Muy pronto, uno de estos días, llegará una resurrección mundial poderosa. Llegará el momento en el que sonará la última trompeta, los cuerpos mortales de todos los creyentes en la Tierra serán vestidos con inmortalidad y seremos arrebatados para encontrarnos en el cielo con Jesús.
¡Será un momento glorioso!
Sin embargo, a pesar de lo emocionante que será, nosotros los nacidos de nuevo no tenemos que esperar hasta ese momento para experimentar la resurrección. Podemos vivir ahora mismo, en un nivel más alto. Aun antes de que esta era termine, mientras todavía vivimos en un cuerpo natural, podemos vivir sobrenaturalmente.
¡Podemos caminar en una vida de resurrección todos los días!
Entiendo que puede ser una declaración atrevida; sin embargo, el Nuevo Testamento lo respalda. Dice que, cuando creímos en Jesús, nuestro espíritu viejo y pecaminoso murió, «porque por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que, así como Cristo resucitó de los muertos por la Gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Romanos 6:4).
En otras palabras, ¡nuestro espíritu ya ha sido resucitado! A través del nuevo nacimiento hemos recibido, en nuestro interior, la misma vida y Gloria de Dios. Además, si hemos sido bautizados en el Espíritu Santo, también hemos recibido la unción del poder de Dios que Efesios 1:14 llama “la garantía” (o el depósito inicial) de la herencia completa que será nuestra cuando Jesús regrese.
Esa “garantía” junto con la vida y la Gloria de Dios que está en nuestro interior, es suficiente para derrotar cualquier cosa que el diablo, o este mundo, puedan traer en nuestra contra. Es suficiente como para darnos poder para vivir una vida victoriosa y la valentía de decir, cuando enfrentamos cualquier problema, que: “¡Nosotros somos más que vencedores en Cristo!”
“Pero, Gloria”, podrías decir, “tienes que recordar que incluso como creyentes todavía somos criaturas terrenales”.
No, no lo somos. ¡Somos una creación nueva!
Dios «junto con él nos resucitó, y asimismo nos sentó al lado de Cristo Jesús en los lugares celestiales». Nos hemos sentado con él: «muy por encima de todo principado, autoridad, poder y señorío, y por encima de todo nombre que se nombra, no solo en este tiempo, sino también en el venidero» (Efesios 2:6, 1:21). Como cristianos, somos ciudadanos del reino de Dios, y Su reino no está en algún lugar al que algún día iremos cuando Jesús regrese, o después de que muramos. No existe solamente en el lugar llamado “cielo”. El reino de Dios está en cualquier lugar donde Él y Su cuerpo ejerzan dominio, y ahora mismo, Él está ejerciendo Su dominio aquí en la Tierra a través de nosotros.
Te lo digo: ¡debes estar emocionado al respecto! ¡Como miembro de la Iglesia, aun en este lado de la resurrección final, nosotros tenemos tanto a nuestro favor cuando se trata de pelear contra nuestro enemigo, el diablo, que ni siquiera es una pelea justa!
Operando en un ámbito totalmente nuevo
Sé lo que estás pensando. Si no es una pelea justa, entonces ¿por qué los creyentes parecen recibir tantas golpizas todo el tiempo? ¿Por qué no estamos caminando en un triunfo constante y glorioso?
Porque estamos viviendo muy por debajo de nuestros privilegios. Escasamente estamos caminando en la vida de resurrección y el poder que Dios tiene disponible para nosotros. Para caminar más en ese poder, debemos aprender a operar en un ámbito completamente nuevo—el ámbito del espíritu.
Antes de que naciéramos de nuevo no conocíamos o sabíamos nada acerca de ese ámbito, porque el pecado había oscurecido nuestros corazones y no nos dejaba avanzar hacia Dios; todo lo que podíamos hacer era operar en la carne y en el ámbito natural. Sin embargo, esa situación cambió cuando le dimos nuestro corazón a Jesús (Romanos 6:11). Nosotros experimentamos el cumplimiento de lo que Dios dijo en Ezequiel 11:19-20: «Pondré en ellos un corazón y un espíritu nuevo. Les quitaré el corazón de piedra que ahora tienen, y les daré un corazón sensible, para que sigan mis ordenanzas y cumplan mis decretos. Entonces ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios».
Nota que esas escrituras dicen que Dios nos ha dado un corazón y un espíritu nuevos. También dicen que lo ha hecho por una razón: ¡para que podamos recorrer Sus caminos! ¡Para que podamos aprender a caminar con él en el ámbito del espíritu!
Eso es lo que el Espíritu Santo hace en nosotros. Él está aquí para enseñarnos cómo vivir y servir al Señor de acuerdo con Romanos 7:6: «No bajo [la obediencia al] código antiguo de regulaciones escritas, sino [bajo la obediencia a los susurros] del Espíritu en la nueva vida» (La Biblia Amplificada, Edición Clásica).
Como tenemos el Espíritu de Dios morando en nosotros, no estamos en la misma posición de aquellos que estaban bajo el Antiguo Pacto. Todo lo que tenían era la ley escrita por Dios. No podían vivir en estrecha comunión con Él porque Él es un espíritu y todavía estaban operando en el reino o ámbito de lo natural. Todavía estaban atrapados en la carne. Sin embargo, como creyentes del Nuevo pacto, nosotros no vivimos «según las intenciones de la carne» (Romanos 8:9). Nosotros hemos “nacido del Espíritu”. No solamente tenemos la Palabra escrita de Dios, sino que tenemos al autor de la Palabra viva viviendo en nuestro interior. Él está en nosotros las 24 horas del día los 7 días de la semana para revelarnos Su Palabra, para mostramos cómo aplicarla a nuestra vida, y para DARNOS PODER para hacer lo que dice.
¡Pienso que algunas veces no lo valoramos realmente! Leemos historias emocionantes en el Antiguo Testamento y deseamos que Dios trate con nosotros como lo hizo con Abraham o con Moisés. Nos gustaría que Él enviara un ángel cada vez que Él necesita algo de nosotros, o que nos hablara desde un arbusto ardiente. Pero, en realidad, eso sería un retroceso.
Abraham solamente escuchaba de parte de Dios de vez en cuando. Él tuvo que esperar por muchos años para recibir esas apariciones sobrenaturales. Nosotros tenemos la vida de Dios morando en nuestro interior. Nosotros somos creados en Él de la misma sustancia espiritual y Él camina y habla con nosotros todo el tiempo.
¿Qué nos está diciendo exactamente?
En primer lugar, nos habla de ser santos, de considerarnos muertos al pecado. Nos está hablando sobre vivir diferente a como lo hace el mundo.
No existe nada más miserable que haber nacido de nuevo y continuar viviendo como lo hace el mundo. Cuando estamos en esa condición, solamente conocemos un poco acerca de Dios como para no disfrutar del pecado, pero no lo suficiente para permanecer por fuera de él. ¡Esa no es la mejor manera de vivir! Sin embargo, es exactamente la forma en que muchos cristianos viven.
En vez de poner sus afectos en las cosas de arriba y acercarse al Señor a través de la oración, ellos invierten su tiempo en las cosas naturales. Viven una vida espiritual descuidada y perezosa y, cuando se meten en problemas, se preguntan: ¡Esto sí que es una sorpresa! ¿Por qué me ha ocurrido esto o aquello?
Por supuesto, Dios es misericordioso, así que si nos encontramos en esa situación podemos clamar a Él y Él nos responderá y ayudará. Sin embargo, esa no es la manera en la que nosotros, como creyentes, debemos vivir.
¡La aventura más emocionante que existe!
No se supone que vivamos de acuerdo con este mundo. No estamos diseñados por Dios para vivir bajo su dominio. Estamos diseñados para caminar como vencedores en el ámbito del espíritu. Romanos 8:29 dice que nos: «predestinó para que sean hechos conforme a la imagen de su Hijo». Esa imagen ya está en tu interior perfecta y completa. Porque Jesús vive en tu espíritu, ya eres como Él en el interior. Lo que estás haciendo en este momento es aprender a caminar de una manera que le permita a Él salir más y más al exterior. Estás aprendiendo a manifestar en tu vida la realidad revelada en Colosenses 2:9-10: «En [Jesús] la llenura completa de la Deidad continúa habitando en forma de cuerpo [dando expresión completa a la naturaleza divina]. Y tú en Él, te haces completo y llegas a la plenitud de la vida [en Cristo estás lleno con la deidad— Padre, Hijo y Espíritu— y alcanzas la estatura espiritual completa]» (AMPC).
¡A eso es lo que llamo una aventura emocionante! Como nueva creación en Cristo, estás en la misión más emocionante que puedas imaginarte. Estás en el proceso de parecerte más y más a Jesús. Al vivir en el poder de Su vida de resurrección, estás desarrollando tu capacidad de caminar en el espíritu y no cumplir los deseos de la carne.
Es más, tienes el poderoso Espíritu Santo como tu entrenador personal. Si lo escuchas y lo obedeces, no te equivocarás.
“Pero Gloria,” podrías decir, “yo he estado pensado que el Espíritu Santo me va a decir que vaya a China o África como misionero o algo así—y estoy dispuesto a hacerlo, pero hasta el momento no me ha dicho nada”.
Bueno, Él dice cosas, es cierto. Él siempre nos habla. Probablemente no estás escuchándolo porque estás focalizado en las cosas que consideras grandes e importantes—como mudarte a otro continente, y Él está hablándote de cosas sencillas.
Es allí donde Él comienza con todos nosotros. Por ejemplo, Él nos habla de cómo dar «muerte a las obras de la carne» (Romanos 8:13). Nos habla acerca de las áreas en nuestra vida en las que hemos desobedecido a Dios y nos dice los ajustes que debemos hacer para que caminemos de acuerdo con la Palabra.
Es posible que esa clase de instrucciones no suenen muy atractivas, pero debes prestarles atención. Si no lo haces, entorpecerás tu caminar con Dios. Tu carne te sacará del camino y no podrás fluir libremente en tu vida.
Si no has aprendido a seguir al Espíritu Santo en los asuntos de la vida diaria, Él no puede arriesgarse a pedirte que vayas al África porque, cuando llegues allá, probablemente vayas a la ciudad incorrecta. Te meterás en problemas y no harás ningún bien, porque estarás andando en la carne en vez de caminar en el Espíritu.
El hermano Kenneth E. Hagin, quien nos enseñó mucho a Ken y a mí acerca de estas cosas, solía decir: “no te pierdas la guía sobrenatural del espíritu sólo porque estás buscando algo espectacular”. Sé sensible a cada susurro del Espíritu, por pequeño que parezca—honra cada instrucción que te dé como algo importante y haz lo que te diga que hagas—ya sea que te parezca significativo o no.
Déjame mostrarte lo que quiero decir. Supongamos que necesitas sanidad en tu cuerpo, y quieres recibir un milagro. Es probable que vayas a una reunión pensando que el poder de Dios te golpeará como un rayo y te arrojará al piso. Sin embargo, durante el servicio, es posible que escuches al Espíritu Santo decir: Necesitas perdonar a tu cuñada.
Si no has tomado la decisión de obedecer esa voz suave, es posible que no lo hagas. Es posible que no le prestes atención, porque no es lo que estás buscando. Puedo perdonar a mi cuñada después. Podrías pensar. Ahora quiero focalizarme en recibir mi milagro.
Es probable que nunca se te ocurra pensar que la falta de perdón que tienes en contra de tu cuñada, es lo que te tiene enferma. Así que, al ignorar ese susurro, es posible que te vayas de la reunión desanimada, sin darte cuenta de que podrías haber recibido tu milagro por hacer simplemente lo que el Espíritu Santo te impulsó a hacer.
Eso fue lo que le pasó a Pedro en el Jardín de Getsemaní. Él fue con Jesús y otros dos discípulos a orar y prepararse para uno de los momentos más difíciles de su vida. Cuando, en vez de orar, Pedro se durmió. Jesús lo despertó y trató de ayudarlo: «Manténganse despiertos, y oren, para que no caigan en tentación. A decir verdad, el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil» (Mateo 26:41).
En ese momento, Pedro, no sabía que su carne era débil. Él pensó que era fuerte. Sólo unas horas antes le dijo a Jesús que haría cualquier cosa por Él, sin importar lo difícil que pudiera ser (lee los versículos 33-35). «Aun cuando tenga yo que morir contigo, jamás te negaré», le dijo.
Sin embargo, Jesús no quería que Pedro fuera a la cárcel. Él no quería que muriera. Él solamente quería que lo obedeciera. Quería que velara y orara. De haberlo hecho, se podría haber evitado un gran fracaso personal y gozado de una gran victoria. Pero no lo hizo, desobedeció las instrucciones de Jesús, cedió a su carne y se volvió a dormir.
¡Tú y yo no tenemos que cometer ese error! Nosotros no somos como Pedro esa noche. Él todavía no era un creyente nacido de nuevo con un espíritu resucitado. Todavía no estaba bautizado y lleno del Espíritu Santo.
¡Nosotros sí!
Aunque aún vivamos en cuerpos naturales, somos seres sobrenaturalmente nuevos. Nosotros hemos muerto con Cristo y nuestro espíritu ha sido resucitado con él por la Gloria del Padre. Nosotros no solo tenemos el poder de escuchar las instrucciones del Señor; en nosotros mora el poder de Su Espíritu dándonos el poder de obedecerlo.
¡Nosotros tenemos en nuestro interior todo lo que se requiere para caminar todos los días en la vida de resurrección! V