleas de Dios de Maple Grove fueron pacientes y amorosas. Después de un par de años, ni siquiera quería volver a mi vida anterior”.
Creciendo en Dios
Eventualmente, el Señor guio a Janet a asistir a Living Word Christian Center en Brooklyn Park (Centro Cristiano de la Palabra Viviente), pastoreada por Mac y Lynne Hammond. “Mis pastores en Maple Grove me bendijeron y me enviaron con ellos; sin embargo, fue difícil la transición. El mensaje de fe me ha enseñado lo ponderosa que es la Palabra de Dios. La incorruptible Palabra de Dios me mantuvo firme. El estilo de vida gay se trata principalmente de una confusión de la identidad, y a través de esa enseñanza incorruptible, encontré mi verdadera identidad en Dios. He seguido rodeándome de hombres y mujeres fuertes en Dios, a los cuales rindo cuentas”.
Ocho años después de abandonar su vida como lesbiana, Janet empezó su ministerio propio: Ministerios Janet Boynes, enfocados en ayudar a la gente que quiere ser libre del estilo de vida gay. En el 2009 fue ordenada por Mac Hammond.
En el año 2012, cuando Michelle Bachmann se convirtió en candidata para la nominación republicana en las primarias presidenciales de los EE.UU., Lynne Hammond comenzó un grupo de oración por Bachmann. Ella le pidió a Janet y a la Pastora Terri Pearsons de la Iglesia Eagle Mountain International, en Fort Worth, Texas, que le ayudaran.
“En cualquier momento que Michelle necesitaba oración, hablábamos por teléfono para orar, y así fue como nos hicimos amigas con Terri. Después, en el 2013, cuando el Señor me dijo que me mudara a Texas, fui a donde los Pastores George y Terri Pearsons y empecé a asistir a EMIC”.
Una palabra de sabiduría
Han pasado 18 años desde que Janet Boynes abandonó su estilo de vida como lesbiana y cayó en los brazos de una Iglesia amorosa. En el 2011 fue la portada de la revista Charisma (Carisma). Desde entonces la han entrevistado en el Club 700, el programa Life Today con James Robinson y Joni Lamb. Ella pasó una semana con Andrew Wommack, predicando en su conferencia de ministros.
Janet es una voz de sabiduría y razón en medio de la gran discordia generada sobre los derechos de los homosexuales. Ha escrito dos libros: Called Out: A Former Lesbian Discovers Freedom (Rescatada: Una ex lesbiana descubre la libertad) y God and Sexuality: Truth and Relevance Without Compromise (Dios y la sexualidad: verdad y relevancia sin concesiones), para ayudar a los cristianos e iglesias a abordar estos problemas.
“Este estilo de vida se ha introducido en nuestras iglesias”, relata Janet, “y muchos padres, con gran fe para otras cosas, no tienen fe en que Dios puede liberar a sus hijos de un estilo de vida gay. ¡No caigas en la duda y la incredulidad! ¡Nada es demasiado difícil para Dios! Hay muchas personas atrapadas en este estilo de vida que quieren salir, pero el diablo las ha convencido de que nadie las quiere, especialmente la Iglesia. Muchos entran a las iglesias con la esperanza de escuchar las respuestas sólo para encontrar que el tema no se menciona. Este tema ya no puede ser el elefante en la sala, del que nadie quiere hablar. Debemos educarnos y estar preparados para amarlos y ministrarles la verdad. Más que nada, tenemos que amarlos lo suficiente como para no comprometer el evangelio. Dios sigue trabajando para liberar a los cautivos”.