¿Has notado alguna vez que, como seres humanos, instintivamente pareciera que tenemos que opinar acerca de todo?
Existe una razón por la cual es así… y no sólo es porque seamos charlatanes. Sino porque desde el comienzo, hablar era el trabajo original del hombre. En el Jardín del Edén, Dios le dio a Adán autoridad y lo comisionó para controlar la Tierra usando la misma fuerza que la creó—la fuerza de las palabras llenas de fe.
Las personas han estado hablando desde entonces, porque es parte de nuestro dominio. Fue la manera en la Dios planeó que perpetuáramos Su BENDICIÓN en este planeta. Se suponía que escucháramos de Su parte y dijéramos cualquier cosa que Él dijera acerca de cada situación. Se suponía que usáramos Sus palabras para dominar todo en esta Tierra (excepto la gente), para que Su voluntad se hiciera y el reino del cielo pudiera manifestarse progresivamente en la Tierra.
“Bueno”, podrías decir, “eso pudo haber sido el plan original de Dios, pero tienes que recordar que Adán lo arruinó. Él le entregó su autoridad al diablo, así que las palabras ya no son lo mismo”.
Sí, sí lo son.
Éste todavía es un mundo creado por palabras, y un sistema operado por medio de las palabras. Dios lo diseñó de esa manera, y no hay nada que el diablo pueda hacer para cambiarlo. Satanás está atrapado con ese proceso, y lo sabe.
Por esa misma razón se apareció en el Jardín del Edén, determinado a hacer que Adán cometiera traición espiritual. Sabía que, si podía separar a la humanidad de Dios, podría tomar ilegalmente su autoridad. Los podría separar de las palabras de vida y fe de Dios, y hacer que declararan sus palabras de miedo y muerte. Así, podría transformarse en el gobernante de este mundo, a través de sus corazones y bocas oscurecidas.
Sin embargo, lo que el diablo no sabía en el Jardín, es que Dios (como siempre) estaba mucho más adelantado que él. Antes de la creación del mundo, ya había diseñado un plan para la redención de la humanidad—un plan que se desenvolvería desde el comienzo hasta el final, por el poder de Sus palabras.
En el Antiguo Testamento Dios trajo esas palabras a la Tierra a través de los profetas. Su trabajo era darles a las personas algo que decir. En ese entonces las personas no habían nacido de nuevo, así que no podrían escuchar personalmente a Dios; pero si escuchaban al profeta y decían lo que él decía, prosperarían. Sin importar la maldición que había caído sobre la Tierra a través del pecado, ellos caminarían en una medida de la BENDICIÓN porque las palabras llenas de fe dominaban las leyes del pecado y de la muerte.
Quiero repetirlo, porque es muy importante: Las palabras llenas de fe dominan las leyes del pecado y de la muerte.
¡Medítalo! Aun en los labios de los creyentes del Antiguo Testamento, que no habían nacido de nuevo, la Palabra de Dios cargaba tanto poder que nada podía detenerla para que sucediera. Cuando el profeta del Antiguo Testamento, Miqueas, dijo que el Mesías nacería en Belén (Miqueas 5:2-3), a pesar de sus esfuerzos determinados, el mismo diablo no pudo evitarlo. Miqueas escuchó a Dios, lo creyó y lo declaró… y 715 años más adelante, el César declaró un edicto que trajo a María y José a Belén; y allí nació Jesús.
Las palabras obran—para bien o para mal
Por supuesto que una vez que Jesús apareció, el plan de Dios se desenvolvió aún más. Él declaró las palabras de Dios y ejerció dominio sobre la ley del pecado y de la muerte a un nivel que no había sido visto antes. Él tampoco lo hizo por el poder de Su divinidad. Lo hizo operando como el Hijo del hombre.
Algo más que es importante: Él les dijo a Sus discípulos que nosotros, como creyentes, haríamos los mismo: «Las palabras que yo les hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre, que vive en mí, es quien hace las obras. De cierto, de cierto les digo: El que cree en mí, hará también las obras que yo hago; y aun mayores obras hará, porque yo voy al Padre» (Juan 14:10, 12).
Puede que te preguntes: ¿Cómo es posible que nosotros podamos hacer las obras de Jesús?
Usando el mismo proceso. Escuchando y declarando las palabras del Padre. “Bueno, hermano Copeland, no pienso que mis palabras hagan mucha diferencia”.
Entonces necesitas pensar nuevamente y estudiar las escrituras, porque son muy claras al respecto: Nuestras palabras obrarán… para bien o para mal, a nuestro favor o en nuestra contra.
En los evangelios, Jesús lo dijo una y otra vez:
«Pero yo les digo que, en el día del juicio, cada uno de ustedes dará cuenta de cada palabra ociosa que haya pronunciado. Porque por tus palabras serás reivindicado, y por tus palabras serás condenado». (Mateo 12:36-37)
«El hombre bueno, saca lo bueno del buen tesoro de su corazón. El hombre malo, saca lo malo del mal tesoro de su corazón; porque de la abundancia del corazón habla la boca». (Lucas 6:45)
«Porque de cierto les digo que cualquiera que diga a este monte: “¡Quítate de ahí y échate en el mar!”, su orden se cumplirá, siempre y cuando no dude en su corazón, sino que crea que se cumplirá». (Marcos 11:23)
Las epístolas del Nuevo Testamento agregan:
«Pero en ese mismo espíritu de fe, y de acuerdo a lo que está escrito: «Creí, y por lo tanto hablé», nosotros también creemos, y por lo tanto también hablamos». (2 Corintios 4:13)
«Por lo tanto, hermanos santos, que tienen parte del llamamiento celestial, consideren a Cristo Jesús, el apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos… retengamos nuestra profesión de fe». (Hebreos 3:1, 4:14)
Agrégale a esos versículos algunos de los Proverbios y no habrá manera de discutir al respecto:
« Con palabras sabias te conseguirás una buena comida…» (Proverbios 13:2).
«La lengua apacible es árbol de vida; la lengua perversa daña el espíritu» (Proverbios 15:4).
«El necio provoca su propio mal; con sus propios labios se tiende una trampa» (Proverbios 18:7).
«Hay quienes, con lo que dicen, logran satisfacer su hambre» (Proverbios 18:20).
Jamás permitas que el diablo te convenza de que tus palabras no hacen ninguna diferencia. ¡Desde el comienzo hasta el final, la Biblia nos enseña que palabras llenas de fe son la clave para todo!
Empieza con una decisión de calidad
¿Cómo puedes asegurarte de hablar consistentemente palabras llanas de fe?
Primero que nada, la fe comienza escuchando la PALABRA de Dios, así que tienes que abrir tu Biblia e invertir tiempo en escuchar la voz del Espíritu Santo. Tienes que descubrir lo que Dios te está diciendo y alinear tus pensamientos con los Suyos: «Y de desbaratar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y de llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Corintios 10:5).
“¡Hermano Copeland, eso parece muy difícil!”
Lo sería si tuvieras que hacerlo por ti mismo, pero no es así. El Espíritu Santo estará allí para ayudarte. Él te guiará y te respaldará con Su poder en cada paso del camino, una vez que tomes la decisión de calidad de pensar, hablar y vivir por fe.
Una decisión de calidad es aquella de la que no hay vuelta atrás, y acerca de la que ya no se discutirá. Por ejemplo, es como la clase de decisión que Gloria y yo hicimos hace muchos años acerca de nuestros hijos. Ellos estaban muy pequeños cuando empezamos a ministrar y porque vimos al diablo ir detrás de los hijos de otros ministros, pasamos tres o cuatro días en nuestra cabaña de oración pidiéndole a Dios por ellos.
No oramos por nada más en ese tiempo. Solamente sacábamos nuestras Biblias y escuchábamos casetes y los apilábamos a nuestro alrededor. Después escuchábamos, leíamos, tomábamos notas y orábamos en el espíritu. Una vez que tuvimos claro en nuestro corazón y mente que estábamos de acuerdo con Dios, declaramos: “¡No perderemos a nuestros hijos! ¡Hemos hecho la decisión de que nosotros y nuestra casa, serviremos al SEÑOR!”
El SEÑOR respondió inmediatamente. Yo me haré cargo, nos dijo… y absolutamente lo hizo. Hoy día, no solamente nuestros tres hijos trabajan con nosotros en el ministerio, sino que tenemos 10 nietos y seis bisnietos—todos sirviendo al Señor. Todo esto no solo sucedió automáticamente; sucedió porque nos mantuvimos firmes en la PALABRA de Dios y nos rehusamos a permitir que se apartara de nuestra boca.
Aún en los momentos cuando las cosas parecían un poco difíciles, nunca dijimos: “Oh Dios mío, que está sucediendo con estos niños”. No, nosotros sabíamos exactamente qué serían. Ellos le pertenecían al Señor porque decíamos lo que Él dice acerca de ellos y permanecimos confiados en que Él haría que sucediera.
Con el paso de los años he aprendido, no solamente con relación a mis hijos, sino también en otras áreas de la vida, a ser diligente y cuidadoso de todo lo que digo. Hice mi meta de deshacerme de cada mentira y hablar todo el tiempo con integridad absoluta. Como un luchador quitándose cada gramo de grasa de su cuerpo, me esfuerzo por quitar de mi vocabulario cualquier cosa que no quiero que suceda.
¿Realmente es necesaria esta clase de diligencia?
Sí, lo es si quieres que lo que dices tenga el mayor impacto. Dios no puede mantener el poder encendido en tus palabras mientras vayas por ahí diciendo cosas como: “Eso casi me mata del susto. Pensé que me moriría”. Por una parte, declaraciones como esas son verdaderamente mentiras. Por otra, usar la muerte para expresarte en un instante y tratar de declarar fe y vida al siguiente no funciona.
Si lo haces, te pondrás en una posición en la que, en vez de cambiar tu confesión cuando el diablo te presione con alguna prueba, te mantendrás bien declarando la PALABRA. Tal como Sadrac, Mesac y Abednego, que se rehusaron a doblar sus rodillas delante del ídolo del rey, te rehusarás a arrodillarte ante la presión y, tal como ellos lo hicieron, ¡saldrás del fuego completamente sin quemaduras y oliendo a rosas!
Cada paso, es un paso de fe
Recuerdo una ocasión al comienzo de mi ministerio, a finales de 1976, cuando comencé a aprender de esto. Yo estaba en la ciudad de Oklahoma enseñando una serie de reuniones, y me desperté una mañana antes del servicio tan enfermo que físicamente no podía salir de la cama. Sabía que necesitaba levantarme y alistarme, pero literalmente no podía. Cada vez que abría mis ojos la habitación me daba vueltas.
Por supuesto, yo tenía claro lo que la PALABRA de Dios dice acerca de mi cuerpo. Dice que yo estaba sano por las llagas de Jesús (1 Pedro 2:24). Así que, determinado a ir a la reunión, le pedí a Gloria que me ayudara. Ella se paró en la mitad de la cama, me tomó del pelo y me mantuvo sentado al tiempo que me afeitaba con una máquina eléctrica. Después me vistió y, con un poco de ayuda de los amigos con los que nos estábamos quedando, me metió en el auto.
Cuando llegó el momento de predicar, me tuve que sostener del púlpito para no caerme. Leí el texto de mi mensaje, el cual hablaba de sanidad (¿De qué más predicaría en un momento como ese?). Después me detuve y le dije a la congregación: “Ya regreso”.
Mientras esperaban y se preguntaban qué sucedía, fui al salón del coro que estaba detrás del auditorio, y golpeé a Satanás con la PALABRA. “No puedes poner esto en mí”, le dije. “Estoy en Cristo y Él está en mí y estoy sano en el SEÑOR!” Después ore un poco en lenguas y regresé al servicio.
Sosteniéndome otra vez del púlpito, empecé a predicar ¡y no mucho tiempo después los síntomas habían desaparecido! Esa mañana prediqué sobre la sanidad por dos horas. Como sabía que eso era lo que Satanás estaba tratando de detener, no solo lo puse bajo mis pies sino que le di una golpiza por algún tiempo y lo disfruté al máximo. Verdaderamente, como lo dice la escritura: ¡huyó!
¡Así es como se supone que nosotros los creyentes vivamos—con la PALABRA de Dios en nuestros labios y que cada paso sea un paso de fe!
Podrías decir: “Pero traté esto de la fe, hermano Copeland, y no funcionó”.
De lo contrario, ese asunto de la fe te probó y no funcionaste.
No lo tomes como un insulto, no es mi intención. Simplemente es la verdad. La PALABRA de Dios funcionará para cualquiera que la ponga a trabajar. Él moverá el cielo y la Tierra si es necesario para hacer que suceda. Así que olvídate de las fallas del pasado y aférrate a Su programa. Descubre lo que Él dice y mantente declarándolo.
Tus palabras llenas de fe harán que sucedan las cosas. ¡Éstas dominarán las leyes del pecado y de la muerte!