El General William Booth no es un nombre muy familiar para la mayoría de las personas. Él era un militar no convencional. Su arsenal no estaba lleno de rifles y cañones, sino más bien de Biblias, comida, ropa y el mensaje de salvación. Él era un soldado del SEÑOR.
En los primeros días de su ministerio, el Rev. William Booth fue un destacado evangelista metodista. Se especializó en la necesidad del arrepentimiento y la promesa del amor y la redención de Dios para toda la humanidad.
Al regresar una tarde fría de un servicio evangelístico, Booth se dio cuenta de los pobres que dormían bajo el Puente de Londres y la compasión se apoderó de él. En ese momento, sabía que tenía que hacer algo para ayudar a las personas sin techo.
El Señor lo llamó, y Booth respondió.
Así fue como nació “El Ejército de Salvación” (The Salvation Army).
En 1865, él y su esposa, Catherine, inauguraron The Christian Revival Society (La Sociedad Cristiana del Avivamiento) en la zona este de Londres. Allí, realizaban servicios todas las noches y los domingos, atendiendo a los más necesitados de la sociedad, incluyendo alcohólicos, delincuentes y prostitutas.
Poco después, establecieron los comedores populares “Food for the Million” (Comida para el millón). Ofrecían tazones grandes de sopa y pan a los pobres. Distintas casas de alojamiento proporcionaron a las personas sin hogar un refugio seguro contra el inclemente invierno.
En 1878, el nombre de la organización se cambió a “Salvation Army” (Ejército de Salvación). Fue modelado según el ejército, completo con su propia bandera, uniformes y bandas de música. Los “soldados” se “pondrían la armadura” para las reuniones de evangelización y el trabajo ministerial.
William Booth ganó entonces reconocimiento popular como “El General”.
El ejército creció rápidamente. Las operaciones se extendieron por todo el mundo: Estados Unidos, Francia, Suiza, Suecia, Australia, Canadá, India, Sudáfrica, Nueva Zelanda y Jamaica; 58 países en total. Booth predicó más de 60.000 sermones y viajó unos 8 millones de kilómetros.
No fue tarea pequeña para un hombre. Y ciertamente no era un pequeño ejército para mantenerlo motivado e inspirado.
La Navidad siempre fue la época más exigente del año, y la de 1911 no fue diferente. Al parecer, todos necesitaban ayuda adicional. Es por eso que Booth enviaría un telegrama a sus “soldados” cada Nochebuena. Su mensaje anual siempre era considerado un estímulo con muy buena acogida para los cansados siervos de Dios.
Una Palabra de ánimo
Sin embargo, esa Navidad sería la última de Booth en la tierra. Él regresó al cielo al año siguiente. Cuán significativa se volvería esta comunicación final de Nochebuena.
Se sentó para componer el telegrama.
Palabras desde el corazón fluyeron de su pluma para formar un párrafo. Seguramente, las tropas serían motivadas con un mensaje de aliento y ánimo. Pero, al darse cuenta del costo que tendría ese telegrama, y motivado por su pasión de ministrar al mayor número posible de personas, comenzó a editar su mensaje.
El párrafo se convirtió en tres oraciones.
Luego, se redujo a una oración.
Booth siguió escribiendo y editando, luchando por resumir su mensaje de ánimo anual en tres palabras. Aun así, tres palabras seguían siendo demasiadas.
Finalmente, decidió enviar sólo una palabra. Una palabra para inspirar a todo un ejército a salir y ganar almas, alimentar a los hambrientos y proporcionar refugio en esta Nochebuena.
Esa palabra simplemente era… “otros”.
Lo que se engendró en el corazón de Booth después de ver a las personas sin techo se convirtió en una vida de servicio al prójimo.
Los soldados del Ejército de Salvación se inspiraron en esa Nochebuena en 1911. Continuaron su trabajo con valentía, coraje y especialmente compasión. Pudieron apartar la vista de sí mismos y satisfacer las necesidades de los… otros.
Mientras celebramos esta temporada santa y adoramos al Rey de reyes, acerquémonos a los demás de una manera fresca, amorosa y compasiva.
Deja que otros sean nuestra misión.
Deja que otros sean nuestro propósito.
Deja que otros sean nuestra pasión.
Al fin y al cabo: «Porque de tal manera amó Dios al mundo [otros], que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.» (Juan 3:16).
Que tu temporada navideña se llene de alegría, celebración y… ¡otros!