Todo comenzó con un sermón: El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido…” (Lucas 4:18).
Esta prédica acerca de la “Unción” es lo que lanzó a Jesús al ministerio. Era el corazón de todo lo que predicaba y el poder que respaldaba toda su obra.
Sin embargo, a pesar de lo maravilloso y grandioso de esta unción en la vida de Jesús mientras estuvo en la Tierra, no fue suficiente para Dios.
Verás: si Jesús hubiera resultado siendo la única persona ungida, todavía viviríamos oprimidos por el diablo en la actualidad.
¿Por qué?
Porque toda la unción se habría ido con Jesús cuando regresó al cielo, y es esa misma Unción de Dios la que elimina las cargas y destruye los yugos de la opresión (la enfermedad, la pobreza, el miedo, la muerte, etc. – Isaías 10:27).
No. Dios no estaba satisfecho tan solo con Jesús descendiendo a la Tierra, manifestando lo maravilloso de Su unción para luego regresar, llevándose todo el poder con Él. Si ese hubiera sido el caso, hoy todavía estaríamos en problemas.
Dios tenía un “nuevo nacimiento” en mente. A través de la muerte, el entierro y la resurrección de Jesús, Dios hizo posible que cada uno de nosotros naciera de nuevo. Él hizo posible que nos convirtiéramos en “una nueva creación” en Cristo—una nueva creación en el Ungido, una nueva creación en Su Unción (2 Corintios 5:17).
Es por eso que, hasta el día de hoy, somos llamados Cristia-nos… es decir “pequeños ungidos”.
Tú Tienes esa Unción
En el momento en que recibiste a Jesús como tu Señor y “naciste de nuevo”, recibiste acceso al mismo poder del Dios Todopoderoso que Jesús mismo demostró y manifestó durante Su ministerio terrenal.
El apóstol Juan nos dice que «la unción que ustedes recibieron de él permanece en ustedes.» (1 Juan 2:27). En otras palabras, tienes la Unción de Dios dentro de ti, ahora mismo. Y es esa unción el poder de Dios que te habilita a vivir una vida libre de todas las cargas y los yugos de la opresión. Todo lo que tienes que hacer es alimentar esa unción con la PALABRA de Dios y conectar tu fe con ella para que pueda ser liberada en tu vida.
Primera de Juan 2:27 continúa diciéndonos que esta Unción de Dios que habita en nuestro interior también nos enseñará. La llamó la “unción de conocimiento”, y tiene muchas aplicaciones en la vida.
Por ejemplo, cuando esta unción de conocimiento está completamente activa en tu vida, no necesitas que alguien te diga en qué crees. Tampoco será necesario obtener ayuda externa para determinar si alguien está predicando La PALABRA con veracidad o no. Podrás saber estas cosas por la misma unción. El Espíritu Santo será el que te dará un testimonio interno acerca de lo que estás escuchando.
Esta unción de conocimiento también puede ayudarte en tiempos de crisis.
Imaginemos que tu hijo se lastima jugando en el patio; ese no es un momento ideal para llamar a tu pastor y así recibir de su parte una “palabra de Dios”.
Simplemente evita entrar en pánico, y ve a tu interior en busca del Espíritu Santo. Obtén consejo del Consejero mismo. Averigua de parte de Él cómo debes ministrar a tu hijo en esa situación en particular. No puedo explicarte cuántas veces he hecho eso mismo con mis propios hijos.
Además de ayudarte con las crisis de la vida, esta unción de conocimiento puede ayudarte a criar a tus hijos, a dirigir tus finanzas, a mantener el matrimonio en curso y a mucho más. Y todo se debe a la Unción de Dios que mora dentro de ti, guiándote en la vida cotidiana.
Sin embargo, hay otro aspecto adicional de la unción. Y esa es la unción que viene sobre nosotros para ministrar el poder de Dios, para eliminar cargas y para la destrucción de todo yugo. Es la unción para satisfacer las necesidades de las personas.
¿Recuerdas lo que Jesús dijo en Lucas 4? «El Espíritu del Señor está sobre mí. Me ha ungido para proclamar buenas noticias a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a proclamar el año de la buena voluntad del Señor.» (versículos 18-19).
Sabemos que el Espíritu de Dios había estado en Jesús desde siempre, mucho antes de que naciera de María. Sin embargo, el Espíritu de Dios vino sobre Él después de ser bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán (lee Lucas 3:21-22).
Esta unción que vino sobre Jesús fue la unción para ministrar. Era la unción para imponer manos sobre los enfermos, expulsar demonios y resucitar a los muertos. Era la unción para predicar La PALABRA con poder y para profetizar. Fue la unción de los dones y las manifestaciones del Espíritu. Fue la unción del apóstol, el profeta, el evangelista, el pastor y el maestro.
Entonces, ¿dónde reside toda esa unción para ministrar hoy?
Ministerio a tu alcance
El poder de Dios para satisfacer las necesidades de las personas radica en forma predominante en los hombres y las mujeres llamados especialmente por Dios para ocupar aquellos cargos a los que nos referirnos con frecuencia como las oficinas del ministerio quíntuple: el apóstol, el profeta, el evangelista, el pastor y el maestro (Efesios 4:11-12).
Aunque ningún ministro del evangelio lleva consigo mismo la plenitud de la Unción para ejercer estas cinco oficinas, si trabajamos juntos, tendremos acceso a esa plenitud. Si solo los apóstoles hubieran sido ungidos por Dios, como muchas personas han sido engañadas en los últimos 2000 años de enseñanzas, todavía estaríamos en medio de un gran problema.
¿Y qué si en la iglesia de hoy sólo los pastores fueran los ungidos, y tal vez algunos evangelistas?
Sería exactamente lo mismo. Un problema.
De hecho, es este tipo de tradición religiosa la que ha engañado a la iglesia y la ha bloqueado del acceso a la plena manifestación y demostración de la Unción de Dios.
Mientras tanto, ¿qué pasa con la mayoría de las personas sentadas en la congregación? ¿Dónde está esa unción para que ellos ministren a las personas necesitadas con las que se cruzan todos los días? ¿Qué hay de los granjeros y los gerentes de negocios, los oficiales de policía y los maestros del colegio? ¿Dónde está su unción para ministrar, como el apóstol, el profeta, el evangelista, el pastor y el maestro?
La respuesta a estas preguntas se encuentra en la colaboración.
El apóstol Pablo les escribió a sus colaboradores en el ministerio de la iglesia en Filipos, diciéndoles: “Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de ustedes. En todas mis oraciones siempre ruego con gozo por todos ustedes, por su comunión en el evangelio, desde el primer día hasta ahora.” (Filipenses 1:3-5).
Aquí la palabra comunión es una traducción de la palabra griega usada para expresar la colaboración. Significa “socios por partes igualitarias en un mismo esfuerzo”.
Pablo, que ministró al menos en tres de las unciones—apóstol, profeta y maestro— consideraba a estos creyentes en Filipos como sus “socios igualitarios” en el ministerio del evangelio. Y es por eso que continuó diciendo: «Es justo que yo sienta esto por todos ustedes, porque los llevo en el corazón. Tanto en mis prisiones como en la defensa y confirmación del evangelio, todos ustedes participan conmigo de mi gracia.» (versículo 7, RVA).
Participan conmigo de mi gracia.
Cuando leas la palabra gracia, particularmente en los escritos de Pablo, no pienses simplemente en “el favor inmerecido de Dios”, lo cual es correcto. También tenlo en mente como una referencia de Pablo a la unción, porque él equipara a ambas como una misma cosa.
¿Y por qué no?
El solo hecho de que la unción de Dios puede estar en nosotros y sobre nosotros es un acto de gracia supremo por parte de Dios.
Entonces, Pablo estaba diciendo: “Porque me han apoyado de todas las maneras posibles, no solo cuando estuve con ustedes en Filipos, sino cuando ministré en otros lugares, pueden esperar la misma unción ministerial que opera sobre mí sobre sus vidas y sus hogares. Ustedes son colaboradores –socios igualitarios– de mi unción”.
Aplicando eso a nuestras vidas hoy en día, el hombre o la mujer de negocios que están conectados a una iglesia local, tienen acceso a la misma unción ministerial que reposa sobre el pastor de esa iglesia. Haciéndolo totalmente extensivo, cada creyente debe ser participante igualitario de la unción que reposa en los apóstoles, los profetas, los evangelistas, los pastores y los maestros de nuestra generación.
¿Cómo? Al unirse a aquellos en un ministerio quíntuple a través de la colaboración igualitaria en el evangelio. Al formar parte activa, orando y apoyando sus ministerios de cualquier manera en la que Dios los instruya.
Recuerda que Dios no está satisfecho en que Jesús sea el Único Ungido.
¿Qué sentido tendría que toda la unción permanezca “sentada a la diestra del Padre” en el cielo, cuando todas las cargas y los yugos están aquí abajo, en la Tierra?
Adicionalmente, Dios tampoco está satisfecho con solo un puñado de apóstoles que hayan sido ungidos hace 2.000 años. Ellos ya no están en la Tierra hoy, donde se necesita la unción del ministerio. No; Dios no estará satisfecho hasta que cada miembro del Cuerpo de Cristo —el Cuerpo de Sus Ungidos en la Tierra hoy— esté operando en la plenitud de Su poder.
Entonces, deja que el Espíritu de Dios te conecte con los ministerios a los que Él te está llamando a apoyar. Luego, entra en “alianza de pacto” en el evangelio con ellos. Una vez que lo hagas, comienza a participar de sus gracias. Busca y atrae la plenitud de esas unciones a tu vida. Espera que esas unciones ministeriales que reposan en sus vidas y ministerios, fluyan en ti y en tu hogar.
Tú tienes la unción para vivir la vida. Ahora, accede a la unción para ministrar al mundo perdido y moribundo a tu alrededor.
Sé la primera persona —el primer banquero, enfermera, estudiante, ama de casa, vendedor, etc.— en tu iglesia que “hace el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo”.
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