Era un día nublado, con nubarrones grises que reflejaban calles grises, edificios igualmente grises y el gris que todos acarreaban. Todo lucía idéntico mientras Sergei Finayev, a sus 18 años, caminaba por las calles de Minsk, Bielorrusia. Nadie sonreía. La opresión del comunismo dejaba poco espacio para la expresión de la alegría. Como el resto de los niños, […]
premium