Si has estado luchando contra la escasez financiera, te diré algo que quizá te sorprenda: La solución a tu problema no es el dinero.
La mayoría de personas te dirán que sí lo es, pero están equivocadas.
La pobreza—o escasez de cualquier clase—no es un problema de dinero, sino un problema espiritual que vino sobre la humanidad a través de la maldición del pecado. Y podemos resolver este problema mediante la revelación de lo que Jesús llevó a cabo en la Cruz. Eso significa que sólo puedes vencerlo al renovar tu mente con el hecho de que Jesús: «se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos» (2 Corintios 8:9).
En mis 46 años de ministerio, me ha sorprendido ver cómo esa verdad espiritual ha transformado la vida de las personas. Cuando dejan de creer lo que el mundo les dice acerca de su situación financiera, y comienzan a creer lo que Dios declara, la pobreza pierde por completo su autoridad sobre ellas. Y se mudan del basurero a la junta directiva. Se convierten en testimonios vivos, demostrando que Dios: «…levanta del polvo al pobre, y al menesteroso alza del muladar, para hacerlos sentar con los príncipes, con los príncipes de su pueblo» (Salmos 113:7-8).
He visto cómo pasa una y otra vez. No sólo en naciones prósperas como Estados Unidos, sino en algunos de los lugares más afectados por la pobreza en este mundo.
Por ejemplo, Nigeria. Hace algunos años, estuve allí predicando en la iglesia del obispo Benson Idahosa, y él llegó en una limosina Mercedes de color blanco a buscarme para ir la reunión. Ése era uno de los automóviles más bonitos que había visto, y en aquellos días que hasta una bicicleta era considerada un transporte lujoso, esa limosina era una señal y una maravilla sobre ruedas.
Yo sé cómo el obispo Idahosa, —quien ya partió a casa para estar con el SEÑOR— hacía las cosas en el ministerio. Él vivía por fe, y le enseñó a su congregación a hacer lo mismo. Por tanto, yo sabía que había una historia detrás de ese automóvil.
Mientras recorríamos las calles, él comenzó a relatarme esa historia. Señalando a los harapientos vendedores ambulantes a la orilla del camino, el obispo Idahosa me dijo: «¿Ves a esas personas? Están vendiendo aceite de motor usado. Ellos lo limpian, lo filtran, y luego lo venden barato a las personas que no tienen suficiente dinero para comprar aceite nuevo».
Con sólo mirarlos, me di cuenta de que no era un negocio muy provechoso. Los pobres le vendían a los pobres, y así todos seguían pobres en el proceso. Sin embargo, la siguiente declaración del obispo Idahosa me tomó por sorpresa.
Me dijo: «La dama que me obsequió este automóvil solía ser uno de esos vendedores ambulantes. Ella sobrevivía con monedas cada día. Pero se aferró a la PALABRA de Dios, y descubrió que Jesús la había liberado de la pobreza, y aprendió acerca de la siembra y la cosecha. Ella creyó, y comenzó a practicar este principio. Poco tiempo después, Dios la colocó en el verdadero negocio del aceite. Dejó de vender aceite usado para vender del nuevo ¡a lo grande!».
No tuve que preguntarle cómo le había ido, pues la respuesta era el automóvil que conducíamos. Era claro que Dios había hecho por aquella mujer algo que ninguna cantidad de limosnas hubiese logrado. El SEÑOR la sacó de la pobreza, no enviándole personas a darle dinero; ¡sino enviándole Su PALABRA para erradicar la pobreza misma de su vida!
Buenas noticias para los pobres
No me malinterpretes. No estoy en contra de darle a los necesitados. Por el contrario, estoy muy a favor de eso. En mi vida y en mi ministerio, ayudar al necesitado es una prioridad, pues Jesús así lo hizo. Además, me gusta y para mí es un gozo. Pero aún así soy consciente de que sólo darle dinero a alguien no puede solucionar el problema de la pobreza en su vida.
Si así fuera, la cita de Lucas 4:18, se leería diferente. Jesús habría dicho: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para recaudar dinero para los pobres”.
Pero eso no fue lo que Jesús dijo. Él declaró: «El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres…».
¿Cúales son las buenas nuevas a los pobres? Son las buenas noticias de que no tenemos que volver a ser pobres jamás porque Jesús nos liberó. Él llevó la maldición de la pobreza por nosotros, a fin de que LA BENDICIÓN de Abraham pueda ser nuestra a través de Él.
Jamás olvidaré la emoción que sentí la primera vez que escuché esa verdad. Era una revelación tan maravillosa que pensé que todo aquel que la escuchara, se emocionaría como yo. Una misionera que vivía en un país pobre donde fui a ministrar, me ordenó que ni siquiera mencionara esa parte del evangelio. Me dijo: «No le prediques a la gente de prosperidad. No les enseñes de la siembra y la cosecha. Ellos son demasiado pobres para darle algo a alguien».
Aparentemente ella desconocía que 2,000 años atrás, la gente dijo lo mismo de los creyentes en Macedonia. De acuerdo con la Biblia, estos creyentes vivían en “extrema pobreza”. No era simplemente que vivían de la ayuda social del gobierno. Eran tan pobres que la mayoría de nosotros ni siquiera podría imaginarlo. Sin embargo, cuando escucharon que Pablo estaba recibiendo una ofrenda para ayudar a los cristianos en otra ciudad, le rogaron que les permitiera dar.
¿Por qué tuvieron que rogar? Porque la misma idea errónea que prevalecía en esa época, prevalece hoy. La gente pensaba que los pobres no podían dar cuando se les pidiera porque dar los dejaría más pobres que nunca.
¡Ésa es la forma de pensar que mantiene pobres a las personas! Pero los creyentes en Macedonia se negaron a creer de esa manera. Ellos deseaban dar, y no permitieron que se les negara ese derecho. Como resultado, Pablo escribió lo siguiente acerca de ellos en 2 Corintios 8:2-5:
«Que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos. Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios».
Lee de nuevo esa última oración. En ella se afirma que en Macedonia los creyentes tenían un gran deseo de ser de bendición para los demás, al punto de dar cualquier cosa que tuvieran —¡incluso a sí mismos!—. Decían: “¡Aquí estoy! Sólo díganme qué puedo hacer para ayudar. Muéstrenme cómo puedo servirles. Quizá no tenga mucho dinero, pero les daré mi tiempo. Pongo a su disposición mi fuerza. ¡Sólo permítanme dar!”.
¿Sabes cómo le llamó Pablo a esa actitud? Lo llamó: “La gracia de dar”. Y animó a otros creyentes a que abundaran en ella, siguiendo el ejemplo de los macedonios.
«Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos. Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra» (2 Corintios 8:9, 9:6-8).
Comienza a prestar atención
Medita en lo siguiente: Esos versículos no se estaban refiriendo a las personas adineradas, sino a los más pobres entre los pobres. Fueron escritos acerca de la gente en extrema pobreza quienes no tenían casi nada para dar, excepto a sí mismos. Sin embargo, Pablo afirmó que Dios multiplicaría la semilla sembrada hasta que fueran enriquecidos lo suficiente ¡para abundar en toda buena obra!
Quizá digas: “No sé cómo podría cumplirse esa escritura”.
Entonces necesitas leer Mateo 14, porque en la Biblia se nos muestra con exactitud cómo se cumple. Allí se nos habla acerca de una ocasión en la que Jesús enriqueció a Sus discípulos tanto que pudieron alimentar a miles de personas hambrientas, aunque unos minutos antes ni siquiera tenían lo suficiente para su propia cena. Es probable que recuerdes esa historia.
Esto ocurrió en medio del desierto. Jesús se dirigió a ese lugar para estar a solas, y las multitudes lo siguieron. Él actuó con tanta compasión por ellos que terminó teniendo una reunión de sanidad que duró todo el día. Cerca del atardecer, sus discípulos comenzaron a ponerse nerviosos. Después de todo, estaban en las afueras justo en medio de la nada —sin comida ni agua y en un lugar peligroso—.
Entonces, ¿qué hicieron?. Interrumpieron la reunión. Se acercaron a Jesús, quien por horas había estado sanando a las personas de toda clase de enfermedades y dolencias, y le dijeron: «El lugar es desierto, y la hora ya pasada; despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer» (Mateo 14:15).
Estoy seguro que en ese momento, los discípulos pensaron que sus palabras tenían mucho sentido. Pero en realidad, eran ridículas. ¿Creían ellos que Jesús —quien había obrado milagros todo el día— no se las arreglaría para saber qué hacer con la cena? ¿Pensarían ellos que Él había perdido la noción del tiempo, o que se le había olvidado que estaban en el desierto?
La idea en sí misma es absurda. Sin embargo, si somos sinceros, tenemos que admitir que nosotros también hemos actuado de la misma manera. Todos sabemos lo que se siente al enfrentar problemas que parecen tan grandes que abarcan todo lo que podemos ver. Todos hemos sentido la presión que surge al tener pensamientos de pánico: “Si me atraso en este pago, ¡embargarán mi automóvil! ¿Qué voy a hacer?”.
Cuando comiences a pensar: “¿Qué voy a hacer?”, ya te equivocaste; te daré un buen consejo para cuando eso ocurra: detente y recuerda que Dios no depende de tu habilidad. Sólo porque algo parezca difícil para ti, no significa que sea difícil para Él. ¡Para Él todo es posible!
Los discípulos debieron saber esa verdad, y la habrían sabido si se hubieran enfocado en lo que Jesús estuvo realizando y declarando durante ese día. Pero su temor por la falta de comida los distrajo. No estaban prestando atención… pero todo cambió cuando Jesús realizó la siguiente declaración:
«No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer».
Con esa declaración, los discípulos le prestaron toda su atención.
Quizá ellos pensaron: “¿Qué? ¡Debes estar bromeando!”.
“Sólo tenemos cinco panes y dos peces”.
Y Jesús les dijo: «Traédmelos acá».
Un mandamiento fácil de obedecer
Si deseas saber cómo Dios promueve a las personas del basurero de la pobreza a la junta directiva de la abundancia, la respuesta está allí, justo en ese versículo. Él nos indica a todos lo que Jesús le dijo a Sus discípulos ese día: «Traédmelos acá».
Algunas personas piensan que obedecer ese mandamiento es difícil, pero en realidad no lo es. Cuando obtengas la revelación de lo que Jesús quiere hacer por ti y cuando en realidad creas que en la Cruz Él se convirtió en la persona más pobre del mundo y llevó la maldición de la pobreza a fin de que tú pudieras ser tan próspero como lo es Él, será sencillo entregarle en Sus manos lo que tengas.
Incluso si no tienes ni un centavo, estarás tan ansioso de darle algo a Jesús que saldrás a buscar aunque sea una roca que se vea bonita, la pulirás y se la entregarás. Serás como los macedonios, ¡te ofrecerás a ti mismo!
¿Por qué? Porque sabes que Él hará por ti lo mismo que llevó a cabo por Sus discípulos, cuando ellos le entregaron los panes y los peces. Jesús tomará lo que le entregues, y lo bendecirá; y como leemos en Proverbios 10:22: «La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella».
LA BENDICIÓN del SEÑOR transformó la pequeña provisión de los discípulos en una cena donde las multitudes comieron hasta saciarse. LA BENDICIÓN hizo que la comida se multiplicara en las manos de los discípulos, y a medida que la repartían: «… comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas» (Mateo 14:20).
¿Hará la BENDICIÓN lo mismo por ti con respecto a tu situación?
¡Por supuesto que sí!
Sólo debes cooperar con ella depositando tu fe en la PALABRA de Dios. Cree lo que Él declara acerca de tu condición financiera, y no lo que el mundo dice. Después, llévale lo que tengas y confiesa: SEÑOR, ¿qué deseas que yo haga? ¿A quién debo alimentar? ¿A quién debo servir?
No importa si lo único que tienes son cinco bolsillos vacíos con agujeros. Tampoco si ya es fin de mes, y te encuentras atrapado en medio de un desierto financiero. Deja de pensar en ti mismo, y toma la determinación de ser una bendición para alguien más. Entrégale a Dios algo para que lo multiplique en tu vida.
Él puede hacer que el desierto florezca como una rosa, justo allí donde te encuentras. Él puede convertir tu nada en un jardín del Edén; y Él obrará antes de que tú digas: “¡Bendice mis finanzas otra vez!”.
Pero esa determinación debe comenzar primero en tu interior. Por tanto, toma tu Biblia y renueva tu mente. Toma el agua de la PALABRA, y lava todo rastro de esa mentalidad antigua de pobreza. Múdate del basurero de la escasez a la junta directiva de la abundancia. Pues, como heredero con Jesús, es allí donde perteneces.